domingo, 17 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 30

Ningún ser de la Naturaleza es estático, salvo en apariencia, y el ser humano, como ser vivo, consciente y racional, menos que ninguno. Las acciones humanas, además de las meramente vitales, los reflejos nerviosos y los comportamientos instintivos propios de todo ser vivo y animal, son el resultado de integrar en ellas un proceso de deliberación en el que se crea un modelo imaginario de una situación que se compone de los elementos conocidos comportándose como se cree que se comportan y dando lugar a resultados que se prevén o que se procuran. Estos resultados se valoran según patrones de preferencia y la acción es el resultado de escoger el proceso que se cree que lleva a un fin deseado que es lo que se supone que va a suceder si existe esa supuesta situación y realizamos esos determinados procedimientos. Por lo tanto, cuando estudiamos las acciones humanas debemos comprender qué se pretende en cada caso, qué medios se utilizan, qué resultados son los previstos y cuáles son accidentales.

Y si la evolución de las sociedades humanas es un conjunto de conflictos basados en que cada uno aporta a la sociedad algo como coste para obtener unos resultados mejores que en solitario y en que valora subjetivamente lo que aporta y lo que obtiene y tratando de minimizar el coste y maximizar el resultado, el proceso total vendrá dado por la agregación de procesos individuales y frecuentemente antagónicos, con fines y medios valorados subjetivamente, y por los resultados reales, no necesariamente los previstos, en una situación real y con unos medios reales, no necesariamente los imaginados. La democracia es el sistema social, político y económico que ha alcanzado el éxito en la actualidad ¿Fue, por lo tanto, prevista como fin y los medios se adecuaron a conseguirlo o ha sido un medio para otros fines? ¿Ha sido algo planeado o un resultado accidental al buscar otros fines?

Estas preguntas no sólo conciernen a la explicación de cómo se ha llegado al estado actual sino a saber cómo se puede evolucionar en el futuro, y tienen un interés no sólo teórico sino práctico pues nuestro futuro es lo que nos interesa primordialmente. Podríamos interesarnos por los motivos por los que cayeron las sociedades de la Edad del bronce pero, sin duda, podríamos vivir sin saber nada de aquellos hechos. Sin embargo, lo que va a suceder en torno a nosotros de modo que nos afecte es algo que nos interesa en cualquier caso. Las diferencias están, entonces, en qué fines tenga cada uno, qué alcance dé a su acción y qué profundidad de análisis desee realizar sobre el mundo que le rodea. Así una persona puede desear ordenar su entorno más inmediato y prever a corto plazo lo que va a necesitar o lo puede hacer bien o mal. Otra puede aspirar a planes de más largo alcance por muchos motivos. El resultado de esos deseos de acuerdo con la fuerza relativa de cada agente es lo que va a suceder y será tan previsible o imprevisible como lo que el sistema social tenga de caótico, pero en cada paso podremos estudiar las causas y resultados parciales.

Siempre tenemos la tendencia a simplificar las explicaciones pues eso está en la naturaleza de la explicación: la reducción de lo cambiante a unos patrones constantes, pero lo simple que pueda ser una explicación viene dado por la aproximación de los resultados previstos a los reales. Así, tendemos a creer que hay unas pocas leyes simples que explican por qué la sociedad es como es y ha llegado a ser como es, y el tipo de esas explicaciones es el propio del estado del desarrollo del conocimiento. Pero son las discrepancias con lo observado las que llevan a buscar nuevas explicaciones de por qué los hechos se alejan de lo previsto según la explicación más simple.

Las teorías más sencillas incorporan el modelo de la acción humana: un agente produce como resultado de su conocimiento, de sus preferencias, de su voluntad y de su acción cambios en un mundo desordenado o bien ordenado por otros agentes. Todo el mundo tiene ese modelo en la cabeza en cuanto que es con él como ordena su vida: espera que el pan y el agua estén donde se dejaron anoche, salvo que alguien los haya consumido o cambiado de sitio. Pero, al aplicarlo a otras situaciones por analogía, imagina seres sobrehumanos como agentes supuestos de los cambios que ve en la Naturaleza o aplica los elementos de su modelo social inmediato a una teoría de la sociedad en general, con genealogías y relaciones tempestuosas entre héroes que combaten por sus pasiones cuando vive en sociedades clánicas donde las relaciones sociales son relaciones de parentesco y los conflictos apenas van más allá de diferencias entre individuos con grupos de parientes.

En las sociedades más complejas, la estructura social involucra clasificaciones generales donde el individuo ya no es meramente un pariente o un amigo sino un campesino, un artesano, un comerciante, un guerrero, un administrador o un sabio y, por lo tanto, los modelos teóricos de interpretación de la Naturaleza incorporan ideas y clasificaciones generales. Y el tipo de ideas y relaciones reflejan las existentes en la sociedad pues entran en consonancia con ellas. Así, las ideas son vistas como en un orden jerárquico donde la fuerza de las conclusiones deriva de la fuerza de los axiomas, en consonancia con una sociedad jerarquizada y desigual por esencia. Por el contrario, el rechazo de la jerarquía y la desigualdad se traduce en un modelo teórico en que cada hecho tiene un valor igual y en que cada razonamiento válido tiene la misma fuerza de cualquier otro razonamiento válido. Los modelos de explicación de la sociedad renuncian, por tanto, a creer en una estructura ideal y perfecta, para la que todo cambio es un desorden, y formulan una estructura que es resultado de interacciones entre ideas, preferencias y acciones iguales en valor por principio.

