sábado, 15 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 14

Hemos visto en los ejemplos anteriores algo que sin más argumentación debería explicar el éxito del liberalismo y el fracaso del marxismo: el del campesino que aumenta su producción de comida al dejar la producción de azadas a otro más habilidoso y comprarle las que necesite a un coste menor para él que lo que le supone fabricarlas. Su ganancia no depende directamente del trabajo que invierte el artesano de azadas en cada azada sino sólo de que el coste de la azada sea menor para él. Podrá ignorar totalmente si el fabricante de azadas se enriquece o no (veremos más tarde que eso es una situación sociológicamente irreal) y decidirá comprar la azada porque sus propios resultados son mejores que no comprándola.

Vemos así que la mejora en su vida para el comprador de la azada se debe a que dentro del sistema social y económico ha aparecido otro agente con otras cualidades. Basta que la especialización haga de cada individuo un agente más eficaz en su trabajo que si tuviera que atender a todas sus necesidades. De hecho, en mi opinión, el progreso de la humanidad ha sido una serie de ciclos que se realimentan y en los que un mayor número de personas debido a la mejora de las técnicas daba lugar a una especialización y ésta, a una nueva mejora en las técnicas. Pero si se supone que el enriquecimiento de un agente sólo se produce a costa de otro, el progreso sería imposible e iría contra una situación tan sencilla como que varios humanos cazando pueden abatir a un animal grande que uno sólo no podría o, como ya decía antes, que un enfermo sobrevive gracias a los cuidados de otros mientras se encuentra incapacitado para alimentarse por sí mismo.

Consideremos, por el contrario, que la especialización produce un mayor volumen de producción, de mejor calidad e incluso que el riesgo queda atenuado en una sociedad interconectada que actúe como mutualidad, aunque sólo sea por el comercio. Conocemos ejemplos de la antigüedad en que un país compraba alimentos a otro debido a la sequía y eso era la diferencia entre morir o sobrevivir.

Por tanto, la visión pesimista o francamente catastrofista acerca del enriquecimiento de unos a costa necesariamente de otros queda demostrada como falsa. Los obreros de los telares mecánicos pudieron sentirse empobrecidos o no, pero el hecho es que con ellos se producía un mayor volumen de telas y más baratas, artículos que debían ser comprados y disfrutados por alguien si el asunto tenía sentido económico. Y, precisamente, lo que dio lugar al despegue del crecimiento industrial progresivamente acelerado fue la producción en masa, sólo comercializable como más productos para más personas. El industrial que construía telares o el ingeniero que los diseñaba causaban, como en los ejemplos anteriores de los campesinos y las azadas, una mejora en la vida de alguien diferente de ellos y hay que ser muy obstinado para sostener que el crecimiento de la industria se produjo sin beneficios para la mayoría. Y eso considerando sólo la producción de bienes sencillos, pero ¿y si incluimos que la especialización producía mejores médicos o científicos que daban lugar a mayores progresos? ¿Y si incluimos el total de bienestar en horas de trabajo, bienes y servicios disponibles para la población de los países industriales frente a los que disponían los habitantes de esos mismos países a principios del siglo XIX?

Es obvio que algo falla en el análisis marxista y que sus previsiones han resultado erradas por estar basadas en una teoría del valor que no tiene en cuenta las iniciativas innovadoras individuales y su creación de riqueza incluso para quienes no saben de la existencia de tales innovaciones (los metales y los plásticos habrán llegado probablemente antes a una tribu perdida del Amazonas o Nueva Guinea que ninguna información sobre industrias y división del trabajo). Sin embargo, como decía antes, no creo que se trate sólo de esto sino también, o principalmente, de que la sociedad es por esencia un ámbito de cooperación.

