sábado, 1 de marzo de 2008

La sociedad bipolar. 31

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los anteriores aliados contra el Eje Berlín-Roma-Tokio dejan de estar unidos contra ese común enemigo y se enfrentan entre ellos, con los países comunistas a un lado tratando de expandir su revolución y los países democráticos al otro tratando de resistir e involucrados en los procesos de descolonización, muchas veces violentos y que venían ya de antiguo.

Tratar la descolonización en detalle se saldría del propósito de estos artículos, pero no es un tema desligado de lo que discutimos aquí. Es, en primer lugar, una consecuencia de las épocas anteriores, sus sistemas políticos y los choques entre países, religiones o ambiciones personales; pero, en segundo lugar, es una consecuencia de la democratización de las sociedades, incompatible con el colonialismo. En la medida en que los países colonizados o los sectores de sus sociedades empeñados en la descolonización chocaban con los países europeos que habían sido potencias colonizadoras, el sistema de alianzas a favor o en contra de la expansión comunista se ponía en marcha tanto por intereses geoestratégicos como por el discurso de liberación de la opresión o el de defensa de los países democráticos. A lo largo de la historia ha habido invasiones y colonizaciones de muy diverso tipo y resistencias de las sociedades invadidas y colonizadas con muy diverso éxito. Pero lo que caracteriza los procesos de descolonización modernos es que la potencia colonizadora ya no es una sociedad controlada por una minoría gobernante sino una sociedad compleja formada por sectores diferenciados y en mutuo conflicto, con los cuales los partidarios de la descolonización podrían tejer diversas alianzas. El discurso de la descolonización no se integra así ya sólo en los planes de las sociedades colonizadas o de sus diversos sectores sino en el del antagonismo entre las clases dirigentes de los países europeos colonizadores y las que aspiran al poder en ellos.

El desarrollo económico había creado primero un gran número de comerciantes y artesanos que se habían enfrentado a la nobleza y a los reyes buscando su parte de poder, y en segundo lugar a masas de obreros suficientemente especializados para que la huelga o la rebelión fuesen armas en sus manos con las que exigir también su parte. Esos obreros y, como vimos anteriormente, los intelectuales que los organizaban formaron partidos políticos y sindicatos y se enfrentaron, como antes lo habían hecho los burgueses, a la alternativa entre la reforma del sistema político o la revolución. Pero la posibilidad de la reforma democratizadora de las sociedades había llevado como vimos a que los partidos socialdemócratas llegaran a gobernar. La vía revolucionaria y totalitaria triunfó en Rusia y, a partir de ahí, en China y en los países de Europa controlados por el ejército soviético en su ofensiva contra los nazis, mientras que la vía democratizadora había triunfado en los países occidentales, con lo cual el choque estaba planteado.

El triunfo de los países democráticos fue el de un sistema social y económico basado en la libertad y el consenso sobre otro basado en el monopolio del poder por el Partido Comunista y que trató de expandirse explotando todos los conflictos internos y externos de los países democráticos, desde las iniciativas políticas de los partidos comunistas legales hasta el terrorismo de los grupos de ultraizquierda, o desde la alianza con los movimientos anticolonialistas hasta la organización de guerrillas y grupos terroristas. Pero el gasto de ese intento fue demasiado grande para un sistema rígido e ineficaz, que cayó colapsado por el peso del coste de la inversión militar y del apoyo a todas las guerrillas y movimientos terroristas.

Sin embargo, el triunfo del sistema democrático no implicaba la desaparición de sus conflictos internos sino -y afortunadamente- su gestión pacífica. Estos conflictos internos y el expansionismo soviético y los procesos de descolonización -guerras en bastantes de los casos- entraban en interacción en todos los sentidos. No sólo el gobierno comunista de la URSS trataba de encontrar aliados dentro de los países occidentales para debilitar su fuerza tanto en el aspecto de la opinión pública como en el de la fortaleza económica o militar hasta, llegado el caso, dinamitarlos desde dentro mediante el terrorismo, sino que los partidos occidentales de izquierda veían en la llamada guerra fría una ocasión para pregonar su pretendido pacifismo frente a la dureza diplomática o militar de los partidos de centro o derecha. No sólo la URSS trataba cada conflicto colonial como una fase local y temporal de su lucha contra el llamado imperialismo sino que cada dictatorzuelo o grupo pretendidamente anticolonialista tenía garantizados el suministro de armas y la financiación con tal de presentar su lucha de un modo utilizable estratégica o argumentalmente por la URSS. Y, de modo similar, la izquierda democrática y los conflictos coloniales se reforzaban mutuamente. Por otra parte, las contraalianzas y las contraargumentaciones eran consecuencias tan lógicas como esperables, transformando cada guerra o conflicto en una parte de la guerra fría contra la URSS y presentando como aliados a favor de la democracia a gentes que ni la practicaban ni la conocían ni la deseaban.

