sábado, 22 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 18

Las revoluciones marxistas no son, en ningún caso, los resultados de la evolución del capitalismo previstos por Marx sino el triunfo por la fuerza de grupos organizados sobre los de menor organización como ocurre de modo general sin que el capitalismo o la ideología o discurso socialistas sean algo más que circunstancias. No son sino el triunfo de una política antidemocrática. Y tampoco son un paso adelante en el proceso de progreso económico y social sino, en el mejor de los casos, un frenazo, seguido frecuentemente de una marcha atrás. Significan, en el conjunto de las relaciones de relaciones sociales, y no sólo en las económicas, un intento de monopolio del poder por parte de los organizadores de los grupos marxistas y con el mismo resultado que todo monopolio cuando consiguen sus fines.

El conflicto es el estado natural de toda sociedad pues los intereses de los individuos o de los grupos que forman no son idénticos sino esencialmente distintos, hasta poder llegar a ser opuestos, al menos en algunos aspectos, y sólo pueden coincidir en los fines por la colaboración. El que vende un producto tratará de conseguir el máximo a cambio y el que lo compra tratará de dar el mínimo, pero eso sólo funciona en la medida en que el que vende crea provechoso continuar vendiendo o el que compra, comprando y que eso permita un mercado con agentes especializados. O dos que vendan el mismo producto tratarán de competir entre ellos con el límite de que les resulte rentable seguir produciendo, o tratarán de pactar sus precios en contra de los intereses de comprador, con el límite de que éste desee seguir comprando. Pero, en la medida en que los individuos que participan en la economía sean libres, los valores relativos de los bienes y productos alcanzarán el equilibrio que más convenga a todos pues el que se sienta poco pagado dejará de producir o vender o producirá o venderá otra cosa, y la distorsión más grave en un mercado es que los que participan en él no sean libres porque en ese caso los precios no reflejarán ni las necesidades de los individuos ni los costes ni el valor de los avances técnicos y, por tanto, no se producirá lo necesario o en cantidades adecuadas y no se tratará de innovar si no resulta rentable.

Pues bien, si la sociedad es un conjunto de individuos que intercambian su ayuda para vivir mejor que en solitario, podremos suponer que lo que cada uno aporta tiene un valor en la medida en que crea algo que antes no existía. Es decir, con su ayuda y participación se alcanza algo imposible sin ellas y esto es el valor de su ayuda y su participación. Y, del mismo modo que en un mercado de bienes y servicios, podemos suponer que el intercambio libre de aportaciones a la sociedad tendrá como resultado un mayor conjunto de realizaciones sociales en cuanto que cada agente verá que obtiene mejores resultados para sí mismo cuando entra en colaboración con otros. Esto, por sí mismo, es suficiente para que cada individuo vea provecho en colaborar, independientemente de que conozca el funcionamiento y los resultados en conjunto de la sociedad. Si además añadimos el efecto que explica el Juego del Ultimatum que mencionaba antes, tenemos que un individuo colaborará hasta donde vea que su esfuerzo revierte de manera suficiente en su propio beneficio. Por el contrario, si sus aportaciones benefician a alguien que no le devuelve en alguna forma lo que gana, tratará de subir su precio o dejará de estar interesado en colaborar.

Ese conjunto de conflictos que surgen de la diferencia entre lo que cada uno cree que aporta su colaboración en la sociedad y lo que cree que le revierte de tal colaboración estará bien gestionado en cuanto que la sociedad alcance un máximo posible en unas circunstancias dadas como conjunto de satisfacciones individuales y de logros valiosos en sí mismos. Si la forma de gestión de los conflictos destruye bienestar y resultados con respecto a otra forma, es obvio que su valor es negativo pues se ganaría con la otra forma. Y parece que la mejor gestión de los conflictos debe incluir la satisfacción individual de algunos deseos de mejorar con respecto a la situación de no cooperación, como la seguridad de la vida, para disfrutar lo que cada uno consigue o para decidir lo que mejor le conviene, que cada uno cree que debe ser mayor en sociedad que en aislamiento. Cuando ni la vida ni la propiedad de lo que logra ni la capacidad para decidir están más protegidas en sociedad, el individuo ve que la relación social le perjudica y trata de liberarse, no colaborar o hacerlo tan poco como pueda y es evidente que en este caso, aportando lo mínimo o tratando de romper los lazos sociales, los resultados van a ser escasos y el valor de la sociedad mínimo.

Los cambios sociales, violentos y drásticos o negociados y graduales, son intentos de reequilibrar unos valores relativos de unos papeles sociales que quienes protagonizan el cambio consideran que les perjudican. Son, como cualquier negociación sobre valores relativos, intentos de recibir más donde se cree que se recibe demasiado poco por lo que se aporta. No creo que nadie pueda encontrar un método objetivo e indiscutible para evaluar lo que cada uno aporta a unos resultados globales salvo compararlos incluyendo y excluyendo esa aportación, y si el deseo de Marx con su teoría del valor fue eliminar la situación en que unos se benefician del sistema de producción o del sistema político a costa de otros está claro que no lo consiguió. Nos encontramos, una vez más, ante un mercado de oferta y demanda en el que unos aportan compromisos personales que suponen obligaciones, es decir, recorte de su libertad propia y absoluta en favor de los demás, a cambio de los compromisos, obligaciones y restricciones de libertad de éstos en favor de los primeros.

Un sistema democrático es el que se basa en la capacidad de cada individuo para ofrecer libremente su colaboración y pedir colaboración a cambio sin más restricciones que las de no actuar o situarse de tal manera que no permita a otros individuos actuar o situarse de igual forma. La base es, por tanto, no excluir a ningún individuo dado que la opción de vivir en solitario no se puede dar en la realidad. Se puede dar de hecho esa exclusión pero el sistema no será democrático lo cual, más que importar como definición, importa en sus consecuencias pues los que se sientan perjudicados y ligados a la fuerza a relaciones que van contra sus intereses, tratarán de romperlas, como decía antes. Está claro, por lo tanto, que si hay grupos que creen que se sienten perjudicados en un estado de cosas en el que su aportación a la sociedad no les beneficia, tratarán de cambiarlo y esto forma parte de la lógica del sistema con el límite de que el sistema no se rompa.

La evolución democrática de las sociedades modernas tenderá a continuas renegociaciones del papel de cada clase de agentes y de lo que obtienen con su participación pues el total de prosperidad, de seguridad y de libertad se repartirá según unas relaciones de valor dadas por las circunstancias de oferta y demanda. Los valores extremos podemos verlos claramente cuando un grupo organizado políticamente se apropia del poder y excluye a los otros. En ese caso, los excluidos salen perjudicados con respecto a vivir en libertad y tenderán a romper las relaciones sociales de derechos y obligaciones recíprocos.

Las revoluciones marxistas surgieron de la idea de que una clase dominante se apropiaba de la riqueza y la libertad de los demás y que el efecto de esto y el fin que debía buscar quien se sintiera perjudicado era excluir a esa clase del poder económico y político que primero había robado a la mayoría. Pero, aún si el caso hubiera sido ése, habría habido dos caminos: abrir el poder político y económico a la mayoría rompiendo el monopolio de la clase propietaria o crear un nuevo monopolio de poderes. Y mientras que la filosofía liberal e individualista fue siempre la de romper el monopolio de los reyes y los nobles, poderosos por nacimiento, y abrirlo a todo individuo por igual, la marxista y colectivista tendía a crear un contrapoder tan monopolizador como el anterior como única vía para oponérsele y organizado de forma cerrada subordinando a cada individuo a un mando centralizado que dirigiese el proceso. Es decir, lo mismo en un sentido político que en el rechazo marxista de que el valor de los bienes y servicios venga dado por la iniciativa libre individual y la capacidad de negociación en función del valor de lo que se aporta y de las necesidades de ello.

El rechazo marxista de que la mejor organización de la economía y su mayor productividad vengan dadas por la concurrencia de agentes libres, con el pretexto de que unos roban a los otros, se extiende a un rechazo de la libertad de actuar políticamente con el pretexto de que unos oprimen a los otros. Se centraliza así el mercado y la administración de los asuntos políticos y se ponen en manos de individuos y grupos que, paradójicamente, se consideran como fuera de toda restricción. Si, obviamente, los marxistas definen el valor como trabajo, no hay necesidad de mercado libre sino que el valor meramente debe ser calculado. Y si la organización política no viene definida por la concurrencia de los derechos y obligaciones individuales sino por una ideología a la que se atribuye el título de ciencia, no hay necesidad de decisiones democráticas sino que unos meros administradores de la ciencia calculan las que son convenientes o necesarias pues cualquier otra irá en daño de la colectividad. Según los marxistas, los administradores no se apropian ni oprimen porque hacen lo único que es científicamente posible porque es lo mejor. Sin embargo, es fácil ver que ese sistema lleva en sí mismo la causa de su desastre, cosa que los marxistas veían en los otros pero no en el suyo.



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jueves, 20 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 17

Hemos visto que la tesis marxista es que hay un conflicto social basado en la existencia de la propiedad privada y en el que, a través del progreso de la economía, se va haciendo mayor la cantidad de recursos que los propietarios de los medios de producción se reservan, pagando a los trabajadores por su trabajo una proporción cada vez menor de lo producido hasta llevarlos a la miseria. Pero como en el mismo proceso los propietarios crean mayores industrias con cada vez más trabajadores y más pobres, están creando y armando sin saberlo, sin quererlo o sin poder evitarlo, la fuerza que los va a destruir como clase social y, con ellos, al modelo económico basado en la propiedad privada. Según esa idea, es la propiedad privada la que da origen al progreso y a las transformaciones económicas y sociales pero, como una parte de estas transformaciones, llegará a ser superada y suprimida cuando se oponga a los nuevos cambios a que ha dado origen.

Hemos visto también que el mecanismo de creación de riqueza es otro muy diferente a lo que dice la teoría marxista y que no ha habido ese proceso de empobrecimiento de los obreros de las industrias que los haya llevado a la revolución ni que donde ha habido esas revoluciones se haya debido a los procesos económicos explicados según Marx. Pero la explicación de las revoluciones marxistas no está en que la teoría sea verdadera o falsa sino en la capacidad de unos grupos con un sentido de la estrategia a largo plazo para aprovechar circunstancias que movilicen a suficiente gente a su favor.

Evidentemente, cada persona se integra por una combinación variable de convicciones y conveniencias en una estructura social dentro de la que espera obtener mejores resultados que en solitario. Pero lo que hace funcionar esa estructura no es, tal y como dirían los marxistas, su contenido ideológico sino la manera en que efectivamente produce resultados. Unas cuantas personas animadas y convencidas, incluso por una idea falsa e irreal, pueden obtener resultados por el hecho de estar organizadas y coordinadas y por actuar con la decisión que les da creer en que tendrán éxito, pero no necesariamente porque su idea sea verdadera ni porque en realidad vayan a alcanzar el éxito a medio o largo plazo. Y como la verdad y las consecuencias futuras son algo más difícil de determinar que el éxito actual y visible, lo más frecuente es que una persona juzgue del éxito futuro de una idea o de una colectividad a partir del éxito pasado y presente del mismo modo que en todos los fenómenos de masas, desde los seguidores de un personaje público hasta los procesos especulativos en los mercados.

