viernes, 2 de noviembre de 2007

La sociedad bipolar. 10

La tradición religiosa y el populismo nacionalista dan lugar a dos corrientes que se oponen al liberalismo propugnado por la burguesía pero también al socialismo que representa o pretende representar a los trabajadores, y que, por esencia o por exclusión de los contrarios, tienen éxito entre los campesinos y los pequeños propietarios, artesanos y comerciantes. Tenemos así ya en liza a las cuatro ideologías que nacen de cuatro grupos que se ven como rivales y que pueden oponerse unos a otros o colaborar en distintas situaciones: el conservadurismo, el liberalismo, los populismos nacionalistas y los populismos socialistas.

Todo esto es sobradamente conocido y está de más explicarlo de nuevo. Pero creo que las cuatro corrientes se explican por cuatro maneras de entender y practicar el compromiso entre libertad y cohesión social. El conservadurismo asume los restos de la sociedad tradicional y su división en estamentos pero trata de ser un compromiso entre el deseo de las clases superiores de mantener su posición de liderazgo y la necesidad de contar con un apoyo de las clases inferiores sosteniendo una ideología del orden religioso o la versión laica de este orden que sería la superioridad natural de los privilegiados. Es decir: limita la libertad pero afirma garantizar una seguridad en un futuro sin cambios, que es lo que mejor se acomoda a una sociedad campesina de pequeños propietarios o aparceros que saben que su futuro es previsiblemente como el que conocen y que desean que sea así.

El liberalismo nace entre quienes ven en este sistema tradicional una limitación para la innovación y el progreso que traen las nuevas ciencias, el comercio y la industria, con lo cual la limitación a los cambios no es garantía de un futuro sin catástrofes gracias a una élite que se ocupa de la guerra sino un impedimento para progresar y enriquecerse y para participar en el gobierno y reordenar las relaciones sociales, aun a riesgo de romper la cohesión social. Pero la reacción al liberalismo es la conjunción de varias fuerzas. En primer lugar, los reyes y nobles ven el peligro de perder su monopolio del poder social y militar y su control sobre la economía y la política. Pero su resistencia sería inútil si sus deseos no se vieran secundados por masas de población que creen que el liberalismo, con la pérdida de la cohesión social de raíz religiosa, va a dejarlos desprotegidos. Y los temores de los campesinos a una ideología sin el control de una religión que prohibe ir más allá de ciertos límites de responsabilidad hacia el semejante se verían confirmados por la adquisición de bienes de la Iglesia por inversores privados y posiblemente porque ser aparceros en terrenos de la Iglesia les parecería más llevadero que ser trabajadores en un latifundio. O quizá porque la tierra no recibió, al menos en los países del sur de Europa, el tratamiento de actividad económica rentable y objeto de inversiones y renovaciones sino de un símbolo de riqueza que se dejaba languidecer una vez adquirida.

Los campesinos o pequeños propietarios y artesanos que ven que la concentración de la propiedad y las grandes industrias no les benefician directamente pueden creer que la libertad no compensa la pérdida de seguridad (recordemos que la sociedad cohesionada funciona como una mutualidad ante los riesgos) y pueden aliarse con los conservadores y su ideología del orden en la desigualdad.

Sin embargo, los obreros que trabajan en la industria no tienen esa vuelta atrás al campesinado y a la seguridad del orden estamental. En el campo no hay sitio ni recursos para todos y la industria les ha mostrado su capacidad para crear con su trabajo una mayor riqueza que no creen que revierte suficientemente en su beneficio. Su exigencia de cohesión social no puede, por lo tanto, ver un cauce en la vuelta atrás sino en un nuevo cambio que aumente el precio del trabajo tanto en términos de valor económico como de participación en el gobierno de la sociedad. Todos los movimientos socialistas tratan de cambiar el modelo de más libertad exigido y conseguido por los artesanos, industriales y comerciantes por un modelo de más cohesión, aun a riesgo de perder libertad, y es que, a quien experimenta la pobreza, la libertad no le da seguridad sino oportunidades inciertas de mejorar, pero también de empeorar. Pero, frente a otras ideologías socialistas que exponían modos de construir la igualdad desde la cohesión de grupos pequeños, Marx propone una teoría y una práctica que afirman poder conseguir mayor igualdad y la certeza de mejorar en un mundo convencido firmemente del progreso inevitable de las ciencias y las tecnologías. A diferencia de otras ideologías socialistas, elabora un concepto de la sociedad y sus procesos totalmente disociado del tradicional anterior a las revoluciones burguesas y que pretende asumir la trayectoria de cambio que ha llevado al triunfo de la industria y la burguesía sobre el antiguo régimen como parte de una línea que llevará al triunfo del socialismo. Así, entiende que la ruptura de los lazos sociales tradicionales y el sistema de protección por el orden que impone la nobleza o la religión es sólo la manifestación de que tales ideas y prácticas encubrían el pago de un precio demasiado grande que es la limitación de la libertad y el progreso. Y para que sea posible el progreso, los que lo encabezan deben romper previamente el orden social tradicional.

