viernes, 7 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 11

El marxismo es una de las teorías del cambio y la transformación social de la sociedad industrial. Quizá por enfrentarse a una sociedad sometida a fuertes tensiones en una fase más avanzada de su desarrollo o por proyectar un cambio drástico en esa sociedad, nace con aún mayor fuerza que el liberalismo como ideología y teoría del cambio contra las ideologías y teorías de la estabilidad del antiguo régimen. O quizá es una impresión dada por haber asumido como evidente la ideología democrática de la igualdad entre todos los seres humanos que rompe el orden estamental vigente durante siglos.

En la historia europea, las ciudades que, como Roma o Atenas, tenían en la antigüedad una clase numerosa de comerciantes y propietarios agrícolas pudieron eliminar las monarquías y dejar de creer en ellas, pero en los siguientes siglos se vuelve por muchos motivos a una ideología de la desigualdad natural y del orden que tiene a un rey en su vértice. El hecho es que los señores de la guerra germánicos contaron con seguidores y recursos suficientes para destruir un orden romano aparentemente más avanzado y que la estructura social de una Europa sometida a guerras interiores y ataques exteriores constantes no podía dar lugar a situaciones ni ideas de igualdad.

Y si son las ciudades con comerciantes y artesanos ricos las que alcanzan desarrollo suficiente para desafiar al poder nobiliario que impedía su progreso, por medio de un cambio progresivo en Inglaterra o por revoluciones de ideología liberal en los EEUU y Francia, los trabajadores de las industrias parecen ser la fuerza que va a alcanzar un desarrollo que, en opinión de Marx, rompa los límites que la burguesía de propietarios imponía al desarrollo social.

Hemos pasado de unos siglos de orden imaginado como esencialmente estable en que los nobles son los que poseen el monopolio del poder, con el rey a la cabeza, a una etapa en la que ese orden se pone en cuestión tanto por la presión de nuevas ideas como de nuevas situaciones de crisis. Y en la sociedad industrializada se dan nuevas y mayores situaciones de crisis, con mayores fuerzas en conflicto, que pueden ser teorizadas y dotadas de un sentido ideológico por filósofos e ideólogos.

No es posible concebir el desarrollo histórico como algo ajeno a la libertad humana del mismo modo que no puede serlo ninguna acción individual pues las decisiones son resultados de condiciones que incluyen las formas en que cada persona imagina la realidad. Y el hecho de que haya una relación estadística entre condiciones materiales y fenómenos culturales es tan esperable como que las respuestas humanas a la abundancia o escasez de recursos o a un peligro son forzosamente limitadas. Sin embargo, las ideas y sobre todo la puesta en práctica de esas ideas no depende sólo de su verdad o de su idoneidad para el progreso sino fundamentalmente de que resulten posibles en unas condiciones determinadas. Es posible que las ideas tengan tal capacidad de reorganización de la visión humana del mundo que puedan dotar de eficacia a recursos dispersos y desorganizados, pero sin un nivel de recursos suficiente ninguna idea es suficiente. Así, sin un desarrollo artesanal y comercial suficiente, no hay fuerza social que pueda oponerse al monopolio del poder de los guerreros o de sus administradores. Pero una sociedad controlada por la fuerza militar y por una ideología que refuerce la idea de la desigualdad es incapaz de movilizar sus fuerzas, por grandes que sean hasta, quizá, que una crisis desencadene una rebelión demasiado poderosa para ser detenida.

Es evidente que en la sociedad industrial se daban situaciones de crisis y que el descontento de los menos favorecidos daba lugar a rebeliones de pequeño alcance. Pero, sin una teoría que diera un sentido único y organizado a esas crisis o rebeliones, la mera fuerza material de miles de obreros descontentos no podría cambiar nada salvo en forma de destrucciones momentáneas que no alterarían a medio y largo plazo la estructura general social y económica. El hecho de que se impusiera la democracia o, al menos, la idea de que los ciudadanos no son naturalmente desiguales, no vino de que a algún poderoso le pareciera una buena idea cambiar su poder por una forma de consenso social. Carecía de importancia decisiva que a algún noble le pareciera que la democracia era un sistema más racional o ético ya que el monopolio del poder no se suele regalar por parecer una buena idea sino porque es la única respuesta a crisis que amenazan con destruir toda la estructura social. Al fin y al cabo, por qué cambiar algo si uno es feliz con ello. Del mismo modo, cuando una clase de comerciantes e industriales pudo hacerse con el poder que antes monopolizaban los nobles en forma de fuerza militar y de administración social y económica con la Iglesia como garante ideológica de que no había otro orden posible que ése, no parece que entre ellos surgiera espontáneamente la necesidad de extender ese poder a la totalidad de los ciudadanos y, probablemente, muchas ideas les parecerían convincentes para no hacerlo. Probablemente también tratarían de recurrir al poder militar y de la administración o a la bendición religiosa para mostrar y demostrar que todo estaba bien así y que necesariamente debía ser así.

Pero es obvio que el desarrollo económico no se repartía por igual entre todos los que participaban en su creación y que las crisis económicas podían ser soportables para quienes tenían riqueza acumulada, pero no para quienes vivían al día de su trabajo. Probablemente la situación de los obreros industriales no fuera peor que la de los campesinos que históricamente padecían hambrunas por las malas cosechas, pero su concentración en las ciudades la hacía visible y la dotaba de un poder que no tenían los campesinos dispersos por todo un país. Y, en cualquier caso, lo que moviliza a la acción no es tanto el problema como la idea de que tal problema existe.

El marxismo es una teorización acerca de las causas de las crisis de la sociedad industrial y de los daños que producían entre los obreros industriales y la sociedad en su conjunto, de las consecuencias a medio y largo plazo de una sociedad inestable en esencia y de la forma de conducirlas hacia un fin determinado. Su acierto más rotundo puede ser el considerar que la naturaleza de la sociedad es el conflicto y el cambio, y sus fallos más graves el error acerca de las causas de los conflictos y de los modos en que se desenvuelven. Pero el avance, ya definitivo, que aporta a la comprensión de la historia humana es que no hay sociedades estables por naturaleza y que su grado de desarrollo está relacionado con las formas políticas posibles y con las teorías que en cada situación parezcan explicar y organizar la realidad. Sin embargo, sólo siendo marxista se puede considerar que es la única teoría posible o la más verdadera. Los hechos demuestran que no lo ha sido, su propia estructura ideológica es débil y sus consecuencias han resultado nefastas en el mejor de los casos.

En mi opinión esto se relaciona con un par de errores básicos: el primero acerca de la forma en que se participa en sociedad y se valora lo que se aporta y se recibe de ella, y el segundo acerca de la forma en que se resuelven los conflictos. Aunque podríamos ver que el segundo sólo es un caso particular del primero.


« anterior

siguiente »

No hay comentarios: