viernes, 2 de noviembre de 2007

La sociedad bipolar. 9

La organización de la sociedad consiste en un entramado de relaciones entre individuos, bien tomados como miembros del colectivo o como miembros de subgrupos del colectivo social. Como dije antes, la especie humana ha sido siempre una especie comunitaria pues la supervivencia sólo era posible en grupos que podían resistir los ataques de animales más poderosos o socorrer al individuo o amplificar sus capacidades mediante la cooperación. Por ese motivo la organización supone una codificación más o menos explícita de esas relaciones en el sentido de determinar quiénes son los que entran en relación y cuáles son las relaciones. Es decir, que se codifica la pertenencia y la identidad y la estructura social.

Las estructuras más simples en grupos pequeños implican tres cosas inevitables: que los miembros comparten relaciones, cultura y ascendientes. No se trata de que un grupo social desease en algún momento identificarse y estructurarse por las acciones recíprocas, por una lengua o cultura comunes o por unos ascendientes comunes sino que dado cualquier grupo pequeño, como necesariamente fueron los primeros grupos humanos, es inevitable que hubiera un conjunto limitado de interacciones, un repertorio muy limitado de elementos culturales y que fueran por ello compartidos, y que igualmente se compartieran lazos familiares.

Un individuo pertenece así al grupo y encuentra su lugar en su estructura por las amistades y enemistades, los favores y los rencores mutuos, por compartir cultura o por compartir ancestros y familiares actuales. Por tanto, ésas serán las relaciones que creen el colectivo y lo estructuren: quién hace favores a quién y de quién se puede esperar una disposición a devolverlos, quién es de tu mismo aspecto y se siente afín y quién es tu primo o el marido de tu hermana y te va a favorecer en la confianza de que alguna vez harás por él algo similar.

Las familias son eso y lo son los clanes y las tribus, y lo son en una escala de amplitud creciente las etnias o pueblos. Estamos ante elementos reconocidos como existentes pero que no tienen más virtualidad que la de la fuerza o coacción moral de quienes deseen ponerlos en práctica. Así, el favor no devuelto es visto como un demérito por mucha gente, pero quizá no por toda ni por el número suficiente o con la fuerza conjunta suficiente para que el remolón se vea forzado a corresponder. Las normas se aceptan y se obedecen según la disposición de cada uno o la fuerza que se le aplique, pero no hay una norma ni una fuerza capaz de imponer siempre y del mismo modo una norma. La falta de leyes y de instituciones no es sino el reflejo de unas estructuras y unas necesidades de cohesión bastante ligeras, de individuos que no se han visto en la circunstancia de reforzar sus lazos.

Pero antes decía que la cooperación y la organización sociales producen resultados netos más allá de la suma de resultados individuales y que los grupos organizados triunfan en los conflictos sobre los no organizados. Así, las agresiones de un grupo armado para la guerra tenían por consecuencia que sus vecinos se armaran si tenían tiempo y recursos, o desaparecían. Y, si un grupo creaba un ejército disciplinado y una economía fuerte, sus vecinos se veían en la obligación de hacer lo mismo. Las estructuras estatales fueron un paso en esa organización y administración de asuntos públicos complejos. Es probable que en una sociedad de campesinos y ganaderos, con pequeños artesanos, viviendo relativamente dispersos, no hubiera ocasión de interacciones sociales ni intensas ni necesidad de que fueran codificadas, salvo por algún mercado o ceremonias de carácter periódico. Así, sólo a veces se reunirían para comerciar, celebrar algún acto religioso conjunto o acudir en grupo a la guerra. Pero cuando la amenaza de un enemigo exterior obliga a que se cree un ejército con mando unificado, o cuando la concentración de población en ciudades con propietarios, artesanos, comerciantes, militares, servidumbres de los poderosos y castas de sacerdotes da lugar a un colectivo que necesita coordinarse, los asuntos públicos se convierten en complejos y se vuelven indispensables las personas e instituciones que los administren. En ese momento aparecen los Estados.

Pero el Estado no aparece de la nada sino que es un modo de organización de un colectivo que ya se autoidentifica previamente. Es la necesidad para el colectivo la que lleva a que éste se estructure de una manera, pero no se crea el colectivo. No obstante, hay ocasiones en que es una minoría la que impone sus normas, cultura e incluso la ficción de una genealogía común a una masa desorganizada o bien se ve obligada a adoptar las de esa masa para mantener una estructura social que haga posible su gobierno. En todo caso, hay unas normas y relaciones propias de una etnia y que en un primer momento, al menos, se formalizan como bases del Estado. Las relaciones morales se formalizan y se les da una aplicación general por medio de una institución capaz de administrarlas y darles fuerza ejecutiva, la cultura se cohesiona con una lengua común, formas artísticas y modas que se extienden y generalizan y un sentimiento de pertenencia a la comunidad se codifica igualmente en el concepto de ciudadano, o de súbdito de tal rey.

Del mismo modo que la religión, esas ideas de pertenencia a una comunidad y de obligaciones entre sus miembros están en juego por tradición cuando triunfan las primeras revoluciones liberales y son usadas por las élites cuyo poder se ve amenazado para cohesionar a una masa suficiente para resistir la rebelión de las burguesías y sus aliados. Es así como aparecen los nacionalismos y racismos del XIX, como apelación a todos los que son miembros de una comunidad de nacimiento para que apoyen a los que son los suyos contra unos enemigos, independientemente de su sitio dentro de la estructura social, más incluso, cuando el liberalismo exalta al individuo y trata de disolver a la nación en un conjunto más amplio de relaciones económicas. A eso se le debe añadir la combinación con factores religiosos en el caso de algunos nacionalismos. Así, el nacionalismo apela al campesino a solidarizarse con su rey porque son ambos de la misma nación contra el burgués que trata de perjudicar a ambos o, en versiones populistas, con las élites intermedias que pertenecen a grupos desplazados del ejercicio del poder o la riqueza, como artistas, funcionarios o comerciantes medianos frente a la gran industria y comercio.

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