lunes, 4 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 28

La democracia no es sólo la mejor o quizá la única forma pacífica de gestionar un estado de conflicto social sino que parece históricamente un resultado de conflictos. Son pocas las épocas y pocos los lugares donde se ha dado la democracia o algo que se pueda considerar parecido, y nuestras sociedades parecen disfrutar de una excepción histórica. La cuestión es si la democracia como sistema de libertades políticas se puede dar en cualquier circunstancia o sólo tras unos conflictos que se han desarrollado históricamente, han crecido y no se han podido solucionar hasta adoptar ese método.

Quizá hay sólo un debate de terminología en todo ello, pero la vida de las bandas de cazadores recolectores contendría mucho de vida familiar y poco de relaciones políticas. Es decir: las relaciones entre los individuos serían concretas, entre hermanos o primos lejanos, quedando definidas por esos parentescos o por el recuento de favores y ofensas entre unos y otros, pero no tendrían un nivel de complejidad que pudiera reflejarse en algo similar a la ciudadanía moderna. No, obviamente, porque no hubiera ciudades ni estado sino porque no se tendría en cuenta un papel igual de los individuos en un colectivo sino las relaciones concretas entre padres, hijos, hermanos, primos o parientes lejanos. En ese contexto, la relación debería de ser forzosamente desigual y referida a diferencias de edad, sexo, experiencia en la caza o en la fabricación de herramientas y más que un jefe habría un padre o un tío con fuerza y varios parientes y amigos, fuertes también, capaces de ayudarle.

Cuando las sociedades se hacen complejas al disponer de mayores recursos y aumentar su población, como en el caso de las agrícolas o de algunas preagrícolas, las relaciones de clanes revelan que lo que se tiene en cuenta son esas mismas relaciones familiares pero elevadas a un tipo institucionalizado, quizá a través de una historia o de un mito. Y esa organización desigual lleva a concentraciones de riqueza y de poder, con lo cual, el éxito de la riqueza y el poder garantizan que el modelo de desigualdad se extienda por imitación o por conquista. Y es en esos modelos sociales desiguales donde la fuerza cohesiva de las relaciones familiares se va debilitando mientras que la desigualdad y la concentración de poder en pocas manos lleva a que el débil sufra su pertenencia a la sociedad perdiendo libertad y prosperidad.

Pero la concentración de poder lleva a que choquen los intereses de los poderosos y en una ciudad como Atenas los combates entre facciones aristocráticas dan lugar a la toma del poder por los tiranos y en reacción contra éstos es como aparece la democracia. La sociedad de propietarios, comerciantes y artesanos atenienses se había hecho demasiado compleja para que la gobernara un pequeño número de poderosos pues eran muchos los dispuestos a reclamar su parte de poder. Es así como la estructura de grandes familias nobles con sus clientelas deja paso a una asamblea donde el poder puede ser compartido y se puede buscar un apoyo popular. Pero la cuestión es si en una sociedad donde no se diera esa lucha entre poderosos se podría llegar a la democracia pues el hecho es que no se llegó y que los experimentos de las ciudades griegas fueron ahogados por las formas monárquicas. Incluso la república aristocrática romana, que debió negociar con los plebeyos y admitir sus tribunos, acabó convirtiéndose en una dictadura militar con tendencia a un despotismo de tipo oriental, rechazado visceralmente por los romanos antiguos que se habían rebelado contra sus reyes.

Posiblemente las minorías poderosas en el Imperio llegaron a controlar suficiente riqueza mediante su capacidad para utilizar el Estado en su beneficio y fue su cohesión lo que al eliminar los enfrentamientos hizo que se consolidara el sistema imperial, más aún cuando se usó la religión como estructurador de la sociedad marcando un criterio de pertenencia y un orden de subordinación a un poder consagrado por el mismo Dios. Y sólo son las crisis de un Imperio que no puede controlar la llegada de los diversos grupos bárbaros lo que acaba con su estructura, pero para ser reemplazada por jefes militares que hacen retroceder la sociedad hacia formas políticas de grupos de partidarios armados que sostienen a un rey. Estos reyes y sus seguidores se limitaron a apropiarse de las estructuras romanas, desde la política hasta la cultura, pasado por la religión cristiana, y a superponer a esos restos una clase superior guerrera.

Durante el periodo imperial, las clases poderosas o las facciones descontentas del ejército podían controlar el Estado o enfrentarse en batallas entre tropas reducidas, pero no buscaban en la población campesina o urbana unos aliados que permitieran a éstos exigir una parte de poder. Podemos ver sólo esos intentos de buscar el respaldo popular en la adopción por el Estado del cristianismo, que parecía haber conseguido un nutrido apoyo, aunque quizá el apoyo se buscaba y se encontró dentro del ejército. Y las únicas rebeliones constatables desde las de los esclavos de Espartaco son las bagaudae (1) de la época de decadencia e invasiones. Estas bagaudae han sido interpretadas como campesinos descontentos en una época de carestía y falta de control imperial o como grupos de población local buscando consolidar su poder en medio del vacío que deja el Estado, pero en cualquier caso fueron derrotadas y sometidas por las tropas de los señores germánicos.