Nada de esto es extraño ni ha dejado de ser así en todas las épocas de la humanidad. Podemos leer por ejemplo a Orosio:

A pesar de ello, [Filipo de Macedonia, que había sido herido en un ojo en el sitio de Motona] asaltó después la ciudad y la tomó. Luego sometió con la fuerza de las armas a casi toda Grecia, a pesar de que ésta conocía de antemano sus planes. Y es que las ciudades de Grecia, por querer todas gobernar independientemente, perdieron todas su imperio; y, por buscar sin mesura la ruina unas de las otras, al final, sometidas y esclavizadas, se dieron cuenta de que para todas se había acabado lo que lo que habían ido perdiendo una por una.


Historias contra los paganos. Libro III. Cap. 12, 10. (1)



Siempre los enfrentamientos internos han sido aprovechados por los enemigos externos tanto como que los diversos partidos internos enfrentados han buscado aliados en el exterior, aunque fueran enemigos de todos ellos. Y esta característica universal se manifiesta con mayor intensidad en una sociedad segmentada en clases o incluso fragmentada en grupos antagónicos por sus situaciones, intereses o ideologías. Pero siendo, como es, algo inevitable, es oportuno conocer que se trata de una debilidad que puede ser explotada por intereses enemigos o que puede, en casos de crisis graves, degenerar hasta el enfrentamiento violento o la guerra civil. Parece también resultado de la valoración necesariamente relativa de los bienes o males pues, de una manera análoga a como funcionan nuestras percepciones, no los valoramos por una intensidad absoluta sino en cuánto proporcionalmente son mayores que los de una intensidad tomada como fondo. Así, lo mismo que las estrellas destacan sobre un cielo oscuro pero no entre el aire luminoso del día, los pequeños males parecen molestar más en una situación de bienestar que en medio de males mayores o comparables. Los conflictos pequeños pueden parecer grandes porque la situación de bienestar de base parece dada incondicionalmente, como si nunca pudiera estar en peligro ni pudiera disminuir. Imaginamos, por lo tanto, que cualquier apuesta va a llevar a una ganancia pero sin riesgo alguno de pérdida. Y de este modo, si creemos que podemos perder definitivamente nuestra vida, libertad o prosperidad, podemos tratar de salvarlas, o las de aquellas personas que amamos, arriesgándolas en una apuesta valiente o acaso desesperada. La parte perdida es vista como un sacrificio para conservar otra, sea la nuestra o la de nuestros seres queridos. Pero si vemos una pequeña pérdida como un gran mal en medio de un bienestar que creemos poder conservar con solo evitar la lucha, o si creemos que la pérdida afectará sólo a otros o sobre todo a otros, llamaremos "mantener la paz" a la inactividad cobarde o a todo lo que creamos que evitará nuestro sufrimiento por más que implique el de otros.

Ahora bien, en las sociedades democráticas tal estado político se ha alcanzado como solución pacífica de tensiones sociales entre grupos enfrentados y, por tanto, en la raíz de las cosas está más el desarrollo social, científico, ideológico y económico que da lugar a la complejidad social y los conflictos entre los grupos que la democracia como finalidad o como método óptimo para la convivencia y el desarrollo de las máximas potencialidades. La raíz de la democracia no es una idea sino un conflicto social y sobre él una ideología capaz de gestionarlo de la mejor manera posible, por lo que podrá haber sociedades en conflicto interno sin democracia, pero no democracias sin conflictos, al menos soterrados. Cuando el desarrollo violento de los conflictos amenaza la destrucción de la sociedad o tras de que ésta sobreviva a tal destrucción, la idea de que se puedan gestionar de manera pacífica parece una buena idea, al menos para quienes son conscientes de que el lugar del ser humano es necesariamente una sociedad y, en cualquier caso, las sociedades que no optan por la democracia caen víctimas de ellas mismas.

