miércoles, 31 de octubre de 2007

La sociedad bipolar. 7

Las tensiones estructurales habían llevado a la crisis al Antiguo Régimen y habían hecho saltar las estructuras sociales y las ideologías religiosas que las explicaban y justificaban. Frente a un orden estamental de pretendido origen natural o divino, donde cada clase tenía una función y una responsabilidad, el liberalismo de los artesanos y comerciantes supone un desorden y una ruptura de la cohesión tradicional de manera que el individuo queda libre pero solo. Los desfavorecidos por este sistema o los que piensan que van a estar desfavorecidos o que estarían mejor en un sistema distinto, elaboran ideologías y explicaciones alternativas que son reelaboraciones de las anteriores: la religión popularizada y la nación.

La idea de que el colectivo social está formado por individuos libres e iguales es un axioma de la democracia, y ésta es un modelo de resolución de las tensiones sociales que asume que todos los que componen una sociedad pueden negociar sus intereses sin limitaciones arbitrarias. Es evidente que no somos individuos idénticos ni capaces de llevar nuestras decisiones adelante sin restricción, pero todos sufrimos la fuerza como un mal cuando nos sentimos perjudicados. De hecho, en los periodos de guerra quien pueda buscará la alianza con un individuo o grupo poderoso, llegando a pagar la protección al precio de su libertad. Entre dos males, todos escogemos el que creemos menor, y el mayor mal es morir ahora mientras que la falta de libertad en el futuro siempre es algo que aún no ha llegado. Sin embargo, en el intercambio de paz o vida por libertad, la circunstancia de guerra pone un precio demasiado bajo a la libertad frente a la vida mientras que en la paz el precio de la libertad sube de nuevo.

Así, la desigualdad que los débiles se han visto obligados a aceptar en circunstancias duras empieza a pesar de modo insoportable en cuanto éstas mejoran. Y si se aceptó a regañadientes que un señor de la guerra se apropiara el poder y la riqueza, consciente o inconscientemente se empieza a ver que esa riqueza y poder se basan en la organización y el trabajo social y que podría existir un gobierno que exigiera menos servidumbres. De modo que acaba siendo evidente que todos los que se ven desprovistos de poder o riquezas lo aceptan sólo en la medida en que se ven obligados y que las desigualdades sociales no son naturales e inmutables sino circunstanciales, que el poder se basa en un consentimiento voluntario o forzado y que la fuerza es un mal como causa de abusos.

Cualquier persona, salvo las más obtusas, podrá reconocer que hay pocos individuos muy por encima de la media y que conviene que los más idóneos se encarguen de las tareas para las que parecen más dotados, pero no hasta el punto de que le perjudiquen con su abuso de poder. Cualquiera quiere poder hablar, vivir sin peligro, no ser robado, ser tratado con equidad y ve un mal cada vez que eso no le es posible. Así que no son ideas de igualdades teóricas sino realidades prácticas las que los individuos reclaman como algo sin lo cual se sentirán perjudicados y que será visto como un mínimo exigible incluso por la violencia. Es muy antigua e intuitiva la idea de que un ser humano que vive en sociedad lo hace para sentirse protegido y beneficiado, de manera que si se siente perjudicado porque un poder social le quita lo que de otro modo tendría, tratará en la medida de sus fuerzas de liberarse de ese poder.

El poder aceptado en cuanto que no invade unos mínimos irrenunciables configura un Estado que respeta unos derechos, que son lo que el individuo juzga que tendría de una manera equitativa con respecto a otros si alguien no se lo apropiase o lo vulnerase. Y esos derechos incluyen vivir sin ser agredido por el poder del otro o de parte o la totalidad del la sociedad, hablar sin ser acallado, disponer de los resultados del propio trabajo y los medios para vivir, poder participar en las decisiones sobre lo que rige al colectivo al que se pertenezca. Pero esos derechos se suelen exponer como límites al poder ajeno que los puede vulnerar y como algo que no implica acciones sociales en favor del individuo salvo cuando éste se ve agredido.

El individuo participa en sociedad en vistas a un resultado que sea mejor que encontrarse abandonado y es muy poco estimulante para colaborar sentir que no se va a recibir colaboración más que si alguien poderoso ataca esos derechos. Al principio había dicho que la sociedad, la cooperación con otros individuos, hace posible superar situaciones que acabarían con el individuo aislado y eso es lo que se refleja en la ética más intuitiva. Por lo tanto, la participación en sociedad garantiza no sólo un límite a un poder arbitrario sino una cooperación para alcanzar mayores y mejores resultados que lo que se alcanza en soledad. Ese interés por el semejante actúa como el pago de una prima a una mutualidad para cubrir el riesgo de cualquier peligro y es lo que la Revolución francesa recoge en su lema como Fraternidad. No se puede, por tanto, establecer un sistema democrático si se olvida la cooperación que es base para cualquier sociedad, incluso las no democráticas, ya que se encuentra no en la articulación del Estado y el poder sino en las relaciones espontáneas entre individuos que se sienten involucrados en el bienestar de sus vecinos. Y, sin embargo, la ruptura del Antiguo Régimen estamental y de ideología religiosa vino muchas veces a dejar a los individuos a su suerte, sin las instituciones y la moralidad que parecían naturales en la sociedad anterior.

Las críticas al sistema liberal no vienen nunca, creo poder decir, por sus resultados macroeconómicos sino por los destinos penosos de los individuos desfavorecidos, sean éstos reales o mera ficción literaria o política. Lo que mueve los sentimientos antiliberales más básicos es la creencia en que se produce como resultado una masa de desfavorecidos que no tienen auxilio, y es lo que agrupa en la reacción contra el liberalismo del siglo XIX a los campesinos con la Iglesia o la Nobleza, o por otro lado a los obreros con los intelectuales humanistas.

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