La aportación de Marx a la comprensión del proceso de cambio histórico consiste en explicar cada momento como resultado de las condiciones materiales presentes que, a su vez, son resultado del momento anterior. La idea no es muy diferente de la de Aristóteles en su Política, en la que expone que los regímenes políticos resultan de los anteriores, pero frente a unas situaciones poco variables a lo largo del tiempo histórico que podía conocer Aristóteles, por ejemplo, Marx es consciente del gran cambio de los dos siglos anteriores, del progreso de las ciencias, del comercio, la artesanía y la industria, y de cómo este cambio económico ha alterado la sociedad. La industria ha creado una nueva clase de trabajadores asalariados en las fábricas de las ciudades y Marx piensa que esa clase va a transformar la sociedad como la burguesía transformó la sociedad estamental. Los artesanos, industriales y comerciantes eran los creadores de la nueva riqueza y veían que el control de la sociedad pertenecía a la nobleza por lo que, tras una serie de anteriores rebeliones de las ciudades contra los nobles y los monarcas, triunfan en Francia quizá debido a que su fuerza económica, su número y pujanza y la elaboración de una teoría de la igualdad del individuo que destruye e orden ideológico estamental les permite organizarse y actuar. Los trabajadores de las industrias, percibe Marx, aumentan su número y su importancia en la economía industrial pero los propietarios no van a desear retroceder en la marcha de la economía ni la competencia de otros industriales se lo va a permitir si lo desean. Sólo falta una teoría que dé sentido y organización a la fuerza real de los trabajadores industriales y ésa es la que Marx cree haber creado. Y que con esa teoría y la práctica organizada con ella, los trabajadores acabarán con la sociedad burguesa basada en la posesión desigual de capital como los burgueses acabaron con la estamental basada en la desigualdad natural de los individuos.

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La sociedad bipolar. 9

La organización de la sociedad consiste en un entramado de relaciones entre individuos, bien tomados como miembros del colectivo o como miembros de subgrupos del colectivo social. Como dije antes, la especie humana ha sido siempre una especie comunitaria pues la supervivencia sólo era posible en grupos que podían resistir los ataques de animales más poderosos o socorrer al individuo o amplificar sus capacidades mediante la cooperación. Por ese motivo la organización supone una codificación más o menos explícita de esas relaciones en el sentido de determinar quiénes son los que entran en relación y cuáles son las relaciones. Es decir, que se codifica la pertenencia y la identidad y la estructura social.

Las estructuras más simples en grupos pequeños implican tres cosas inevitables: que los miembros comparten relaciones, cultura y ascendientes. No se trata de que un grupo social desease en algún momento identificarse y estructurarse por las acciones recíprocas, por una lengua o cultura comunes o por unos ascendientes comunes sino que dado cualquier grupo pequeño, como necesariamente fueron los primeros grupos humanos, es inevitable que hubiera un conjunto limitado de interacciones, un repertorio muy limitado de elementos culturales y que fueran por ello compartidos, y que igualmente se compartieran lazos familiares.

Un individuo pertenece así al grupo y encuentra su lugar en su estructura por las amistades y enemistades, los favores y los rencores mutuos, por compartir cultura o por compartir ancestros y familiares actuales. Por tanto, ésas serán las relaciones que creen el colectivo y lo estructuren: quién hace favores a quién y de quién se puede esperar una disposición a devolverlos, quién es de tu mismo aspecto y se siente afín y quién es tu primo o el marido de tu hermana y te va a favorecer en la confianza de que alguna vez harás por él algo similar.

Las familias son eso y lo son los clanes y las tribus, y lo son en una escala de amplitud creciente las etnias o pueblos. Estamos ante elementos reconocidos como existentes pero que no tienen más virtualidad que la de la fuerza o coacción moral de quienes deseen ponerlos en práctica. Así, el favor no devuelto es visto como un demérito por mucha gente, pero quizá no por toda ni por el número suficiente o con la fuerza conjunta suficiente para que el remolón se vea forzado a corresponder. Las normas se aceptan y se obedecen según la disposición de cada uno o la fuerza que se le aplique, pero no hay una norma ni una fuerza capaz de imponer siempre y del mismo modo una norma. La falta de leyes y de instituciones no es sino el reflejo de unas estructuras y unas necesidades de cohesión bastante ligeras, de individuos que no se han visto en la circunstancia de reforzar sus lazos.

