viernes, 14 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 13

Podemos imaginar un modelo en el que cada persona consigue o fabrica todo lo que precisa para su vida. Se trata de un modelo irreal pues resulta fácil suponer que en las sociedades de los primitivos humanos, pequeños grupos familiares, existía un reparto de funciones, al menos en cuanto que los antecesores de los humanos debieron vivir ya en grupos y no como individuos aislados. Pero individualmente o en grupos más o menos autosuficientes se buscaba el alimento, se fabricaban herramientas, vestimentas o recipientes. Su valor era el de su uso y los mejores resultados de trabajar un tiempo tejiendo una cesta o fabricando un raspador que no hacerlo y llevar productos en las manos o arrancar la carne con los dientes. Es evidente que al trabajar un tiempo en la fabricación de utensilios se mejoraban los resultados individuales como más recursos logrados, más facilidad para transportarlos, armas con las que defenderse de otros animales o ropas o abrigos con los que protegerse del clima. Esto crea riqueza, seguridad y comodidad, y basta imaginar que las armas y la caza colectiva podrían proporcionar recursos inalcanzables sin ellas.

Sin embargo, esta mejora de la eficacia tiene un límite pues el valor de las cosas está en función de su uso y su abundancia. Un buen cazador no puede acumular la carne indefinidamente ni un buen fabricante de herramientas va a necesitar más de las que pueda manipular en un momento dado de entre las que posee. Una vez que haya fabricado las que le son útiles, cualquiera que fabrique de más es una pérdida de tiempo y recursos. O una vez que se haya alimentado él y su familia, todo el alimento de más que pueda conseguir se pudrirá sin remedio. Y es que nuevamente vemos que el valor de algo no es proporcional al trabajo invertido para conseguirlo sino que está en relación con la diferencia entre disponer y no disponer de ello. La diferencia entre un poco de agua o de alimento y nada puede ser la vida. Sin embargo, estar ante una fuente que mana o un lago, o ante una manada de animales de caza no supone un incremento en el bienestar más allá de lo que cubra las necesidades inmediatas y la seguridad del suministro. Lo que se llama valor marginal del agua que pasa por un río abundante será tan bajo que, precisamente por eso, se deja que corra. No obstante hay que precisar que eso no ocurrirá con todos los recursos a la vez ni de la misma manera pues un grupo de cazadores recolectores con recursos ilimitados crecería exponencialmente hasta que hubiera algún recurso escaso limitante y cuyo valor sería muy grande.

Pero en una situación en la que el grupo sea suficientemente grande, es decir, con mayor probabilidad cuanto más numeroso sea, una persona será más habilidosa o podrá hacerse más habilidosa que las demás mediante el aprendizaje o la práctica y en el mismo tiempo podrá fabricar más herramientas que otros dedicándose a ello preferentemente. Si suponemos al campesino que se fabrica su azada o su hoz y las de repuesto para poder reemplazarlas si se rompen sin que haya un largo tiempo sin herramientas, toda herramienta de más será a costa de dejar de producir alimento y una vez garantizado el alimento será una mera pérdida de tiempo y esfuerzo. Dejemos aparte un modelo real más complejo que incluya la competencia de grupos rivales, la guerra y las malas cosechas accidentales o las epidemias. Pero si el campesino más habilidoso descubre que puede seguir produciendo azadas por encima de las que necesita y abastecer a otros de utensilios a cambio de alimento podemos ver que con el mismo trabajo más la especialización la cantidad de bienes producidos puede ser mayor ya que si el campesino habilidoso construye una azada en cinco horas y el menos habilidoso lo hace en diez, para el segundo fabricar una azada tiene el coste de dejar de producir alimentos durante diez horas y para el primero sólo de cinco. Cambiar la azada por una cantidad de alimentos mayor que la producida en cinco horas es una ventaja para el primero y hacerlo por una cantidad menor que la que produce en diez lo es igualmente para el segundo. Imaginemos que el segundo ofrece al primero los alimentos que produce en ocho horas y el primero lo acepta. El segundo tiene la azada más los alimentos producidos en dos horas. El primero tiene su azada más los alimentos producidos en ocho horas, habiendo dejado de producir los que lograría en cinco. Tres de más. Ambos ganan debido a la especialización y vemos que el que fabrica las azadas no considera si el otro gana sino que él ha ganado con la fabricación. El segundo podría decir, también, que el primero sólo ha invertido cinco horas de su trabajo para lo que le vende por ocho horas del suyo. Pero, salvo por otros factores de mayor alcance, el segundo podrá aceptarlo porque aún con eso gana.