Pero debemos señalar dos cosas: la democracia no elimina los conflictos sino que los gestiona y no es la única opción para todos los individuos o grupos ni la que necesariamente preferirán a corto y medio plazo. Por lo tanto no podemos imaginar la historia como un camino de progreso y perfeccionamiento predeterminado o inevitable sino como algo mucho más complicado y caótico. Y en cada una de las inevitables crisis económicas y sociales hay un gran número de perjudicados que calculan instintivamente si lo que entregan a la sociedad se ve compensado por lo que reciben de ella, si deberían entregar más, menos, o tratar de cambiar el tipo de pacto social, de modo que habrá diferentes estrategias de actuación que darán mayores o menores resultados, diferentes apuestas individuales sobre qué estrategia seguir y diferentes "metaestrategias", en el sentido en que funcionan gestionando las estrategias de otros.

Todo lo que definimos como vida consiste en procesos que mediante el consumo de recursos son capaces de ampliarse, extenderse y replicarse. La extensión de la artesanía, el comercio y la industria consistió, por ejemplo, en que eran capaces de obtener mayores beneficios y extenderse pues, como modelo de éxito, era reproducido sin cesar. No se trataba de nada diferente a como una especie de ser vivo que aprovecha mejor los recursos que otras se extiende excluyendo a las otras. En épocas de estabilidad o desarrollo, los progresos de la ciencia y la ampliación de la producción, de los mercados, del comercio, dan lugar a beneficios para los que adoptan estas estrategias y son cada vez más los que lo hacen y cada vez más los que gestionan los comportamientos de los demás. La mecanización hace mayor la producción, el comercio amplía los mercados y el resultado es mayor riqueza para el que trabaja en ello, pero sobre todo para el que organiza al mayor número de personas participando en estas actividades. Del mismo modo, en épocas de crisis el descontento hace que muchas personas deseen cambiar el modelo social o económico creyendo que así obtendrán algún beneficio o menor perjuicio que con el vigente y algunas tratarán de gestionar estas actitudes. El hecho de que se extiendan unas o las otras dependerá de cuáles usen de modo más eficaz los recursos dados para extenderse y replicarse. Y aunque los comportamientos humanos tienen de particular y de avanzado que son capaces de anticipar los resultados futuros y modular sus acciones en función de esos resultados previsibles, eso sirve tanto para evitar las crisis como para acentuarlas ya que todo razonamiento limitado puede ser erróneo. Por lo tanto, el éxito en la extensión de una estrategia social no depende, obviamente, de su éxito en un futuro sino en su capacidad para aprovechar los recursos del presente y el pasado, pero obviamente también, su éxito en el futuro no dependerá exclusiva ni principalmente de su éxito en el presente sino de cómo se adapte a ese momento futuro en las condiciones reales, que no serán necesariamente las previstas.

Toda acción humana y, en realidad toda acción de un ser vivo, implica una adaptabilidad positiva o negativa al futuro. Todo lo que se hace o se deja de hacer implica resultados diferentes que serán adaptativos o no. Por tanto, podíamos decir que todo ser vivo especula con el futuro. Así, las especies adaptadas a medios constantes suelen especializarse tanto a ellos que un cambio drástico en el medio excede su capacidad de mutación, por lo tanto de adaptación, y lleva en general a la extinción. Ese mismo tipo de comportamiento podemos encontrarlo en toda acción humana pero con una diferencia que acentúa ese carácter "especulativo": mientras que todo cambio genético implica una única apuesta, aunque modulable, por individuo acerca de la relación entre el individuo y su medio, la inteligencia humana supone un máximo en la capacidad para modular el comportamiento en función del entorno y equivale a continuas apuestas acerca del futuro. Las especies pueden extinguirse a ritmos de eras geológicas, al mismo ritmo en que se adaptan, pero el ser humano consigue acelerar su adaptación tanto para el éxito como para el fracaso, es capaz de cambiar en siglos su cultura para llegar del ábaco al microprocesador y de la rueda a la nave espacial, pero es capaz de destruir los elementos de su civilización aún a mayor ritmo. Los cambios culturales son apuestas de comportamiento por más que estén racionalmente fundados y el desarrollo de la sociedad, el pensamiento y la economía libres ha encontrado no sólo resistencias en las condiciones materiales y culturales sino en la opinión de muchas personas, pero una vez implantados parecen evidencias que nadie discutiría y la gran mayoría se adapta a ellos como a un entorno constante modulando su comportamiento de manera que se adapte a la tendencia. El proceso es análogo en todos los casos y todas las burbujas financieras han comenzado y terminado de la misma manera y por las mismas causas: un valor, una actividad, un bien en principio valioso puede subir de precio y puede llegar a ser deseado en función de esa subida de precio como si el futuro fuera a ser siempre una continua subida. Y es precisamente cuando se cree que la situación no va cambiar cuando se pierde la capacidad para adaptarse al cambio, como ocurre cuando uno se sobreendeuda para invertir. Los cambios sociales, de la misma manera, pueden chocar en un principio con resistencias pero una vez alcanzan cierto éxito, parece que éste les fuera a acompañar para siempre y se pierde la capacidad para responder a los cambios e incluso para pensar que pueden suceder. Sin embargo, cuando la crisis financiera estalla ya nada parece seguro, todo se vende a cualquier precio, se busca la mejor salida posible y cada uno se conforma con sobrevivir; y cuando estalla la crisis social, ni siquiera lo que se había dado por firme y tan inmutable como la Naturaleza se salva del ataque de quienes buscan su propia salvación.