Podemos preguntarnos cómo durante siglos de Imperio romano no hubo un desarrollo económico y social que diera lugar a que las clases en ascenso se rebelaran contra las clases en el poder. Quizá es el estado de la ciencia y la tecnología lo que limitó la agricultura, la artesanía y el comercio de manera que no hubo clases numerosas que pudieran expresar su descontento durante alguna crisis y aliarse con las clases medias para romper el monopolio del poder imperial. Quizá la forma política alcanzada permitía que las clases de mercaderes y artesanos tuvieran una existencia razonable, unas expectativas de beneficios participando de la estructura del Estado y no buscando su destrucción y unas escasas expectativas de cambiar el sistema por otro. O quizá su número nunca fue grande.

Pero el colapso del Imperio ante las oleadas de grupos invasores compuestos por guerreros o capaces de movilizar grandes contingentes militares contra un Imperio incapaz, a pesar de su población, de movilizar tropas en número suficiente, convierte una sociedad no habituada a movilizarse y dependiente de un ejército profesional o mercenario en presa de quienes tuvieran fuerza para conquistarla. Y es así como los diversos grupos germánicos se apoderan de la parte occidental de Imperio creando sus reinos y convirtiendo la sociedad en un instrumento para el sostenimiento de los guerreros, permanentemente enfrentados unos con otros. En esas circunstancias, las sociedades se derrumban en sus estructuras y quedan reducidas a campos que alimentan a los reyes, sus nobles y sus tropas y a pequeños núcleos urbanos donde se desarrolla la vida cortesana, religiosa, artesana y comercial. Y pequeños contingentes de tropas señoriales podían controlar grandes extensiones pobladas por campesinos desarmados y desorganizados.

El retroceso de las sociedades durante este periodo se manifiesta en todos los órdenes, desde el empobrecimiento de la arquitectura y la desaparición de las obras públicas, salvo algunos palacios y edificios religiosos, hasta la reducción de los ejércitos a grupos de guerreros sin una infraestructura comparable a la de las legiones, y esta situación dura siglos en los que un lento avance va a dar lugar a un desarrollo de la agricultura, la artesanía y el comercio, por una parte, y de las ciencias y la filosofía por otra, de manera acumulativa y cada vez más acelerada. La división en periodos históricos apenas tiene otra utilidad que la de clasificación y los cambios son constantes. Pero el progreso en la agricultura y el crecimiento de la población da lugar a centros urbanos, a progreso en los conocimientos que, a su vez, hacen progresar las técnicas y los puntos de vista ideológicos y los medios para difundirlos. Y es así como unos reinos que apenas eran infraestructuras agrarias y artesanales al servicio de un modelo de orden militar reflejado en el feudalismo van transformándose en sociedades más complejas donde ya no sólo los nobles pueden arrancar parcelas de poder al rey, al modo de la Carta Magna en Inglaterra, sino donde los habitantes de las ciudades, desprovistos hasta el momento de las únicas fuerzas operativas durante la Edad Media: la militar de los nobles y la ideológica de los eclesiásticos, todos ellos sustentados por los campesinos a su servicio, van acumulando la nueva fuerte de poder que es la riqueza basada en la artesanía y el comercio y se encuentran capaces de exigir a los reyes algunas de las libertades que quedaban garantizadas en los fueros.

Durante la Edad Media los reyes o algunos nobles habían fomentado el crecimiento de ciudades garantizando a sus pobladores legislaciones favorables en forma de fueros. Los historiadores podrán decirnos hasta qué punto se mantuvo parte de la estructura social urbana en algunas zonas de lo que fue el Imperio romano o cómo ésta se desarrolló en territorios cada vez más al norte y al este, pero lo interesante es que esta tendencia de progreso va dando lugar a núcleos de población y de riqueza con cuyos habitantes los reyes y nobles necesitan contar de algún modo y cada vez más. Y dado que los diferentes intereses son la oportunidad para cualquier conflicto, no tardan en aparecer los que enfrentan a los reyes o nobles con las ciudades y sus habitantes. Se rompe de este modo la estructura simple de señores de la guerra con un rey en el vértice de la pirámide social y cuyas relaciones se basan en la fuerza militar en disputas sobre el poder y la riqueza de la tierra y aparece otra que, entre los campesinos y los nobles, integra a un número cada vez mayor de ciudadanos prósperos dedicados a la artesanía y el comercio. Es en el aumento de la riqueza de esta clase donde se encuentra la base material para que se den nuevos conflictos contra los distintos señores y para nuevas alianzas de los nobles y los burqueses contra el rey, o del rey y los burqueses contra los nobles. Y estos conflictos son cada vez más frecuentes e intensos dado que el número y la fuerza de los miembros de la burguesía aumenta sin cesar.

