martes, 8 de julio de 2008

La sociedad bipolar. 32

En una sociedad moderna, segmentada y democrática, los partidarios del modelo social se organizan para gestionarlo y defenderlo, los partidarios de cambiarlo tratan de ganar más partidarios para ese cambio y los que desean destruirlo tienen casi siempre las garantías para tratar de hacerlo desde la libertad o la impunidad que este modelo les garantiza. Debido a los cambios, las crisis, los efectos de malas administraciones o simples escándalos propios del espectáculo, el gobierno pasa de unos partidos a otros y sus estrategias varían si tratan de alcanzar el poder o de conservarlo, pero por lo general todos ellos ofrecen diferentes modelos acerca de la libertad individual y la capacidad de intervención de las leyes y el Estado en esa libertad de acuerdo con factores diversos. Por ejemplo, los partidos considerados desde el centro a la derecha son partidarios de la libertad individual, pero creen positivo el control del Estado y las leyes sobre formas de comportamiento que, por el contrario, los partidos desde el centro a la izquierda tratan de liberalizar mientras que intentan someter a control precisamente lo que los anteriores deseaban mantener lejos de las manos de los poderes públicos. En ocasiones convicciones o compromisos de principios ideológicos llevan a tales cosas, pero en otras -y estimo que con frecuencia- es la simple táctica del momento la que orienta las preferencias y los programas.

Pero hace tiempo que los partidos de izquierda democrática dejaron de ser revolucionarios ya que han comprobado que la teoría marxista del monopolio del Estado y la economía por parte de un grupo equivale siempre a pérdida de libertad y de prosperidad para todos los demás. Simplemente gestionan las quejas de los descontentos del modelo liberal del mismo modo como por la otra parte los de derecha gestionan la satisfacción de los ganadores. Unos y otros tratan de obtener los mayores beneficios de un sistema que todos consideran como el mejor posible, tal como aumentan los ingresos o los servicios recibidos por un particular o los ingresos y el poder de un político capaz de ponerse a la cabeza del gobierno del Estado. Sería ciertamente ingenuo creer que los planes y actos de un ser humano no están orientados a cumplir sus deseos y expectativas y la única confusión consiste en comprender cómo unos deseos o expectativas irreales pueden ocupar la mente de alguien muy por delante de sus experiencias, aunque esto podemos tratarlo en otro lugar. Así, los planes del empresario, del político o del revolucionario pueden tener o no unos resultados positivos para otro número de personas pero ni su origen ni su éxito tienen relación directa con ello. Su origen siempre será una motivación y un cálculo de costes y resultados subjetivos y su éxito siempre dependerá de que usen los recursos reales de un modo que les permita ampliarse y reproducirse. Pero ni las preferencias o motivaciones de una persona tienen su raíz fuera de ella ni nada subjetivo es capaz de obtener más éxito que lo que pueda lograr en términos prácticos, no imaginados. Unos planes serán altruistas, otros duramente egoístas, pero serán producto de unas preferencias individuales. Unos planes resultarán o no, y beneficiarán o perjudicarán a otros, pero sólo si son realizables en la práctica.

Los planes políticos y económicos tendrán por tanto un doble aspecto: la finalidad a la cual se supedita su argumentación y su realización, y su realización efectiva, que depende de que puedan aprovechar los recursos existentes o encontrar los que necesiten. Así, cuando un tipo de política trata de alcanzar una mayor libertad individual es legítimo preguntar quién tiene esa intención individual y por que ésa y no otra. Contemplar la máxima libertad individual como una especie de Sumo Bien al que tiende todo deseo y acción humanos es olvidar que los planes y deseos lo son de alguien, no de una especie de lugar metafísico de los principios. Y, de la misma manera, alcanzar la máxima solidaridad o justicia es algo ligado a que unas personas concretas lo deseen en un momento concreto y no una ley de la Naturaleza. Bien puede suceder que otros pongan la libertad del individuo al servicio del grupo o que su idea de la cohesión social sea esencialmente antiigualitaria. Y, por los mismos motivos, que triunfen unas opciones u otras no depende de una especie de destino inevitable, de una finalidad que se va a ver lograda como si fuera el fruto de un plan bien concebido sino que será el resultado contingente de un Universo que se ha desarrollado de una manera concreta. La idea determinista de que el resultado es único pues depende de un comienzo dado y de unas leyes dadas desde un principio no nos ayuda en mucho pues no conocemos ni ese principio ni nos vemos obligados a admitir que el Universo o las sociedades no estén sometidas a permanentes cambios sin llegar nunca a una especie de fin.

Habrá, por lo tanto, políticas que primen la libertad o el beneficio individuales, o todo lo contrario, porque los seres humanos que las proponen y llevan a cabo no son idénticos ni de partida ni tras las experiencias de sus vidas, y triunfarán unas u otras según las condiciones del momento. Los que se consideran beneficiados por una mayor libertad tratarán de desligarse de tantas obligaciones como les sea posible hasta chocar con los resultados negativos de una falta de cohesión social y aceptarán más de una o de otra según sus preferencias y sus expectativas; o los que desean una mayor cohesión social tratarán de controlar un máximo de actividades hasta que la falta de libertad ahogue a la sociedad. O al menos hasta que unos y otros prevean que van a suceder cosas que no desean. El desarrollo de las sociedades y economías liberales implica un mayor número de ideas y de opciones, nada esencialmente distinto de una sociedad o economía planificadas salvo que en un caso el número de apuestas es muy elevado y en el otro muy escaso. Pero toda sociedad que planea su futuro cae tarde o temprano en una crisis, como decía antes. Se especializa para funcionar en un determinado entorno como si éste no fuera variable y lo inesperado supera a veces su capacidad de adaptación. Y nuevamente la diferencia entre sociedades liberales o centralizadas consiste en que las apuestas sean muchas o unas pocas, en que unos triunfen y otros fracasen o en que todos puedan triunfar o todos fracasar. Pero las crisis son inevitables, como de hecho se comprueba. Y en cada crisis, los gestores del descontento tratan de presentarse como los que tienen la solución al problema, cosa que siempre está por ver hasta que se consigue o no.

Los partidos más o menos liberales por principio y los socialdemócratas por realismo gestionaban tras la guerra un espléndido progreso, pero cada crisis, cada dificultad era contestada desde la izquierda y, sobre todo, desde la extrema izquierda, con una llamada a los descontentos para cambiar el modelo y los gobernantes. Lo que añadió peligro a la situación hasta el derrumbe de la URSS fue la coincidencia o colaboración de estos partidos con la estrategia de los regímenes comunistas, en especial el soviético. Y estas coincidencias o colaboraciones tenían un triple aspecto: en primer lugar el propagandístico, el uso de los enfrentamientos de este periodo, de las crisis económicas o de las respuestas de los países democráticos para alcanzar el poder por parte de los partidos occidentales o para conseguir unos gobiernos menos beligerantes por parte de la URSS o China, con su apoyo decidido a los partidos comunistas legales o ilegales; el uso de los conflictos en cualquier lugar del mundo para un cerco político, militar o económico; y la financiación del terrorismo y los grupos guerrilleros dentro de los países occidentales. Y fue en este esfuerzo económico y militar donde la URSS se arruinó por un gasto cada vez más elevado y un potencial económico decreciente.

Los primeros golpes a los sistemas democráticos europeos vinieron tras la invasión soviética de la Europa oriental, que es aquello en lo que se convirtió el avance del Ejército Rojo contra los ejércitos alemanes. Los apasionados "antiamericanos" suelen atribuir a los EE UU un interés propio para su participación en la Segunda Guerra Mundial, tanto en sus tiempos y lugares como en su desarrollo, pero ignoran, olvidan o más probablemente tratan de que sean otros lo que lo ignoren u olviden, que la URSS firmó pactos con la Alemania nazi y con Japón (1), que usó a los partidos comunistas locales como "virreyes" de Stalin en los países invadidos (2) y que promovió la guerra civil en Grecia (3), donde sus tropas no habían logrado el control para imponer a sus partidarios. Esto es, si duda, lo que se podía esperar de un régimen comunista pues tanto su origen como su papel social e histórico están en relación necesaria de antagonismo con el sistema social, político y económico creado por el liberalismo.

Podemos entender las sociedades, sus formas de organización y su evolución como una serie de pactos y conflictos de diverso tipo entre grupos sociales y la evolución de las europeas había llegado a una situación en que grupos de teóricos y activistas políticos y sociales habían creado partidos de base obrera e ideología socialista que aspiraban a dirigirlas. Y los comunistas, entre ellos, hacían de la violencia el método de conquista del poder. Por lo tanto, los sistemas comunistas nacen dentro de los sistemas derivados del desarrollo político, social y económico por oposición a los grupos de organización y poder de las sociedades industriales y mercantiles sobre la base del descontento y la capacidad de organización y de acción de los obreros, y es en esa oposición como expresan su propia esencia y actividad. Y, en cuanto grupos dirigentes de estados de organización moderna, su oposición adquiere eventualmente formas de guerras entre estados, en todas las formas en que esto puede tener lugar.

El golpe de estado de los comunistas de Lenin no había tenido lugar en un país puntero en el desarrollo económico ni en el que estuviera asentada la democracia, como podría esperarse de una aplicación estricta de la teoría marxista, sino en uno situado en los márgenes. La toma del poder no vino como resultado de la evolución y las crisis de desarrollo de la sociedad y economía de raíz liberal sino como un asalto aventurero de un grupo decidido a todo en una situación doblemente comprometida: durante la consolidación de un sistema republicano tras la expulsión del poder del Zar y en medio de una derrota militar de los ejércitos rusos ante los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Sus intentos de expansión mundial también tuvieron mucho de azaroso y circunstancial pues comenzaron con unos intentos de seguir el ejemplo bolchevique de la toma del poder en Rusia en los países más en crisis tras la derrota de la PGM, es decir, en Alemania y los restos del Imperio austrohúngaro. Pero estos intentos o fracasaron o dieron lugar al debilitamiento de las democracias y al ascenso de los nacionalismos totalitarios (4). Algo similar ocurrió en China con el enfrentamiento entre nacionalistas y comunistas y la invasión japonesa. La verdadera expansión comunista tuvo lugar tras la derrota de los nacionalismos totalitarios de Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial, que permitió a los ejércitos soviéticos la ocupación de toda la Europa oriental y el apoyo a los comunistas chinos, que ganaron la guerra civil.

