viernes, 1 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 26

El ser humano necesita esquemas con los que comprender el mundo bajo la forma de reglas, y la analogía antropomorfizante es la más fácil por ser el modelo más cercano a la intuición y la que presumiblemente ha sido la primera en la historia y la que ha dado lugar a las religiones e inicio al movimiento filosófico hacia el conocimiento positivo. Por ello no es extraño que la tendencia a entender los resultados históricos en términos de finalidad, de propósito, de teleología, sea tan frecuente y parezca tan poco problemática. Y uno de los casos con respecto al conocimiento de las sociedades es suponer que el estado social actual es una especie de finalidad hacia la que se han dirigido los hechos anteriores, incluso cuando ya no se cree en un supremo hacedor y legislador.

Lo difícil de explicar esto evitando la ambigüedad y las discusiones sin fin está en que lo actual es necesariamente el resultado de las situaciones anteriores y no de otra cosa, incluso aunque se introdujeran los actos de un sumo hacedor, y que a dos situaciones idénticas les sucederán consecuencias idénticas conforme a regularidades. En esto consiste el determinismo. Sin ello no podríamos decir que nada se debe a nada anterior pues cualquier sucesión sería posible. Pero el estudio de la historia, como el de cualquier fenómeno complejo se enfrenta a dos problemas: el primero es conocer si dos situaciones son idénticas y el segundo consiste en que las leyes históricas parecen ser las de un caos determinista. (1)

Dos situaciones nunca serán idénticas si tenemos en cuenta todos sus detalles, pero se puede establecer qué hechos son irrelevantes para algún fenómeno porque su influencia sobre el resultado es nula o inapreciable. Así que la cuestión queda limitada a los hechos que experimentalmente sean relevantes. Pero esto no es posible hacerlo con exactitud en la Historia ya que no podemos poner y quitar factores a voluntad sino que debemos limitarnos a observar hechos dados y tratar de comprenderlos como resultados de una causalidad multifactorial. E incluso eso es complicado pues sólo tenemos datos del pasado que pueden no ser lo suficientemente exactos para que las conclusiones sean definitivas y siempre quedará espacio a la interpretación. Si tratamos, por ejemplo, de la evolución de las sociedades y de por qué las revoluciones liberales aparecieron en Europa y no en otros países, sólo podemos observar qué factores se dieron y cuáles pudieron ser diferentes y causa de cada resultado, pero esta cuestión está aún abierta y la importancia de cada factor sigue en discusión pues el comercio, la artesanía y las ciudades se dan en el desarrollo de todas las sociedades pero sólo en las de tradición europea se produjeron las revoluciones que han dado lugar al mundo moderno.

El segundo problema afecta a sistemas complejos en los que sus elementos interaccionan constantemente con otros y una pequeña diferencia inicial no produce diferencias proporcionales en los resultados sino que puede significar resultados imprevisibles. Se suele poner de ejemplo una bola que cae por un plano inclinado lleno de obstáculos pues resulta imposible predecir la posición en que acabará partiendo de la inicial pues un error menor que el que podemos diferenciar en la posición de salida con respecto a una primera ocasión implica que no chocará con un primer obstáculo en el mismo punto y que eso la llevará a chocar con otro punto en segundo lugar alejándose cada vez más de lo observado en la primera ocasión. La idea del determinismo suele ser que conocidas las condiciones iniciales de un sistema se puede predecir sus evoluciones sucesivas pues asume que esas condiciones iniciales son conocidas con detalle o que las interacciones sucesivas alterarán poco o en cantidades previsibles el resultado final, como la resistencia del aire la trayectoria de una bala. Pero, si la bala debiera atravesar una nube de obstáculos en posiciones conocidas con precisión insuficiente, su posición final no sería previsible. Una sociedad es también un conjunto de elementos que interaccionan y la idea determinista de que o bien su trayectoria histórica depende de pocos elementos o de unos cuantos relevantes, siendo los demás irrelevantes a efectos prácticos, o bien todos, en cualquier caso, son suficientemente conocidos para poder prever el resultado final es poco verosímil y choca con la realidad de la Historia tal como la conocemos por experiencia.