El ser humano, social por naturaleza, atiende a señales sociales evaluando la probabilidad de que algo sea verdadero por cuantos más datos independientes haya a su favor. Este mecanismo no es muy diferente del de una bandada de gorriones que pican en el suelo de manera que por puro azar unos estén picando mientras otros tengan la cabeza levantada. Basta que unos pocos inicien el vuelo para que todos o casi todos se lancen a volar sólo por la probabilidad de que los demás hayan visto un peligro. O lo mismo si se acercan a un sitio donde muchos picotean sólo por la probabilidad de que haya alimento. Pero el problema de los fenómenos de masas es que caigan en un bucle de datos aparentemente independientes pero que en realidad se amplifican de manera que un pequeño número de individuos coincidan en un comportamiento o idea y eso inicie un fenómeno de atracción basada en el instinto de suponer que hay algo real y más individuos compartan ese comportamiento atrayendo así a más y más.

Que la sociedad es una estructura basada en gran parte en fenómenos de masas queda claro porque las modas o las costumbres, desde el modo de pronunciar al de moverse, están reguladas por la atracción de los individuos hacia un modelo que agrupa a muchos preferentemente a uno poco extendido y se concreta en fenómenos psicológicos tan llamativos como la búsqueda de aceptación pública o la valoración individual de algo o alguien a través de su valoración pública previa.

Pues bien, el éxito de las ideas y prácticas marxistas no viene dado por su acierto al juzgar lo que es el valor económico de un bien o servicio ni por su acierto al desentrañar la esencia del cambio social o al prever su evolución sino por su capacidad para organizar a mucha gente con la convicción de que tendrán éxito y por dar fuerza práctica a esa creencia y voluntad de acción. Y en eso no creo que haya diferencia con el papel de ideologías sociales que tienen o han podido tener en otros tiempos las religiones.

El marxismo nace como filosofía o ideología para grupos de trabajadores o que aparecen alrededor de éstos. Y en la economía, la capacidad de un individuo poco especializado para obtener un gran precio por su trabajo es baja. Tan baja como sea su utilidad marginal para quien lo compra. Por eso la tendencia de las industrias es a la absorción de los competidores y al monopolio, pues de esa manera desaparecen los que pueden ofrecer lo mismo y aumenta la capacidad para imponer un precio alto. Y, lo mismo que las empresas al monopolio, los trabajadores tenderán siempre a imponerse a su competencia que son los otros trabajadores o a absorberla en un colectivo de intereses idénticos y coordinados. He dicho siempre, además, que la coordinación y la especialización de los agentes dentro de un grupo, sea la sociedad o cualquier mercado, produce mejores rendimientos para toda la sociedad o todo ese mercado. Entonces, ¿cómo no apreciarán los trabajadores la mejora en su capacidad para exigir un precio mayor para su trabajo cuando sus demandas son colectivas y coordinadas? ¿No es eso lo que hace una empresa con una central de compras?

Por lo tanto, la ganancia que da la teoría marxista a los trabajadores no viene porque sea verdadera ni los lleve por la vía del progreso sino porque, en cualquier caso, les permite organizarse en un colectivo dotado de una ideología y unos fines comunes. Y es esa ganancia de hecho y visible la que se juzga y no las verdades de la ciencia económica o la exactitud de las previsiones acerca del curso histórico de los acontecimientos. Y tanto más cuanto que el colectivo beneficiado sea amplio y vea resultados tangibles aunque pequeños, pero también grandes aunque ideales si se toma los primeros por signo y criterio de los segundos. Por estos motivos, precisamente, es por lo que la evolución de los colectivos marxistas y su papel en las sociedades actuales es tan diferente en las sociedades modernas y diversificadas de lo que lo es en las atrasadas y clasistas o las sometidas a graves crisis.

En las sociedades industrializadas, lejos del empobrecimiento, los trabajadores han visto progresar su bienestar al convertirse en agentes especializados y ser capaces de hacer valer de forma creciente esa capacidad para crear riqueza como valor que exige un mejor pago. Y no sólo porque los propietarios de las industrias hayan considerado oportuno crear una demanda solvente para más productos sino por la capacidad de presión de unos sindicatos activos y los impulsos políticos de quienes creeen en el valor de una sociedad cohesionada con mínimos de vida garantizados (1) o ven utilidad en que exista.

En esas circunstancias, la labor útil de negociación se demuestra por los resultados en las mejoras de vida y de condiciones laborales. Por el contrario, en sociedades atrasadas la negociación no proporciona resultados porque con frecuencia los trabajadores son meros peones de labores que cualquiera puede realizar con poco entrenamiento, de manera que cada trabajador puede ser reemplazado por otro si se niega a trabajar o porque, en realidad, la mayoría de la población apenas produce para algo más que su subsistencia importando nada o poco más que nada sus demandas. Con esos condicionantes se puede ver creíble o necesario un cambio absoluto, sea cual sea la teoría que dice sustentarlo. Alguien mal pagado por su trabajo o que apenas puede generar excedentes que vender se ve tantas veces cerca de la muerte o la miseria que puede apostar a un cambio que promete un resultado esplendoroso aun con cierto riesgo. O bien su riesgo de no hacer nada es muy grande o bien puede sobreestimar un gran premio prometido como el jugador de Lotería o el apostador por la vida eterna con los criterios de la apuesta de Pascal (2). Es así como los grupos marxistas han convencido a masas empobrecidas de que les convenía apostar por sus tesis.

El tipo de teoría que es el marxismo reúne las cualidades para tener mayor efecto en situaciones de miseria o desconcierto pues conjuga una teoría amplia y profunda con un impulso a la acción muy decidido. Un economista podría escuchar indefinidamente un debate entre un partidario del keynesianismo y otro del monetarismo. Un ciudadano de un país desarrollado, suficientemente formado y satisfecho, podrá tomar en consideración esos argumentos en los ratos libres. Pero alguien que ve de cerca la miseria no tiene tanta paciencia ni tanto tiempo para hacer algo provechoso que le permita salir de ella y menos distraerse con debates filosóficos. Probablemente escuche con más gusto una ideología que le asegura un futuro, y no como algo más o menos probable sino con una certeza directamente proporcional a la convicción y energía con que la acepte. En esos casos, además, como en otros fenómenos de masas, y especialmente en las supersticiones o en las creencias religiosas, el que duda no es visto tanto como un escéptico o un crítico sino como un enemigo o un traidor que impide o retrasa la llegada del momento deseado. Esa condición de situarse de un lado o del otro de una linea y de urgir a tomar postura no es propia del debate científico pero sí de todo fenómeno de masas donde se perciba un enfrentamiento entre dos posturas fuertemente antagonistas, y hemos visto que Marx traza esa oposición entre los propietarios y sus obreros explotados tan claramente y de forma tan irremediable como una religión o una raza fanáticas la trazan contra los que llaman sus enemigos.




Nota 1: Aguien tan poco izquierdista como Otto von Bismarck implanta en Alemania la Ley del Seguro de Enfermedad en 1883.  "Seguridad social" en Wiki  (Subir)

Nota 2: Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no está más dañada, eligiendo la una o la otra, puesto que es necesario elegir. He aquí un punto vacío. ¿Pero su bienaventuranza? Vamos a pesar la ganancia y la pérdida, eligiendo cruz (de cara o cruz) para el hecho de que Dios existe. Estimemos estos dos casos: si usted gana, usted gana todo; si usted pierde, usted no pierde nada. Apueste usted que Él existe, sin titubear.

Pensamientos. Blaise Pascal (1670)
 "Apuesta de Pascal" en Wiki  (Subir)




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lunes, 17 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 16

Probablemente en cualquier momento se pueda percibir que la distribución de la riqueza sea desigual en las sociedades modernas pero eso no es motivo para ninguna acción individual ni mucho menos para que reciba una respuesta social organizada, primero porque lo que se vive como habitual y sin especial molestia se percibe como natural, como los habitantes del desierto no se extrañan del calor o la sequedad ni los del ártico, del frío y el hielo; después porque forma parte del esquema de cada persona tratar de sacar provecho de sus ventajas y pocos se extrañan tampoco de que los demás lo hagan salvo que sea en su claro perjuicio y, por fin, porque puede existir una ideología aceptada que muestre que las cosas son así necesariamente. Pero en los momentos de escasez, de pobreza, falla la primera base porque la vida se hace muy difícil y nadie asume libremente estar condenado a la miseria o la muerte, la segunda por la sensación de que unos tienen en riesgo su vida mientras que algunos están a salvo y la tercera porque cualquier ideología casi siempre se abandona cuando es algo evidente lo que se le opone.

Los momentos de crisis, sea económica o social, son aquellos en los que con mayor probabilidad los que se consideren desfavorecidos van a cuestionar la parte que les toca en el reparto y en los que pueden hacer subir el precio que exijan por su aportación a la estabilidad social. Por eso la historia es más bien la de periodos de equilibrio en los que las innovaciones se incorporan poco a poco frente a conflictos en los que el modelo vigente se muestra incapaz de gestionar el cambio y se buscan las salidas de una manera razonable o desesperada. No creo que se pueda argumentar que el progreso es constante ni inevitable ni que la existencia de cualquier modelo social o económico es la de un cambio imparable que genera sus crisis necesariamente. Parece que cada modelo social, ideológico, económico tiende a gestionar los recursos de los que dispone y que cambia cuando se enfrenta a un cambio de su entorno, incluida la presencia de grupos sociales, modelos o ideologías rivales. Digo esto porque en la actualidad se pueden ver grupos humanos de cazadores recolectores que quizá no hayan cambiado en lo esencial desde hace milenios y no es una especie de fuerza interna la que les hace cambiar o no cambiar en una dirección sino su adaptación a un entorno cambiante. Y cuando las presiones del ambiente se mantienen constantes puede ser una tendencia útil no invertir en innovaciones que llevan a un gasto que no reporta beneficios. Toda innovación implica un coste por lo que se hace más otro por lo que se deja de hacer y puede suceder que los resultados de una innovación no compensen ambos costes, que es lo que me inclina a pensar que los cambios en Europa se debieron a unas afortunadas circunstancias de desarrollo científico, social y disponibilidad de recursos naturales.