A partir de ahí, los grupos comunistas cuentan con las estructuras de dos enormes Estados y sus recursos en su lucha por el poder, y se enfrentan ya no contra otros ciudadanos de su mismo Estado internamente por su control sino por la hegemonía mundial de los modelos sociales, políticos y económicos, como Estados contra Estados, contando además con las divisiones dentro de los Estados no comunistas y los enfrentamientos internacionales. Es, como decía antes, esperable pues todo fenómeno que no es expansivo se extingue en su mismo origen. La Revolución francesa fue francesa sólo de modo circunstancial y resultaba de conceptos, actitudes y movimientos enraizados en todo el espacio europeo más adelantado. Su desarrollo tuvo también varias fases: desde las moderadas, que aspiraban a limitar el poder absoluto del monarca o sustituirlo por la soberanía de la nación hasta las más extremistas, que llevaron al periodo conocido como "El Terror" (5). En países vecinos a Francia también tuvieron lugar intentos de revolución y encontraron eco las voces revolucionarias, e incluso la Francia revolucionaria trató de extender su acción mediante la guerra, para acabar en un Napoleón que, de ser visto como un revolucionario que extendía ideales republicanos, demostró su voluntad imperial con coronación incluida.

La toma de poder de los comunistas en Rusia, especialmente tras la guerra civil, es vista por los distintos partidos de izquierda europeos con distintas perspectivas, desde los marxistas-leninistas, como un ejemplo a seguir y un apoyo a su acción, hasta los situados más al centro, que la ven como una prueba de los defectos de la sociedad liberal que desean transformar. Pero en todos los casos, como algo que transmite un mensaje positivo en su conjunto.


incompleto...

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Nota 1:

Pacto Ribbentrop-Mólotov
De Wikipedia, la enciclopedia libre.

El pacto de no agresión o también conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov fue firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Molotov respectivamente. El pacto se firmó el 23 de agosto de 1939, poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

Términos

El tratado contenía cláusulas de no agresión mutua, así como de comprometerse a la solución pacífica de controversias entre ambas naciones, a ello se agregaba una intención de estrechar vínculos económicos y comerciales, así como de ayuda mutua. No obstante el tratado contenía también unas cláusulas secretas (sólo para conocimiento de los jerarcas de ambos gobiernos y no reveladas al público) donde el Tercer Reich y la Unión Soviética definían prácticamente la "repartición" de la Europa del este y central fijando los límites de la influencia alemana y soviética mediante mutuo acuerdo, determinando que Polonia quedaría como "zona de influencia" a repartirse entre ambos Estados, mientras que la Unión Soviética lograba que Alemania reconociese a Estonia, Letonia y Lituania como "zonas de interés soviético", también se comprometían a consultarse mutuamente sobre asuntos de interés común y a no participar en cualquier alianza formada en contra de alguno de los estados firmantes.

Efectos

La firma de este pacto causó gran conmoción en el resto de Europa, ni siquiera se disminuyó por el hecho de que Stalin hubiera estado intentando negociar una alianza con Gran Bretaña y Francia durante varios meses. Para muchas personas resultaba incomprensible que dos potencias tan enfrentadas pudieran ponerse de acuerdo en un pacto de no agresión amistoso en tan poco tiempo. Especial fue el caso de fascistas en toda Europa que rechazaron semejante acuerdo con un Estado considerado "enemigo" por su ideología comunista, así como de numerosos simpatizantes comunistas que se desencantaron de la Unión Soviética por haber ésta suscrito un "pacto de no agresión" con el régimen nazi que siempre había sido considerado el enemigo a batir.

La consecuencia directa fue la invasión conjunta de Polonia por Alemania y la URSS en septiembre de 1939 y el ataque a Finlandia por parte de la URSS poco después. Bajo este pacto en 1940 la URSS además se anexionó Estonia, Lituania y Letonia, y territorios de Rumania.


Pacto Ribbentrop-Mólotov en Wiki


Pacto de Neutralidad
De Wikipedia, la enciclopedia libre

El Pacto de Neutralidad fue un tratado de paz, que puso término a la guerra no declarada entre Japón y la Unión Soviética por la frontera entre el gobierno títere nipón de Manchukuo y la pro-soviética Mongolia, estabilizada tras el triunfo del mariscal Zhúkov en la batalla de Khalkhin Gol. Fue firmado en Moscú el 13 de abril de 1941 entre Viacheslav Molotov y Yosuke Matsuoka, y consideraba, en su parte fundamental, la neutralidad de las partes en caso de guerra entre una de ellas con otro país, por el plazo de cinco años.

Durante el curso de la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Japón contempló romperlo[cita requerida], una vez iniciada por parte de la Alemania Nazi la invasión a la Unión Soviética ("Operación Barbarroja"). El no declarar la guerra a la URSS, le permitió a Japón llevar a cabo su "campaña del Pacífico" en vez de su estrategia norteña. Esto, a su vez, permitió a Stalin trasladar sus experimentadas tropas siberianas al frente oriental, específicamente a la Batalla de Moscú, una vez que tuvo la seguridad de no ser atacada por el oriente. Ésta vital información fue proporcionada por el espía soviético Richard Sorge.

El 5 de abril de 1945, la Unión Soviética informó al Gobierno de Japón que denunciaba el tratado. Poco más de cuatro meses después, la URSS declaraba la guerra al Imperio de Japón, llevando adelante la "Operación Tormenta de Agosto", cumpliendo su promesa de entrar en la guerra en el Océano Pacífico tres meses después de terminada la guerra en Europa.


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Nota 2:

Golpe de Praga
De Wikipedia, la enciclopedia libre


El Golpe de Praga es el nombre con el que se denomina al acceso del Partido Comunista al gobierno de Checoslovaquia. El 25 de febrero de 1948, el presidente de la República de Checoslovaquia, Edvard Beneš, cedió todo el poder a Klement Gottwald y a Rudolf Slansky, después de dos semanas de intensas presiones por parte de la Unión Soviética.


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Nota 3:

Guerra civil griega
De Wikipedia, la enciclopedia libre


La guerra civil griega transcurrió entre 1946 y 1949, y fue el primer caso de una insurrección comunista tras la II Guerra Mundial, por lo que se puede considerar como el primer conflicto bélico de la guerra fría. La victoria de las fuerzas anticomunistas del gobierno condujeron a la entrada de Grecia en la OTAN y ayudaron a definir el equilibrio estratégico en el Egeo y los Balcanes en la Europa de postguerra.


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Nota 4:

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Nota 5:

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sábado, 1 de marzo de 2008

La sociedad bipolar. 31

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los anteriores aliados contra el Eje Berlín-Roma-Tokio dejan de estar unidos contra ese común enemigo y se enfrentan entre ellos, con los países comunistas a un lado tratando de expandir su revolución y los países democráticos al otro tratando de resistir e involucrados en los procesos de descolonización, muchas veces violentos y que venían ya de antiguo.

Tratar la descolonización en detalle se saldría del propósito de estos artículos, pero no es un tema desligado de lo que discutimos aquí. Es, en primer lugar, una consecuencia de las épocas anteriores, sus sistemas políticos y los choques entre países, religiones o ambiciones personales; pero, en segundo lugar, es una consecuencia de la democratización de las sociedades, incompatible con el colonialismo. En la medida en que los países colonizados o los sectores de sus sociedades empeñados en la descolonización chocaban con los países europeos que habían sido potencias colonizadoras, el sistema de alianzas a favor o en contra de la expansión comunista se ponía en marcha tanto por intereses geoestratégicos como por el discurso de liberación de la opresión o el de defensa de los países democráticos. A lo largo de la historia ha habido invasiones y colonizaciones de muy diverso tipo y resistencias de las sociedades invadidas y colonizadas con muy diverso éxito. Pero lo que caracteriza los procesos de descolonización modernos es que la potencia colonizadora ya no es una sociedad controlada por una minoría gobernante sino una sociedad compleja formada por sectores diferenciados y en mutuo conflicto, con los cuales los partidarios de la descolonización podrían tejer diversas alianzas. El discurso de la descolonización no se integra así ya sólo en los planes de las sociedades colonizadas o de sus diversos sectores sino en el del antagonismo entre las clases dirigentes de los países europeos colonizadores y las que aspiran al poder en ellos.

El desarrollo económico había creado primero un gran número de comerciantes y artesanos que se habían enfrentado a la nobleza y a los reyes buscando su parte de poder, y en segundo lugar a masas de obreros suficientemente especializados para que la huelga o la rebelión fuesen armas en sus manos con las que exigir también su parte. Esos obreros y, como vimos anteriormente, los intelectuales que los organizaban formaron partidos políticos y sindicatos y se enfrentaron, como antes lo habían hecho los burgueses, a la alternativa entre la reforma del sistema político o la revolución. Pero la posibilidad de la reforma democratizadora de las sociedades había llevado como vimos a que los partidos socialdemócratas llegaran a gobernar. La vía revolucionaria y totalitaria triunfó en Rusia y, a partir de ahí, en China y en los países de Europa controlados por el ejército soviético en su ofensiva contra los nazis, mientras que la vía democratizadora había triunfado en los países occidentales, con lo cual el choque estaba planteado.

El triunfo de los países democráticos fue el de un sistema social y económico basado en la libertad y el consenso sobre otro basado en el monopolio del poder por el Partido Comunista y que trató de expandirse explotando todos los conflictos internos y externos de los países democráticos, desde las iniciativas políticas de los partidos comunistas legales hasta el terrorismo de los grupos de ultraizquierda, o desde la alianza con los movimientos anticolonialistas hasta la organización de guerrillas y grupos terroristas. Pero el gasto de ese intento fue demasiado grande para un sistema rígido e ineficaz, que cayó colapsado por el peso del coste de la inversión militar y del apoyo a todas las guerrillas y movimientos terroristas.

