sábado, 27 de octubre de 2007

La sociedad bipolar. 3

Sin embargo la cuestión está en el reparto de la riqueza y el poder, en la reivindicación de un poder limitado del Estado sobre el individuo y en la participación de éste en el control. Evidentemente, un señor guerrero prefiere escuchar teorías sobre la desigualdad natural y cómo es superior y consagrado por Dios para gobernar al pueblo. No puede admitir la limitación del poder ya que en esa teoría no tiene iguales. Precisamente su combate es en primer lugar contra otros señores guerreros por sus estatus relativos y sus alianzas serán con otras fuerzas, sean otros señores guerreros, la iglesia, los burgueses o los campesinos, mediante ideologías que lo consoliden. La de la desigualdad natural y la soberanía divina tiene la ventaja de que puede cohesionar a toda una sociedad pues coloca a cada individuo en una escala vista como dada por la naturaleza o Dios. El mandato divino en China o las castas indias cumplen una función similar. No olvidemos que, salvo en intrigas palaciegas y refriegas entre milicias personales, una guerra podía necesitar tropas numerosas, recursos económicos y el apoyo de la población por lo que se precisaba una ideología que hiciera asumir a los súbditos la conveniencia y necesidad de defender al soberano que los protegía.

Pero los burgueses no pueden asumir eso porque limitaría sus aspiraciones al presentarlas como antinaturales. Por tal motivo una teoría sobre la limitación del poder soberano entra en consonancia con esas aspiraciones, lo mismo que las del “primus inter pares” convenían a los nobles y no cabe duda de que les resultaban convincentes. Así, la de la igualdad esencial de los seres humanos y la superioridad de la razón son las que dan lugar a las revoluciones burguesas y las promovidas por ellas. La ideología de las monarquías debe ser la de la superioridad de la fuerza y la excelencia, matizadas por la nobleza subordinada como la excelencia no sólo de uno sino de “los mejores”, los únicos capaces de compararse con el soberano y de limitar su poder, y los primeros burgueses trataron de escalar hacia la nobleza como camino más fácil que el de destruir el orden tradicional. Pero eso sólo podía satisfacer a unos pocos.

Por su parte, la gran mayoría de burgueses, aunque una minoría dentro de sociedades con un peso mayoritario de campesinos, no podía ver la solución en la escalada hacia la nobleza sino en la capacidad para administrar sus asuntos con libertad y sometidos sólo de lejos al soberano, cosa que tampoco debía de resultar tan gravosa cuando un rey apenas se ocupaba de otra cosa que mantener su estatus de soberano y los gastos suntuarios. Era el caso de las ciudades italianas sometidas a un lejano emperador. Pero los habitantes de las ciudades, con una autonomía administrativa que también era debida a que los reyes no se ocupaban de esos “asuntos menores”, pudieron ver que todo dependía de ellos salvo mantener a un soberano que sólo podía resultar útil en una guerra contra otro soberano. Nada más faltaba el paso a valorar qué era más conveniente: si mantener la situación o limitar o suprimir la monarquía.

Y frente a la ideología de la superioridad natural del soberano responsable ante Dios del bienestar del pueblo, que podía darle el apoyo de la mayoría campesina de la sociedad, encuentran razonable y conveniente y propagan la de la igualdad del ciudadano. Evidentemente en ello hay parte de convicción al poner la razón que es idéntica en cada ser humano frente a la superioridad de nacimiento, parte de moralidad al tratar de mejorar las condiciones aún peores de los campesinos, y un tanto de conveniencia para ganar adeptos en el enfrentamiento que se acercaba. Pero el hecho es que los partidarios de la autonomía del individuo aumentan frente a los de la sociedad comunitaria estamental en la que uno era parte de un cuerpo social organizado, en el sentido de estructurado como un organismo con partes de funciones específicas e inalterables, y debía permanecer en su función, fuera noble, artesano o campesino. La renovación intelectual y política de los así llamados liberales consiste en que el individuo ya no es más un elemento dependiente de ese cuerpo social al que se subordina sino un elemento constituyente y originario, que es el que debe determinar la estructura de la sociedad y del estado en su beneficio.

Hemos visto que el avance acumulativo de ciencia, cultura, técnica y riqueza material da lugar a una sociedad con funciones diversificadas: la producción primaria, la artesanía, el comercio, el aspecto cultural y religioso, la fuerza militar y el control político, y que, a mayor progreso, mayor diversificación y mayores diferencias en los intereses inmediatos de los individuos que las asumen. Evidentemente el campesino, el artesano o el noble no pertenecen a una casta de origen divino sino que, compitiendo y colaborando dentro de una comunidad social que favorecen sus resultados sobre los de un individuo aislado, han asumido la función que han podido. Pero, al mismo tiempo que se defiende y se propaga una ideología igualitaria en los principios, no necesariamente se lleva tales principios a la práctica. El señor soberano natural también se consideraba parte de una sociedad orgánica en la que era el responsable ante Dios del bienestar, el orden y la justicia, pero una parte naturalmente superior. Y al insistir en la competencia entre individuos, la teoría liberal deja a cada uno a sus fuerzas, sin apenas otro compromiso de la sociedad hacia él y del individuo hacia la sociedad que el de defender unos derechos mínimos a la vida, a la libertad y a la propiedad.

El señor soberano tenía interés cierto en colocar a cada individuo en su lugar natural de manera que no le faltaran campesinos, artesanos o militares y se comprometía ante Dios a guardar a sus vasallos. Pero el artesano y el comerciante, con buena parte de sus necesidades y aspiraciones cubiertas gracias a su riqueza, sólo desea la libertad. Entramos de este modo en la polarización más libertad frente a más cohesión social.

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