sábado, 22 de septiembre de 2007

La definición de terrorismo

Los seres humanos tenemos la capacidad para representarnos idealmente la realidad y asociar signos y símbolos que se refieran, como lenguaje, a la idea y a lo real. Es evidente la utilidad que esto tiene para ordenar nuestro pensamiento y nuestra comunicación, pero debería ser también evidente lo fácil que es caer en debates que tienen más que ver con la ideación y con la terminología que con la realidad. Esto se debe a que las cuestiones de terminología o de conceptualización de lo real dependen de algo tan real también como es la existencia de los puntos de vista de los observadores, y así cada problema terminológico nos dice más sobre los que hablan de la realidad que sobre ella misma.

El caso del terrorismo es uno de éstos pues no sólo podemos hacer diferentes descripciones o definiciones de esta actividad delictiva sino valoraciones morales explícitas o implícitas. La moralidad tiene, principalmente, forma de estudio objetivo que describe los comportamientos y sus causas, y cómo todo esto se relaciona con otros comportamientos y las consecuencias presentes y futuras. Pero hay también una forma subjetiva que es la percepción de las sensaciones o sentimientos sobre los comportamientos desde el punto de vista de quien los siente, es decir, en su contenido estrictamente subjetivo. Por lo tanto, cada vez que se cae en la discusión sobre si el terrorismo parece a cada individuo o grupo subjetivamente bien, mal o regular no estamos ya hablando del terrorismo sino de los individuos o grupos que lo observan y de cómo se relacionan con él. Los conceptos "bueno" o "malo" pueden no ser otra cosa que expresiones de un estado subjetivo y no hablar de la cosa a la que se aplican sino de las opiniones de los seres humanos, y por lo tanto no son cualidades de la cosa real sino sentimientos individuales. En cambio, podemos describir lo que el terrorismo es o cómo se relaciona con cada persona o grupo sin caer en el subjetivismo, de forma que sea un conocimiento que sirva a toda persona y que no esté atado a quien lo posee. Si una persona afirma que le gustan las manzanas, la verdad de esa afirmación no depende de que a otro le guste o no esa fruta, pero esto se debe a que no está hablando de las manzanas sino de algo que cada uno siente individualmente al comerlas. Por ese motivo no se puede decir que ser deliciosas sea una cualidad de las manzanas. Lo será ser dulces o ácidas, pero no deliciosas.

De todos modos, las cuestiones sobre la moralidad del terrorismo y los juicios sobre este tema no son inútiles pues hablan de quienes hacen esos juicios, incluidos nosotros, evidentemente. Pero no las tendremos en cuenta por el sentimiento subjetivo que nos provoque o, al menos no las tendré en cuenta yo, sino tan sólo en la medida en que determinan quién es capaz de tomar determinadas posturas y cuáles son éstas. Tras años de terrorismo de ETA en España, no han faltado los que han contextualizado tales acciones como resultados de injusticias previas o como métodos, más o menos acertados, más o menos errados, de alcanzar situaciones más justas. Del mismo modo, tras el ataque de Al-Qaida sobre las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 o los trenes de Madrid el 11 de marzo de 2004, se alzaron algunas voces que lo definían como resultado de injusticias anteriores por parte de los Estados Unidos o del tipo de sociedad que representan. Es obvio que no hay nada en el Universo que no sea consecuencia de algo anterior ni acción humana libre que no tenga un fin predeterminado, pero explicar un hecho exclusivamente como un resultado de algo ajeno a quien ejecuta la acción y toma la decisión desconoce por una parte la esencia de la libertad humana y, por otra, revela el deseo de exonerar al que decide y realiza el acto de la responsabilidad última de las consecuencias.

No niego que todos tenemos un punto de vista del mismo modo que no podría negar que cada uno está situado en un punto concreto de Universo y no dotado de la ubicuidad divina. Ni pretendo negar que todos tenemos unos intereses y unos deseos. Pero no todos los deseos, intereses y puntos de vista son iguales ni llevan a los mismos resultados. No es equivalente el punto de vista del que aspira a una moralidad de aplicación universal que el de quien pone en juego estrategias de ataque y depredación. Ni es equivalente postular el derecho a la vida de todos los seres humanos que hacer valer sólo el derecho de la fuerza. Así que, dejando estas posturas claras, creo oportuno definir el terrorismo sólo por lo que es y no por lo que nos pueda parecer en un sentido moral. Veremos, si embargo, que tal como lo podemos definir implica un juicio moral objetivo, es decir, descriptivo y explicativo, sobre quienes lo ejercen y quienes lo apoyan o no lo condenan.

¿Que tal cosa puede no parecer de alcance universal sino ser similar al juicio sobre lo deliciosas que puedan resultar las manzanas? Este tema debería dejarlo para mi blog de filosofía, pero conviene diferenciar dos cosas: la primera, que es obvio que el mismo acto de robo no parece igual al ladrón y a su víctima; pero la segunda es que el ladrón de este caso desea robar pero no desea ser robado, con lo cual hace implícitamente un juicio objetivo sobre el robo, es decir: que nadie desea ser robado, que tal cosa es recibida y percibida como un mal y que el que roba lo sabe porque toma sus precauciones para hacerlo con alguna seguridad, por sorpresa o por violencia. Del mismo modo, si la -digamos- defensa o explicación de terrorismo suele ser acusar de terroristas en algún sentido a las víctimas de un ataque, el juicio moral objetivo implícito es que se desea causar un mal extraordinario, sin restricciones y se busca una disculpa extraordinaria en un mal similar anterior.