Sin embargo, el triunfo del sistema democrático no implicaba la desaparición de sus conflictos internos sino -y afortunadamente- su gestión pacífica. Estos conflictos internos y el expansionismo soviético y los procesos de descolonización -guerras en bastantes de los casos- entraban en interacción en todos los sentidos. No sólo el gobierno comunista de la URSS trataba de encontrar aliados dentro de los países occidentales para debilitar su fuerza tanto en el aspecto de la opinión pública como en el de la fortaleza económica o militar hasta, llegado el caso, dinamitarlos desde dentro mediante el terrorismo, sino que los partidos occidentales de izquierda veían en la llamada guerra fría una ocasión para pregonar su pretendido pacifismo frente a la dureza diplomática o militar de los partidos de centro o derecha. No sólo la URSS trataba cada conflicto colonial como una fase local y temporal de su lucha contra el llamado imperialismo sino que cada dictatorzuelo o grupo pretendidamente anticolonialista tenía garantizados el suministro de armas y la financiación con tal de presentar su lucha de un modo utilizable estratégica o argumentalmente por la URSS. Y, de modo similar, la izquierda democrática y los conflictos coloniales se reforzaban mutuamente. Por otra parte, las contraalianzas y las contraargumentaciones eran consecuencias tan lógicas como esperables, transformando cada guerra o conflicto en una parte de la guerra fría contra la URSS y presentando como aliados a favor de la democracia a gentes que ni la practicaban ni la conocían ni la deseaban.

Nada de esto es extraño ni ha dejado de ser así en todas las épocas de la humanidad. Podemos leer por ejemplo a Orosio:

A pesar de ello, [Filipo de Macedonia, que había sido herido en un ojo en el sitio de Motona] asaltó después la ciudad y la tomó. Luego sometió con la fuerza de las armas a casi toda Grecia, a pesar de que ésta conocía de antemano sus planes. Y es que las ciudades de Grecia, por querer todas gobernar independientemente, perdieron todas su imperio; y, por buscar sin mesura la ruina unas de las otras, al final, sometidas y esclavizadas, se dieron cuenta de que para todas se había acabado lo que lo que habían ido perdiendo una por una.


Historias contra los paganos. Libro III. Cap. 12, 10. (1)



Siempre los enfrentamientos internos han sido aprovechados por los enemigos externos tanto como que los diversos partidos internos enfrentados han buscado aliados en el exterior, aunque fueran enemigos de todos ellos. Y esta característica universal se manifiesta con mayor intensidad en una sociedad segmentada en clases o incluso fragmentada en grupos antagónicos por sus situaciones, intereses o ideologías. Pero siendo, como es, algo inevitable, es oportuno conocer que se trata de una debilidad que puede ser explotada por intereses enemigos o que puede, en casos de crisis graves, degenerar hasta el enfrentamiento violento o la guerra civil. Parece también resultado de la valoración necesariamente relativa de los bienes o males pues, de una manera análoga a como funcionan nuestras percepciones, no los valoramos por una intensidad absoluta sino en cuánto proporcionalmente son mayores que los de una intensidad tomada como fondo. Así, lo mismo que las estrellas destacan sobre un cielo oscuro pero no entre el aire luminoso del día, los pequeños males parecen molestar más en una situación de bienestar que en medio de males mayores o comparables. Los conflictos pequeños pueden parecer grandes porque la situación de bienestar de base parece dada incondicionalmente, como si nunca pudiera estar en peligro ni pudiera disminuir. Imaginamos, por lo tanto, que cualquier apuesta va a llevar a una ganancia pero sin riesgo alguno de pérdida. Y de este modo, si creemos que podemos perder definitivamente nuestra vida, libertad o prosperidad, podemos tratar de salvarlas, o las de aquellas personas que amamos, arriesgándolas en una apuesta valiente o acaso desesperada. La parte perdida es vista como un sacrificio para conservar otra, sea la nuestra o la de nuestros seres queridos. Pero si vemos una pequeña pérdida como un gran mal en medio de un bienestar que creemos poder conservar con solo evitar la lucha, o si creemos que la pérdida afectará sólo a otros o sobre todo a otros, llamaremos "mantener la paz" a la inactividad cobarde o a todo lo que creamos que evitará nuestro sufrimiento por más que implique el de otros.

Ahora bien, en las sociedades democráticas tal estado político se ha alcanzado como solución pacífica de tensiones sociales entre grupos enfrentados y, por tanto, en la raíz de las cosas está más el desarrollo social, científico, ideológico y económico que da lugar a la complejidad social y los conflictos entre los grupos que la democracia como finalidad o como método óptimo para la convivencia y el desarrollo de las máximas potencialidades. La raíz de la democracia no es una idea sino un conflicto social y sobre él una ideología capaz de gestionarlo de la mejor manera posible, por lo que podrá haber sociedades en conflicto interno sin democracia, pero no democracias sin conflictos, al menos soterrados. Cuando el desarrollo violento de los conflictos amenaza la destrucción de la sociedad o tras de que ésta sobreviva a tal destrucción, la idea de que se puedan gestionar de manera pacífica parece una buena idea, al menos para quienes son conscientes de que el lugar del ser humano es necesariamente una sociedad y, en cualquier caso, las sociedades que no optan por la democracia caen víctimas de ellas mismas.

Pero debemos señalar dos cosas: la democracia no elimina los conflictos sino que los gestiona y no es la única opción para todos los individuos o grupos ni la que necesariamente preferirán a corto y medio plazo. Por lo tanto no podemos imaginar la historia como un camino de progreso y perfeccionamiento predeterminado o inevitable sino como algo mucho más complicado y caótico. Y en cada una de las inevitables crisis económicas y sociales hay un gran número de perjudicados que calculan instintivamente si lo que entregan a la sociedad se ve compensado por lo que reciben de ella, si deberían entregar más, menos, o tratar de cambiar el tipo de pacto social, de modo que habrá diferentes estrategias de actuación que darán mayores o menores resultados, diferentes apuestas individuales sobre qué estrategia seguir y diferentes "metaestrategias", en el sentido en que funcionan gestionando las estrategias de otros.

Todo lo que definimos como vida consiste en procesos que mediante el consumo de recursos son capaces de ampliarse, extenderse y replicarse. La extensión de la artesanía, el comercio y la industria consistió, por ejemplo, en que eran capaces de obtener mayores beneficios y extenderse pues, como modelo de éxito, era reproducido sin cesar. No se trataba de nada diferente a como una especie de ser vivo que aprovecha mejor los recursos que otras se extiende excluyendo a las otras. En épocas de estabilidad o desarrollo, los progresos de la ciencia y la ampliación de la producción, de los mercados, del comercio, dan lugar a beneficios para los que adoptan estas estrategias y son cada vez más los que lo hacen y cada vez más los que gestionan los comportamientos de los demás. La mecanización hace mayor la producción, el comercio amplía los mercados y el resultado es mayor riqueza para el que trabaja en ello, pero sobre todo para el que organiza al mayor número de personas participando en estas actividades. Del mismo modo, en épocas de crisis el descontento hace que muchas personas deseen cambiar el modelo social o económico creyendo que así obtendrán algún beneficio o menor perjuicio que con el vigente y algunas tratarán de gestionar estas actitudes. El hecho de que se extiendan unas o las otras dependerá de cuáles usen de modo más eficaz los recursos dados para extenderse y replicarse. Y aunque los comportamientos humanos tienen de particular y de avanzado que son capaces de anticipar los resultados futuros y modular sus acciones en función de esos resultados previsibles, eso sirve tanto para evitar las crisis como para acentuarlas ya que todo razonamiento limitado puede ser erróneo. Por lo tanto, el éxito en la extensión de una estrategia social no depende, obviamente, de su éxito en un futuro sino en su capacidad para aprovechar los recursos del presente y el pasado, pero obviamente también, su éxito en el futuro no dependerá exclusiva ni principalmente de su éxito en el presente sino de cómo se adapte a ese momento futuro en las condiciones reales, que no serán necesariamente las previstas.

Toda acción humana y, en realidad toda acción de un ser vivo, implica una adaptabilidad positiva o negativa al futuro. Todo lo que se hace o se deja de hacer implica resultados diferentes que serán adaptativos o no. Por tanto, podíamos decir que todo ser vivo especula con el futuro. Así, las especies adaptadas a medios constantes suelen especializarse tanto a ellos que un cambio drástico en el medio excede su capacidad de mutación, por lo tanto de adaptación, y lleva en general a la extinción. Ese mismo tipo de comportamiento podemos encontrarlo en toda acción humana pero con una diferencia que acentúa ese carácter "especulativo": mientras que todo cambio genético implica una única apuesta, aunque modulable, por individuo acerca de la relación entre el individuo y su medio, la inteligencia humana supone un máximo en la capacidad para modular el comportamiento en función del entorno y equivale a continuas apuestas acerca del futuro. Las especies pueden extinguirse a ritmos de eras geológicas, al mismo ritmo en que se adaptan, pero el ser humano consigue acelerar su adaptación tanto para el éxito como para el fracaso, es capaz de cambiar en siglos su cultura para llegar del ábaco al microprocesador y de la rueda a la nave espacial, pero es capaz de destruir los elementos de su civilización aún a mayor ritmo. Los cambios culturales son apuestas de comportamiento por más que estén racionalmente fundados y el desarrollo de la sociedad, el pensamiento y la economía libres ha encontrado no sólo resistencias en las condiciones materiales y culturales sino en la opinión de muchas personas, pero una vez implantados parecen evidencias que nadie discutiría y la gran mayoría se adapta a ellos como a un entorno constante modulando su comportamiento de manera que se adapte a la tendencia. El proceso es análogo en todos los casos y todas las burbujas financieras han comenzado y terminado de la misma manera y por las mismas causas: un valor, una actividad, un bien en principio valioso puede subir de precio y puede llegar a ser deseado en función de esa subida de precio como si el futuro fuera a ser siempre una continua subida. Y es precisamente cuando se cree que la situación no va cambiar cuando se pierde la capacidad para adaptarse al cambio, como ocurre cuando uno se sobreendeuda para invertir. Los cambios sociales, de la misma manera, pueden chocar en un principio con resistencias pero una vez alcanzan cierto éxito, parece que éste les fuera a acompañar para siempre y se pierde la capacidad para responder a los cambios e incluso para pensar que pueden suceder. Sin embargo, cuando la crisis financiera estalla ya nada parece seguro, todo se vende a cualquier precio, se busca la mejor salida posible y cada uno se conforma con sobrevivir; y cuando estalla la crisis social, ni siquiera lo que se había dado por firme y tan inmutable como la Naturaleza se salva del ataque de quienes buscan su propia salvación.