Pero antes decía que la cooperación y la organización sociales producen resultados netos más allá de la suma de resultados individuales y que los grupos organizados triunfan en los conflictos sobre los no organizados. Así, las agresiones de un grupo armado para la guerra tenían por consecuencia que sus vecinos se armaran si tenían tiempo y recursos, o desaparecían. Y, si un grupo creaba un ejército disciplinado y una economía fuerte, sus vecinos se veían en la obligación de hacer lo mismo. Las estructuras estatales fueron un paso en esa organización y administración de asuntos públicos complejos. Es probable que en una sociedad de campesinos y ganaderos, con pequeños artesanos, viviendo relativamente dispersos, no hubiera ocasión de interacciones sociales ni intensas ni necesidad de que fueran codificadas, salvo por algún mercado o ceremonias de carácter periódico. Así, sólo a veces se reunirían para comerciar, celebrar algún acto religioso conjunto o acudir en grupo a la guerra. Pero cuando la amenaza de un enemigo exterior obliga a que se cree un ejército con mando unificado, o cuando la concentración de población en ciudades con propietarios, artesanos, comerciantes, militares, servidumbres de los poderosos y castas de sacerdotes da lugar a un colectivo que necesita coordinarse, los asuntos públicos se convierten en complejos y se vuelven indispensables las personas e instituciones que los administren. En ese momento aparecen los Estados.

Pero el Estado no aparece de la nada sino que es un modo de organización de un colectivo que ya se autoidentifica previamente. Es la necesidad para el colectivo la que lleva a que éste se estructure de una manera, pero no se crea el colectivo. No obstante, hay ocasiones en que es una minoría la que impone sus normas, cultura e incluso la ficción de una genealogía común a una masa desorganizada o bien se ve obligada a adoptar las de esa masa para mantener una estructura social que haga posible su gobierno. En todo caso, hay unas normas y relaciones propias de una etnia y que en un primer momento, al menos, se formalizan como bases del Estado. Las relaciones morales se formalizan y se les da una aplicación general por medio de una institución capaz de administrarlas y darles fuerza ejecutiva, la cultura se cohesiona con una lengua común, formas artísticas y modas que se extienden y generalizan y un sentimiento de pertenencia a la comunidad se codifica igualmente en el concepto de ciudadano, o de súbdito de tal rey.

Del mismo modo que la religión, esas ideas de pertenencia a una comunidad y de obligaciones entre sus miembros están en juego por tradición cuando triunfan las primeras revoluciones liberales y son usadas por las élites cuyo poder se ve amenazado para cohesionar a una masa suficiente para resistir la rebelión de las burguesías y sus aliados. Es así como aparecen los nacionalismos y racismos del XIX, como apelación a todos los que son miembros de una comunidad de nacimiento para que apoyen a los que son los suyos contra unos enemigos, independientemente de su sitio dentro de la estructura social, más incluso, cuando el liberalismo exalta al individuo y trata de disolver a la nación en un conjunto más amplio de relaciones económicas. A eso se le debe añadir la combinación con factores religiosos en el caso de algunos nacionalismos. Así, el nacionalismo apela al campesino a solidarizarse con su rey porque son ambos de la misma nación contra el burgués que trata de perjudicar a ambos o, en versiones populistas, con las élites intermedias que pertenecen a grupos desplazados del ejercicio del poder o la riqueza, como artistas, funcionarios o comerciantes medianos frente a la gran industria y comercio.

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jueves, 1 de noviembre de 2007

La sociedad bipolar. 8

La religión, decía anteriormente, apareció como algo que relacionaba al individuo con lo que cree que está detrás de lo visible: los muertos y los seres animados que se suponen detrás de la actividad de lo natural. La importancia de esa relación hacía que fuera un asunto más colectivo que personal y que se participara en grupo en las ceremonias. Pero obviamente los primeros grupos serían familiares o de clan y así mismo lo serían los seres sobrenaturales y las ceremonias para relacionarse con ellos. Los dioses personales o de lugares cercanos serían parte de creencias colectivas en el sentido de ideas y prácticas paralelas por interacción y herencia de una cultura común. Así, es muy probable que las ceremonias tuvieran un carácter social y político en ocasiones importantes y que ese carácter dependiera de la estructura social y política del grupo: dioses familiares y clánicos para las familias y clanes, dioses de los reyes en las monarquías o teologías más elaboradas donde se creaban castas sacerdotales.

