viernes, 26 de octubre de 2007

La sociedad bipolar. 2

Por lo tanto, es inevitable que haya satisfechos y descontentos, integrados y contestatarios, conservadores de lo existente y reformistas o revolucionarios. Pero no parece posible que haya otro acuerdo que el basado en el resultado de colaborar en mayor o menor grado frente al de no hacerlo. Así, alguien que se sienta perjudicado puede tratar de recuperar su libertad, por la que cree que obtiene un precio, en términos de cohesión, demasiado bajo, y de exigir uno mayor. Y habrá, pues, dos tendencias: mayor libertad individual frente a mayor control social, aunque lo discutible es dónde está el punto adecuado de equilibrio entre las dos. Si hay una libertad absoluta la consecuencia es que no hay sociedad ni colaboración mientras que si el control social es lo absoluto no hay libertad individual ni bienestar del que disfrutar ni está claro quién o quiénes reciben el diferencial de bienestar y libertad perdidas por los individuos. O bien puede intentar romper la organización social en la que se siente perjudicado y crear una diferente, pero con el inconveniente de que en una sociedad desorganizada se vuelve al aislamiento y desaparece todo lo que se basa en la comunicación y la organización en el mejor de los casos, o unos destruyen lo que pueden hacer otros en el peor.

La libertad absoluta sería la total falta de obligaciones de unos individuos para con otros y, por tanto, la falta absoluta de límites para la acción de cualquiera aunque perjudicara a otro, tanto agrediéndole como no auxiliándole en caso de que lo necesitara. Y ninguno de los dos casos puede ser llamado sociedad. La libertad dentro de una sociedad sólo es posible limitada por normas que impidan la agresión y fomenten la colaboración. Ésa puede ser la traducción de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" en cuanto que la libertad y la igualdad dentro de la ley defienden al individuo de agresiones que limiten injustamente su acción y su participación en la sociedad, mientras que la fraternidad es la obligación recíproca a auxiliar en dificultades que afecten a un individuo, causadas por otros o no.

Tales normas las podemos entender de dos maneras: como una interiorización de los fines y motivos de tales normas, comprendiendo y asumiendo que la única forma de vivir en sociedad es colaborando y no dañando al vecino de modo que de esto salga un mejor resultado para todos y cada uno, como decía antes; o bien como una interiorización de los medios que aplica la sociedad pero sin conocer, aceptar o hacer propios los fines de ésta, respetando las normas no porque se desee aplicarlas sino porque no se desea sufrir la fuerza que otros hacen para aplicarlas. En el primer caso la libertad implica normas, no por una fuerza externa sino por la comprensión de su necesidad para el fin general de la sociedad y, por lo tanto, del fin propio. En el segundo, se comprende que las normas obligan y se aceptan para cumplir el fin propio pero al margen o contra el de la sociedad. Esto convendría discutirlo más tarde, al hablar de la fuerzas que tienden a romper tales normas: la delincuencia y la rebelión social.

El estado de las relaciones entre individuos de una sociedad y de los grupos que forman es, por tanto, la combinación de dos estructuras: la económica o especialización en la producción de bienes y servicios y en su intercambio, y la política, es decir, la organización de relaciones de cooperación estables, de defensa y de auxilio de unos individuos y grupos hacia otros individuos y grupos.

A lo largo de la historia se han producido ciclos de crecimiento y de crisis que se han superpuesto a una tendencia de base de progreso de algunas tecnologías y elementos culturales. Así, por ejemplo, las civilizaciones prósperas de la edad del bronce son destruidas pero la técnica de los metales progresa y se comienza a usar el hierro (quizá por necesidad al romperse las redes de comercio a larga distancia y fallar el aprovisionamiento de estaño, que no se encuentra en los mismos lugares que el cobre, el otro metal de la aleación de bronce). Desaparecen civilizaciones y estados junto con sus culturas, pero hay un nuevo ciclo de progreso a partir del Mediterráneo oriental que nos trae a nuestra civilización con el surgimiento de la Grecia clásica y su adopción del alfabeto fenicio para su lengua. Este ciclo termina con la destrucción del Imperio romano y la vuelta a unas sociedades sin apenas comercio, con una economía de subsistencia y campesinos reducidos a la servidumbre, controladas por señores guerreros que entran en una dinámica de colaboración-enfrentamiento con el único poder cultural e ideológico que sobrevive: la Iglesia.