Las crisis de las sociedades no implican, además, sólo alguno de sus aspectos sino que frecuentemente todo se pone en cuestión y se pide su cambio, ya que ha traído a un presente que no se desea. En las crisis económicas de las sociedades desarrolladas, todos los que se ven o se sienten perjudicados por comparación con otros conciudadanos, otros países, otros momentos históricos o bien otras expectativas desean un cambio y el alcance de ese cambio es muy variable, tanto quizá como el daño sufrido o imaginado o como la impaciencia o la falta de moderación de quien lo experimenta. Parecería obvio desde un punto de vista de comparaciones históricas o entre modelos sociales y países que la libertad general en las opiniones y en la realización de los proyectos sociales, económicos o políticos ha traído más felicidad, prosperidad y libertad que cualquier otro modelo conocido. Y el hecho es que cuando la felicidad, la prosperidad y la libertad son generales o muy amplias, al menos, todos los ciudadanos creen que la situación es buena, perfecta y tan arraigada en la naturaleza de las cosas que nada podría cambiarla. En cierto modo es un sentimiento o pensamiento no menos especulativo que otros y que se basa en la esperanza de que todo seguirá yendo bien más que en la experiencia de que en otras ocasiones ha ido bien o habido problemas inesperados.

Por lo tanto es natural que en las sociedades democráticas los perjudicados o que se hayan sentido como tales, y especialmente en momentos de crisis, hayan deseado, pedido, exigido o tratado de forzar el cambio y que haya habido personas y corrientes de pensamiento dispuestas a organizarlo. Tan natural como que los beneficiarios o los que se sientan tales hayan deseado seguir en el modelo o intensificarlo y haya habido personas y grupos dispuestos a encabezarlos. Y, con frecuencia, para las urgencias del presente o las impaciencias acerca del futuro, las historias del pasado no suelen ser buen remedio, la historia de progreso social y económico no disuade a todos y siempre hay partidarios de cualquier cosa, tantos como grave sea el problema del momento. Pero veíamos cómo la democracia avanzó entre la resistencia de los que perdían sus privilegios y el ataque de quienes deseaban cambiar todo a cualquier precio. Es lamentable cómo los historiadores de izquierdas suelen hacer énfasis sobre los acontecimientos violentos como si la capacidad para el pacto fuera inexistente o los resultados del acuerdo no hubieran sobrepasado a los de todas las revoluciones incluso sin considerar la destrucción que éstas originaron. Pero los cambios democráticos triunfaron y los partidos moderados de todas las tendencias consiguieron mejorar la sociedad sin costes de fuego y muerte y habíamos llegado a describir cómo tras la Segunda Guerra Mundial los países democráticos alcanzan su mayores cotas de progreso. Sin embargo las crisis inherentes a toda sociedad humana fueron el sustrato para todo tipo de ataques contra las libertades.


Nota 1:
Orosio. Historias. Libros I-IV. Biblioteca Clásica Gredos 53. p. 215 (Subir)





domingo, 17 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 30

Ningún ser de la Naturaleza es estático, salvo en apariencia, y el ser humano, como ser vivo, consciente y racional, menos que ninguno. Las acciones humanas, además de las meramente vitales, los reflejos nerviosos y los comportamientos instintivos propios de todo ser vivo y animal, son el resultado de integrar en ellas un proceso de deliberación en el que se crea un modelo imaginario de una situación que se compone de los elementos conocidos comportándose como se cree que se comportan y dando lugar a resultados que se prevén o que se procuran. Estos resultados se valoran según patrones de preferencia y la acción es el resultado de escoger el proceso que se cree que lleva a un fin deseado que es lo que se supone que va a suceder si existe esa supuesta situación y realizamos esos determinados procedimientos. Por lo tanto, cuando estudiamos las acciones humanas debemos comprender qué se pretende en cada caso, qué medios se utilizan, qué resultados son los previstos y cuáles son accidentales.

Y si la evolución de las sociedades humanas es un conjunto de conflictos basados en que cada uno aporta a la sociedad algo como coste para obtener unos resultados mejores que en solitario y en que valora subjetivamente lo que aporta y lo que obtiene y tratando de minimizar el coste y maximizar el resultado, el proceso total vendrá dado por la agregación de procesos individuales y frecuentemente antagónicos, con fines y medios valorados subjetivamente, y por los resultados reales, no necesariamente los previstos, en una situación real y con unos medios reales, no necesariamente los imaginados. La democracia es el sistema social, político y económico que ha alcanzado el éxito en la actualidad ¿Fue, por lo tanto, prevista como fin y los medios se adecuaron a conseguirlo o ha sido un medio para otros fines? ¿Ha sido algo planeado o un resultado accidental al buscar otros fines?

Estas preguntas no sólo conciernen a la explicación de cómo se ha llegado al estado actual sino a saber cómo se puede evolucionar en el futuro, y tienen un interés no sólo teórico sino práctico pues nuestro futuro es lo que nos interesa primordialmente. Podríamos interesarnos por los motivos por los que cayeron las sociedades de la Edad del bronce pero, sin duda, podríamos vivir sin saber nada de aquellos hechos. Sin embargo, lo que va a suceder en torno a nosotros de modo que nos afecte es algo que nos interesa en cualquier caso. Las diferencias están, entonces, en qué fines tenga cada uno, qué alcance dé a su acción y qué profundidad de análisis desee realizar sobre el mundo que le rodea. Así una persona puede desear ordenar su entorno más inmediato y prever a corto plazo lo que va a necesitar o lo puede hacer bien o mal. Otra puede aspirar a planes de más largo alcance por muchos motivos. El resultado de esos deseos de acuerdo con la fuerza relativa de cada agente es lo que va a suceder y será tan previsible o imprevisible como lo que el sistema social tenga de caótico, pero en cada paso podremos estudiar las causas y resultados parciales.

Siempre tenemos la tendencia a simplificar las explicaciones pues eso está en la naturaleza de la explicación: la reducción de lo cambiante a unos patrones constantes, pero lo simple que pueda ser una explicación viene dado por la aproximación de los resultados previstos a los reales. Así, tendemos a creer que hay unas pocas leyes simples que explican por qué la sociedad es como es y ha llegado a ser como es, y el tipo de esas explicaciones es el propio del estado del desarrollo del conocimiento. Pero son las discrepancias con lo observado las que llevan a buscar nuevas explicaciones de por qué los hechos se alejan de lo previsto según la explicación más simple.

Las teorías más sencillas incorporan el modelo de la acción humana: un agente produce como resultado de su conocimiento, de sus preferencias, de su voluntad y de su acción cambios en un mundo desordenado o bien ordenado por otros agentes. Todo el mundo tiene ese modelo en la cabeza en cuanto que es con él como ordena su vida: espera que el pan y el agua estén donde se dejaron anoche, salvo que alguien los haya consumido o cambiado de sitio. Pero, al aplicarlo a otras situaciones por analogía, imagina seres sobrehumanos como agentes supuestos de los cambios que ve en la Naturaleza o aplica los elementos de su modelo social inmediato a una teoría de la sociedad en general, con genealogías y relaciones tempestuosas entre héroes que combaten por sus pasiones cuando vive en sociedades clánicas donde las relaciones sociales son relaciones de parentesco y los conflictos apenas van más allá de diferencias entre individuos con grupos de parientes.

En las sociedades más complejas, la estructura social involucra clasificaciones generales donde el individuo ya no es meramente un pariente o un amigo sino un campesino, un artesano, un comerciante, un guerrero, un administrador o un sabio y, por lo tanto, los modelos teóricos de interpretación de la Naturaleza incorporan ideas y clasificaciones generales. Y el tipo de ideas y relaciones reflejan las existentes en la sociedad pues entran en consonancia con ellas. Así, las ideas son vistas como en un orden jerárquico donde la fuerza de las conclusiones deriva de la fuerza de los axiomas, en consonancia con una sociedad jerarquizada y desigual por esencia. Por el contrario, el rechazo de la jerarquía y la desigualdad se traduce en un modelo teórico en que cada hecho tiene un valor igual y en que cada razonamiento válido tiene la misma fuerza de cualquier otro razonamiento válido. Los modelos de explicación de la sociedad renuncian, por tanto, a creer en una estructura ideal y perfecta, para la que todo cambio es un desorden, y formulan una estructura que es resultado de interacciones entre ideas, preferencias y acciones iguales en valor por principio.

Por lo tanto, la democracia será el resultado de numerosas decisiones individuales en diferentes sentidos, cada una de las cuales tendrá en cuenta los fines propios de cada individuo. No se opta por gobernar y adoptar decisiones generales por mayoría porque se deduzca de algún tipo de axiomas evidentes para cualquiera o porque sea en sí más estético sino porque afecta a los bienes o males que pueden disfrutar o padecer los individuos, pues no hay otros bienes o males sociales que las agregaciones de bienes o males individuales. La defensa de la vida, de la libertad o de la propiedad no afecta a nada ni nadie aparte de los individuos pues son éstos los que viven, son libres y tienen propiedades, de modo que los derechos de los grupos resultan de la agregación de los individuales. Sin embargo los derechos individuales no son independientes de la existencia y organización del colectivo social del que se forma parte pues el colectivo y su organización son los que los hacen posibles.

Y siendo esto así, la defensa del sistema democrático por parte de cada individuo dependerá en general de cómo vea éste que se refleja en sus intereses individuales y no de un ideal abstracto desconectado de éstos, que será el caso de algunos idealistas como mucho. Si atendemos al medio o largo plazo, la libertad y la prosperidad están unidas al sistema democrático, pero si alguien ve que en el corto plazo su libertad o su prosperidad no son las que espera o desea y esos son sus fines es difícil argumentarle que va a salir perjudicado más adelante. Los grupos izquierdistas que siguieron a los líderes bolcheviques quizá creyeron que la dictadura era algo provisional y que no les perjudicaría. Que era mejor que un gobierno dirigido por un socialdemócrata. Que sólo era un arma para salir victoriosos. Pero a muchos de ellos también les esperaban las purgas de Stalin y las torturas de la policía secreta. Los alemanes nacionalistas de derecha también pudieron creer que Hitler era un dique de contención contra el bolchevismo y que era necesario el orden en un momento excepcional. Pero lo pretendidamente excepcional era en realidad la regla de acción de los nazis y, una guerra mundial y varios millones de muertos después, pudieron comprobar que la dictadura nunca es inocua, ni siquiera para los que la apoyan.