Las crisis de las sociedades no implican, además, sólo alguno de sus aspectos sino que frecuentemente todo se pone en cuestión y se pide su cambio, ya que ha traído a un presente que no se desea. En las crisis económicas de las sociedades desarrolladas, todos los que se ven o se sienten perjudicados por comparación con otros conciudadanos, otros países, otros momentos históricos o bien otras expectativas desean un cambio y el alcance de ese cambio es muy variable, tanto quizá como el daño sufrido o imaginado o como la impaciencia o la falta de moderación de quien lo experimenta. Parecería obvio desde un punto de vista de comparaciones históricas o entre modelos sociales y países que la libertad general en las opiniones y en la realización de los proyectos sociales, económicos o políticos ha traído más felicidad, prosperidad y libertad que cualquier otro modelo conocido. Y el hecho es que cuando la felicidad, la prosperidad y la libertad son generales o muy amplias, al menos, todos los ciudadanos creen que la situación es buena, perfecta y tan arraigada en la naturaleza de las cosas que nada podría cambiarla. En cierto modo es un sentimiento o pensamiento no menos especulativo que otros y que se basa en la esperanza de que todo seguirá yendo bien más que en la experiencia de que en otras ocasiones ha ido bien o habido problemas inesperados.

Por lo tanto es natural que en las sociedades democráticas los perjudicados o que se hayan sentido como tales, y especialmente en momentos de crisis, hayan deseado, pedido, exigido o tratado de forzar el cambio y que haya habido personas y corrientes de pensamiento dispuestas a organizarlo. Tan natural como que los beneficiarios o los que se sientan tales hayan deseado seguir en el modelo o intensificarlo y haya habido personas y grupos dispuestos a encabezarlos. Y, con frecuencia, para las urgencias del presente o las impaciencias acerca del futuro, las historias del pasado no suelen ser buen remedio, la historia de progreso social y económico no disuade a todos y siempre hay partidarios de cualquier cosa, tantos como grave sea el problema del momento. Pero veíamos cómo la democracia avanzó entre la resistencia de los que perdían sus privilegios y el ataque de quienes deseaban cambiar todo a cualquier precio. Es lamentable cómo los historiadores de izquierdas suelen hacer énfasis sobre los acontecimientos violentos como si la capacidad para el pacto fuera inexistente o los resultados del acuerdo no hubieran sobrepasado a los de todas las revoluciones incluso sin considerar la destrucción que éstas originaron. Pero los cambios democráticos triunfaron y los partidos moderados de todas las tendencias consiguieron mejorar la sociedad sin costes de fuego y muerte y habíamos llegado a describir cómo tras la Segunda Guerra Mundial los países democráticos alcanzan su mayores cotas de progreso. Sin embargo las crisis inherentes a toda sociedad humana fueron el sustrato para todo tipo de ataques contra las libertades.


Nota 1:
Orosio. Historias. Libros I-IV. Biblioteca Clásica Gredos 53. p. 215 (Subir)





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