jueves, 13 de diciembre de 2007

La sociedad bipolar. 12

Una de las ideas centrales del marxismo es su teoría del valor como trabajo acumulado en un bien. Según esto, el enriquecimiento de unos sólo se puede realizar a costa de otros, los trabajadores, retribuyendo su trabajo en menos que su valor y apropiándose de la diferencia. Por otra parte, Marx considera que ese proceso va a continuar reduciendo a los trabajadores a la miseria y provocando su rebelión, tanto mayor o más violenta cuanto más tardía. La consecuencia será que la crisis irá haciéndose más grave e inevitable hasta desembocar en una revolución violenta que acabe con el monopolio del poder económico y político de los los industriales y comerciantes del mismo modo en que las revoluciones de éstos acabaron con la sociedad estamental.

Es evidente que las cosas no han sucedido así y que, más bien, han seguido un curso contrario. Y que, donde han triunfado las ideas marxistas, las consecuencias han sido totalmente diferentes de lo que aquéllas pronosticaban. Si una teoría no predice los fenómenos, el primer paso debe ser analizar sus supuestos fundamentales. Veamos ahora algunos de ellos.

Decía antes que uno de los aciertos de Marx consiste en reconocer que la naturaleza de la sociedad es el conflicto. Es muy fácil caer en el error de considerar lo dado como estático y no como el resultado de fuerzas contrapuestas o, en ocasiones, exactamente lo opuesto. La idea aristotélica era que el movimiento sólo existía como resultado de una acción y fue un paso decisivo considerar que todo objeto se mantiene en el mismo estado relativo de reposo o movimiento salvo si una fuerza lo altera. Sin embargo, las posiciones relativas de elementos "pesados "y "ligeros" no se veían como resultado de fuerzas sino de una tendencia hacia el "lugar natural" de cada elemento. O el giro de los planetas como algo eterno pero no sometido a fuerzas. Resulta también poco evidente que un edificio está sometido a un conjunto de fuerzas en equilibrio o que nos rodea una atmósfera que ejerce presión sobre nosotros, y no es extraño que los "lugares naturales" de los individuos en una sociedad se vean, al modo aristotélico, como algo que resulta de una tendencia de cada individuo a una función social y no de un conjunto de conflictos. De la misma manera que el agua buscaría, para los aristotélicos, situarse por debajo de la madera siendo la tendencia a ese fin la fuerza que origina el movimiento, los lugares naturales de los nobles y de los campesinos harían tender a cada uno a sus posiciones relativas y una vez llegadas a ellas, sus fines propios, desaparecería la tendencia al cambio.

La física moderna aclaró que tanto la madera como el agua estaban sometidas a fuerzas de manera que, por su mayor densidad, el agua desplaza a la madera. Es la presión del agua sobre la madera la que resulta mayor que la de la madera sumergida sobre el agua y es la presión de unos individuos y colectivos sobre otros individuos o colectivos la que hace ocupar a cada uno su lugar relativo. El mundo no es inerte sino que es una resultante de fuerzas y la labor de una teoría de la sociedad o de cualquiera de sus aspectos consiste en determinar tales fuerzas y sus magnitudes relativas. Al principio me refería a la sociedad como creadora de valor y a cómo los valores relativos de cada elemento dentro de una sociedad dependen de las circunstancias y de un conflicto entre quienes lo ofrecen y quienes lo demandan. Si la idea del valor de un bien o servicio fuese, como dice el marxismo, el trabajo invertido en ello tendríamos una definición antiintuitiva de "valor". Podemos suponer que los seres humanos trabajan hasta el agotamiento pero en dos situaciones diferentes: cooperando o de forma aislada. Si el trabajo es, por hipótesis, el máximo, el valor en ambos casos sería el mismo y sin embargo, mediante la cooperación se puede conseguir mayores resultados. Si, por otra parte, una persona dedica diez horas diarias de su vida a labrar su campo mientras que otra las dedica a edificar una pirámide de piedras, el trabajo invertido al cabo de un tiempo será el mismo en ambos casos, pero el resultado y su valor no.

El valor, como la dimensión, es una cantidad que se expresa como una relación entre dos elementos de forma que uno se refiere a otro o los dos a un tercero tomado como patrón. Por ejemplo, la longitud de un campo en pies relaciona cuántas veces la longitud del campo incluye la del pie, pero el pie puede ser medido como cuántas veces incluye la longitud del campo o, como lo ha sido de hecho, una longitud de la Tierra. El valor relativo de dos bienes o servicios aparece de una manera análoga a llevar tantas veces una longitud sobre otra: por la posibilidad de intercambiar unos bienes o servicios por otros en cantidades diferentes. Y es evidente que es necesario intercambiar trabajo por un bien si deseamos siquiera recoger una manzana del árbol y que podemos expresar el valor en términos del valor de la hora de trabajo como unidad patrón.