Sin embargo un sistema caótico puede no evolucionar fuera de unos límites. Imaginemos la previsión meteorológica a mucho tiempo, que es un caso típico de caos determinista. Es evidente que no se puede calcular la temperatura o las precipitaciones en un lugar dentro de, digamos, seis meses, pero sí una serie de medias y probabilidades tales que en verano será mucho más probable calor que una helada. Pues bien, del mismo modo que el ángulo con el que inciden los rayos de sol o la duración del día o la posición geográfica de un punto concreto hacen posible prever calor en verano y no heladas, determinadas variables sociales pueden hacernos prever situaciones con probabilidades razonables y siempre que se asuma que es mucho lo que no se conoce ni se puede conocer en cada momento. Nadie podría haber previsto hace años, por ejemplo, el papel de internet en la acción y propaganda de los grupos terroristas pues sólo en la imaginación de unos pocos cabría una red de información de ese tipo o la capacidad de los ordenadores actuales. Pero si en el clima se trata de aire a unas determinadas temperaturas y presiones y el comportamiento del vapor de agua y de la superficie del mar y la tierra, los conocimientos teóricos del comportamiento de esos elementos son suficientes para que se pueda crear un modelo que contrastar con los datos reales y que anticipe algunas regularidades, como la circulación de los vientos y los patrones de precipitaciones debido a celdas de convección. En la sociedad, del mismo modo, se puede anticipar modelos teóricos basados en regularidades del comportamiento humano individual y social. Las regularidades y el caos determinista ponen los límites de las explicaciones sociales tanto de lo que no pueden prever como de lo que no deja de ser regular y previsible a pesar de lo variable. Si leemos a Tucídides o a Polibio, dos autores especialmente atentos a las causas reales de los fenómenos y no a los pretextos, podemos ver que nos encontramos ante hechos similares a cualquier conflicto entre Estados modernos, con la diferencia de que los trirremes han sido sustituidos por cruceros acorazados. Y es que la naturaleza humana individual y social no ha cambiado aparentemente en dos mil años.

Creo que un modelo realista de la sociedad humana debe tener en cuenta en primer lugar la naturaleza social del individuo humano, como he dicho tantas veces en los artículos anteriores, y su cálculo de costes y beneficios para escoger entre las opciones de pertenecer a un grupo o quedar fuera que tiene o imagina tener. En segundo lugar, el aporte de energía y de recursos que da el ambiente a la sociedad y las capacidades de ésta para usarlos. En tercer lugar, la segmentación a que da lugar una sociedad compleja y la especialización de los individuos, tanto mayor cuanto mayor sea el desarrollo científico y social que permita la explotación de los recursos. En cuarto lugar, el papel cohesivo y de organización del grupo de diversas ideologías como representaciones y explicaciones de la sociedad y sus estructuras. Y, en cuarto lugar, los conflictos a que da lugar la segmentación y especialización social y el papel práctico y simbólico de las ideologías en esos conflictos. Si integramos esto en un modelo de caos determinista podemos tener una visión adecuada de cómo han evolucionado las sociedades humanas y cómo es previsible que evolucionen en respuesta a diferentes situaciones que, obviamente, no conocemos ni podemos prever precisamente en sus puntos más críticos, que son los inesperados y fuera de las regularidades conocidas.

Lo que podemos excluir es un modelo ingenuo de progreso ilimitado, perfeccionamiento constante y felicidad creciente o final, tanto como uno de decadencia irremediable y descenso a los abismos. Los modelos de sociedad en cada momento dependerán de la interacción entre los factores que he mencionado: la disponibilidad de recursos y la capacidad científica y técnica para gestionarlos, la complejidad de la sociedad y los conflictos a que dé lugar junto con las ideologías que gestionen estos conflictos en función de las opciones de libertad individual y cohesión social, los dos polos inevitables. Pero estas interacciones no se producen entre unas pocas variables: recursos, conocimientos, segmentación social e ideologías sino entre millones de personas con desigual acceso a los recursos, desiguales conocimientos, desiguales posiciones sociales y desiguales opiniones, y que modifican su situación con respecto a estas variables debido a estas interacciones. La ideología o las opiniones de una persona acerca de su entorno físico y social no son algo estático sino que vienen dados por su conocimiento y opiniones acerca del mundo y acerca de lo que otras personas conocen u opinan. Este factor es el que convierte los cambios sociales en algo caótico y no es diferente al proceso de especulación en los mercados pues el valor que una persona atribuye a una mercancía depende en mucho de lo que otras personas le atribuyen y las alzas de precios se pueden convertir en procesos retroalimentados que terminan por sobrepasar todos los límites razonables y derrumbándose. De la misma manera, lo que una persona puede opinar acerca de lo que existe o de lo que es preferible depende no sólo de sus opiniones como individuo aislado sino también de su tendencia a creer lo que otros piensan o a adaptarse a lo que otros afirman. De esa forma aparecen creencias aceptadas socialmente, ideologías, filosofías o especulaciones en los mercados que pueden ir más allá de lo que cualquier persona individualmente podría haber creído.