Pero si la crisis es profunda o se prevé que pueda serlo se puede buscar un modelo alternativo al vigente como una especie de inversión en innovación tal que el resultado vaya a compensar los costes en un momento en el que el coste de no hacer nada puede ser demasiado grande. Y, a la hora de buscar un cambio, creo que cualquier persona busca aumentar su bienestar y, al menos, los de algunas personas que considera instintivamente su entorno natural y eso puede pasar necesariamente por alianzas para compartir ese bienestar ya existente o el que se espera conseguir entre todos. Lo que diferencia la sociedad humana de otras no es Cultura frente a Naturaleza sino una naturaleza que incorpora cultura en un grado mucho mayor que otras especies y una capacidad para imaginar, es decir, representarse mentalmente una situación no conocida ya sea sobre el pasado, el presente o el futuro. Las acciones individuales no se deben, por tanto, al resultado invariable de un rígido instinto sino a un proceso de decisión que incorpora conocimientos y preferencias anteriores y que evalúa las posibles situaciones que se puedan dar en el futuro conforme se tomen unas decisiones u otras. La idea de que los beneficiarios de una situación social van a ser indiferentes a sus consecuencias es absurda y va contra cualquier evidencia acerca de cómo actúa una persona consciente de sus actos.

Un mecanismo ciego como el que describe la evolución del sistema económico según los marxistas es, por lo tanto, paradójico, si no es suficientemente paradójico que los marxistas crean en ello considerándose los paladines de modelos dialécticos y no mecanicistas. El hecho es que el desarrollo de la economía sólo es posible como un mercado en el que cada vez más agentes se especializan en sus funciones produciendo más e intercambiando sus bienes y servicios. Y es obvio que un mercado más amplio incorpora más capacidad de especialización, mayor producción y riqueza total y que eso no puede suceder sin algún aumento de la riqueza individual y sin la mejora en el trabajo de cada agente individual de tal manera que prefiera esa situación a la precedente. Así, los industriales y comerciantes o el que vende su trabajo desearían siempre encontrar muchos compradores para sus productos y pocos productores en competencia con ellos, con una única solución posible: la máxima diversificación. Es obvio que la concentración de la producción significa pocos productores y menos riqueza total, como si los artesanos se limitaran a fabricar azadas y no hoces, guadañas o herraduras. Al contrario, la diversificación implica mucha producción de muchos elementos diferentes y que pueden satisfacer todo tipo de necesidades o preferencias.

Creo que, simplemente por eso, las sociedades industriales más modernas, las de los EE UU e Inglaterra antes que ninguna, progresaron hacia niveles de diversificación económica en los que no bastaba con peones que extrajeran carbón de las minas sin saber hacer otra cosa sino que hacían necesarios muchos trabajadores especializados produciendo mercancías que incorporaban tecnología y oficio en su diseño y elaboración. Y ese trabajo especializado sólo era posible si se retribuía mejor que un trabajo no especializado. Todo lo contrario de un camino progresivo de los obreros hacia la miseria. Y la consecuencia esperable es que la situación no evolucionó tampoco hacia una revolución en los países industrializados.

Pero la sociedad no es exclusiva ni principalmente un mercado de bienes y servicios sino un sistema de compromisos de cooperación actuales y aplazados acerca de la seguridad de la vida, de la garantía de la libertad y la protección contra las agresiones. Y el que forma parte de una sociedad pero se siente abandonado no tendrá demasiados motivos para colaborar en su sostenimiento y buscará una alianza con personas o grupos que le aseguren un incremento de seguridad o de la sensación de seguridad. Por eso las sociedades son resultados de muchos tipos de interacción entre muchas personas y grupos y no podríamos entender ninguna de ellas a lo largo de la historia sin clanes familiares, sectas religiosas, asociaciones de intereses comunes, grupos contra grupos o cualesquiera otras estructuras en las que el individuo se sienta integrado y protegido. Si combinamos ambas condiciones, económicas y sociales, tenemos que los partidos políticos y asociaciones cuya finalidad sea influir en la estructura y funcionamiento del Estado tienen su fuerza precisamente en las sociedades diversificadas en las que los individuos no tienen un valor marginal muy bajo, como un campesino que puede ser reemplazado por otro campesino, sino el de partes con funciones especializadas de las que dependen otras partes y que pueden paralizar el conjunto negando su colaboración. En sociedades menos diversificadas la fuerza es la pura masa y su capacidad para imponerse en una situación pero en una sociedad moderna es necesario que toda la estructura funcione y no hace falta mucha fuerza para conseguir que no lo haga.

De este modo, los grupos de trabajadores, incluso los que los marxistas considerarían que consolidan el sistema al no sumarse a una revolución, adquieren una fuerza con la que otros grupos necesitarán contar. Los trabajadores, es decir, la mayoría de la parte más baja de cualquier pirámide social, pueden ver cómo su vida puede mejorar dentro de una estructura política y económica en la que tienen el valor de una parte indispensable, en la que es necesario contar con el individuo y no sólo con su trabajo sino también con su opinión y sus deseos. Por eso la evolución de los países más adelantados económicamente fue la de unos adelantados también en el progreso político y no a través de una crisis que desembocara en una revolución sino a través de la formación de sindicatos, partidos políticos y medios de comunicación capaces de participar cada vez más en la vida y gobierno del colectivo social. Sólo en los casos más duros de crisis económicas o políticas o en las situaciones menos avanzadas pudieron los partidarios de la revolución llevar a cabo sus planes.

El caso de Rusia y sus revoluciones debería de ser significativo pues tienen éxito en el marco de una derrota militar en la Primera Guerra Mundial y de la incapacidad manifiesta de la autocracia zarista para afrontar las crisis. La Revolución de Febrero (1) termina con la abdicación del Zar Nicolás II y la instauración de un gobierno provisional. Sin embargo lo que ha sido llamado la Revolución de Octubre (2) es el Golpe de Estado que dan los bolcheviques contra Kerensky, (3) un socialdemócrata, apoyándose en la violencia y en la propaganda de acabar con la participación en la guerra que el Gobierno provisional deseaba continuar. Es llamativo que fuera el gobierno alemán durante la PGM quien franqueó el paso a Lenin a través de sus territorios desde Suiza hasta Rusia para conseguir la paz en el frente ruso, (4) que los bolcheviques aceptaron con enormes cesiones, pago de hecho de Lenin a sus benefactores.

Como decía antes, los marxistas no aceptan el valor del intercambio y de las aportaciones individuales sino que imaginan que sólo un mando centralizado puede organizar la economía y la vida política. Así, tras el golpe de Estado de Lenin, lo que se logra es una dictadura y una guerra civil pues la democracia que consiste en valorar lo que cada individuo aporta a la sociedad queda descartada si se cree oportuno desalojar a la mayoría del poder por la fuerza. Ahora bien, las ideas no triunfan por ser verdaderas, a veces ni siquiera entre científicos, sino por agrupar a suficientes personas de un modo organizado frente a menos personas o peor organizadas y está claro que Lenin organizó políticamente a los bolcheviques y Trotsky los organizó militarmente, siendo capaces de ganar la guerra civil.

En realidad, en ningún sitio donde triunfaron los partidos marxistas había habido una industrialización y una acumulación de riqueza que llevara a los trabajadores a la revolución. Ni en China, donde los comunistas triunfan en una guerra civil contra los nacionalistas tras la Segunda Guerra Mundial, ni en Europa, donde los países bajo control de los ejércitos de la U.R.S.S. pasan a estar controlados por gobiernos títeres comunistas. Guerras, golpes de Estado y acciones guerrilleras dan idea de lo alejada de los hechos que está la teoría marxista. Donde la evolución de las sociedades pudo seguir un cauce democrático no hubo revoluciones sino un reforzamiento del papel del individuo como creador especializado de bienestar y como beneficiario de ese estado de bienestar.

Las teorías marxistas no son, por tanto, un diagnóstico adecuado de los problemas que pueden existir a lo largo del progreso social y económico ni un buen pronóstico del curso que probablemente sigan los hechos. Nada ha ocurrido como preveía Marx. Pero donde en otras circunstancias de atraso, miseria o violencia los grupos marxistas tomaron el control del Estado y de la economía, tampoco mostraron capacidad para mejorar el bienestar, para acelerar el progreso y en general ni siquiera para continuarlo a buen ritmo, para democratizar la vida política ni para evitar caer en graves crisis. Quizá eso debería ser suficiente para mostrar la falsedad de la teoría, aparte del análisis de sus principios teóricos.




Nota 1: La Revolución de febrero de 1917, que tuvo lugar en Rusia, marcó la primera etapa de la Revolución rusa de 1917. Ella provocó la abdicación del zar Nicolás II.

Esta revolución nació como una reacción a la política realizada por el zar, en particular, la implicación directa de Rusia en la Primera Guerra Mundial, a la cual se oponía una alianza en mayor parte liberal formada por reformistas políticos quienes querían establecer una asamblea constituyente escogida democráticamente. El régimen naciente resultó de una alianza entre liberales y socialistas, creando un ejecutivo elegido democráticamente y una asamblea constituyente.

En la primera mitad de febrero de 1917, el inicio de una hambruna provocó revueltas en la capital Petrogrado. El 18 de febrero (JU), la mayor fábrica de Petrogrado, la factoría Putilov, anunció una huelga; se disparó a los huelguistas y algunas tiendas cerraron, lo que provocó insurrecciones en otros centros de producción. El 23 de febrero (JU) (8 de marzo, GR), se celebró una serie de mítines y manifestaciones con motivo del Día Internacional de la Mujer que progresivamente alcanzaron un fuerte tono político y económico. Llegado un momento, se envió un batallón de soldados a la ciudad para apaciguar el levantamiento, pero muchos de ellos no sólo prefirieron desertar sino que se rebelaron contra su jerarquía. Estos acontecimientos obligaron a Nicolás II a abdicar el 2 de marzo (JU) (15 de marzo, GR). Tras frustrarse la primera intención del zar de ceder el poder a su hermano menor, el Duque Mikhaíl Alexándrovich, el gobierno quedó a cargo de un gobierno provisional que duraría hasta que se llevaran a cabo elecciones para la creación de una asamblea constituyente.
 "Revolución de Febrero" en Wiki  (Subir)

Nota 2: La Revolución de Octubre, también conocida como Revolución Bolchevique o Revolución Soviética, fue la segunda fase de la Revolución Rusa de 1917, tras la Revolución de Febrero.

La denominación de hechos históricos determinantes por los meses proviene de una costumbre francesa (periodos de brumario o thermidor para la Revolución Francesa, revolución o monarquía de julio para los acontecimientos de 1830 y Luis Felipe de Orleans). En España se acostumbraba a motejar al franquismo como el Régimen del 18 de julio. Es curioso señalar que la fecha octubre, inmortalizada por la épica revolucionara y el título de la película de Sergei Eisenstein, corresponde al calendario juliano vigente en la Rusia zarista, después abolido por la Revolución. En el resto del mundo, bajo el calendario gregoriano, las fechas serían del mes de noviembre.