A partir de ahí, que es lo conocido en el siglo XIX y lo que Marx y Engels usan en sus teorías, el crecimiento de la economía va de la mano de la estabilidad de las estructuras de las sociedades. Los señores guerreros tratan de favorecer las ciudades que les proporcionan artesanos y mercados para el comercio y crean así una sociedad más compleja, con nuevos problemas y más difícil de controlar. La burguesía, es decir, la población artesana y comerciante de los burgos, se enriquece pero carece de poder político frente al señor guerrero y, como mucho, llega a conseguir fueros, legislaciones particulares favorables frente a la general servidumbre de los campesinos. Y, en esto, posiblemente se reproduce el ciclo anterior en el que señores guerreros como los primitivos reyes de Atenas o de Roma, por ejemplo, desaparecen por el poder de las familias ricas y comerciantes que prosperaron en sus ciudades.

El crecimiento económico da lugar a esa complejidad social y si el señor desea mantener su nivel de riqueza y bienestar no puede destruir las ciudades sino someterlas a su dominio. Pero para él son un rival social y político más duro que las masas campesinas. Probablemente a lo largo de la historia cada hambruna por malas cosechas o por unos impuestos señoriales desmedidos pudo acabar en revueltas de los campesinos. Pero éstos tenían en su contra muchas cosas: en primer lugar su pobreza, que no les permitía armas tan caras como las que poseían las tropas señoriales; en segundo lugar, su aislamiento y descoordinación frente a tropas montadas a caballo y bien comunicadas; pero en tercer lugar y sobre todo, carecer de una ideología que los uniera y organizara. Acaso las únicas revueltas campesinas con algún éxito fueron las estructuradas con la ayuda de predicadores cristianos, del mismo modo que las primeras revueltas burguesas tuvieron que ver con intentos de reforma religiosa.

Los campesinos eran fáciles de derrotar pese a su número y en los fríos cálculos del señor guerrero el trabajo poco especializado de un campesino podía ser sustituido por el de otro y siempre quedaría comida para el señor. Además las poblaciones aisladas y sin defensas no eran capaces de resistir un ataque. Por el contrario, las ciudades tenían a su favor esos mismos elementos: su riqueza les permite fortificaciones y armamento; su tamaño ya es una defensa de importancia para el asedio; y su cultura crea una ideología que justifica y organiza la rebelión contra el señor. Y por otra parte, la destrucción de las ciudades era un perjuicio económico para el señor y más difícil de reponer.

No hay determinismo en la historia, pero hay cosas que sólo son posibles dadas unas condiciones previas, como en las sucesiones ecológicas. Por eso, los campesinos carecían de medios para defender su libertad y su riqueza y los burgueses son los primeros en poder rebelarse con éxito gracias a su prosperidad y su cultura en los aspectos de creación y difusión de ideas. La idea marxista de las contradicciones de un sistema económico y social puede enfocarse así pues el señor podría destruir las ciudades y a los burgueses en los primeros momentos de su desarrollo, pero en parte debido a la prosperidad que le proporcionaban y en parte a su apoyo contra nobles levantiscos, no puede hacerlo ni desea hacerlo. Desea conservar el monopolio del poder y controlar la riqueza que le proporcionan, pero más riqueza es más poder potencial para los burgueses y o bien los reyes van cediendo parcelas de poder y permitiendo la entrada de los burgueses más ricos en el sistema político o se enfrenta a su enemistad y rebeliones.

El paso de la artesanía a la industria es una forma de mayor especialización tecnológica basada en los descubrimientos científicos y genera una mayor riqueza, pero al precio, como bien ve Marx, de crear una clase social que exige su parte en el poder y la prosperidad. Debemos insistir de nuevo en los dos aspectos que evolucionan pues el crecimiento económico refuerza a quienes lo controlan. Sin artesanía ni comercio las ciudades y sus habitantes simplemente no existirían ni serían, por lo tanto, factor de ningún cambio. Por la otra, se desarrolla una ideología que estructura a esa clase social y le da un sentido histórico. Podría ocurrir eso en cualquier momento, pero sólo si hay comerciantes y artesanos hay partidarios a la fuerza de una teoría del reparto del poder del soberano y sólo entonces pueden ser capaces de llevarla a la práctica.