Hay un experimento sociológico conocido como el Juego del Ultimatum (1) en el que se ofrece una sola vez una cantidad a una persona A con la condición de que ofrezca parte de esa cantidad a una persona B que conoce las ofertas, pero A y B no se conocen entre ellas. La racionalidad tratada como en los ejemplos anteriores llevaría a que B aceptase cualquier oferta ya que, independientemente de cuánto gane A, cualquier cantidad que reciba B es una ganancia. Y sin embargo no sucede así y B suele rechazar ofertas por debajo del 20% a pesar de que pierda.

Se me ocurren varias críticas al experimento ya que el hecho de que A y B no se conozcan no suprime la naturaleza social y los instintos y actitudes sociales de los individuos. La sensación de estar siendo estafado es frecuente en las respuestas de B. Otra cosa es que si las cantidades de dinero son pequeñas será más probable que se rechacen las ofertas, pero si alguien recibe seriamente la oferta de un millón de euros, aunque sólo sea el 1% de la oferta a A, y la rechaza comenzaré a pensar de otra manera.

La aplicación a lo dicho anteriormente es que si un agente A se enriquece en una cantidad que el agente B considere injusta en el mismo sentido que en el juego del ultimatum, el agente B puede rechazar el trato a pesar de salir perdiendo, pero quizá con la idea de no haber sido estafado. Si el fabricante, el innovador, el organizador obtienen unas ganancias con sus aportaciones a la economía que los demás individuos consideren injustas, la probabilidad de que se rechacen es tanto mayor cuanto más injustas se perciban.

No se puede ignorar la influencia de este factor como si los cálculos de ganancias estuvieran limitados a las meras cantidades de dinero o recursos y no incluyeran algo relativo a la cohesión social. Y esto, a mi juicio, es lo que produce dos consecuencias aparentemente contradictorias: la primera, la percepción como rechazable y como expoliación de cosas que la teoría liberal, como en mis argumentos anteriores, consideraría una ganancia individual y social; y la segunda, la sensación entre los beneficiarios netos de un trato del tipo del juego de estar perdiendo en el juego social mientras ganan en el económico.

Decía que la sociedad es una relación entre individuos tal que cada uno espera salir ganando desde un punto de vista intuitivo o instintivo y que esa valoración de costes, es decir, la libertad que pierdo para buscar mi propio beneficio (la tendencia hacia el polo de la libertad individual) frente al valor de la sociedad, es decir, lo que obtengo al estar sometido a las restricciones de la sociedad (la tendencia hacia el polo de la cohesión social) es lo que cada individuo evalúa constantemente y lo que le hace participar en la sociedad o rechazarla. Explicar esto es quizá tema para otro sitio, pero trataré de hacerlo aquí con brevedad. El altruismo desde el punto de vista evolutivo es posible cuando los genes que intervienen en su existencia aumentan su frecuencia en la población (que es lo decisivo como explicación de genética de poblaciones de la evolución) y el sacrificio, incluso de la vida, de un individuo con la pérdida de sus genes, aumenta la probabilidad de supervivencia de los mismos genes en la población, es decir, los de sus parientes cercanos, al menos. De esta forma, hay un instinto social que regula actos que no son juzgados racionalmente sino por el instinto que ha hecho evolucionar a nuestra especie hacia una estructura social y la madre que se sacrifica por un hijo en peligro es posible que ni siquiera piense en los otros hijos que tiene y pone en peligro con su acción. En este nivel es posible que se encuentren algunos de los juicios sobre relaciones equitativas y puede ser parte de lo que explique los resultados del Juego del Ultimatum.

Pero luego existe un nivel meramente intuitivo en el que se percibe una ganancia propia pero también lo que se hace ganar a otros con la colaboración social. Es evidente para todos que si un individuo se enriquece con una venta, tal enriquecimiento no se podría producir sin el hecho de la venta ni, por lo tanto, sin la existencia de compradores. Antes trataba de definir el valor de algo en una circunstancia como la diferencia entre tenerlo y no tenerlo. Así, el valor de un litro de agua en el desierto es el de la vida que se pierde sin él, pero el de un litro cualquiera de un río es casi nulo pues existe un enorme número de litros disponibles y no disponer de uno concreto no implica casi diferencia. El valor de una azada frente a cavar y recolectar a mano es la mucha mayor cantidad de alimento que se consigue con la azada y desde luego no el trabajo invertido en fabricarla. Entonces el comprador es consciente de igual manera de que la venta sólo es posible ya que existe él como comprador y que la ganancia sin él sería imposible.