Por lo tanto, la democracia será el resultado de numerosas decisiones individuales en diferentes sentidos, cada una de las cuales tendrá en cuenta los fines propios de cada individuo. No se opta por gobernar y adoptar decisiones generales por mayoría porque se deduzca de algún tipo de axiomas evidentes para cualquiera o porque sea en sí más estético sino porque afecta a los bienes o males que pueden disfrutar o padecer los individuos, pues no hay otros bienes o males sociales que las agregaciones de bienes o males individuales. La defensa de la vida, de la libertad o de la propiedad no afecta a nada ni nadie aparte de los individuos pues son éstos los que viven, son libres y tienen propiedades, de modo que los derechos de los grupos resultan de la agregación de los individuales. Sin embargo los derechos individuales no son independientes de la existencia y organización del colectivo social del que se forma parte pues el colectivo y su organización son los que los hacen posibles.

Y siendo esto así, la defensa del sistema democrático por parte de cada individuo dependerá en general de cómo vea éste que se refleja en sus intereses individuales y no de un ideal abstracto desconectado de éstos, que será el caso de algunos idealistas como mucho. Si atendemos al medio o largo plazo, la libertad y la prosperidad están unidas al sistema democrático, pero si alguien ve que en el corto plazo su libertad o su prosperidad no son las que espera o desea y esos son sus fines es difícil argumentarle que va a salir perjudicado más adelante. Los grupos izquierdistas que siguieron a los líderes bolcheviques quizá creyeron que la dictadura era algo provisional y que no les perjudicaría. Que era mejor que un gobierno dirigido por un socialdemócrata. Que sólo era un arma para salir victoriosos. Pero a muchos de ellos también les esperaban las purgas de Stalin y las torturas de la policía secreta. Los alemanes nacionalistas de derecha también pudieron creer que Hitler era un dique de contención contra el bolchevismo y que era necesario el orden en un momento excepcional. Pero lo pretendidamente excepcional era en realidad la regla de acción de los nazis y, una guerra mundial y varios millones de muertos después, pudieron comprobar que la dictadura nunca es inocua, ni siquiera para los que la apoyan.

Las democracias, por el contrario, se basaron en el consenso social para resistir los ataques primero del nazismo y sus aliados y después los años de la guerra fría consecuencia del expansionismo comunista. Y el modelo social y económico democrático resultó suficientemente satisfactorio para una gran mayoría en sus resultados como para que ese consenso subsistiera y sostuviera una sociedad funcional, fuerte y productiva. Es muy probable que la mayoría de los ciudadanos no analizaran mucho más allá de sus intereses individuales, trabajando en la medida en que eso les producía riqueza al alcance de sus salarios o votando a partidos en la medida en que veían que influían en el gobierno de sus naciones. Quizá unos cuantos menos defendieran unos principios con los que se hallaban vinculados de forma emocional. Pero probablemente pocos, una minoría, fueran racionalmente conscientes de que cualquier opción antidemocrática, aunque a corto plazo o en lo inmediato les pareciera beneficiosa a algunos sectores, era un desastre como sistema y una vía segura a la destrucción a medio y largo plazo. La sostenibilidad de las democracias no estuvo, en mi opinión, basada en que una mayoría creyera que era el sistema adecuado en cualquier caso sino en que esa mayoría lo creyó mientras le fue bien y es un hecho que este bienestar fue duradero y generalizado. Pero ¿lo habría creído igualmente si hubiera sufrido en su libertad o prosperidad?

Quizá esta pregunta sea contradictoria en sí misma pues podemos decir que la Segunda Guerra Mundial supuso un gran sacrificio de vidas y de riqueza pero no debilitó el apoyo de las sociedades democráticas a su sistema, y que un deterioro manifiestamente desigual de la libertad o de la prosperidad que llevase a una mayoría a retirarse del consenso social implicaría que otros antes habían deteriorado ese consenso al sacrificar la libertad o la prosperidad de unos en favor de las de otros. Pero todo esto puede ser más cuestión de percepción que de realidad. Es decir, que el deterioro generalizado de las libertades o del bienestar puede ser visto por algunos como desigual y desequilibrado sin serlo y dar lugar a una ruptura del consenso y cohesión sociales.