En artículos anteriores he dicho que los momentos de crisis económicas o sociales son los que hacen que más gente busque soluciones que rompan con las situaciones que a su juicio han causado o permitido la llegada de las crisis. Es muy fácil creer que una situación actual es permanente como creemos que lo que tenemos en la actualidad es, en su forma, definitivo. Podemos creer que los ordenadores del futuro serán más potentes y rápidos pero no podemos saber qué novedades reales se encontrarán nuestros descendientes, del mismo modo que a finales del siglo XIX podían imaginar mejores telégrafos, pero no internet. En la Edad Media la mayoría de la gente podría imaginar señores feudales más justos o fueros más ventajosos pero no un sistema de igualdad y libertades democráticas y sólo en épocas de carestía los hasta entonces tranquilos vasallos se sublevaban contra sus señores. Y sólo, además, cuando se creaba de algún modo una ideología capaz de organizar la suma de descontentos individuales en forma de movimiento social con una dirección, fase en la que interviene qué es lo que cada uno piensa en función de lo que piensan los demás. Así los movimientos de descontento popular o burgués asumían ideologías religiosas al ser éstas las propias del momento y las capaces de dar sentido a las experiencias cotidianas.

Conviene analizar en esos términos fenómenos sectarios tales como los paulicianos y los bogomilos, las guerras campesinas en la Alemania del siglo XVI o el puritarismo burgués de Cromwell. Como afirmarían los marxistas, hay una base económica o social en todos esos casos y que se viste de ideología, y no debemos creer que fuera por mera apariencia conveniente sino porque, en primer lugar, las ideas aceptadas en tales momentos consistían en un ordenamiento divino de la sociedad y la moralidad y, en segundo lugar, porque las personas formadas y capaces de dar un sentido unitario al descontento general habían sido educadas en una ideología y filosofía religiosas, y era el molde mental en el que volcaban todas sus experiencias.

La combinación de iglesias cristianas institucionalizadas y de un monopolio ideológico de la religión incapaz de asumir los cambios que traía un constante aumento en los conocimientos hizo que no sólo la autoridad filosófica de la religión tuviera que ser desafiada por los nuevos filósofos y científicos sino que donde la religión se apoyó en el poder, o el poder en la religión, las clases burguesas en ascenso chocaron con el poder nobiliario y con su ideología legitimadora religiosa. La misma religión, al menos en sus formas externas, llevó a los anabaptistas a una actitud revolucionaria, por lo que debemos decir que no es el conjunto de ideas básicas religiosas las que chocaban con los campesinos o los burgueses sino la forma específica que tenían en contraposición a éstos en sus movimientos revolucionarios. Pero la ideología de cambio era más coherente como revisión total de las bases del pensamiento, de la ciencia y de la sociedad y no como reacomodación de viejas creencias en un nuevo contexto, por lo que quienes comenzaron poniendo en duda la autoridad filosófica o teológica para dar preeminencia a la razón acabarían por poner en duda el orden desigual y la autoridad de los reyes.

Pero las ideas no mueven el mundo sin la fuerza de los recursos materiales más que lo que podría moverlo un cerebro sin manos fuertes, y sólo cuando los burgueses o los nobles dedicados a sus negocios pudieron movilizar recursos contra el sistema estamental que los paralizaba las revoluciones fueron posibles, tanto los cambios forzados de una monarquía absolutista a una de tipo constitucional en Inglaterra como la Revolución francesa que estalló al chocar grupos más extremistas tanto entre los burgueses revolucionarios como en los partidarios del Antiguo Régimen. Pero esos recursos no consistían solamente en riquezas sino en una nueva ideología capaz de movilizar y cohesionar a otras capas sociales, desde nobles de creencias democráticas hasta campesinos y obreros que veían en los cambios la vía a su propio progreso.