Las democracias, por el contrario, se basaron en el consenso social para resistir los ataques primero del nazismo y sus aliados y después los años de la guerra fría consecuencia del expansionismo comunista. Y el modelo social y económico democrático resultó suficientemente satisfactorio para una gran mayoría en sus resultados como para que ese consenso subsistiera y sostuviera una sociedad funcional, fuerte y productiva. Es muy probable que la mayoría de los ciudadanos no analizaran mucho más allá de sus intereses individuales, trabajando en la medida en que eso les producía riqueza al alcance de sus salarios o votando a partidos en la medida en que veían que influían en el gobierno de sus naciones. Quizá unos cuantos menos defendieran unos principios con los que se hallaban vinculados de forma emocional. Pero probablemente pocos, una minoría, fueran racionalmente conscientes de que cualquier opción antidemocrática, aunque a corto plazo o en lo inmediato les pareciera beneficiosa a algunos sectores, era un desastre como sistema y una vía segura a la destrucción a medio y largo plazo. La sostenibilidad de las democracias no estuvo, en mi opinión, basada en que una mayoría creyera que era el sistema adecuado en cualquier caso sino en que esa mayoría lo creyó mientras le fue bien y es un hecho que este bienestar fue duradero y generalizado. Pero ¿lo habría creído igualmente si hubiera sufrido en su libertad o prosperidad?

Quizá esta pregunta sea contradictoria en sí misma pues podemos decir que la Segunda Guerra Mundial supuso un gran sacrificio de vidas y de riqueza pero no debilitó el apoyo de las sociedades democráticas a su sistema, y que un deterioro manifiestamente desigual de la libertad o de la prosperidad que llevase a una mayoría a retirarse del consenso social implicaría que otros antes habían deteriorado ese consenso al sacrificar la libertad o la prosperidad de unos en favor de las de otros. Pero todo esto puede ser más cuestión de percepción que de realidad. Es decir, que el deterioro generalizado de las libertades o del bienestar puede ser visto por algunos como desigual y desequilibrado sin serlo y dar lugar a una ruptura del consenso y cohesión sociales.

Es obvio, como decía arriba, que cada persona analiza sus acciones para conseguir unos resultados abarcando más o menos datos y profundizando más o menos en el análisis, que unos se limitarán a desear un cambio cuando la situación no les parezca provechosa o que permanecerán inactivos si no les causa un daño insoportable, mientras que otros tratarán de mirar al futuro incluso a pesar de lo agradable o desagradable del presente para procurar que sea mejor o menos malo. El problema es que si una mayoría sólo es sensible a las condiciones presentes, la dirección en que evolucione la sociedad dependerá mucho de lo imprevisible y poco de unos planes bien meditados. Y aquí nos enfrentamos a una cuestión clave: si la planificación rígida es incapaz de superar las adversidades y la falta de planificación de una forma política la hace sensible a esas mismas adversidades ¿cuánta planificación social y política es necesaria sin llegar a ser perjudicial, o es flexible sin llegar a ser rígida? ¿Cuánta cohesión social es necesaria sin que limite la libertad o cuánta libertad sin que limite la cohesión?

Los dos polos entre los que debemos movernos siguen ahí.















sábado, 16 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 29

En los países desarrollados el crecimiento de la economía ha pasado por la mecanización de las actividades como el medio más eficiente y barato de producción y el desarrollo de la tecnología sólo ha sido posible con personas formadas en ciencias y técnicas cada vez más avanzadas y complejas. Y como la producción es mayor y mejor debido a esa unión de ciencia y científicos, de técnica y técnicos, el precio de su trabajo y el valor de su participación en la economía ha crecido. Este precio que ha debido pagar cada empleador a unos trabajadores que le proporcionan más valor ha debido y podido ser más alto y no sólo en términos económicos, como un aumento progresivo de la riqueza pagada como salario, sino también en términos políticos y sociales.

Parece evidente que cada individuo sólo invierte en su propia preparación si la puede rentabilizar, es decir, si puede considerarla como una inversión que le reporte en el futuro una prosperidad que le compense suficientemente por lo que ha dejado de ganar con su trabajo mientras estudiaba. Por lo tanto, lo que cada individuo pueda invertir en su formación dependerá de la estabilidad del sistema en que vive y de la justicia con la que se le retribuya por su participación en la economía y en la organización social. En el artículo 14 de esta serie habíamos visto que el Juego del Ultimatum (1) explica un comportamiento que se sale de lo estrictamente racional de aceptar cualquier trato en el que se gane algo dado que se tiende a rechazar una ganancia si se percibe que la otra parte gana en una proporción mayor que la considerada como justa. Según este experimento, los individuos sistemáticamente sólo aceptan un trato si consideran que es mínimamente justo, y en una sociedad concebida como aportación de una colaboración o papel social a cambio de un mayor bienestar y seguridad, o en un empleo concebido como entrega de un trabajo a cambio de una retribución económica, los individuos que perciban que son tratados injustamente tenderán a rechazar esos tratos con lo que ni el trabajo ni la estabilidad social podrán continuar. Y las dos cosas son necesarias en una sociedad tecnificada por lo que la negociación a cambio de bienestar y derechos políticos será imprescindible para su estabilidad y funcionamiento. Podemos decir, por lo tanto, que el progreso y las mayores ganancias en todos los aspectos sólo han sido posibles por la unión de ciencia y científicos, de técnica y técnicos, y de democracia y ciudadanos libres.

Es un hecho que no se ha tratado de una evolución sin enfrentamientos violentos, sin intentos de revolución y de involución, y que, si incluimos la totalidad de países con desarrollo industrial los casos del golpe de estado bolchevique, la guerra civil y la dictadura soviética o el auge del fascismo y su difusión por la mayoría de los estados de Europa central y del sur dejan, al sistema democrático como la excepción, refugiado en los países del norte o oeste de Europa, los EE UU y Canadá. Pero son esos países, precisamente, donde la industrialización y el libre mercado habían aparecido, habían arraigado antes y habían dado sus mejores frutos económicos y sociales. En todo momento, una mayoría pudo pactar antes que llegar a la destrucción del sistema porque una mayoría lo veía ventajoso y así se extendieron los derechos y el voto hasta la totalidad de la población adulta, y la garantía del Estado a unas condiciones de vida mínimas.

El entusiasmo suficiente para que la población de un país esté dispuesta a participar en su defensa no es, sin embargo, exclusiva de un sistema democrático ya que la religión o el nacionalismo pueden movilizar en una misma dirección los sentimientos de manera tan eficaz o más que el bienestar y la libertad. Podemos ver que en las regiones más atrasadas del planeta las minorías en el poder usan la cohesión religiosa o étnica para conseguir la unidad de masas de gente en el conflicto de cualquier tipo o en la guerra y la resistencia militar de los alemanes bajo una dictadura nazi no se hundió espontáneamente sino bajo una enorme presión. Tampoco hubo conflictos sociales internos en la URSS y que provocaran, aceleraran o actuaran en el mismo sentido que la decadencia del sistema sino que afloraron sólo una vez debilitado éste. Parece como si incluso los individuos más perjudicados por un sistema actuasen antes usándolo contra otros ajenos a él que contra los que mantienen la estructura si su acción a corto plazo les supone una ganancia, salvo quizá hasta donde entra en funcionamiento el mecanismo psicológico del Juego del Ultimatum. Pero lo frecuente son los enfrentamientos violentos interétnicos o intersectarios y no los internos. Sólo cuando la sociedad se estructura de una manera compleja y aparecen formas de encuadramiento y acción, no muy diferentes en la realidad de su esencia y funcionamiento de las etnias y sectas religiosas, los obreros o los comerciantes forman partidos políticos antagónicos capaces de modificar la estructura social. Mi hipótesis, no obstante, es que estos movimientos no integran necesariamente realidades sociales sino opciones en las que participan individuos de todas las clases sociales que piensan, como decía Marx, que "se adhiere(n) a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir". (2)

No se trata, por lo tanto, de nada diferente a como una serie de individuos de una sociedad atrasada se unen al grupo étnico o religioso que creen que les defiende y que puede ayudarles a salir victoriosos en el conflicto. Lo definitivo no es ser obrero o industrial, católico o protestante, hablante de una u otra lengua, sino formar parte, sobre la base de afinidades, de un grupo capaz de proporcionar algo valioso cuando se le ofrece el compromiso personal. En la búsqueda de la supervivencia o aun del éxito, el individuo entrega parte de su vida si con esto cree que va a encontrar una situación mejor que no haciéndolo. La diferencia estriba en que una ideología u otra proporciona un sentido diferente a la agrupación social y a su función, y mientras un grupo sectario lucha porque los del otro asesinaron a su profeta como símbolo que encubre la necesidad de agruparse con unos contra otros en un mundo limitado y lleno de conflictos, los de un partido político lo pueden hacer porque creen -o dicen creer- que luchan por una forma de sociedad justa o porque en realidad tan sólo lo están haciendo como agrupación de unos contra otros por unos recursos limitados.

Las luchas sociales no se producen entre clases definidas sólo por su papel dentro del sistema productivo sino que tales situaciones generan unos intereses similares en un conjunto numeroso de individuos y dan sentido a sus conflictos gracias a veces a ideólogos que no pertenecían de partida a esa clase. En los partidos comunistas se pueden encontrar obreros pues son los perjudicados en un determinado momento del sistema industrial, pero a su cabeza se pueden encontrar un Marx, filósofo y periodista, o un Engels, hijo de un industrial, o toda una variedad de personas de la procedencia más diversa. Por otra parte, se puede encontrar obreros o industriales o militares en los grupos religiosos o ideológicos más variados pues la acción humana está más orientada por sus fines que por su procedencia.