Las ideologías admisibles en un sistema de poder señorial sólo son las que no choquen con ese poder, las que entren en resonancia con él y lo refuercen. En un enfrentamiento o bien el uno o bien las otras deben caer o tratar ambos de conciliarse. Es posible ver cómo los temas religiosos fueron históricamente el sustrato para rebeliones antiseñoriales y cómo los señores, por su parte, trataron de enfocarlos hacia el sostenimiento y la justificación de su papel. Es natural, por lo tanto, que las versiones oficiales de las religiones en un régimen señorial fueran las que sostenían la soberanía del señor dada por Dios en función de factores que no entraré a discutir aquí, y que las antiseñoriales pusieran en cuestión tales ideas. Nadie, al fin y al cabo, presta oídos más que a la música que le suena agradable. Y, por otra parte, sólo las religiones y sus versiones heterodoxas habían sobrevivido como ideologías organizadas tras la caída del imperio romano y la transformación de su sociedad urbana y comercial en una militarizada y con economía de supervivencia, con lo que la cultura perdía su papel social frente a la fuerza, salvo en las religiones.

La rebelión contra el poder de los señores debía contar con las dos fuentes de poder y legitimación: la fuerza económica y la ideología que la estructurara y cohesionara. Y es desde el Renacimiento cuando el individuo recupera su protagonismo frente a la autoridad intelectual y política. Las ideologías y filosofías creadas durante el periodo anterior helenístico-romano pudieron exaltar el papel del individuo, de su razón y su libertad. Pero es obvio que eso no sonaría muy bien a un señor guerrero medieval que sólo contara con la fuerza para sostener su poder. Por eso, quien le trajera una teoría legitimadora de su poder, al modo de Bossuet a Luis XIV, sería sin duda bienvenido. Las cosas pudieron no ser muy diferentes cuando David, en medio de una guerra de los israelitas con organización por clanes o tribus débilmente cohesionadas y sin poder superior, escucha con placer cómo un profeta le nombra rey. Los jefes de las tribus probablemente veían que su poder se acababa frente a un rey con ejércitos permanentes y se resistieron con teorías religiosas rivales, pero el caso es que David hizo de la necesidad de una guerra organizada contra los filisteos y del apoyo religioso de Samuel las bases de su fuerza.

Pero el desarrollo social y la recuperación de la filosofía platónica y la crítica de la versión escolástica de Aristóteles hace que la razón individual se alce convencida y convincente contra la autoridad del señor, de la fe y de todo lo que no es humano. Eso debió de sonar de forma agradable en oídos burgueses y como una trompeta del Apocalipsis en los de los señores. Naturalmente, si debatimos la verdad de las ideas, la razón individual es libre y tan igual a otra como para que sólo lo razonable y demostrable deba ser asentido siendo evidente y verdadero para cualquiera que razone. Pero de lo que se trata aquí es de cuántos partidarios podía tener la idea y de con qué realidades sociales entraba en resonancia y con cuáles otras interfería de modo destructivo. Y un poder supremo no podría ver agradable que se lo cuestionara de ningún modo poniéndolo al nivel, siquiera teóricamente, de la inteligencia y voluntad de un súbdito.

La crítica es, por ella misma, un factor de desarrollo intelectual, pero es una ideología que da fuerza a quienes desean atacar la fuente absoluta de poder absoluto. Por lo tanto fue muy bien vista y recibida por la burguesía en ascenso. La Enciclopedia y los filósofos preceden a las revoluciones liberales americana y francesa y son su base ideológica, sobre la cual se alza la fuerza económica y social que la puede llevar a la práctica. La libertad y la igualdad del individuo van contra las teorías de la desigualdad y de la soberanía de origen divino y por lo tanto son condiciones y resultados de la rebelión burguesa. Pero nuevamente es obvio que las industrias se desarrollan y la clase obrera que generan es un poder en alza en la medida en que sea capaz de exigir su cuota de libertad y prosperidad y de organizarse ideológicamente. Esto es Marx, literalmente.

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