Sin embargo podría haberse dado una situación contraria al cambio y una alianza de los nobles y los campesinos bajo la ideología religiosa podría haber frustrado las revoluciones burguesas. En algunos casos así sucedió mientras que en otros fue la idea de una unión nacional puesta en peligro por la extensión de la revolución por los soldados franceses o por naturales de los países invadidos y que eran vistos como agentes de intereses franceses más que revolucionarios. Es posible que el cambio encabezado por los burgueses revolucionarios tuviera en esos momentos la clave del éxito ya que acumulaba no sólo el descontento contra la nobleza sino los recursos de industriales y comerciantes y, en general, de los habitantes de las ciudades, más prósperos que los campesinos que podían responder a las llamadas en nombre de la religión o de la nación. Pero el propio éxito de las revoluciones burguesas llevaba a que una nueva clase y unos nuevos países entraran en conflicto con las sociedades existentes. Era Francia o eran los propietarios de las tierras enajenadas a la Iglesia los que ahora chocaban con los tradicionalistas de España y el éxito del carlismo para conseguir apoyos en las tres guerras civiles que inició, debe llamarnos la atención.

Quizá la clave del éxito de los intentos antirrevolucionarios, tanto temporalmente en países de Europa como parece que de un modo más sistemático en Asia hasta la influencia europea, consistió en una doble vía: por una parte en un freno al progreso material y, por tanto, a los recursos materiales de los que podía disponer la clase capaz de crearlos y apropiárselos; por otra, a una ideología que no dejaba opción al cambio sino a la integración en el sistema o a la exclusión o la muerte. La fuerza del progreso podía ir en la dirección de las revoluciones y éstas en la dirección del progreso económico y social, pero si los poderosos eran capaces de apropiarse de los recursos de los artesanos y comerciantes y de enfrentar a cada persona con un sistema ideológico fuerte y resistente a las ideas de cambio, ni había progreso ni cambio ni posibilidad de revoluciones. Una persona no suele pensar a tan largo plazo que arriesgue su presente y su futuro inmediato por un lejano futuro improbable. y menos cuando no hay a su alrededor un numero de personas suficiente para procurar ese futuro improbable, por bueno que parezca. En general buscará la opción que al menos a corto plazo dé los mejores resultados del mismo modo que será difícil que arriesgue en un negocio posiblemente lucrativo pero muy arriesgado frente a un negocio menos lucrativo pero más seguro. No creo, por lo tanto, que la vía a las revoluciones y al progreso social y político haya estado siempre marcada sino que ha dependido de azares históricos. Por otra parte, el papel de la ciencia en Europa es inseparable de la maquinización de la industria y del comercio, de la creación de grandes industrias y del transporte por ferrocarriles o barcos y, consecuentemente, de la aparición de hombres de grandes fortunas deseosos de llegar al poder por sus riquezas desafiando a los nobles poderosos por sus tierras, por sus glorias militares o las de sus antepasados. En el resto del mundo o no se dio un progreso tan acelerado de las ciencias o lo que se avanzó no repercutió sobre la tecnología capaz de desarrollar la máquina de vapor y otras aplicadas a la industria, al transporte, a la vida social como la imprenta para libros y diarios o a la guerra.

Es decir, resulta dudoso que, sin el desarrollo económico basado en el desarrollo científico y técnico y sin el conflicto paralelo que las nuevas ciencias libraban con la filosofía tradicional y el orden consagrado por ella, los comerciantes y artesanos hubieran podido exigir una parte del poder o su totalidad a los reyes y la nobleza y con recursos suficientes para hacer efectivas esas exigencias. Con frecuencia chocaron comerciantes y burócratas con los militares por el mando en los Estados y la situación osciló alrededor de esas clases como minoría de poder, pero sin que hubiese un cambio direccional definido. Podríamos argumentar que el cambio científico traería el técnico, éste el económico y éste, a su vez, sería la base para el cambio ideológico y el político. Pero esa hipótesis de una dirección irreversible, e infrecuente en la Historia, ignoraría los procesos caóticos y la posibilidad de que la conciencia del peligro del cambio político para las clases en el poder llevara a que hicieran difícil o imposible el cambio ideológico, el científico y el técnico, con lo que el cambio económico se ralentizaría o se detendría, paralizando todo el proceso durante tiempo indefinido.

En mi opinión, la democracia de la que disfrutamos no es un fin que ningún Ser Supremo ni Naturaleza, vista como algo con una teleología inmanente, ha previsto, y menos poniendo los medios para que se logre, ni ningún resultado inevitable de unas condiciones iniciales con tal de que pase el tiempo suficiente.


Nota 1:
Caos determinista en Wiki (Subir)


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