Los reyes, por ejemplo, buscan en algunos casos el poder absoluto contra los nobles y lo consiguen con alianzas con los núcleos urbanos, acabando con el sistema feudal. Pero en otros, son los nobles junto a los ciudadanos más ricos los que buscarán el modo de limitar el poder del rey. Lo importante, en cualquier caso, es que el desarrollo político y social que da lugar al mundo moderno es el fruto de luchas de poder en las que poco a poco la fuerza económica gana peso contra la mera fuerza militar y la organización militarizada de las sociedades va siendo sustituida por una organización civil. La diferencia en la evolución de las sociedades es si estos conflictos se gestionan de manera constructiva, tratando de minimizar los daños, o si el choque es violento y abierto. Y tenemos casos de todo tipo, desde las revoluciones inglesas que van limitando el poder del rey hasta la Revolución Francesa, que lo elimina tras el éxito de los jacobinos.

Pero las complejidades sociales que producía el desarrollo de los países europeos se tradujeron primeramente en una actitud de tolerancia, capaz de dar cabida en un Estado a pensamientos diferentes e incluso rivales. Podemos ver la tolerancia no sólo como un logro del pensamiento y una virtud individual sino como una necesidad social pues los grupos de diferentes religiones habían crecido en Europa de modo que ninguna guerra había conseguido que unos eliminaran a otros del continente, si bien algunas confesiones alcanzaron el monopolio del poder dentro de un Estado o una región. El estudio de las relaciones entre opiniones teológicas y posición social es muy fructífero pues lo que aparentemente son enfrentamientos entre grupos religiosos son, en el fondo, enfrentamientos por la posición social. Y es, por lo tanto, el reconocimiento de que la violencia no puede acabar con la pluralidad, sea cual sea su tipo, o que el coste social es inasumible en todos los sentidos, lo que da lugar a políticas de tolerancia, diálogo y negociación. Nada mejor para ello que reconocer la igualdad de partida entre toda opinión y razón para alcanzar la verdad y la necesidad del razonamiento y el diálogo como vías para la paz constructiva.

Tenemos así que en Inglaterra se desarrolló el parlamentarismo y un régimen económico y político que creaba un lugar para los burgueses en ascenso sin grandes violencias, por debajo de la nobleza y el rey, pero sin un límite infranqueable a efectos prácticos para las ambiciones de los burgueses y sin un cambio sentido como amenaza peligrosa por nobles y rey. Sin embargo, en los países en los que el cambio no fue gestionado de forma pacífica, estalló violentamente. Una vez que los reyes habían perdido la capacidad de controlar la sociedad y que los burgueses lograban más riquezas y se convertían en la fuente de ingresos para el Estado, no resultaba posible una vuelta atrás y el conjunto de conflictos, inevitables ya, sólo podían ser gestionados mejor o peor, pero no suprimidos.

Lo mismo sucedió tras el éxito del parlamentarismo o la república como accesos de la burguesía al poder político pero con respecto a las clases obreras y campesinas. El crecimiento de las industrias y la acumulación de población alrededor de los centros industriales daba lugar, por un lado, a la acumulación de conflictos por las condiciones de trabajo y de vida, y por la medida en que industriales y trabajadores veían recompensadas sus funciones; pero, por otro, a la acumulación de una clase de obreros de cuyo trabajo dependía la industria pero con un salario que contrastaba fuertemente con los beneficios de los industriales. Todo eso fue evidente a partir de Marx, al menos para quienes no lo veían evidente ya. Pero, si bien podemos decir que la explicación marxista de que los conflictos se resuelven a favor de los que tienen los recursos, sus predicciones concretas fallaron porque no tuvo en cuenta algunas cosas dichas por él mismo. Si leemos el Manifiesto Comunista (2) encontramos esto:

Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? [117] Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios. (3)


El diagnóstico de Marx es que el sistema capitalista crea las crisis y aumenta el número de perjudicados por ellas de manera que sólo sale de cada una poniendo las condiciones para más crisis y más graves. Se trata de una explicación absolutamente determinista y lineal de la historia, con un solo resultado esperable a partir de cada situación conocida sin que sea posible para los capitalistas prever o evitar el resultado que prevé Marx. Pero los industriales, los comerciantes o los obreros, a pesar de ser categorías homogéneas vistas sólo desde su posición en el sistema productivo, no lo son ni en su actuación ni en el resto de relaciones entre sus miembros o con respecto a otros individuos de la misma sociedad o de otras. No se puede creer que la mera posesión de una industria o la condición de obrero en ella haga que todas las personas actúen igual y sin relación con otras actitudes personales o de grupo. La industrialización de la economía y el sistema de libre mercado dan lugar a intereses definidos y contrapuestos a otros pero no difuminan los que han agrupado a los seres humanos desde milenios antes pues es natural la tendencia a buscar grupos solidarios en los que integrarse e ideologías que den sentido a la acción y sirvan de identificador. Las religiones, las nacionalidades y las diversas facciones que aparecen en esos grupos han demostrado a lo largo de la historia una dinámica permanente de búsqueda de cohesión y de fragmentación de los grupos a la que la condición de propietario o de obrero sólo aporta unos intereses más y unas señas de identidad más.