La Revolución de Octubre fue liderada por los bolcheviques bajo la dirección de Vladimir Lenin y significó la primera revolución comunista declarada del siglo XX. Las actividades revolucionarias en Petrogrado, que acabaron siendo decisivas, estuvieron comandadas por el sóviet de la capital, dirigido por León Trotsky, y el Comité Militar Revolucionario controlado por Adolph Joffe.

La revolución culminó con una insurrección militar-popular que derribó al gobierno provisional, y conduciría a una guerra civil (1918–1920) y a la posterior creación de la Unión Soviética en 1922.
 "Revolución de Octubre" en Wiki  (Subir)

Nota 3: Aleksandr Fiódorovich Kérensky (ruso: Александр Фёдорович Керенский) (Simbirsk, 22 de abril de 1881 - 2 de mayo según el Calendario Gregoriano) - Nueva York, 11 de junio de 1970), político socialdemócrata, abogado de profesión, fue un líder revolucionario ruso que desempeñó un papel primordial en el derrocamiento del régimen zarista en Rusia. Fue el segundo primer ministro del gobierno provisional instaurado tras la Revolución de Febrero. Fue capaz de hacer fracasar el golpe de Kornilov, pero no pudo evitar la Revolución de Octubre en la que los bolcheviques tomaron el poder.  "Aleksandr Kérensky" en Wiki  (Subir)

Nota 4: La Paz de Brest-Litovsk es un Tratado de paz firmado el 3 de marzo de 1918 en la ciudad polaca de Brest-Litovsk (entonces bajo soberanía rusa, en la actualidad denominada Brest y perteneciente a Bielorrusia), entre Alemania, Bulgaria, el Imperio Austrohúngaro y Rusia. En él, la Rusia soviética renunciaba a Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, que a partir de entonces quedaron bajo el dominio y la explotación económica de los Imperios Centrales. Asimismo, entregó Ardahan, Kars y Batumi al Imperio otomano. Con este tratado, Alemania reforzó el frente occidental con efectivos orientales.

Tras la revolución bolchevique, Lenin decidió sacar a la naciente Unión Soviética de la guerra a cualquier precio. Lev Trotsky, que era el comisario de relaciones Exteriores del gobierno bolchevique, trató de prolongar lo máximo las negociaciones, pero el envite final alemán en febrero de 1918 derrumbó las menguadas y desorganizadas tropas de la Rusia soviética. Para poder hacer frente al Ejército Blanco en la Guerra Civil Rusa, Lenin tuvo aceptar las durísimas condiciones alemanas. Se firmó el tratado de paz de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, en virtud del cual Rusia cedía extensos territorios.
 "Paz de Brest-Litovsk" en Wiki  (Subir)




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domingo, 16 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 15

Lo que he explicado del Juego del Ultimatum hace evidente que, si se engaña a B sobre las ganancias reales de A, o si simplemente B las desconoce, está mejor dispuesto a estimar sólo su ganancia. Pero vemos por los experimentos realizados en variados sitios y culturas que cuando se conocen se rechaza casi de forma sistemática la desigualdad y la sensación de hacer ganar mucho sin participar en ello. Y antes decía que, en mi opinión, el carácter comunitario de los seres humanos se hace presente incluso en este caso, en el que no hay relaciones mutuas ni expectativas para un futuro.

Se comentaba recientemente la posibilidad de que los niños prefiriesen (1) a las personas que muestran un comportamiento altruista con otros. Y probablemente todos lo hacemos y no por altruismo sino por un instinto obvio: si alguien queda identificado como egoísta o poco dispuesto a devolver favores, la probabilidad de que se comporte con nosotros de esa misma manera es grande y, por tanto, es poco razonable invertir cuidados y ayuda en él. Nadie se extraña, sin embargo, de que una madre prefiera a sus hijos o un pariente o un amigo a los suyos, pero la intuición de que alguien nos puede perjudicar no carece ni de importancia ni de consecuencias.

Entonces, si todos los que son conscientes de que en el juego social o económico unos resultan mucho más beneficiados que otros evalúan del mismo modo el papel del egoísmo y del altruismo, lo probable es que se rechace en la medida de lo posible el comportamiento del que se enriquece muy por encima de lo demás y se lo tache de egoísta, insolidario o asocial. Y en el juego social las ganancias de los favorecidos suelen ser tan evidentes como riquezas y poder, de forma que el perjudicado va a reaccionar intuitivamente con la misma predisposición al rechazo que en el juego sociológico.

Sería poco realista un modelo basado en ignorar la agresión y el egoísmo, pues existen, o en que entre personas de la misma condición se den los robos, engaños y todo tipo de crímenes, de forma que las únicas injusticias entren en el mundo a través de la división del trabajo o la propiedad. Así que los desfavorecidos pueden tener como opción negarse a participar en el juego haciendo ganar una cantidad desproporcionada a otros si ellos se sienten perjudicados o simplemente tratar de elevar su valor en el juego social o de disminuir el coste de lo que ofrecen, en competencia con las personas de su misma condición y, por lo tanto, económicamente equivalentes. Dependerá de la situación, de la organización y de la ideología y así vemos que ha sucedido.

El progreso de los pocos artesanos que abastecían de productos de lujo a sus señores no estaba relacionado con el bienestar de la mayoría. Podemos ver los lujosos objetos celtas del periodo La Tène, las joyas de oro de las tumbas escitas o el tesoro de Tutankhamon para darnos cuenta de que a los buenos orfebres nunca les faltó un patrón ni una buena vida. Pero una vez saturado el mercado de lujo queda abierto el de los bienes de lujo o de mera necesidad de la mayoría de la población y es ahí donde crece el número de los artesanos y donde tiene su terreno la industria. Es ahí donde los artesanos, industriales y comerciantes innovadores son capaces de encontrar un mercado potencialmente enorme para sus productos y donde van a ver una coalición de intereses entre su provecho y el de la mayoría. La idea marxista de que los propietarios van a expoliar a los trabajadores hasta reducirlos a la miseria choca nuevamente con la evidencia. Una masa de desharrapados no puede comprar todas las telas que salían de los telares ingleses ni el comercio de lujo sería suficiente para justificar las grandes inversiones industriales y comerciales y la evolución prevista por el marxismo de cada vez mayor concentración de la riqueza y mayor difusión de la miseria hacia los pequeños propietarios, industriales o comerciantes choca con los datos reales.

Hay tres fuerzas evidentes que pueden explicar eso: la primera, como he dicho, la percepción de que si puedes fabricar en masa reduciendo costes necesitas una masa de compradores que absorba lo producido y es tu interés que exista y tenga los recursos suficientes para crear una demanda solvente; la segunda, las alianzas sociológicas y políticas entre los que están interesados en la extensión de la riqueza; y la tercera, la competencia entre sociedades retrasadas y divididas en una minoría de riqueza ostentosa y una mayoría sin recursos, con baja o nula cohesión social (salvo por factores ideológicos como la religión o la nacionalidad) y las más igualitarias.

Lo oportuno es que los historiadores estudien estas fuerzas pero se me ocurren sencillos ejemplos de batallas entre los numerosos ejércitos de señores rodeados de siervos, como los persas, frente a cerradas filas de hóplitas atenienses que pagaban su armadura con sus recursos. O quizá fuera simplemente la capacidad de una sociedad diversificada y eficaz económicamente para sostener una guerra contra una pobre con una exigua minoría de ricos opulentos.

Pero el hecho histórico es que por conveniencia o porque ni siquiera los situados a media altura en la pirámide social dejarían de verse estafados al ver enriquecerse a los de más arriba sin participar de ello, la élites de poder ha sido constantemente desafiadas y derribadas por alianzas entre los de la parte baja de la pirámide. Los seres humanos podemos comprender el mundo dividiéndolo en categorías y clasificando cada hecho como consecuencia particular de una regla general. Por eso, los comportamientos humanos no escapan a una visión teórica en forma de ética en la que se valore la predisposición de unos para ayudar a otros que antes les ayudaron o para interesarse en su bienestar. Y no es extraño que en medio de guerras o carestías los menos favorecidos cuestionen el valor de la élites para la dirección de la sociedad y lo que aportan de riqueza y bienestar.

Las revoluciones liberales fueron un ejemplo de esto como alianza de los comerciantes y artesanos con las poblaciones que se sentían desfavorecidas en el orden estamental contra la minoría en el poder y las contrarrevoluciones conservadoras, fuera cual fuera su pretexto ideológico, ponían de manifiesto una alianza entre quienes se sentían perjudicados por la sociedad industrial y liberal. El marxismo no podía ser otra cosa que una alianza entre los obreros industriales y una pequeña élite intelectual que se sentía desfavorecida en el modelo de sociedad.

Los obreros han llegado a ver la riqueza que acumulan los propietarios y no valoran tanto su propio bienestar o si se ha incrementado desde que dejaron el campo y las azadas en forma de ropa más barata con las telas que fabrican sino que en una forma de juego de ultimatum ellos reciben una mínima parte de lo ganado en conjunto. Y en medio de alguna crisis en la que la pobreza ya no se vive como relativa sino como absoluta la paciencia se agota fácilmente y la sensación de estar siendo estafados llega a disparar su ira. Quizá por eso, los revolucionarios socialistas actuaron más como ideólogos que como científicos o filósofos, es decir, más tratando de organizar unas fuerzas impulsadas por la sensación de injusticia que tratando de comprender las raíces del hecho. Y quizá precisamente por eso, Marx no trató tanto de comprender como de transformar la situación y dibujó un esquema teórico más capaz de movilizar las fuerzas de las clases obreras que de convencer a alguien en un debate racional.

Podemos decir, por lo tanto, que el marxismo es fruto de una situación de tensión social y que es uno de los resultados esperables de alianzas de clases bajas contra clases altas. Pero su esquema teórico falla en sus presupuestos al despreciar el valor de los que crean, organizan e innovan para reforzar el valor del trabajo. Sería dudar demasiado de la honestidad intelectual de Karl Marx o sobreestimar su capacidad para engañarse sostener que su teoría vendía a los obreros una posición más elevada en la sociedad socialista que en la liberal sólo con el fin de compraran socialismo y no liberalismo, pero las consecuencias son esas. Y las de que los innovadores y creadores de riqueza no se sintieron favorecidos, también.

Y no sólo en lo económico sino en lo político. El marxismo interpretaba que, según su teoría, la oposición entre propietarios y trabajadores iba a ser creciente hasta llegar a un estado de miseria tal entre los obreros que la rebelión fuese su única salida natural. Y en ese estado de rebelión difícilmente se podría llegar a un consenso democrático entre una minoría ávida de expoliar la última gota de sangre a los obreros y unos trabajadores exhaustos sino que la lucha de clases iba a adquirir tintes de drama y la vida de los trabajadores y su necesidad de liberarse, con las fuerzas del progreso encarceladas por los capitalistas monopolistas de su parte, daría lugar a un enfrentamiento violento que haría imprescindible un control absoluto de las fuerzas socialistas sobre el Estado y la economía.