Si suponemos que además el segundo campesino es más hábil en la agricultura, el primero hace dos azadas y trabaja ocho horas en el campo, obteniendo ese día su azada, ocho kilos de su campo y otros ocho de la venta de la azada, es decir, dieciséis kilos de comida ganando tres, mientras el segundo obtiene su azada más treinta y seis kilos, de los cuales paga ocho, quedándole veintiocho. De no haber compraventa de azada, el primero pierde tres kilos pero el segundo pierde veinte kilos por estar fabricando la azada, menos los ocho que ya no paga: doce kilos. Está claro que se ha creado algo de valor por la especialización: los quince kilos totales de comida de más. Podríamos pensar que cualquier persona es hábil para todo, cosa contraria a lo que observamos, pero incluso con eso la pérdida de tiempo al ir cambiando de actividades y el empleo de numerosos recursos o de espacio harían razonable especializarse, como así se observa.

Esta situación es más clara si incluimos a personas que hacen ropa mejor que azadas o cultivar, a carpinteros que suministran la madera al fabricante de azadas, a ganaderos, médicos o cualquier labor especializada. Y vemos que el valor de la especialización y de los productos obtenidos no depende sólo de las horas trabajadas por el que los fabrica sino del valor que su uso supone para quienes los adquieren, más todavía cuando para una persona sería imposible fabricar con destreza más de unos pocos utensilios o resultar hábil para más de unas pocas labores. La fabricación de un tractor sería imposible para un campesino y el cultivo de un campo moderno no estaría al alcance de un fabricante de tractores. Lo que cada agente se preguntará en cada caso es si sale ganando en el intercambio empleando su mismo esfuerzo y el resultado será que el total de los bienes y servicios producidos será mayor que sin especialización.

Hay un ejemplo aún mejor de las ventajas de la especialización pues ni siquiera es necesario que otro haga algo mejor que nosotros para que se lo compremos. El constructor de azadas puede ser, por su especialización, capaz de producir una azada por hora y dos kilos de comida por hora. Pero si encuentra a alguien que sea menos habilidoso comparativamente en la producción de azadas que en la de comida le compensará producir azadas y dejar de producir comida. Si, por ejemplo, otro campesino produce una azada en diez horas y un kilo de comida por hora, el primero en dieciocho horas de trabajo hará dieciocho azadas y dejará de producir treinta y seis kilos de comida. Pero si vende su azada por tres kilos de comida, obtendrá su azada más cincuenta y un kilos de comida, quince más que en el primer caso (estamos suponiendo todo el tiempo que no hemos llegado a la división del trabajo completa y que al día siguiente cada campesino necesitará su azada y deberá seguir produciendo su comida, pero basta que los compradores sean suficientes y el mercado suficientemente grande para que la producción de azadas de un artesano abastezca a un conjunto de campesinos que ya no producirán azadas y el primero ya no necesitara ni producir su comida ni usar ninguna azada). El segundo, menos habilidoso tanto en producir azadas como en producir comida, produciría su azada en diez horas y ocho kilos de comida en las horas restantes. Pero ahora dedica las dieciocho horas a producir comida, compra la azada por tres kilos y tiene azada y quince kilos de comida frente a una azada más ocho kilos en el caso primero, es decir, siete kilos más. Las horas de trabajo le son más rentables al primero si produce azadas que si produce comida y al segundo si produce comida que azadas. Cada uno se dedicará, si puede hacer una elección libre y razonable, a la actividad que más beneficios le reporte.