Parece, por tanto, que el sistema democrático de los países desarrollados ha sido visto por muchos como un fin deseable y ha orientado las negociaciones que lo han modificado hasta el estado actual o que pueden seguir modificándolo de aquí en adelante. Pero la razón de su éxito es también que se ha tratado del sistema más eficaz gestionando los recursos y que ha podido sostenerse con más firmeza y desarrollar más fuerza que sus competidores. No fue la fuerza de la razón la que dio la victoria a los aliados sobre los nazis sino la pura razón de la fuerza, pero esa fuerza consistía no sólo en sus industrias sino en una sociedad organizada de modo sólido y eficaz con el consenso de sus ciudadanos y no guiada de modo delirante por un jefe absoluto. Pero ¿será capaz de afrontar el futuro de manera que gestione pacíficamente sus conflictos y que sobreviva a ellos?


Nota 1: Explicación del experimento llamado Juego del Ultimatum  "Ultimatum Game" en Wiki  (Subir)

Nota 2: Ver: Mf. Com. I Burgueses y proletarios (Subir)


lunes, 4 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 28

La democracia no es sólo la mejor o quizá la única forma pacífica de gestionar un estado de conflicto social sino que parece históricamente un resultado de conflictos. Son pocas las épocas y pocos los lugares donde se ha dado la democracia o algo que se pueda considerar parecido, y nuestras sociedades parecen disfrutar de una excepción histórica. La cuestión es si la democracia como sistema de libertades políticas se puede dar en cualquier circunstancia o sólo tras unos conflictos que se han desarrollado históricamente, han crecido y no se han podido solucionar hasta adoptar ese método.

Quizá hay sólo un debate de terminología en todo ello, pero la vida de las bandas de cazadores recolectores contendría mucho de vida familiar y poco de relaciones políticas. Es decir: las relaciones entre los individuos serían concretas, entre hermanos o primos lejanos, quedando definidas por esos parentescos o por el recuento de favores y ofensas entre unos y otros, pero no tendrían un nivel de complejidad que pudiera reflejarse en algo similar a la ciudadanía moderna. No, obviamente, porque no hubiera ciudades ni estado sino porque no se tendría en cuenta un papel igual de los individuos en un colectivo sino las relaciones concretas entre padres, hijos, hermanos, primos o parientes lejanos. En ese contexto, la relación debería de ser forzosamente desigual y referida a diferencias de edad, sexo, experiencia en la caza o en la fabricación de herramientas y más que un jefe habría un padre o un tío con fuerza y varios parientes y amigos, fuertes también, capaces de ayudarle.

Cuando las sociedades se hacen complejas al disponer de mayores recursos y aumentar su población, como en el caso de las agrícolas o de algunas preagrícolas, las relaciones de clanes revelan que lo que se tiene en cuenta son esas mismas relaciones familiares pero elevadas a un tipo institucionalizado, quizá a través de una historia o de un mito. Y esa organización desigual lleva a concentraciones de riqueza y de poder, con lo cual, el éxito de la riqueza y el poder garantizan que el modelo de desigualdad se extienda por imitación o por conquista. Y es en esos modelos sociales desiguales donde la fuerza cohesiva de las relaciones familiares se va debilitando mientras que la desigualdad y la concentración de poder en pocas manos lleva a que el débil sufra su pertenencia a la sociedad perdiendo libertad y prosperidad.

Pero la concentración de poder lleva a que choquen los intereses de los poderosos y en una ciudad como Atenas los combates entre facciones aristocráticas dan lugar a la toma del poder por los tiranos y en reacción contra éstos es como aparece la democracia. La sociedad de propietarios, comerciantes y artesanos atenienses se había hecho demasiado compleja para que la gobernara un pequeño número de poderosos pues eran muchos los dispuestos a reclamar su parte de poder. Es así como la estructura de grandes familias nobles con sus clientelas deja paso a una asamblea donde el poder puede ser compartido y se puede buscar un apoyo popular. Pero la cuestión es si en una sociedad donde no se diera esa lucha entre poderosos se podría llegar a la democracia pues el hecho es que no se llegó y que los experimentos de las ciudades griegas fueron ahogados por las formas monárquicas. Incluso la república aristocrática romana, que debió negociar con los plebeyos y admitir sus tribunos, acabó convirtiéndose en una dictadura militar con tendencia a un despotismo de tipo oriental, rechazado visceralmente por los romanos antiguos que se habían rebelado contra sus reyes.

Posiblemente las minorías poderosas en el Imperio llegaron a controlar suficiente riqueza mediante su capacidad para utilizar el Estado en su beneficio y fue su cohesión lo que al eliminar los enfrentamientos hizo que se consolidara el sistema imperial, más aún cuando se usó la religión como estructurador de la sociedad marcando un criterio de pertenencia y un orden de subordinación a un poder consagrado por el mismo Dios. Y sólo son las crisis de un Imperio que no puede controlar la llegada de los diversos grupos bárbaros lo que acaba con su estructura, pero para ser reemplazada por jefes militares que hacen retroceder la sociedad hacia formas políticas de grupos de partidarios armados que sostienen a un rey. Estos reyes y sus seguidores se limitaron a apropiarse de las estructuras romanas, desde la política hasta la cultura, pasado por la religión cristiana, y a superponer a esos restos una clase superior guerrera.

Durante el periodo imperial, las clases poderosas o las facciones descontentas del ejército podían controlar el Estado o enfrentarse en batallas entre tropas reducidas, pero no buscaban en la población campesina o urbana unos aliados que permitieran a éstos exigir una parte de poder. Podemos ver sólo esos intentos de buscar el respaldo popular en la adopción por el Estado del cristianismo, que parecía haber conseguido un nutrido apoyo, aunque quizá el apoyo se buscaba y se encontró dentro del ejército. Y las únicas rebeliones constatables desde las de los esclavos de Espartaco son las bagaudae (1) de la época de decadencia e invasiones. Estas bagaudae han sido interpretadas como campesinos descontentos en una época de carestía y falta de control imperial o como grupos de población local buscando consolidar su poder en medio del vacío que deja el Estado, pero en cualquier caso fueron derrotadas y sometidas por las tropas de los señores germánicos.

Podemos preguntarnos cómo durante siglos de Imperio romano no hubo un desarrollo económico y social que diera lugar a que las clases en ascenso se rebelaran contra las clases en el poder. Quizá es el estado de la ciencia y la tecnología lo que limitó la agricultura, la artesanía y el comercio de manera que no hubo clases numerosas que pudieran expresar su descontento durante alguna crisis y aliarse con las clases medias para romper el monopolio del poder imperial. Quizá la forma política alcanzada permitía que las clases de mercaderes y artesanos tuvieran una existencia razonable, unas expectativas de beneficios participando de la estructura del Estado y no buscando su destrucción y unas escasas expectativas de cambiar el sistema por otro. O quizá su número nunca fue grande.

Pero el colapso del Imperio ante las oleadas de grupos invasores compuestos por guerreros o capaces de movilizar grandes contingentes militares contra un Imperio incapaz, a pesar de su población, de movilizar tropas en número suficiente, convierte una sociedad no habituada a movilizarse y dependiente de un ejército profesional o mercenario en presa de quienes tuvieran fuerza para conquistarla. Y es así como los diversos grupos germánicos se apoderan de la parte occidental de Imperio creando sus reinos y convirtiendo la sociedad en un instrumento para el sostenimiento de los guerreros, permanentemente enfrentados unos con otros. En esas circunstancias, las sociedades se derrumban en sus estructuras y quedan reducidas a campos que alimentan a los reyes, sus nobles y sus tropas y a pequeños núcleos urbanos donde se desarrolla la vida cortesana, religiosa, artesana y comercial. Y pequeños contingentes de tropas señoriales podían controlar grandes extensiones pobladas por campesinos desarmados y desorganizados.

El retroceso de las sociedades durante este periodo se manifiesta en todos los órdenes, desde el empobrecimiento de la arquitectura y la desaparición de las obras públicas, salvo algunos palacios y edificios religiosos, hasta la reducción de los ejércitos a grupos de guerreros sin una infraestructura comparable a la de las legiones, y esta situación dura siglos en los que un lento avance va a dar lugar a un desarrollo de la agricultura, la artesanía y el comercio, por una parte, y de las ciencias y la filosofía por otra, de manera acumulativa y cada vez más acelerada. La división en periodos históricos apenas tiene otra utilidad que la de clasificación y los cambios son constantes. Pero el progreso en la agricultura y el crecimiento de la población da lugar a centros urbanos, a progreso en los conocimientos que, a su vez, hacen progresar las técnicas y los puntos de vista ideológicos y los medios para difundirlos. Y es así como unos reinos que apenas eran infraestructuras agrarias y artesanales al servicio de un modelo de orden militar reflejado en el feudalismo van transformándose en sociedades más complejas donde ya no sólo los nobles pueden arrancar parcelas de poder al rey, al modo de la Carta Magna en Inglaterra, sino donde los habitantes de las ciudades, desprovistos hasta el momento de las únicas fuerzas operativas durante la Edad Media: la militar de los nobles y la ideológica de los eclesiásticos, todos ellos sustentados por los campesinos a su servicio, van acumulando la nueva fuerte de poder que es la riqueza basada en la artesanía y el comercio y se encuentran capaces de exigir a los reyes algunas de las libertades que quedaban garantizadas en los fueros.

Durante la Edad Media los reyes o algunos nobles habían fomentado el crecimiento de ciudades garantizando a sus pobladores legislaciones favorables en forma de fueros. Los historiadores podrán decirnos hasta qué punto se mantuvo parte de la estructura social urbana en algunas zonas de lo que fue el Imperio romano o cómo ésta se desarrolló en territorios cada vez más al norte y al este, pero lo interesante es que esta tendencia de progreso va dando lugar a núcleos de población y de riqueza con cuyos habitantes los reyes y nobles necesitan contar de algún modo y cada vez más. Y dado que los diferentes intereses son la oportunidad para cualquier conflicto, no tardan en aparecer los que enfrentan a los reyes o nobles con las ciudades y sus habitantes. Se rompe de este modo la estructura simple de señores de la guerra con un rey en el vértice de la pirámide social y cuyas relaciones se basan en la fuerza militar en disputas sobre el poder y la riqueza de la tierra y aparece otra que, entre los campesinos y los nobles, integra a un número cada vez mayor de ciudadanos prósperos dedicados a la artesanía y el comercio. Es en el aumento de la riqueza de esta clase donde se encuentra la base material para que se den nuevos conflictos contra los distintos señores y para nuevas alianzas de los nobles y los burqueses contra el rey, o del rey y los burqueses contra los nobles. Y estos conflictos son cada vez más frecuentes e intensos dado que el número y la fuerza de los miembros de la burguesía aumenta sin cesar.