Es decir, el marxismo no sólo creía que las iniciativas individuales en lo económico sólo podían ir en una línea de desproveer progresivamente a unos en beneficio de otros sino que la pluralidad política sólo podía sostener esa línea o evitar o retrasar la llegada de la sociedad sin clases. Por lo tanto, si la iniciativa individual expoliaba a los trabajadores, los socialistas proponían una administración centralizada de la economía que retribuyera a cada uno en función de su valor de trabajo, teóricamente igual para todos. Y si la iniciativa individual en lo político no era compatible con esa administración centralizada de todas las fuerzas de una sociedad, la pluralidad debía ser eliminada y la dirección política centralizada en unas manos únicas: las de la vanguardia de la clase trabajadora.


Nota 1:
Herencia en los juicios de valor
Escrito el 26 de Noviembre de 2007 en Evolución, Ciencia y Mundo, Selección natural y Divulgación

“Los bebés saben elegir a las personas“. Muchas veces escuchamos esta frase, y otras similares, para dar a entender la supuesta capacidad innata que poseen los niños de menos de un año para elegir quien le acune mejor. Sin embargo, no dejaba de ser un comentario gratuito y sin prueba alguna, al menos hasta ahora.
 "Herencia en los juicios de valor" en El blog de Evolutionibus

"Social evaluation by preverbal infants" en Nature

"Babies Prefer Good Samaritans" en ScienceDaily

"Los bebés distinguen al enemigo" en BBC Mundo.com 

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sábado, 15 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 14

Hemos visto en los ejemplos anteriores algo que sin más argumentación debería explicar el éxito del liberalismo y el fracaso del marxismo: el del campesino que aumenta su producción de comida al dejar la producción de azadas a otro más habilidoso y comprarle las que necesite a un coste menor para él que lo que le supone fabricarlas. Su ganancia no depende directamente del trabajo que invierte el artesano de azadas en cada azada sino sólo de que el coste de la azada sea menor para él. Podrá ignorar totalmente si el fabricante de azadas se enriquece o no (veremos más tarde que eso es una situación sociológicamente irreal) y decidirá comprar la azada porque sus propios resultados son mejores que no comprándola.

Vemos así que la mejora en su vida para el comprador de la azada se debe a que dentro del sistema social y económico ha aparecido otro agente con otras cualidades. Basta que la especialización haga de cada individuo un agente más eficaz en su trabajo que si tuviera que atender a todas sus necesidades. De hecho, en mi opinión, el progreso de la humanidad ha sido una serie de ciclos que se realimentan y en los que un mayor número de personas debido a la mejora de las técnicas daba lugar a una especialización y ésta, a una nueva mejora en las técnicas. Pero si se supone que el enriquecimiento de un agente sólo se produce a costa de otro, el progreso sería imposible e iría contra una situación tan sencilla como que varios humanos cazando pueden abatir a un animal grande que uno sólo no podría o, como ya decía antes, que un enfermo sobrevive gracias a los cuidados de otros mientras se encuentra incapacitado para alimentarse por sí mismo.

Consideremos, por el contrario, que la especialización produce un mayor volumen de producción, de mejor calidad e incluso que el riesgo queda atenuado en una sociedad interconectada que actúe como mutualidad, aunque sólo sea por el comercio. Conocemos ejemplos de la antigüedad en que un país compraba alimentos a otro debido a la sequía y eso era la diferencia entre morir o sobrevivir.

Por tanto, la visión pesimista o francamente catastrofista acerca del enriquecimiento de unos a costa necesariamente de otros queda demostrada como falsa. Los obreros de los telares mecánicos pudieron sentirse empobrecidos o no, pero el hecho es que con ellos se producía un mayor volumen de telas y más baratas, artículos que debían ser comprados y disfrutados por alguien si el asunto tenía sentido económico. Y, precisamente, lo que dio lugar al despegue del crecimiento industrial progresivamente acelerado fue la producción en masa, sólo comercializable como más productos para más personas. El industrial que construía telares o el ingeniero que los diseñaba causaban, como en los ejemplos anteriores de los campesinos y las azadas, una mejora en la vida de alguien diferente de ellos y hay que ser muy obstinado para sostener que el crecimiento de la industria se produjo sin beneficios para la mayoría. Y eso considerando sólo la producción de bienes sencillos, pero ¿y si incluimos que la especialización producía mejores médicos o científicos que daban lugar a mayores progresos? ¿Y si incluimos el total de bienestar en horas de trabajo, bienes y servicios disponibles para la población de los países industriales frente a los que disponían los habitantes de esos mismos países a principios del siglo XIX?

Es obvio que algo falla en el análisis marxista y que sus previsiones han resultado erradas por estar basadas en una teoría del valor que no tiene en cuenta las iniciativas innovadoras individuales y su creación de riqueza incluso para quienes no saben de la existencia de tales innovaciones (los metales y los plásticos habrán llegado probablemente antes a una tribu perdida del Amazonas o Nueva Guinea que ninguna información sobre industrias y división del trabajo). Sin embargo, como decía antes, no creo que se trate sólo de esto sino también, o principalmente, de que la sociedad es por esencia un ámbito de cooperación.

Hay un experimento sociológico conocido como el Juego del Ultimatum (1) en el que se ofrece una sola vez una cantidad a una persona A con la condición de que ofrezca parte de esa cantidad a una persona B que conoce las ofertas, pero A y B no se conocen entre ellas. La racionalidad tratada como en los ejemplos anteriores llevaría a que B aceptase cualquier oferta ya que, independientemente de cuánto gane A, cualquier cantidad que reciba B es una ganancia. Y sin embargo no sucede así y B suele rechazar ofertas por debajo del 20% a pesar de que pierda.

Se me ocurren varias críticas al experimento ya que el hecho de que A y B no se conozcan no suprime la naturaleza social y los instintos y actitudes sociales de los individuos. La sensación de estar siendo estafado es frecuente en las respuestas de B. Otra cosa es que si las cantidades de dinero son pequeñas será más probable que se rechacen las ofertas, pero si alguien recibe seriamente la oferta de un millón de euros, aunque sólo sea el 1% de la oferta a A, y la rechaza comenzaré a pensar de otra manera.

La aplicación a lo dicho anteriormente es que si un agente A se enriquece en una cantidad que el agente B considere injusta en el mismo sentido que en el juego del ultimatum, el agente B puede rechazar el trato a pesar de salir perdiendo, pero quizá con la idea de no haber sido estafado. Si el fabricante, el innovador, el organizador obtienen unas ganancias con sus aportaciones a la economía que los demás individuos consideren injustas, la probabilidad de que se rechacen es tanto mayor cuanto más injustas se perciban.

No se puede ignorar la influencia de este factor como si los cálculos de ganancias estuvieran limitados a las meras cantidades de dinero o recursos y no incluyeran algo relativo a la cohesión social. Y esto, a mi juicio, es lo que produce dos consecuencias aparentemente contradictorias: la primera, la percepción como rechazable y como expoliación de cosas que la teoría liberal, como en mis argumentos anteriores, consideraría una ganancia individual y social; y la segunda, la sensación entre los beneficiarios netos de un trato del tipo del juego de estar perdiendo en el juego social mientras ganan en el económico.

Decía que la sociedad es una relación entre individuos tal que cada uno espera salir ganando desde un punto de vista intuitivo o instintivo y que esa valoración de costes, es decir, la libertad que pierdo para buscar mi propio beneficio (la tendencia hacia el polo de la libertad individual) frente al valor de la sociedad, es decir, lo que obtengo al estar sometido a las restricciones de la sociedad (la tendencia hacia el polo de la cohesión social) es lo que cada individuo evalúa constantemente y lo que le hace participar en la sociedad o rechazarla. Explicar esto es quizá tema para otro sitio, pero trataré de hacerlo aquí con brevedad. El altruismo desde el punto de vista evolutivo es posible cuando los genes que intervienen en su existencia aumentan su frecuencia en la población (que es lo decisivo como explicación de genética de poblaciones de la evolución) y el sacrificio, incluso de la vida, de un individuo con la pérdida de sus genes, aumenta la probabilidad de supervivencia de los mismos genes en la población, es decir, los de sus parientes cercanos, al menos. De esta forma, hay un instinto social que regula actos que no son juzgados racionalmente sino por el instinto que ha hecho evolucionar a nuestra especie hacia una estructura social y la madre que se sacrifica por un hijo en peligro es posible que ni siquiera piense en los otros hijos que tiene y pone en peligro con su acción. En este nivel es posible que se encuentren algunos de los juicios sobre relaciones equitativas y puede ser parte de lo que explique los resultados del Juego del Ultimatum.

Pero luego existe un nivel meramente intuitivo en el que se percibe una ganancia propia pero también lo que se hace ganar a otros con la colaboración social. Es evidente para todos que si un individuo se enriquece con una venta, tal enriquecimiento no se podría producir sin el hecho de la venta ni, por lo tanto, sin la existencia de compradores. Antes trataba de definir el valor de algo en una circunstancia como la diferencia entre tenerlo y no tenerlo. Así, el valor de un litro de agua en el desierto es el de la vida que se pierde sin él, pero el de un litro cualquiera de un río es casi nulo pues existe un enorme número de litros disponibles y no disponer de uno concreto no implica casi diferencia. El valor de una azada frente a cavar y recolectar a mano es la mucha mayor cantidad de alimento que se consigue con la azada y desde luego no el trabajo invertido en fabricarla. Entonces el comprador es consciente de igual manera de que la venta sólo es posible ya que existe él como comprador y que la ganancia sin él sería imposible.

La respuesta a eso será, como en el caso del litro de agua, el del valor marginal del comprador para el vendedor. Si sólo hay pocos compradores, como los litros de agua, su valor para el vendedor es grande pues sólo ellos hacen posible la venta y la ganancia. Pero si aumenta el número de compradores económicamente equivalentes, es decir, dejando aparte otras preferencias, su valor marginal bajará para el vendedor ya que, si no es uno hoy, será otro mañana quien le compre sus productos.

Sin embargo hay un precio que está implícito y que los primeros liberales no vieron o no quisieron ver: el precio de la cohesión social. En un mundo en que el rey mandaba ahorcar al autor de un pequeño hurto, las leyes se daban por descontadas. Y es cierto que la mera violencia es suficiente para guardar el orden en una sociedad poco organizada y durante un tiempo limitado y unas circunstancias estables. Pero el enriquecimiento de todos los participantes en el desarrollo económico y social sólo es posible si el vendedor tiene compradores y si hay otros agentes especializados que proporcionen lo que cada agente especializado no produce. Si nos vemos en una sociedad donde sólo unos pocos producen algo de valor mientras que la gran mayoría produce apenas para su subsistencia, la realidad del mercado será que es pequeño y que carece de suministradores eficientes de lo que esos pocos deberían no producir para ser más eficientes. Por otra parte, las diferencias, se valoren como se valoren, entre la gran mayoría y los pocos eficientes será tan grande que todos acabarán por darse cuenta, sobre todo en una situación de crisis, de que hay una estafa similar a la del Juego del Ultimatum.