Podemos incluir además la organización, la innovación y el riesgo en el modelo. La especialización requiere que una persona tenga a su disposición todos los elementos que no puede producir al limitarse a uno o a parte de uno y que lo que produce sea vendible y no se amontone en su almacén. La organización de forma que se le proporcione lo necesario y se le comercialice lo producido es parte indispensable de la especialización y el resultado será tanto mejor cuanto mejor sea aquélla. Si una persona o grupo es capaz de organizar la producción de modo que aumente el rendimiento, estamos en un caso de especialización en que una nueva habilidad proporciona mayores resultados. Y si esas habilidades son comparativamente mayores en unos que en otros, lo razonable es que cada uno se especialice en lo que más le incrementa sus beneficios, como en el caso de azadas y alimentos. Nos encontramos, por una parte, con que el uso de la azada producía un incremento en el total de alimentos producidos y que si había una persona que comparativamente producía azadas con más eficacia que otros, podía dejar otras actividades y ganar con ello. Y el caso es idéntico si la organización del suministro, la producción y la comercialización incrementan el total de bienes producidos y si algunas personas son comparativamente mejores en la organización de la actividad económica.

Es obvio que el productor de azadas podría pedir diez kilos de comida por su azada, pero nadie que pueda hacer una elección libre y razonable deseará comprarla a ese precio pues su producción final de comida será idéntica. El caso de que pidiera once kilos sería aún menos posible pues el resultado sería una pérdida, pero los compradores irán considerando con mayor probabilidad comprar la azada al ya artesano en la medida en que salen beneficiados. Cuánto paguen ya es cuestión de otros factores, pero tengamos los dos anteriores en cuenta: que la elección del comprador sea libre y razonable. Si no estima con acierto su beneficio o si se ve obligado a actuar contra su beneficio, nada de lo anterior va a suceder del modo indicado. Si, por ejemplo, el constructor de azadas se ve sin comida y se ve obligado a conseguirla sólo vendiendo a cualquier precio sus azadas, el valor de la comida será el de tenerla frente a no tenerla, es decir, su vida, y venderá las azadas. Pero si su elección es libre y razonable dejará la producción de azadas y se dedicará a obtener comida.

Podría haber otra elección posible y es vender la azada a un agricultor capaz de obtener más comida en el mismo tiempo y, por tanto, de ofrecer un mayor precio. Y eso ocurrirá mientras haya agricultores capaces de pagar ese precio y sin una azada. Pero del mismo modo, el agricultor podría encontrar un fabricante de azadas aún más hábil o que se conforme con un precio de venta menor y comprar la azada por menos de lo que pagaba al primer fabricante. Lo que orienta estos cambios es la estimación del valor resultante para cada agente de la compraventa. Así, si alguien ofrece pagar ocho kilos por una azada y otro ofrece nueve (produzca lo que produzca) el fabricante preferirá la venta donde con los mismos costes obtiene mayor ganancia, que no viene determinada por lo que ha trabajado sino por lo que los compradores son capaces de ofrecer. Y la última elección, con las condiciones de ser libre y razonable, sería pasar de fabricar azadas a producir comida o de producir comida a fabricar azadas, orientados por la máxima ganancia. Si, por ejemplo, el agricultor que producía dos kilos por hora podía comprar su azada y obtener treinta y seis kilos y pagar ocho, resultando veintiocho, frente a obtener dieciséis y fabricarse su azada, el fabricante de azadas primero, que obtenía dieciséis kilos en total al vender su azada y cultivar su campo, consideraría pasarse a cultivar si es capaz de obtener mayor producción y si es libre para hacerlo. En cualquier caso, vemos que existen costes de producción, que existe un mayor valor dado por los resultados de usar la azada y que no se reduce a los costes de producirla, que el valor para cada uno puede ser diferente y que, sin embargo, el valor total puede ser mayor y mayor para cada uno de los agentes, que de otro modo y siendo racionales y libres, no aceptarían el cambio.

