jueves, 11 de octubre de 2007

Terrorismo = bomba + noticias

Lo que influye en las decisiones humanas es sólo lo que se conoce. La realidad puede influir en nuestros actos sin que seamos conscientes de ello (la humedad o la temperatura ambiente pueden alterarnos sin que lo advirtamos), pero la decisión consciente sólo incorpora datos conocidos, aunque sean sensaciones cuya causa no advertimos con claridad. Por eso no es extraño que en un nivel social sólo influya lo que es conocido públicamente y que todos los que tratan de influir sobre una sociedad traten de alcanzar su sitio y su tiempo dentro de las noticias de los medios de comunicación. El terrorismo también y, de hecho, el terrorismo moderno parece actuar principalmente a ese nivel.

Podríamos denominar terrorismo desde fenómenos históricos tan variados como los sicarios zelotas judíos o los asesinos ismailitas (que dieron lugar al propio nombre "asesinos") hasta los anarquistas del siglo XIX y XX y los grupos actuales de ideologías izquierdistas, nacionalistas o religiosas fanáticas, y en su consideración global tendríamos que poner un énfasis especial en el papel cada vez mayor de la noticia y su difusión como modo de ampliar socialmente el efecto de terror. Esto responde, obviamente, a que el sujeto atacado ya no es un individuo poderoso o un grupo pequeño que controla el poder sino toda la sociedad como sujeto político.

Los asesinos podían acercarse incluso a un rey y matarlo, haciendo que sus ejércitos le valieran para poco. El efecto sobre el resto de la sociedad era colateral, al mostrar que el poder militar no garantizaba la seguridad de los reyes, pero si el pueblo carecía de un mínimo poder político no se podía buscar la utilidad de atemorizarlo. Sin embargo, en la actualidad, lo que se busca es un efecto en el sujeto de poder real de la sociedad moderna: el conjunto de los ciudadanos en su organización, a pesar de que se pueda decir que, uno por uno, los ciudadanos tienen poco poder, e incluso que reunidos carecen de un poder neto salvo organizados en estructuras que generan nuevos poderosos y dejan a un amplio conjunto como meros seguidores.

Quizá es necesario detenerse en este punto pues es obvio que, por ejemplo, el poder de un banquero y el de su fontanero son muy desiguales. E incluso si el fontanero se une a todos sus compañeros en un sindicato, su poder conjunto probablemente no llegará al que puede tener un sólo banquero. Pero tanto el poder del banquero como el de cualquier ciudadano están sustentados en una estructura social sin la cual sólo queda la fuerza bruta individual. Y no sólo el poder sino toda capacidad especializada por el mero hecho de existir en relación necesaria de dependencia con otras especializaciones.

El ideólogo del movimiento terrorista puede ser consciente de esto y tratar de incidir, precisamente, en la organización social, sus debilidades y sus defectos estructurales. El mismo hecho de que el grupo atacante haya recurrido al terrorismo y no a la guerra organizada es síntoma de que no puede ganar en un enfrentamiento abierto y directo sino que busca la ventaja de una situación asimétrica. Por lo tanto, el ataque terrorista puede afectar a los altos cargos o a los miembros de algún tipo de institución de los Estados, e incluso a infraestructuras militares o civiles, pero su incidencia social será mínima comparada con la de un ataque militar contra los mismos objetivos. No es ya el ataque masivo que busca destruir la estructura organizativa civil, militar o económica, sus elementos humanos o materiales sino el ataque selectivo que hace que, incluso persistiendo tales estructuras, su capacidad de ataque y defensa se vea debilitada.

En una guerra suele ser el coste humano o el de recursos el que provoca el desplome del perdedor o, en el mejor de los casos, los acuerdos de paz entre beligerantes incapaces de derrotarse mutuamente. Pero el objetivo terrorista es otro pues sabe que la masa y la fuerza que se le opone son incomparablemente mayores que aquellas de las que dispone y, por lo tanto, busca incidir en la estabilidad de la estructura que ataca. Un Estado en guerra contra otro procurará atacar las estructuras civiles y militares que con el mínimo coste propio produzcan el máximo daño ajeno y, así, las industrias o las infraestructuras de transporte y de comunicación fueron los principales objetivos bombardeados durante la Segunda Guerra Mundial tras los ataques directos contra objetivos de carácter militar. Pero el terrorista carece de medios suficientes para atacar muchos objetivos de este tipo por lo que en una decisión innegablemente racional (es frecuente tratar de entender el terrorismo como algo tan ajeno al comportamiento humano que la caricatura apenas muestra parecido) ataca donde puede ocasionar un daño mayor que el material: el que afecta a la cohesión social.

Nuestras sociedades modernas son comunidades de personas especializadas y esta situación segmenta el colectivo en grupos de individuos de condición, circunstancias, ideas o intereses similares, pero diferentes e incluso contrapuestos a los de los otros grupos. El funcionamiento de la sociedad se basa en algo similar al mercado de bienes y servicios, donde cada uno aporta un producto especializado para intercambiarlo por otros que no puede, o no le es rentable, producir. Así, el fabricante depende de que exista el transportista, que a su vez depende de servicios de reparación de vehículos, y podríamos prolongar el argumento tanto como deseáramos. Este conjunto tan numeroso y cuya complejidad es creciente depende de que cada persona interactúe con las demás, y lo hace en la medida en que ve en ello un mayor beneficio que en no hacerlo. Pero, lo mismo que la economía se derrumba si se destruyen los transportes, un Estado se derrumba políticamente si cesa el intercambio de confianza porque un número creciente de personas no cree en él o no puede practicarlo.

Es ya un tópico antiguo que el individuo permanece en sociedad en la medida en que obtiene así mayor beneficio que viviendo aislado y el nivel de cohesión de la sociedad es el que resulta de las interacciones de cada individuo con su entorno social a la busca de ese beneficio. Pero puede suceder que en determinadas condiciones algunos individuos o subgrupos de la sociedad opten por no colaborar sino por tratar de sacar provecho al romper el sistema de derechos y obligaciones, al menos en la medida en que crean que ello es posible. Quien desee atacar al grupo social con cualquier fin puede encontrar en estos enfrentamientos internos actuales o potenciales una herramienta que lo incapacite para atacar o defenderse de su ataque y, en el caso del terrorismo de todo tipo, es claro que la propaganda por la vía de las noticias es un medio capaz de fomentar los enfrentamientos internos hasta el punto de que unos grupos sociales vean en otros mayor peligro que en un posible atacante externo o quede destruida la estructura política del Estado o su economía.


Vean este artículo: Leviatán 2.0. II - Guerras de IV Generación y Open Source Warfarer

3 comentarios:

Germánico dijo...

Tus reflexiones me han hecho recordar un escrito de uno de los líderes de Al Qaida sobre el que hablé en mi antigüo blog.

Ciertamente el terrorismo es una forma de guerra completamente racional.

Hoy en día grupos pequeños organizados y muy decididos pueden lograr objetivos políticos. Es triste pero cierto. Se trata del talón de Aquiles de nuestra Civilización capitalista, globalizada, democrática y libre.

Sursum corda! dijo...

Nuestro problema, como argumentaré más tarde en este blog, es que el terrorismo funciona sólo dada nuestra desunión, explotando esta debilidad nuestra.

Germánico dijo...

Si, y más en una democracia bipolar o bipartidista, en la que la eterna lucha maniquea está garantizada.

Espero nuevos escritos sobre el tema.