La respuesta a eso será, como en el caso del litro de agua, el del valor marginal del comprador para el vendedor. Si sólo hay pocos compradores, como los litros de agua, su valor para el vendedor es grande pues sólo ellos hacen posible la venta y la ganancia. Pero si aumenta el número de compradores económicamente equivalentes, es decir, dejando aparte otras preferencias, su valor marginal bajará para el vendedor ya que, si no es uno hoy, será otro mañana quien le compre sus productos.

Sin embargo hay un precio que está implícito y que los primeros liberales no vieron o no quisieron ver: el precio de la cohesión social. En un mundo en que el rey mandaba ahorcar al autor de un pequeño hurto, las leyes se daban por descontadas. Y es cierto que la mera violencia es suficiente para guardar el orden en una sociedad poco organizada y durante un tiempo limitado y unas circunstancias estables. Pero el enriquecimiento de todos los participantes en el desarrollo económico y social sólo es posible si el vendedor tiene compradores y si hay otros agentes especializados que proporcionen lo que cada agente especializado no produce. Si nos vemos en una sociedad donde sólo unos pocos producen algo de valor mientras que la gran mayoría produce apenas para su subsistencia, la realidad del mercado será que es pequeño y que carece de suministradores eficientes de lo que esos pocos deberían no producir para ser más eficientes. Por otra parte, las diferencias, se valoren como se valoren, entre la gran mayoría y los pocos eficientes será tan grande que todos acabarán por darse cuenta, sobre todo en una situación de crisis, de que hay una estafa similar a la del Juego del Ultimatum.

Pero, más aún. Se produce y hay comercio porque las ventas y las compras, los suministros y el comercio a larga distancia están razonablemente garantizados, y porque hay una razonable garantía también de la vida. ¿Y si eso no es así? Incluso los menos avispados percibirán que en una situación de desorden el que más pierde es el que más tiene, de modo que el valor marginal del orden social injusto para el miserable es casi nulo, mientras que es enormemente elevado para el que vive en la prosperidad.

Un campesino de una época antigua apenas cambiaría su situación al cambiar de amos y debemos tener en cuenta que probablemente más del 80% de una sociedad estaba formada por campesinos que resultaban tan necesarios al rey actual como a otro rey invasor. Sin embargo la situación de una persona próspera podía cambiar de la mayor riqueza a la mayor miseria pues sería a él a quien tratarían de robar objetos de lujo concentrados en lugares reducidos y no dedicarse a atacar campos extensos para ir recogiendo escudillas de madera de campesinos.

Entonces ¿no podrá el menos favorecido económicamente reconocer, siquiera de forma confusa, que él está proporcionando de hecho estabilidad al que vive prósperamente y que desea un mayor precio por ella? Además, ese papel social puede entrar dentro de un sistema de intercambio en que una clase que desee ascender en el poder negocie más cohesión social para los menos favorecidos como coste de su apoyo, más formación y especialización como agentes económicos con derecho a mayores retribuciones y, no la menos importante por mencionarla en último lugar, la oferta de un reconocimiento moral y jurídico de igualdad a tono con el principio del no me estafes implícito en el Juego de Ultimatum.



Nota 1: The ultimatum game is an experimental economics game in which two parties interact anonymously and only once, so reciprocation is not an issue. The first player proposes how to divide a sum of money with the second party. If the second player rejects this division, neither gets anything. If the second accepts, the first gets his demand and the second gets the rest.  "Ultimatum Game" en Wiki  (Subir)

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