Los reyes, por ejemplo, buscan en algunos casos el poder absoluto contra los nobles y lo consiguen con alianzas con los núcleos urbanos, acabando con el sistema feudal. Pero en otros, son los nobles junto a los ciudadanos más ricos los que buscarán el modo de limitar el poder del rey. Lo importante, en cualquier caso, es que el desarrollo político y social que da lugar al mundo moderno es el fruto de luchas de poder en las que poco a poco la fuerza económica gana peso contra la mera fuerza militar y la organización militarizada de las sociedades va siendo sustituida por una organización civil. La diferencia en la evolución de las sociedades es si estos conflictos se gestionan de manera constructiva, tratando de minimizar los daños, o si el choque es violento y abierto. Y tenemos casos de todo tipo, desde las revoluciones inglesas que van limitando el poder del rey hasta la Revolución Francesa, que lo elimina tras el éxito de los jacobinos.

Pero las complejidades sociales que producía el desarrollo de los países europeos se tradujeron primeramente en una actitud de tolerancia, capaz de dar cabida en un Estado a pensamientos diferentes e incluso rivales. Podemos ver la tolerancia no sólo como un logro del pensamiento y una virtud individual sino como una necesidad social pues los grupos de diferentes religiones habían crecido en Europa de modo que ninguna guerra había conseguido que unos eliminaran a otros del continente, si bien algunas confesiones alcanzaron el monopolio del poder dentro de un Estado o una región. El estudio de las relaciones entre opiniones teológicas y posición social es muy fructífero pues lo que aparentemente son enfrentamientos entre grupos religiosos son, en el fondo, enfrentamientos por la posición social. Y es, por lo tanto, el reconocimiento de que la violencia no puede acabar con la pluralidad, sea cual sea su tipo, o que el coste social es inasumible en todos los sentidos, lo que da lugar a políticas de tolerancia, diálogo y negociación. Nada mejor para ello que reconocer la igualdad de partida entre toda opinión y razón para alcanzar la verdad y la necesidad del razonamiento y el diálogo como vías para la paz constructiva.

Tenemos así que en Inglaterra se desarrolló el parlamentarismo y un régimen económico y político que creaba un lugar para los burgueses en ascenso sin grandes violencias, por debajo de la nobleza y el rey, pero sin un límite infranqueable a efectos prácticos para las ambiciones de los burgueses y sin un cambio sentido como amenaza peligrosa por nobles y rey. Sin embargo, en los países en los que el cambio no fue gestionado de forma pacífica, estalló violentamente. Una vez que los reyes habían perdido la capacidad de controlar la sociedad y que los burgueses lograban más riquezas y se convertían en la fuente de ingresos para el Estado, no resultaba posible una vuelta atrás y el conjunto de conflictos, inevitables ya, sólo podían ser gestionados mejor o peor, pero no suprimidos.

Lo mismo sucedió tras el éxito del parlamentarismo o la república como accesos de la burguesía al poder político pero con respecto a las clases obreras y campesinas. El crecimiento de las industrias y la acumulación de población alrededor de los centros industriales daba lugar, por un lado, a la acumulación de conflictos por las condiciones de trabajo y de vida, y por la medida en que industriales y trabajadores veían recompensadas sus funciones; pero, por otro, a la acumulación de una clase de obreros de cuyo trabajo dependía la industria pero con un salario que contrastaba fuertemente con los beneficios de los industriales. Todo eso fue evidente a partir de Marx, al menos para quienes no lo veían evidente ya. Pero, si bien podemos decir que la explicación marxista de que los conflictos se resuelven a favor de los que tienen los recursos, sus predicciones concretas fallaron porque no tuvo en cuenta algunas cosas dichas por él mismo. Si leemos el Manifiesto Comunista (2) encontramos esto:

Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? [117] Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios. (3)


El diagnóstico de Marx es que el sistema capitalista crea las crisis y aumenta el número de perjudicados por ellas de manera que sólo sale de cada una poniendo las condiciones para más crisis y más graves. Se trata de una explicación absolutamente determinista y lineal de la historia, con un solo resultado esperable a partir de cada situación conocida sin que sea posible para los capitalistas prever o evitar el resultado que prevé Marx. Pero los industriales, los comerciantes o los obreros, a pesar de ser categorías homogéneas vistas sólo desde su posición en el sistema productivo, no lo son ni en su actuación ni en el resto de relaciones entre sus miembros o con respecto a otros individuos de la misma sociedad o de otras. No se puede creer que la mera posesión de una industria o la condición de obrero en ella haga que todas las personas actúen igual y sin relación con otras actitudes personales o de grupo. La industrialización de la economía y el sistema de libre mercado dan lugar a intereses definidos y contrapuestos a otros pero no difuminan los que han agrupado a los seres humanos desde milenios antes pues es natural la tendencia a buscar grupos solidarios en los que integrarse e ideologías que den sentido a la acción y sirvan de identificador. Las religiones, las nacionalidades y las diversas facciones que aparecen en esos grupos han demostrado a lo largo de la historia una dinámica permanente de búsqueda de cohesión y de fragmentación de los grupos a la que la condición de propietario o de obrero sólo aporta unos intereses más y unas señas de identidad más.

Sin embargo, la importancia de la economía en la organización social y el número creciente de personas involucradas en la industria y el comercio, y posteriormente en los servicios, hacen que los conflictos que procedan de este contexto o influyan sobre él puedan ser decisivas en algún momento. Lo interesante es que Marx vio algunas de las características del desarrollo de la economía industrial pero dio importancia sólo a un supuesto empobrecimiento progresivo de los obreros que afectaría después a todas las capas de la sociedad de abajo arriba. Por lo tanto, su predicción no pudo sino fallar. Veamos algunos párrafos más:

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensable para vivir y perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo [20], como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.


Pero el desarrollo económico no ha ido en ese sentido sino en el opuesto: el uso de máquinas cada vez más complejas y especializadas implica que los trabajadores que las usan deben tener conocimientos y habilidades especializados, e implica igualmente que su diseño, fabricación y mantenimiento involucren a trabajadores cada vez más especializados con mayores conocimientos y con un mayor coste para su preparación. La mayoría de los trabajadores dejan así de ser "un simple apéndice de la máquina," al que "sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje" para ser unos agentes especializados y capaces de exigir un mayor precio por su trabajo.

Un poco más adelante, el análisis se demuestra erróneo también:

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.


Muy al contrario, nuevas actividades surgen alrededor de la industria y el gran comercio y su especialización e importancia hace que su valor suba. Cada vez son más las personas que hacen un trabajo valioso y menos los "apéndices de las máquinas", que hacen mucha parte de su trabajo de forma automática.

Incluso limitándose a consideraciones sobre los obreros industriales, Marx concluye que:

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.


Es un hecho que la fuerza del número y de la organización de los trabajadores -y más en un contexto en que son más especializados, se dedican a actividades más variadas y acumulan en su conocimiento y habilidad, o incluso en su capacidad como empresarios de pequeñas industrias, un valor enorme- permite "reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera" y que ello abre un cauce para la gestión democrática y pacífica de los conflictos. Sin embargo Marx sigue viendo como inevitable la lucha violenta a la que el capitalismo y sus crisis están abocados:

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de existencia. [120] También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el progreso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.


Si, como en el caso de Marx o Engels, los ideólogos y organizadores pueden acercarse al proletariado procedentes de "capas... de la clase dominante" bien "para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios" o porque "una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir" la dinámica de los conflictos va a ser forzosamente diferente de una lucha violenta, instintiva e irremediable e integrará, como virtud o como vicio, la capacidad de negociación y de pacto de intereses.

Tenemos, por lo tanto, no una masa de obreros "simples apéndices de las máquinas" opuesta a una clase de burgueses cada vez más ricos y más enfrentados desde su minoría a una mayoría social cada vez más amplia, sino a conjuntos de trabajadores de tipos muy diferentes, algunos con sus propias empresas, que producen riqueza y que pueden perjudicar a quienes dependen de ellos y salir perjudicados, simultáneamente, en una crisis económica y social; y tenemos también a personas procedentes de profesiones liberales o de las administraciones y que pueden organizar intelectualmente partidos o sindicatos que, como decía Marx en una de las citas anteriores, hagan al Estado o a los poderosos "reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera". Y esto es lo que ha sucedido en los países desarrollados en vez de las revoluciones violentas pronosticadas.


Nota 1:
El término bagauda, (bagaudae en latín; en bretón bagad. En galo significaba «tropa»), se utiliza para designar a los integrantes de numerosas bandas que participaron en una larga serie de rebeliones, conocidas como las revueltas bagaudas, que se dieron en Galia e Hispania durante el Bajo Imperio, y que continuaron desarrollándose hasta el siglo V. Sus integrantes eran principalmente campesinos o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos o indigentes. El vocablo puede tener un doble origen, bien una raíz latina que significa «ladrón», bien una de origen céltico que significa «guerrero».

Bagaudas en Wiki   (Subir)

Nota 2:
Tenemos el Manifiesto Comunista en internet en dos ediciones:

Manifiesto Comunista con división en capítulos.
Manifiesto Comunista en una sola página.   (Subir)

Nota 3:
Ver: Mf. Com. I Burgueses y proletarios (Subir)


sábado, 2 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 27

La democracia y las libertades son un resultado de la evolución social de la humanidad como el sistema de gestión pacífica de los conflictos que aparecen entre diferentes personas o grupos tanto más cuanto más se diferencien por su posición relativa dentro de una sociedad compleja y segmentada o por la ideología con la que se representan y explican esa posición. En las etapas más primitivas de la humanidad, los grupos familiares de cazadores recolectores (1) no podían estar formados por muchas personas pues la cantidad de alimentos disponible limitaba la densidad de población y su dispersión. Y en esas circunstancias las diferencias individuales sólo se podían basar en los diferentes papeles por la edad y el sexo.