Pero, más aún. Se produce y hay comercio porque las ventas y las compras, los suministros y el comercio a larga distancia están razonablemente garantizados, y porque hay una razonable garantía también de la vida. ¿Y si eso no es así? Incluso los menos avispados percibirán que en una situación de desorden el que más pierde es el que más tiene, de modo que el valor marginal del orden social injusto para el miserable es casi nulo, mientras que es enormemente elevado para el que vive en la prosperidad.

Un campesino de una época antigua apenas cambiaría su situación al cambiar de amos y debemos tener en cuenta que probablemente más del 80% de una sociedad estaba formada por campesinos que resultaban tan necesarios al rey actual como a otro rey invasor. Sin embargo la situación de una persona próspera podía cambiar de la mayor riqueza a la mayor miseria pues sería a él a quien tratarían de robar objetos de lujo concentrados en lugares reducidos y no dedicarse a atacar campos extensos para ir recogiendo escudillas de madera de campesinos.

Entonces ¿no podrá el menos favorecido económicamente reconocer, siquiera de forma confusa, que él está proporcionando de hecho estabilidad al que vive prósperamente y que desea un mayor precio por ella? Además, ese papel social puede entrar dentro de un sistema de intercambio en que una clase que desee ascender en el poder negocie más cohesión social para los menos favorecidos como coste de su apoyo, más formación y especialización como agentes económicos con derecho a mayores retribuciones y, no la menos importante por mencionarla en último lugar, la oferta de un reconocimiento moral y jurídico de igualdad a tono con el principio del no me estafes implícito en el Juego de Ultimatum.



Nota 1: The ultimatum game is an experimental economics game in which two parties interact anonymously and only once, so reciprocation is not an issue. The first player proposes how to divide a sum of money with the second party. If the second player rejects this division, neither gets anything. If the second accepts, the first gets his demand and the second gets the rest.  "Ultimatum Game" en Wiki  (Subir)

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viernes, 14 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 13

Podemos imaginar un modelo en el que cada persona consigue o fabrica todo lo que precisa para su vida. Se trata de un modelo irreal pues resulta fácil suponer que en las sociedades de los primitivos humanos, pequeños grupos familiares, existía un reparto de funciones, al menos en cuanto que los antecesores de los humanos debieron vivir ya en grupos y no como individuos aislados. Pero individualmente o en grupos más o menos autosuficientes se buscaba el alimento, se fabricaban herramientas, vestimentas o recipientes. Su valor era el de su uso y los mejores resultados de trabajar un tiempo tejiendo una cesta o fabricando un raspador que no hacerlo y llevar productos en las manos o arrancar la carne con los dientes. Es evidente que al trabajar un tiempo en la fabricación de utensilios se mejoraban los resultados individuales como más recursos logrados, más facilidad para transportarlos, armas con las que defenderse de otros animales o ropas o abrigos con los que protegerse del clima. Esto crea riqueza, seguridad y comodidad, y basta imaginar que las armas y la caza colectiva podrían proporcionar recursos inalcanzables sin ellas.

Sin embargo, esta mejora de la eficacia tiene un límite pues el valor de las cosas está en función de su uso y su abundancia. Un buen cazador no puede acumular la carne indefinidamente ni un buen fabricante de herramientas va a necesitar más de las que pueda manipular en un momento dado de entre las que posee. Una vez que haya fabricado las que le son útiles, cualquiera que fabrique de más es una pérdida de tiempo y recursos. O una vez que se haya alimentado él y su familia, todo el alimento de más que pueda conseguir se pudrirá sin remedio. Y es que nuevamente vemos que el valor de algo no es proporcional al trabajo invertido para conseguirlo sino que está en relación con la diferencia entre disponer y no disponer de ello. La diferencia entre un poco de agua o de alimento y nada puede ser la vida. Sin embargo, estar ante una fuente que mana o un lago, o ante una manada de animales de caza no supone un incremento en el bienestar más allá de lo que cubra las necesidades inmediatas y la seguridad del suministro. Lo que se llama valor marginal del agua que pasa por un río abundante será tan bajo que, precisamente por eso, se deja que corra. No obstante hay que precisar que eso no ocurrirá con todos los recursos a la vez ni de la misma manera pues un grupo de cazadores recolectores con recursos ilimitados crecería exponencialmente hasta que hubiera algún recurso escaso limitante y cuyo valor sería muy grande.

Pero en una situación en la que el grupo sea suficientemente grande, es decir, con mayor probabilidad cuanto más numeroso sea, una persona será más habilidosa o podrá hacerse más habilidosa que las demás mediante el aprendizaje o la práctica y en el mismo tiempo podrá fabricar más herramientas que otros dedicándose a ello preferentemente. Si suponemos al campesino que se fabrica su azada o su hoz y las de repuesto para poder reemplazarlas si se rompen sin que haya un largo tiempo sin herramientas, toda herramienta de más será a costa de dejar de producir alimento y una vez garantizado el alimento será una mera pérdida de tiempo y esfuerzo. Dejemos aparte un modelo real más complejo que incluya la competencia de grupos rivales, la guerra y las malas cosechas accidentales o las epidemias. Pero si el campesino más habilidoso descubre que puede seguir produciendo azadas por encima de las que necesita y abastecer a otros de utensilios a cambio de alimento podemos ver que con el mismo trabajo más la especialización la cantidad de bienes producidos puede ser mayor ya que si el campesino habilidoso construye una azada en cinco horas y el menos habilidoso lo hace en diez, para el segundo fabricar una azada tiene el coste de dejar de producir alimentos durante diez horas y para el primero sólo de cinco. Cambiar la azada por una cantidad de alimentos mayor que la producida en cinco horas es una ventaja para el primero y hacerlo por una cantidad menor que la que produce en diez lo es igualmente para el segundo. Imaginemos que el segundo ofrece al primero los alimentos que produce en ocho horas y el primero lo acepta. El segundo tiene la azada más los alimentos producidos en dos horas. El primero tiene su azada más los alimentos producidos en ocho horas, habiendo dejado de producir los que lograría en cinco. Tres de más. Ambos ganan debido a la especialización y vemos que el que fabrica las azadas no considera si el otro gana sino que él ha ganado con la fabricación. El segundo podría decir, también, que el primero sólo ha invertido cinco horas de su trabajo para lo que le vende por ocho horas del suyo. Pero, salvo por otros factores de mayor alcance, el segundo podrá aceptarlo porque aún con eso gana.

Si suponemos que además el segundo campesino es más hábil en la agricultura, el primero hace dos azadas y trabaja ocho horas en el campo, obteniendo ese día su azada, ocho kilos de su campo y otros ocho de la venta de la azada, es decir, dieciséis kilos de comida ganando tres, mientras el segundo obtiene su azada más treinta y seis kilos, de los cuales paga ocho, quedándole veintiocho. De no haber compraventa de azada, el primero pierde tres kilos pero el segundo pierde veinte kilos por estar fabricando la azada, menos los ocho que ya no paga: doce kilos. Está claro que se ha creado algo de valor por la especialización: los quince kilos totales de comida de más. Podríamos pensar que cualquier persona es hábil para todo, cosa contraria a lo que observamos, pero incluso con eso la pérdida de tiempo al ir cambiando de actividades y el empleo de numerosos recursos o de espacio harían razonable especializarse, como así se observa.

Esta situación es más clara si incluimos a personas que hacen ropa mejor que azadas o cultivar, a carpinteros que suministran la madera al fabricante de azadas, a ganaderos, médicos o cualquier labor especializada. Y vemos que el valor de la especialización y de los productos obtenidos no depende sólo de las horas trabajadas por el que los fabrica sino del valor que su uso supone para quienes los adquieren, más todavía cuando para una persona sería imposible fabricar con destreza más de unos pocos utensilios o resultar hábil para más de unas pocas labores. La fabricación de un tractor sería imposible para un campesino y el cultivo de un campo moderno no estaría al alcance de un fabricante de tractores. Lo que cada agente se preguntará en cada caso es si sale ganando en el intercambio empleando su mismo esfuerzo y el resultado será que el total de los bienes y servicios producidos será mayor que sin especialización.

Hay un ejemplo aún mejor de las ventajas de la especialización pues ni siquiera es necesario que otro haga algo mejor que nosotros para que se lo compremos. El constructor de azadas puede ser, por su especialización, capaz de producir una azada por hora y dos kilos de comida por hora. Pero si encuentra a alguien que sea menos habilidoso comparativamente en la producción de azadas que en la de comida le compensará producir azadas y dejar de producir comida. Si, por ejemplo, otro campesino produce una azada en diez horas y un kilo de comida por hora, el primero en dieciocho horas de trabajo hará dieciocho azadas y dejará de producir treinta y seis kilos de comida. Pero si vende su azada por tres kilos de comida, obtendrá su azada más cincuenta y un kilos de comida, quince más que en el primer caso (estamos suponiendo todo el tiempo que no hemos llegado a la división del trabajo completa y que al día siguiente cada campesino necesitará su azada y deberá seguir produciendo su comida, pero basta que los compradores sean suficientes y el mercado suficientemente grande para que la producción de azadas de un artesano abastezca a un conjunto de campesinos que ya no producirán azadas y el primero ya no necesitara ni producir su comida ni usar ninguna azada). El segundo, menos habilidoso tanto en producir azadas como en producir comida, produciría su azada en diez horas y ocho kilos de comida en las horas restantes. Pero ahora dedica las dieciocho horas a producir comida, compra la azada por tres kilos y tiene azada y quince kilos de comida frente a una azada más ocho kilos en el caso primero, es decir, siete kilos más. Las horas de trabajo le son más rentables al primero si produce azadas que si produce comida y al segundo si produce comida que azadas. Cada uno se dedicará, si puede hacer una elección libre y razonable, a la actividad que más beneficios le reporte.

Podemos incluir además la organización, la innovación y el riesgo en el modelo. La especialización requiere que una persona tenga a su disposición todos los elementos que no puede producir al limitarse a uno o a parte de uno y que lo que produce sea vendible y no se amontone en su almacén. La organización de forma que se le proporcione lo necesario y se le comercialice lo producido es parte indispensable de la especialización y el resultado será tanto mejor cuanto mejor sea aquélla. Si una persona o grupo es capaz de organizar la producción de modo que aumente el rendimiento, estamos en un caso de especialización en que una nueva habilidad proporciona mayores resultados. Y si esas habilidades son comparativamente mayores en unos que en otros, lo razonable es que cada uno se especialice en lo que más le incrementa sus beneficios, como en el caso de azadas y alimentos. Nos encontramos, por una parte, con que el uso de la azada producía un incremento en el total de alimentos producidos y que si había una persona que comparativamente producía azadas con más eficacia que otros, podía dejar otras actividades y ganar con ello. Y el caso es idéntico si la organización del suministro, la producción y la comercialización incrementan el total de bienes producidos y si algunas personas son comparativamente mejores en la organización de la actividad económica.