Hoy, cuando la religión como ideología social compite en desventaja con otras en el mundo desarrollado y tras una tensión de siglos por el poder entre las instituciones religiosas y políticas, tendemos a pensar que se trata de algo relativo a la creencia y la vida personales. Pero opino que la importancia de la religión en la antigüedad era práctica pues se relacionaba con la vida y la muerte, la salud, la prosperidad, la guerra y la paz. No se trataría de una creencia neutra a efectos políticos sino de un modo de organización social y política. Del mismo modo que se suponía que algo producía la ira o la simpatía de un ser divino y tenía como consecuencia la salud o la curación individual, la pobreza o la prosperidad individual, se suponía que tenía consecuencias en la salud y la prosperidad colectivas: en las epidemias, las guerras, las buenas y malas cosechas. Y, del mismo modo que había ritos y ceremonias que un individuo practicaba para buscar su bien o el bien o mal de otros, había ritos y ceremonias que implicaban a toda la sociedad en buscar el bien social propio y el bien o el mal social ajeno. No se podría ver con indiferencia la creencia o la práctica religiosa individual cuando de esa creencia y práctica podrían derivarse una mala cosecha, una guerra o una epidemia.

Por ese motivo, las religiones eran más bien codificaciones de creencias y prácticas en relación con asuntos que involucraban la relación de la sociedad con los seres divinos y no simples conjuntos de ideas o prácticas personales. Basta leer los textos antiguos para ver que esto era así y que la reacción de una sociedad contra un disidente religioso tenía que ver con el miedo a una represalia del dios contra la sociedad en conjunto.

Pero las religiones, al involucrarse en la organización y las prácticas sociales, tomaban postura y partido por unas estructuras y prácticas y contra otras. Así, leyendo los primeros libros de la Biblia se observa cómo hay un interés del redactor por relacionar a la divinidad, al individuo y a su vecino. Del Decálogo, los tres primeros preceptos se refieren a la relación del individuo con Dios, pero los otros siete se refieren a las relaciones sociales: respeto a los padres, a la vida, a la propiedad, a la fama o a la familia ajena. E incluso los tres primeros pueden ser interpretados como normas de importancia social: amar a Dios es situar la fuente de la estabilidad social por encima de la voluntad individual y hacer obligatorio su culto; lo mismo en el caso de celebrar las fiestas o usar el nombre de Dios ya que, probablemente, ese nombre era usado como apoyo del testimonio que se daba, de la acción y manifestación de profetas o del poder para gobernar y legislar. Al proteger la organización social estaban protegiendo al individuo de los abusos de otro semejante o más poderoso. No obstante, también existe una toma de postura y partido a favor de las castas sacerdotales y sus ritos o del poder político, cosa que entra en contradicción frecuentemente con lo anterior, si se defiende al poderoso de la rebelión de sus subordinados.

Por lo tanto, la religión fue hasta fechas históricamente muy recientes, una de las formas e ideologías de estructuración y cohesión social y cuando las revoluciones liberales derriban las monarquías y las sociedades estamentales o las amenazan, las élites superiores o intermedias de poder que se ven en peligro reaccionan usando esa ideología y practica religiosas como medio de cohesión con los campesinos perjudicados por el paso de las propiedades comunales a manos privadas o, meramente, como cohesión con todos los que tuvieran tradicionalmente la religión como norma ideológica y práctica frente al aspecto antirreligioso de los movimiento revolucionarios burgueses y liberales. Y probablemente, a partir de unos comienzos de distanciamiento, la dinámica de choque entre grupos y de cohesión interna de tales grupos llevó a la acentuación y radicalización de las posturas hacia el anticlericalismo y el integrismo.

La importancia de la religión y su papel de cohesivo social e identidad y estructura política se advierte con claridad si consideramos la penetración de la organización religiosa hasta cada pueblo y en el adoctrinamiento de cada individuo y en su educación sobre cuál es su papel en el Universo y en la sociedad. Es inexplicable la historia de nuestro mundo sin la organización de los cristianos en el Imperio romano, las diferencias entre las diversas sectas, su relación con el judaísmo y el islam. Y es inexplicable la identidad europea sin la extensión del modelo de monarquías en colaboración con los obispos hacia el norte germano y eslavo, ni la historia sin el cisma de oriente o la reforma protestante. Suponer que la religión era una simple opinión de los individuos deja sin causa a los fenómenos más importantes que nos han traído a lo que es el presente.

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