La evolución de las sociedades fue posible donde la densidad de recursos y su disponibilidad regular hizo posible el aumento de población y su concentración en algunos puntos. A partir de ese momento un individuo podía especializarse en determinada función y la eficacia de su trabajo aumentaba sus resultados, pero la consecuencia fue la formación de grupos diferenciados y que podrían verse a sí mismos como diferentes de otros y con diferentes intereses. Por otra parte, no sólo la producción de bienes o servicios económicos se especializaba sino las funciones sociales. Es evidente que en los grupos familiares algunos adultos están especializados en la crianza o en la defensa y que la experiencia de algunos los hace servir de guías y de depositarios de la experiencia acumulada. Pero estas mismas funciones adquieren otro papel en un grupo numeroso, pues la defensa o la experiencia será mejor administrada por los más fuertes, hábiles o valientes, mientras que la experiencia cultural lo será por los más sabios y prudentes y es así como aparecen los administradores, los guerreros o los sabios. Y en cuanto que la diversificación y la especialización hace aparecer una escala de capacidad y habilidad la sociedad se segmenta por sus funciones.

Por otra parte, las relaciones familiares instintivas son reconocidas de modo inmediato y los hijos buscan protección en sus padres o parientes adultos o en los afines a éstos. El contacto frecuente establece un hábito de buscar y dar protección y de crear alianzas entre iguales o entre desiguales a través de la consideración de unos como familiares o amigos de otros y de la elaboración de un registro individual y social de cooperaciones o enemistades. Hoy se ve claro que los comportamientos humanos están orientados a la cooperación e incluso las rivalidades y enemistades tienen lugar en un sistema de alianzas en que el individuo involucra en el ataque o la defensa a los que considera como de su cercanía. Sin embargo al ir creciendo el número de personas de una sociedad la relación inmediata como familiar o como dador o acreedor de favores y cuidados se desdibuja salvo donde se estructura en forma de ideología. Es imaginable que la idea de parentesco lejano y de antecesores comunes evolucionó de una visión concreta a una abstracta y se pasó de ideas de hermanos o primos lejanos a una idea de miembro de un clan, sin necesidad de recordar una linea de parentesco determinada. Y del mismo modo, la idea de antepasado común pudo ser reelaborada en forma de recuerdo de los antepasados, de mito o de culto donde se imaginó una presencia de los muertos en una forma o mundo paralelos a los de los vivos.

Las ideologías más básicas debieron contemplar dos aspectos: la pertenencia de un individuo a un grupo y su posición dentro de éste. La ascendencia, los aspectos culturales, desde el idioma y el vestido hasta las costumbres y cultos, y en general, todo lo que podía crear una idea de pertenencia, diferenciación y especialización son el material de esas ideologías mientras que su función es la estructuración de colectivos cohesionados capaces de ser eficaces frente al ambiente, a otros individuos o a otro colectivos. La idea de clan podía incluir las de relaciones familiares y antepasados puramente legendarios y, fueran conscientes o no de ello, los individuos que argumentaban conforme a esa ideología le daban un papel práctico y concreto. Es decir, la ayuda requerida o debida a miembros del clan en función de una ascendencia común es el objeto real buscado mientras que la idea de un antecesor común puede creerse y valorarse en función de los beneficios de esa ayuda. Obviamente, una persona busca la ayuda en otro debido no a que ambos tengan de hecho un antecesor común sino a que ambos creen tenerlo y pueden argumentar que lo tienen o no, convencidos de lo importante de ese hecho. No son conscientes de que su ideología tiene una función práctica, pero eso es lo que buscan, pues si argumentaran sólo sobre lo práctico parecería probable que un individuo diera o negara la ayuda según su capricho mientras que, al referir la obligación a una realidad no puesta en discusión por una sociedad o grupo, la garantía de que un miembro del grupo cumplirá su obligación es mayor y cuenta con la sanción moral del colectivo.

Cuando las sociedades se hacen más complejas y aparecen ciudades en un entorno agrícola y ganadero aparece también la posibilidad de reconocerse como miembros de colectivos por la función social según las que van surgiendo, pero no se puede olvidar que hasta la época industrial, la proporción de agricultores y ganaderos fue muy alta, quizá del 80% por lo menos, y que su dispersión por el territorio no daba lugar a las concentraciones urbanas donde unos se pueden reconocer como trabajadores industriales, comerciantes o cualquier otra clase social. La posibilidad de que un individuo buscase un grupo en el que considerase miembro y sujeto de deberes y derechos -que es la función del grupo para el individuo- pasaba por reconocerse miembro de un clan, una raza, una religión, tal como sucede hoy en las sociedades más atrasadas. Tenemos siempre unos hechos reales: la pertenencia a un colectivo familiar, religioso o racial y las relaciones sociales que existen entre sus miembros como sociedad de cooperación, y un uso práctico de esos hechos buscando para la cooperación las relaciones de pertenencia mutua a un colectivo. Se supone que es un hecho natural la relación de deberes y derechos mutuos entre los miembros de un colectivo social y se busca argumentar la existencia de ese colectivo o la pertenencia a él como base para esos derechos y deberes. Lo cual significa que si se busca la cooperación se crea un colectivo, incluso inventándolo o fingiendo su existencia ya que lo importante no son unos hechos remotos sino sus consecuencias prácticas en el momento deseado.

También es obvio que si se concibe que las relaciones sociales se basan en la pertenencia a colectivos naturales como los de ascendencia común, cultura o religión comunes, los conflictos se expresen como antagonismos entre esos colectivos naturales y los grupos enfrentados se definan y se imaginen como clanes distintos con relaciones familiares problemáticas, culturas diferenciadas o religiones opuestas, por mucho que la mayoría de los individuos no elaboren de forma completa una teoría de esas oposiciones como historias o teologías diferentes sino que se adhieran a ellas cuando alguien las elabore partiendo de su pertenencia a los colectivos enfrentados y no por su verdad. La ideología suele surgir arbitrariamente y sin una relación necesaria con la realidad, pero son las consecuencias las que seleccionan qué ideologías funcionan como ventajas para los que las adoptan como identificación y mecanismo de cooperación y cohesión de grupo y por lo tanto qué ideologías están presentes dado que los grupos que las siguen han tenido un éxito que los ha hecho extenderse o, al menos, perdurar.

Tenemos, por lo tanto, que el desarrollo de la industria y el comercio creó funciones específicas y un conjunto de personas con esas funciones y con circunstancias e intereses paralelos, tal como los cambios históricos anteriores habían creado la agricultura y a los agricultores como clase social, es decir, como conjunto de individuos con circunstancias e intereses similares o paralelos. Y la artesanía y el comercio, la administración o la guerra, crearon otras clases. Pero de un modo transversal, en forma de otros ejes de un espacio social, la pertenencia a colectivos étnicos o religiosos reflejaba los diferentes intentos del ser humano de formar parte de colectivos sociales que le aporten ayuda y protección y que le sitúen en un entorno donde la vida y el futuro resultan seguros o, al menos, predecibles.

Todos esos colectivos y sus posibles subdivisiones entran en conflicto unos contra otros por el mismo hecho de definirse e imaginarse como diferentes y opuestos, con obligaciones de ayudar a los que pertenezcan al mismo grupo y contra los intereses de los demás grupos, vistos o creídos como opuestos e incluso incompatibles. Los intereses y relaciones diferentes o coincidentes o los proyectos diferentes o coincidentes establecen zonas de ruptura y de colisión que ponen a todos los miembros de un grupo a un lado frente a los de otro y activan la cooperación interna contra un enemigo externo, creando así una mayor ruptura y realimentando cualquier tipo de conflicto por mínimo que fuera en su inicio. La dinámica de esos conflictos socializados suele ser tan sencilla como preocupante pues el conflicto crece en la medida en que un colectivo crea que le beneficia o que le va a beneficiar en un futuro cercano, con una tolerancia a que los hechos se desvíen de lo previsto tan grande como lo sea el fanatismo que anima al grupo.

Sin embargo, la naturaleza compleja y segmentada de las sociedades desarrolladas mantiene la estructura en grupos diferenciados y hace imposible que unos eliminen a otros ya que se pueden eliminar personas pero no las funciones sociales y económicas diferenciadas, salvo que la sociedad se desmorone y se retroceda a un nivel de agricultura primitiva o más abajo. Por lo tanto, las sociedades se ven inmersas en conflictos abiertos o latentes que se intensifican en las crisis, y quedan obligadas a alguna de las consecuencias posibles: la gestión pacífica en la forma de democracia, la dictadura de unos grupos sobre el resto por el engaño o la violencia o la perpetuación violenta de los conflictos y sin victoria definitiva de ningún grupo. Lo que podemos afirmar es que cualquiera de esas situaciones es posible, incluso el retroceso en el desarrollo económico y social si la destrucción alcanza un grado suficiente y que la probabilidad de evolucionar de una a otra está en función, como dije antes, de los recursos disponibles, el conocimiento y las ideologías y de la interacción de miles de personas, pero que ninguna es un estado definitivo e inmutable dado que en cualquiera de ellas persiste algún tipo de conflicto.

Podíamos preguntarnos si la democracia, al permitir la gestión pacífica de los conflictos dentro de una sociedad compleja y realizar las mayores potencialidades de las sociedades humanas será el estado más estable y, por lo tanto, el más duradero una vez alcanzado. Parece claro que las sociedades basadas en la desigualdad generan más conflictos pues los perjudicados son muchos mientras que una basada en la igualdad y en el diálogo como vía para resolver los conflictos tiene, como mínimo, la ventaja de evitar la violencia y sus resultados destructivos. Y, si las ocasiones para los conflictos son menos frecuentes y las crisis no desembocan en daños que se convertirían en motivos para nuevos conflictos, la estabilidad no sólo será mayor sino que será valorada por los individuos como un bien que defender.


Nota 1:
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