Es obvio que el productor de azadas podría pedir diez kilos de comida por su azada, pero nadie que pueda hacer una elección libre y razonable deseará comprarla a ese precio pues su producción final de comida será idéntica. El caso de que pidiera once kilos sería aún menos posible pues el resultado sería una pérdida, pero los compradores irán considerando con mayor probabilidad comprar la azada al ya artesano en la medida en que salen beneficiados. Cuánto paguen ya es cuestión de otros factores, pero tengamos los dos anteriores en cuenta: que la elección del comprador sea libre y razonable. Si no estima con acierto su beneficio o si se ve obligado a actuar contra su beneficio, nada de lo anterior va a suceder del modo indicado. Si, por ejemplo, el constructor de azadas se ve sin comida y se ve obligado a conseguirla sólo vendiendo a cualquier precio sus azadas, el valor de la comida será el de tenerla frente a no tenerla, es decir, su vida, y venderá las azadas. Pero si su elección es libre y razonable dejará la producción de azadas y se dedicará a obtener comida.

Podría haber otra elección posible y es vender la azada a un agricultor capaz de obtener más comida en el mismo tiempo y, por tanto, de ofrecer un mayor precio. Y eso ocurrirá mientras haya agricultores capaces de pagar ese precio y sin una azada. Pero del mismo modo, el agricultor podría encontrar un fabricante de azadas aún más hábil o que se conforme con un precio de venta menor y comprar la azada por menos de lo que pagaba al primer fabricante. Lo que orienta estos cambios es la estimación del valor resultante para cada agente de la compraventa. Así, si alguien ofrece pagar ocho kilos por una azada y otro ofrece nueve (produzca lo que produzca) el fabricante preferirá la venta donde con los mismos costes obtiene mayor ganancia, que no viene determinada por lo que ha trabajado sino por lo que los compradores son capaces de ofrecer. Y la última elección, con las condiciones de ser libre y razonable, sería pasar de fabricar azadas a producir comida o de producir comida a fabricar azadas, orientados por la máxima ganancia. Si, por ejemplo, el agricultor que producía dos kilos por hora podía comprar su azada y obtener treinta y seis kilos y pagar ocho, resultando veintiocho, frente a obtener dieciséis y fabricarse su azada, el fabricante de azadas primero, que obtenía dieciséis kilos en total al vender su azada y cultivar su campo, consideraría pasarse a cultivar si es capaz de obtener mayor producción y si es libre para hacerlo. En cualquier caso, vemos que existen costes de producción, que existe un mayor valor dado por los resultados de usar la azada y que no se reduce a los costes de producirla, que el valor para cada uno puede ser diferente y que, sin embargo, el valor total puede ser mayor y mayor para cada uno de los agentes, que de otro modo y siendo racionales y libres, no aceptarían el cambio.

Una innovación puede llevar a que el fabricante de azadas consiga elaborar una en media hora con lo que el coste de cada una de sus azadas para él será menor, el valor para quien se la compre dependerá de su propio trabajo y el enriquecimiento del fabricante no vendrá de expoliar al comprador sino de la mejora en las técnicas. Lo opuesto de la tesis marxista. Y es ese enriquecimiento del fabricante lo que le va a estimular a buscar innovaciones ya que, como decía al principio, todo viene regido porque el resultado de adoptarlas sea mayor que el de no hacerlo. Si el valor de la azada es una cantidad dada, nadie tiene estímulo para fabricarla de manera más eficiente y ése ha sido uno de los motivos del atraso de los países controlados por marxistas.

La organización es también un caso de innovación en el mismo sentido que la creación de nuevas técnicas o instrumentos pues modifica lo existente y se implanta si el resultado neto es un beneficio. Pero tenemos un factor más que influirá en el precio de la innovación y es el riesgo. Del mismo modo que en los casos más simples, o bien un individuo es notablemente más hábil con el aprendizaje básico o bien se especializa en producir azadas durante un aprendizaje, pero la producción de otra azada además de la que puede necesitar para estar al mismo nivel que los demás supone dejar de producir comida para su consumo y nada ni nadie le garantiza que otro le cambie la azada por comida según el modelo de los ejemplos anteriores. Es aún más evidente si de lo que se trata es de construir un taller o factoría, diseñar y fabricar una máquina compleja o llevar a un mercado productos que se pueden perder, ser robados o que nadie los desee. Esos riesgos son costes y, por lo tanto, la actividad de que se trate, sea la innovación o la organización, sólo será posible a medio y largo plazo si el resultado compensa al que la asume frente a no haberlo hecho. Nuevamente no se trata de que se valore la innovación o el riesgo como trabajo invertido sino de que el individuo comparará los resultados de innovar o arriesgarse frente a no hacerlo, como hace el que compara adquirir una azada o construírsela él mismo.

Al reducir el valor de cada cosa al trabajo invertido en producirla, el valor de trabajar una hora en un telar manual será el mismo que el de dedicar esa hora a diseñar un telar mecánico con la diferencia de que esa hora de trabajo no tiene un resultado inmediato e implica un riesgo. Por lo tanto no se va a estimular la innovación y la asunción de riesgos sino el trabajo rutinario con pequeñísimos avances o ninguno. Y si el comprador deseara adquirir los utensilios al precio del trabajo de quien los produce y no por el beneficio que obtiene al adquirirlos, por ejemplo, a cinco kilos de comida para el habilidoso del primer ejemplo, el comprador adquiriría sin coste alguno su propio beneficio al no invertir diez horas en las que dejaría de producir diez kilos de alimento sino sólo perder cinco. Difícilmente el habilidoso se esmeraría en serlo con un sentido económico y las divisiones del trabajo tendrían que ver apenas con preferencias o con labores penosas que nadie desearía hacer salvo que se le pagaran a mayor precio, con lo cual volveríamos al caso primero.

La economía se ha visto impulsada por innovaciones arriesgadas porque el resultado convertía la producción en más barata y beneficiaba al vendedor y al comprador, según los ejemplos anteriores. Pero cuando no se ven los beneficios personalmente es muy improbable que se asuman personalmente los costes y, por lo tanto, es muy poco probable que se produzcan las innovaciones a un ritmo tan elevado como hemos visto en los últimos siglos. Y frente a todas las teorías están los hechos que muestran el lamentable atraso de las sociedades y las economías de los países controlados por grupos políticos marxistas comparado con el avance de las sociedades y las economías de principios liberales. Pero, a mi juicio, resulta imposible desligar la especialización y la valoración de los intercambios en lo económico de los intercambios en lo social y en lo político y su valoración, que será la continuación de tema.

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jueves, 13 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 12

Una de las ideas centrales del marxismo es su teoría del valor como trabajo acumulado en un bien. Según esto, el enriquecimiento de unos sólo se puede realizar a costa de otros, los trabajadores, retribuyendo su trabajo en menos que su valor y apropiándose de la diferencia. Por otra parte, Marx considera que ese proceso va a continuar reduciendo a los trabajadores a la miseria y provocando su rebelión, tanto mayor o más violenta cuanto más tardía. La consecuencia será que la crisis irá haciéndose más grave e inevitable hasta desembocar en una revolución violenta que acabe con el monopolio del poder económico y político de los los industriales y comerciantes del mismo modo en que las revoluciones de éstos acabaron con la sociedad estamental.

Es evidente que las cosas no han sucedido así y que, más bien, han seguido un curso contrario. Y que, donde han triunfado las ideas marxistas, las consecuencias han sido totalmente diferentes de lo que aquéllas pronosticaban. Si una teoría no predice los fenómenos, el primer paso debe ser analizar sus supuestos fundamentales. Veamos ahora algunos de ellos.

Decía antes que uno de los aciertos de Marx consiste en reconocer que la naturaleza de la sociedad es el conflicto. Es muy fácil caer en el error de considerar lo dado como estático y no como el resultado de fuerzas contrapuestas o, en ocasiones, exactamente lo opuesto. La idea aristotélica era que el movimiento sólo existía como resultado de una acción y fue un paso decisivo considerar que todo objeto se mantiene en el mismo estado relativo de reposo o movimiento salvo si una fuerza lo altera. Sin embargo, las posiciones relativas de elementos "pesados "y "ligeros" no se veían como resultado de fuerzas sino de una tendencia hacia el "lugar natural" de cada elemento. O el giro de los planetas como algo eterno pero no sometido a fuerzas. Resulta también poco evidente que un edificio está sometido a un conjunto de fuerzas en equilibrio o que nos rodea una atmósfera que ejerce presión sobre nosotros, y no es extraño que los "lugares naturales" de los individuos en una sociedad se vean, al modo aristotélico, como algo que resulta de una tendencia de cada individuo a una función social y no de un conjunto de conflictos. De la misma manera que el agua buscaría, para los aristotélicos, situarse por debajo de la madera siendo la tendencia a ese fin la fuerza que origina el movimiento, los lugares naturales de los nobles y de los campesinos harían tender a cada uno a sus posiciones relativas y una vez llegadas a ellas, sus fines propios, desaparecería la tendencia al cambio.

La física moderna aclaró que tanto la madera como el agua estaban sometidas a fuerzas de manera que, por su mayor densidad, el agua desplaza a la madera. Es la presión del agua sobre la madera la que resulta mayor que la de la madera sumergida sobre el agua y es la presión de unos individuos y colectivos sobre otros individuos o colectivos la que hace ocupar a cada uno su lugar relativo. El mundo no es inerte sino que es una resultante de fuerzas y la labor de una teoría de la sociedad o de cualquiera de sus aspectos consiste en determinar tales fuerzas y sus magnitudes relativas. Al principio me refería a la sociedad como creadora de valor y a cómo los valores relativos de cada elemento dentro de una sociedad dependen de las circunstancias y de un conflicto entre quienes lo ofrecen y quienes lo demandan. Si la idea del valor de un bien o servicio fuese, como dice el marxismo, el trabajo invertido en ello tendríamos una definición antiintuitiva de "valor". Podemos suponer que los seres humanos trabajan hasta el agotamiento pero en dos situaciones diferentes: cooperando o de forma aislada. Si el trabajo es, por hipótesis, el máximo, el valor en ambos casos sería el mismo y sin embargo, mediante la cooperación se puede conseguir mayores resultados. Si, por otra parte, una persona dedica diez horas diarias de su vida a labrar su campo mientras que otra las dedica a edificar una pirámide de piedras, el trabajo invertido al cabo de un tiempo será el mismo en ambos casos, pero el resultado y su valor no.