Sin embargo ¿es ese trabajo invertido algo que describa íntegramente los valores relativos entre dos bienes o servicios cualesquiera? El ejemplo anterior acerca de trabajar un campo o edificar una pirámide de piedras revela que no, ya que el valor de los alimentos y el de la pirámide no será el mismo debido a que lo que se valora no es el trabajo invertido sino otra cosa. En todo ser vivo la actividad que le permite conservar su estructura y función implica un gasto de energía y, más aún, si la vida existe es a través de un proceso evolutivo que implica extenderse. Tal evolución sólo es posible si el resultado final es un sistema vivo más ordenado a costa de la energía del ambiente, del resto del universo. De otro modo el sistema vivo se agota al agotar sus recursos o al ser destruido por un ser vivo diferente o por cualquier otro proceso natural. Pero si los procesos que llevan a que un ser vivo se construya no permitieran captar más energía del entorno que la que el ser vivo disipa al construirse, tal ser se agotaría. Por ejemplo, la cantidad de energía que un vegetal invierte en crear un nuevo cloroplasto debe ser menor que la que el cloroplasto proporcione al vegetal durante su vida. O la energía que un animal invierte en obtener alimento debe ser menor que la que proporcione ese alimento.

Toda la vida es un conjunto de opciones y lo decisivo es si esas opciones llevan a la conservación, la destrucción o la expansión. Y es obvio que sólo las opciones que proporcionen más energía que la gastada en obtenerla son estables en la evolución. No se valora, por tanto, lo invertido sino la diferencia entre lo que tendríamos en caso de invertir energía en un proceso o no haciéndolo, o haciéndolo en otro. Una serie de pérdidas netas suponen que preexiste una cantidad de energía almacenada y que una vez agotada se agotan todas las opciones. La energía, los recursos gastados, son costes y lo obtenido en energía o recursos es lo que se valora, tanto más cuanto mayor sea lo obtenido. Supongamos que los primeros cazadores recolectores humanos no usaran herramientas sino sólo su cuerpo. La selección de una herramienta y, en mayor medida, su adaptación o fabricación implicarían un gasto de energía y dejar de emplear esa energía y tiempo en buscar alimento. Por lo tanto, el uso de herramientas sólo habrá sido posible si la energía que se obtiene mediante su uso, y una vez descontada la energía y recursos invertidos en su fabricación como costes, es mayor que lo que se obtiene sin herramientas.

El valor de las herramientas vendrá dado no por el coste de buscarlas, adaptarlas o fabricarlas, sino por la diferencia en los resultados al usarlas y al no usarlas. Un campesino puede tardar un tiempo en fabricar una azada, pero si el resultado de usarla no compensa el tiempo que no se ha invertido en sembrar y recoger con las manos, usar la azada y fabricarla condenaría a muerte al campesino tanto como la construcción de la pirámide de piedras. Si durante el tiempo en que pueda ser usada, la azada no incrementa la producción de alimento en cantidad suficiente como para compensar lo que se dejó de producir al fabricarla, se trataría de un pasatiempo sin sentido económico. Pero si vemos que se usa es porque la producción de alimento es mayor o el tiempo usado para el cultivo es menor y permite otras actividades que produzcan otros bienes o servicios. Ahora bien, el trabajo de fabricar una azada es idéntico al de recoger o sembrar con la manos el tiempo equivalente: los costes serán equivalentes, pero si el valor de la azada no viene dado por lo que se produce con ella no tendría sentido preferir fabricarla o hacerlo de madera o hierro en vez de marfil.


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1 comentario:

my blue eye dijo...

Me viene muy bien este análisis que ha hecho del valor-trabajo. Es cierto que las predicciones de Marx no se sostienen, que por lo tanto se equivocó, pero ¿en qué medida no afecta esto también a la teoría liberal del trabajo? Pregunto. Hay un trabajo muy bueno de Fernando Díez sobre el trabajo que tengo que retomar.

Su análisis es de todas formas muy iluminador. Por ejemplo, cuando Marx dice en La ideología alemana, si no me equivoco, que en la sociedad comunista podremos pescar por la mañana, labrar el campo por la tarde y practicar crítica literaria por la noche (cito de memoria y claramente mal), está cayendo justamente en ese agotamiento romántico de la energía del que usted habla al examinar el valor-trabajo. Cuente un poco más del asunto, que me interesa.