Sin embargo, la importancia de la economía en la organización social y el número creciente de personas involucradas en la industria y el comercio, y posteriormente en los servicios, hacen que los conflictos que procedan de este contexto o influyan sobre él puedan ser decisivas en algún momento. Lo interesante es que Marx vio algunas de las características del desarrollo de la economía industrial pero dio importancia sólo a un supuesto empobrecimiento progresivo de los obreros que afectaría después a todas las capas de la sociedad de abajo arriba. Por lo tanto, su predicción no pudo sino fallar. Veamos algunos párrafos más:

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensable para vivir y perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo [20], como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.


Pero el desarrollo económico no ha ido en ese sentido sino en el opuesto: el uso de máquinas cada vez más complejas y especializadas implica que los trabajadores que las usan deben tener conocimientos y habilidades especializados, e implica igualmente que su diseño, fabricación y mantenimiento involucren a trabajadores cada vez más especializados con mayores conocimientos y con un mayor coste para su preparación. La mayoría de los trabajadores dejan así de ser "un simple apéndice de la máquina," al que "sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje" para ser unos agentes especializados y capaces de exigir un mayor precio por su trabajo.

Un poco más adelante, el análisis se demuestra erróneo también:

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.


Muy al contrario, nuevas actividades surgen alrededor de la industria y el gran comercio y su especialización e importancia hace que su valor suba. Cada vez son más las personas que hacen un trabajo valioso y menos los "apéndices de las máquinas", que hacen mucha parte de su trabajo de forma automática.

Incluso limitándose a consideraciones sobre los obreros industriales, Marx concluye que:

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.


Es un hecho que la fuerza del número y de la organización de los trabajadores -y más en un contexto en que son más especializados, se dedican a actividades más variadas y acumulan en su conocimiento y habilidad, o incluso en su capacidad como empresarios de pequeñas industrias, un valor enorme- permite "reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera" y que ello abre un cauce para la gestión democrática y pacífica de los conflictos. Sin embargo Marx sigue viendo como inevitable la lucha violenta a la que el capitalismo y sus crisis están abocados:

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de existencia. [120] También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el progreso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.


Si, como en el caso de Marx o Engels, los ideólogos y organizadores pueden acercarse al proletariado procedentes de "capas... de la clase dominante" bien "para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios" o porque "una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir" la dinámica de los conflictos va a ser forzosamente diferente de una lucha violenta, instintiva e irremediable e integrará, como virtud o como vicio, la capacidad de negociación y de pacto de intereses.

Tenemos, por lo tanto, no una masa de obreros "simples apéndices de las máquinas" opuesta a una clase de burgueses cada vez más ricos y más enfrentados desde su minoría a una mayoría social cada vez más amplia, sino a conjuntos de trabajadores de tipos muy diferentes, algunos con sus propias empresas, que producen riqueza y que pueden perjudicar a quienes dependen de ellos y salir perjudicados, simultáneamente, en una crisis económica y social; y tenemos también a personas procedentes de profesiones liberales o de las administraciones y que pueden organizar intelectualmente partidos o sindicatos que, como decía Marx en una de las citas anteriores, hagan al Estado o a los poderosos "reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera". Y esto es lo que ha sucedido en los países desarrollados en vez de las revoluciones violentas pronosticadas.


Nota 1:
El término bagauda, (bagaudae en latín; en bretón bagad. En galo significaba «tropa»), se utiliza para designar a los integrantes de numerosas bandas que participaron en una larga serie de rebeliones, conocidas como las revueltas bagaudas, que se dieron en Galia e Hispania durante el Bajo Imperio, y que continuaron desarrollándose hasta el siglo V. Sus integrantes eran principalmente campesinos o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos o indigentes. El vocablo puede tener un doble origen, bien una raíz latina que significa «ladrón», bien una de origen céltico que significa «guerrero».

Bagaudas en Wiki   (Subir)

Nota 2:
Tenemos el Manifiesto Comunista en internet en dos ediciones:

Manifiesto Comunista con división en capítulos.
Manifiesto Comunista en una sola página.   (Subir)

Nota 3:
Ver: Mf. Com. I Burgueses y proletarios (Subir)


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