Una innovación puede llevar a que el fabricante de azadas consiga elaborar una en media hora con lo que el coste de cada una de sus azadas para él será menor, el valor para quien se la compre dependerá de su propio trabajo y el enriquecimiento del fabricante no vendrá de expoliar al comprador sino de la mejora en las técnicas. Lo opuesto de la tesis marxista. Y es ese enriquecimiento del fabricante lo que le va a estimular a buscar innovaciones ya que, como decía al principio, todo viene regido porque el resultado de adoptarlas sea mayor que el de no hacerlo. Si el valor de la azada es una cantidad dada, nadie tiene estímulo para fabricarla de manera más eficiente y ése ha sido uno de los motivos del atraso de los países controlados por marxistas.

La organización es también un caso de innovación en el mismo sentido que la creación de nuevas técnicas o instrumentos pues modifica lo existente y se implanta si el resultado neto es un beneficio. Pero tenemos un factor más que influirá en el precio de la innovación y es el riesgo. Del mismo modo que en los casos más simples, o bien un individuo es notablemente más hábil con el aprendizaje básico o bien se especializa en producir azadas durante un aprendizaje, pero la producción de otra azada además de la que puede necesitar para estar al mismo nivel que los demás supone dejar de producir comida para su consumo y nada ni nadie le garantiza que otro le cambie la azada por comida según el modelo de los ejemplos anteriores. Es aún más evidente si de lo que se trata es de construir un taller o factoría, diseñar y fabricar una máquina compleja o llevar a un mercado productos que se pueden perder, ser robados o que nadie los desee. Esos riesgos son costes y, por lo tanto, la actividad de que se trate, sea la innovación o la organización, sólo será posible a medio y largo plazo si el resultado compensa al que la asume frente a no haberlo hecho. Nuevamente no se trata de que se valore la innovación o el riesgo como trabajo invertido sino de que el individuo comparará los resultados de innovar o arriesgarse frente a no hacerlo, como hace el que compara adquirir una azada o construírsela él mismo.

Al reducir el valor de cada cosa al trabajo invertido en producirla, el valor de trabajar una hora en un telar manual será el mismo que el de dedicar esa hora a diseñar un telar mecánico con la diferencia de que esa hora de trabajo no tiene un resultado inmediato e implica un riesgo. Por lo tanto no se va a estimular la innovación y la asunción de riesgos sino el trabajo rutinario con pequeñísimos avances o ninguno. Y si el comprador deseara adquirir los utensilios al precio del trabajo de quien los produce y no por el beneficio que obtiene al adquirirlos, por ejemplo, a cinco kilos de comida para el habilidoso del primer ejemplo, el comprador adquiriría sin coste alguno su propio beneficio al no invertir diez horas en las que dejaría de producir diez kilos de alimento sino sólo perder cinco. Difícilmente el habilidoso se esmeraría en serlo con un sentido económico y las divisiones del trabajo tendrían que ver apenas con preferencias o con labores penosas que nadie desearía hacer salvo que se le pagaran a mayor precio, con lo cual volveríamos al caso primero.

La economía se ha visto impulsada por innovaciones arriesgadas porque el resultado convertía la producción en más barata y beneficiaba al vendedor y al comprador, según los ejemplos anteriores. Pero cuando no se ven los beneficios personalmente es muy improbable que se asuman personalmente los costes y, por lo tanto, es muy poco probable que se produzcan las innovaciones a un ritmo tan elevado como hemos visto en los últimos siglos. Y frente a todas las teorías están los hechos que muestran el lamentable atraso de las sociedades y las economías de los países controlados por grupos políticos marxistas comparado con el avance de las sociedades y las economías de principios liberales. Pero, a mi juicio, resulta imposible desligar la especialización y la valoración de los intercambios en lo económico de los intercambios en lo social y en lo político y su valoración, que será la continuación de tema.

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