Es obvio, como decía arriba, que cada persona analiza sus acciones para conseguir unos resultados abarcando más o menos datos y profundizando más o menos en el análisis, que unos se limitarán a desear un cambio cuando la situación no les parezca provechosa o que permanecerán inactivos si no les causa un daño insoportable, mientras que otros tratarán de mirar al futuro incluso a pesar de lo agradable o desagradable del presente para procurar que sea mejor o menos malo. El problema es que si una mayoría sólo es sensible a las condiciones presentes, la dirección en que evolucione la sociedad dependerá mucho de lo imprevisible y poco de unos planes bien meditados. Y aquí nos enfrentamos a una cuestión clave: si la planificación rígida es incapaz de superar las adversidades y la falta de planificación de una forma política la hace sensible a esas mismas adversidades ¿cuánta planificación social y política es necesaria sin llegar a ser perjudicial, o es flexible sin llegar a ser rígida? ¿Cuánta cohesión social es necesaria sin que limite la libertad o cuánta libertad sin que limite la cohesión?

Los dos polos entre los que debemos movernos siguen ahí.















2 comentarios:

Nacho dijo...

"¿Fue, por lo tanto, prevista como fin y los medios se adecuaron a conseguirlo o ha sido un medio para otros fines? ¿Ha sido algo planeado o un resultado accidental al buscar otros fines?"

Yo diría que ni ha sido planeado de antemano, ni es la consecuencia accidental de la búsqueda de otros fines (luego matizo esto). Hablar de fines aquí supone contemplar la posibilidad de que haya finalidad alguna, cuando de hecho, no la hay. Como bien dices las sociedades complejas se conforman de un modo u otro debido a la suma de las acciones de cada individuo componente de la población.

El análisis que cada individuo haga y los objetivos que se plantee depende de la psicología de cada individuo (como también das a entender), con una posibilidad de variabilidad infinita. La cuota de transformación social que tenga cada individuo depende de su posición de poder en la jerarquía social.

Pero sin embargo, creo que incluso aquellos en lo alto de la pirámide siguen en realidad mirando esencialmente por sus condiciones. En ocasiones idealistas toman el poder y transforman sociedades enteras conforme a sus ideales abstractos (como es el caso del socialismo o el fascismo). Pero salvo cuando déspotas e idealistas se hacen con el poder, el individuo sigue mirando esencialmente por su propio interés. Los oligarcas actuales, por ejemplo, no creo que en el fondo tengan mayor interés que afianzar su posición de dominancia y “control”, sin mayor necesidad de transformación social, tan sólo en el grado que esa transformación les permita seguir sustentando su situación privilegiada.

Así que no hay una finalidad social, y por lo tanto no se puede llegar a la democracia por finalidad, sino por accidente. El corpus social no toma la determinación, sino que la propia evolución y fines de los individuos llevan a la situación de forma casi natural. Si por “buscar otros fines”, te refieres entonces a fines individuales, sin duda es así, si te refieres a fines sociales, no lo creo, como que nunca ha habido fines sociales excepto cuando los fines individuales han coincidido todos en sumo grado y se han materializado en la cúspide de la jerarquía.

Sursum corda! dijo...

Nacho:

Mi idea es, precisamente, que no hay ninguna especie de plan en la sociedad que no sea el de algún individuo. El caso más "social" de estos planes es cuando muchos individuos comparten planes similares, del mismo modo que comparten reglas de lenguaje que hacen que exista lo que llamamos un idioma.

El problema es si algunos individuos o una mayoría ponen como su objetivo prioritario la estructura política democrática o si ésta es sólo un medio para otros fines.

Mi idea es que la democracia no es un fin en sí mismo, como lo son la felicidad, la libertad, la seguridad o la prosperidad, pero que esos fines son inseparables del método democrático. Es decir: no tratamos de que haya elecciones porque sí sino para ser libres, prósperos y estar seguros y felices. Por eso, algunos llegan a creer que para disfrutar esos fines pueden usar otros medios y renunciar a la democracia, ya que es sólo un medio conveniente. Pero se encuentran con que sin el método democrático, la libertad y los demás fines son inalcanzables para la mayoría. Imposibles, diría yo, ya que parten de la libertad, la igualdad y el interés moral recíproco.

Pueden retrasarse unas elecciones o restringirse temporalmente ciertos derechos, pero cuando los principios de libertad, igualdad y fraternidad generales se eliminan, sólo unos pocos pueden ser libres y prósperos o vivir seguros y siempre a costa de la libertad la prosperidad o la seguridad de la mayoría, despojada de esos bienes.

Creo también que cuando unas personas son conscientes racionalmente de eso, ven que sus fines, incluso los más egoístas, son imposibles si no tienen la colaboración de otras personas a las que deben corresponder ayudándolas a que sus fines queden garantizados igualmente.

El egoísmo individual (dejemos el debate de altruismo individual y egoísmo genético para mejor ocasión) puede ser un fin en sí mismo, pero es inalcanzable sin la colaboración de otros individuos y va, por lo tanto, inevitablemente ligado a suficientes dosis de altruismo. Un gobernante puede estar mirando exclusivamente por sus intereses pero debe contar con una sociedad para llevarlos a cabo y debe hacer a los demás conciudadanos partícipes de alguna porción del bienestar alcanzado. Es algo similar a los intercambios de trabajos o servicios que explica la economía liberal, pero llevado a los trabajos y servicios que implican una sociedad: la administración, la seguridad interior y exterior, la sanidad o la educación.