El valor, como la dimensión, es una cantidad que se expresa como una relación entre dos elementos de forma que uno se refiere a otro o los dos a un tercero tomado como patrón. Por ejemplo, la longitud de un campo en pies relaciona cuántas veces la longitud del campo incluye la del pie, pero el pie puede ser medido como cuántas veces incluye la longitud del campo o, como lo ha sido de hecho, una longitud de la Tierra. El valor relativo de dos bienes o servicios aparece de una manera análoga a llevar tantas veces una longitud sobre otra: por la posibilidad de intercambiar unos bienes o servicios por otros en cantidades diferentes. Y es evidente que es necesario intercambiar trabajo por un bien si deseamos siquiera recoger una manzana del árbol y que podemos expresar el valor en términos del valor de la hora de trabajo como unidad patrón.

Sin embargo ¿es ese trabajo invertido algo que describa íntegramente los valores relativos entre dos bienes o servicios cualesquiera? El ejemplo anterior acerca de trabajar un campo o edificar una pirámide de piedras revela que no, ya que el valor de los alimentos y el de la pirámide no será el mismo debido a que lo que se valora no es el trabajo invertido sino otra cosa. En todo ser vivo la actividad que le permite conservar su estructura y función implica un gasto de energía y, más aún, si la vida existe es a través de un proceso evolutivo que implica extenderse. Tal evolución sólo es posible si el resultado final es un sistema vivo más ordenado a costa de la energía del ambiente, del resto del universo. De otro modo el sistema vivo se agota al agotar sus recursos o al ser destruido por un ser vivo diferente o por cualquier otro proceso natural. Pero si los procesos que llevan a que un ser vivo se construya no permitieran captar más energía del entorno que la que el ser vivo disipa al construirse, tal ser se agotaría. Por ejemplo, la cantidad de energía que un vegetal invierte en crear un nuevo cloroplasto debe ser menor que la que el cloroplasto proporcione al vegetal durante su vida. O la energía que un animal invierte en obtener alimento debe ser menor que la que proporcione ese alimento.

Toda la vida es un conjunto de opciones y lo decisivo es si esas opciones llevan a la conservación, la destrucción o la expansión. Y es obvio que sólo las opciones que proporcionen más energía que la gastada en obtenerla son estables en la evolución. No se valora, por tanto, lo invertido sino la diferencia entre lo que tendríamos en caso de invertir energía en un proceso o no haciéndolo, o haciéndolo en otro. Una serie de pérdidas netas suponen que preexiste una cantidad de energía almacenada y que una vez agotada se agotan todas las opciones. La energía, los recursos gastados, son costes y lo obtenido en energía o recursos es lo que se valora, tanto más cuanto mayor sea lo obtenido. Supongamos que los primeros cazadores recolectores humanos no usaran herramientas sino sólo su cuerpo. La selección de una herramienta y, en mayor medida, su adaptación o fabricación implicarían un gasto de energía y dejar de emplear esa energía y tiempo en buscar alimento. Por lo tanto, el uso de herramientas sólo habrá sido posible si la energía que se obtiene mediante su uso, y una vez descontada la energía y recursos invertidos en su fabricación como costes, es mayor que lo que se obtiene sin herramientas.

El valor de las herramientas vendrá dado no por el coste de buscarlas, adaptarlas o fabricarlas, sino por la diferencia en los resultados al usarlas y al no usarlas. Un campesino puede tardar un tiempo en fabricar una azada, pero si el resultado de usarla no compensa el tiempo que no se ha invertido en sembrar y recoger con las manos, usar la azada y fabricarla condenaría a muerte al campesino tanto como la construcción de la pirámide de piedras. Si durante el tiempo en que pueda ser usada, la azada no incrementa la producción de alimento en cantidad suficiente como para compensar lo que se dejó de producir al fabricarla, se trataría de un pasatiempo sin sentido económico. Pero si vemos que se usa es porque la producción de alimento es mayor o el tiempo usado para el cultivo es menor y permite otras actividades que produzcan otros bienes o servicios. Ahora bien, el trabajo de fabricar una azada es idéntico al de recoger o sembrar con la manos el tiempo equivalente: los costes serán equivalentes, pero si el valor de la azada no viene dado por lo que se produce con ella no tendría sentido preferir fabricarla o hacerlo de madera o hierro en vez de marfil.


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viernes, 7 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 11

El marxismo es una de las teorías del cambio y la transformación social de la sociedad industrial. Quizá por enfrentarse a una sociedad sometida a fuertes tensiones en una fase más avanzada de su desarrollo o por proyectar un cambio drástico en esa sociedad, nace con aún mayor fuerza que el liberalismo como ideología y teoría del cambio contra las ideologías y teorías de la estabilidad del antiguo régimen. O quizá es una impresión dada por haber asumido como evidente la ideología democrática de la igualdad entre todos los seres humanos que rompe el orden estamental vigente durante siglos.

En la historia europea, las ciudades que, como Roma o Atenas, tenían en la antigüedad una clase numerosa de comerciantes y propietarios agrícolas pudieron eliminar las monarquías y dejar de creer en ellas, pero en los siguientes siglos se vuelve por muchos motivos a una ideología de la desigualdad natural y del orden que tiene a un rey en su vértice. El hecho es que los señores de la guerra germánicos contaron con seguidores y recursos suficientes para destruir un orden romano aparentemente más avanzado y que la estructura social de una Europa sometida a guerras interiores y ataques exteriores constantes no podía dar lugar a situaciones ni ideas de igualdad.

Y si son las ciudades con comerciantes y artesanos ricos las que alcanzan desarrollo suficiente para desafiar al poder nobiliario que impedía su progreso, por medio de un cambio progresivo en Inglaterra o por revoluciones de ideología liberal en los EEUU y Francia, los trabajadores de las industrias parecen ser la fuerza que va a alcanzar un desarrollo que, en opinión de Marx, rompa los límites que la burguesía de propietarios imponía al desarrollo social.

Hemos pasado de unos siglos de orden imaginado como esencialmente estable en que los nobles son los que poseen el monopolio del poder, con el rey a la cabeza, a una etapa en la que ese orden se pone en cuestión tanto por la presión de nuevas ideas como de nuevas situaciones de crisis. Y en la sociedad industrializada se dan nuevas y mayores situaciones de crisis, con mayores fuerzas en conflicto, que pueden ser teorizadas y dotadas de un sentido ideológico por filósofos e ideólogos.

No es posible concebir el desarrollo histórico como algo ajeno a la libertad humana del mismo modo que no puede serlo ninguna acción individual pues las decisiones son resultados de condiciones que incluyen las formas en que cada persona imagina la realidad. Y el hecho de que haya una relación estadística entre condiciones materiales y fenómenos culturales es tan esperable como que las respuestas humanas a la abundancia o escasez de recursos o a un peligro son forzosamente limitadas. Sin embargo, las ideas y sobre todo la puesta en práctica de esas ideas no depende sólo de su verdad o de su idoneidad para el progreso sino fundamentalmente de que resulten posibles en unas condiciones determinadas. Es posible que las ideas tengan tal capacidad de reorganización de la visión humana del mundo que puedan dotar de eficacia a recursos dispersos y desorganizados, pero sin un nivel de recursos suficiente ninguna idea es suficiente. Así, sin un desarrollo artesanal y comercial suficiente, no hay fuerza social que pueda oponerse al monopolio del poder de los guerreros o de sus administradores. Pero una sociedad controlada por la fuerza militar y por una ideología que refuerce la idea de la desigualdad es incapaz de movilizar sus fuerzas, por grandes que sean hasta, quizá, que una crisis desencadene una rebelión demasiado poderosa para ser detenida.

Es evidente que en la sociedad industrial se daban situaciones de crisis y que el descontento de los menos favorecidos daba lugar a rebeliones de pequeño alcance. Pero, sin una teoría que diera un sentido único y organizado a esas crisis o rebeliones, la mera fuerza material de miles de obreros descontentos no podría cambiar nada salvo en forma de destrucciones momentáneas que no alterarían a medio y largo plazo la estructura general social y económica. El hecho de que se impusiera la democracia o, al menos, la idea de que los ciudadanos no son naturalmente desiguales, no vino de que a algún poderoso le pareciera una buena idea cambiar su poder por una forma de consenso social. Carecía de importancia decisiva que a algún noble le pareciera que la democracia era un sistema más racional o ético ya que el monopolio del poder no se suele regalar por parecer una buena idea sino porque es la única respuesta a crisis que amenazan con destruir toda la estructura social. Al fin y al cabo, por qué cambiar algo si uno es feliz con ello. Del mismo modo, cuando una clase de comerciantes e industriales pudo hacerse con el poder que antes monopolizaban los nobles en forma de fuerza militar y de administración social y económica con la Iglesia como garante ideológica de que no había otro orden posible que ése, no parece que entre ellos surgiera espontáneamente la necesidad de extender ese poder a la totalidad de los ciudadanos y, probablemente, muchas ideas les parecerían convincentes para no hacerlo. Probablemente también tratarían de recurrir al poder militar y de la administración o a la bendición religiosa para mostrar y demostrar que todo estaba bien así y que necesariamente debía ser así.

Pero es obvio que el desarrollo económico no se repartía por igual entre todos los que participaban en su creación y que las crisis económicas podían ser soportables para quienes tenían riqueza acumulada, pero no para quienes vivían al día de su trabajo. Probablemente la situación de los obreros industriales no fuera peor que la de los campesinos que históricamente padecían hambrunas por las malas cosechas, pero su concentración en las ciudades la hacía visible y la dotaba de un poder que no tenían los campesinos dispersos por todo un país. Y, en cualquier caso, lo que moviliza a la acción no es tanto el problema como la idea de que tal problema existe.

El marxismo es una teorización acerca de las causas de las crisis de la sociedad industrial y de los daños que producían entre los obreros industriales y la sociedad en su conjunto, de las consecuencias a medio y largo plazo de una sociedad inestable en esencia y de la forma de conducirlas hacia un fin determinado. Su acierto más rotundo puede ser el considerar que la naturaleza de la sociedad es el conflicto y el cambio, y sus fallos más graves el error acerca de las causas de los conflictos y de los modos en que se desenvuelven. Pero el avance, ya definitivo, que aporta a la comprensión de la historia humana es que no hay sociedades estables por naturaleza y que su grado de desarrollo está relacionado con las formas políticas posibles y con las teorías que en cada situación parezcan explicar y organizar la realidad. Sin embargo, sólo siendo marxista se puede considerar que es la única teoría posible o la más verdadera. Los hechos demuestran que no lo ha sido, su propia estructura ideológica es débil y sus consecuencias han resultado nefastas en el mejor de los casos.

En mi opinión esto se relaciona con un par de errores básicos: el primero acerca de la forma en que se participa en sociedad y se valora lo que se aporta y se recibe de ella, y el segundo acerca de la forma en que se resuelven los conflictos. Aunque podríamos ver que el segundo sólo es un caso particular del primero.


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