Dos cosas definen al acto terrorista: el dirigirse organizadamente contra personas indefensas y el buscar intencionadamente de escudo a otras personas indefensas tras las que esconderse. Eso es lo que a mi juicio lo diferencia de la guerra y otras formas de violencia.

La guerra puede implicar ataques contra miembros de un ejército desprevenidos e indefensos, y es obvio que lo estarán en tal momento pero un ejército no lo es sólo cuando está en batalla sino cuando se encuentra preparado específicamente para guerrear. Un ejército no es una clase de personas especiales sino personas comunes y corrientes preparadas para la guerra en cualquier momento. El ataque contra un ejército busca destruir esa capacidad para atacar o defenderse, pero no un mal ilimitado y sin restricciones. En cambio el terrorismo no busca atacar abiertamente a un ejército capaz de atacarle sino causar un daño inesperado en el sitio más inesperado bien atacando a civiles, o quizá personal armado pero no en disposición para la guerra, o atacando de forma que podríamos considerar militar pero no abiertamente sino buscando el escudo de civiles inocentes para no ser susceptible de un ataque de respuesta. Los comandos ingleses del SAS intervinieron en un contexto de guerra, pero llevaban identificaciones militares y, lo que es más importante, pertenecían claramente a una entidad atacante definida: el Reino Unido. Los mismos resistentes franceses o los partisanos yugoslavos pertenecían a unas naciones que podían recibir los ataques de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Pero la segunda cualidad del terrorismo es su asociación irregular con una entidad que, o bien queda totalmente indeterminada y no puede recibir una respuesta militar, o bien todo el mundo la conoce pero nadie la reconoce oficialmente como implicada y el resultado es idéntico.

Cuando ETA asesina políticos, militares o policías no lo hace como agente de una entidad reconocida internacionalmente como parte combatiente sino presentándose a la galería como parte de un engañoso pueblo vasco que no puede ser atacado como tal pues, por empezar por lo más evidente, muchas de las víctimas de ETA son vascos y, en último término, nadie puede hablar seriamente de un enfrentamiento entre vascos no españoles y españoles no vascos. Evita así una respuesta militar mientras que se presenta propagandísticamente como militar. Un delito individual involucra sólo a quien lo comete, pero un delito causado por una organización dotada de medios especializados de información, suministros y acción involucra a toda la organización, pero queda protegida por el anonimato de toda respuesta proporcionada. El terrorismo islamista actúa del mismo modo pues se presenta de modo engañoso como parte del mundo musulmán en su particular guerra contra Occidente, pero ni los musulmanes se ven libres de sus ataques ni queda definida esa parte de los musulmanes que formaría la entidad jurídica atacante. El ataque a traición y la huida cobarde definen al terrorismo.

Y aquí podemos introducir el juicio moral objetivo o, mejor dicho, no podríamos dejar de hacerlo sin escamotear una parte fundamental de la verdad. Un ataque militar busca destruir elementos militares: unidades, armamento, infraestruturas o, simplemente, la moral del ejército que lo capacita para luchar tanto como lo anterior. Un ataque terrorista busca como objetivo, por el contrario, a la sociedad civil no preparada ni técnica ni moralmente para recibir ese ataque. Busca hacer el máximo daño a quien puede ocasionar el mínimo riesgo al terrorista atacante. Siempre es inquietante moralmente matar en masa a soldados de un ejército enemigo durante una guerra, pero ¿qué diremos entonces de los que buscan matar a oficinistas, bomberos, madres de familia o niños que pasaban por el lugar del delito y que nunca podían haber respondido violentamente? ¿Qué diremos de los que equiparan a esos terroristas con el Estado que defiende a las víctimas?

Estas diferencias son lo que ha hecho caracterizar al terrorismo como una "guerra asimétrica" en la que la parte atacante no se define de modo que pueda ser atacada militarmente, pero ataca sin restricciones a un enemigo sólo definido por ella a su conveniencia y capricho.

La cuestión sobre si a tal cosa conviene darle el nombre de guerra o no, ha sido abierta por muchos y defendida tanto en sentido afirmativo como negativo. A mi juicio, esto afecta a dos aspectos: el primero es si darle el nombre de guerra ennoblece de alguna manera lo que, de otra forma, sólo serían delitos particularmente abominables; el segundo, si el tipo de respuesta de las partes atacadas va a ser diferente si el ataque terrorista se define como una guerra o no.

Lo primero tiene unas consecuencias propagandísticas claras. Parece que calificar de guerra al terrorismo o a la respuesta contra él equipara a los atacantes y a los atacados, mientras que el poder del Estado debería mostrarse siempre muy por encima de las acciones de unos delincuentes. Ése podría ser el mensaje que vaya en no reconocer como guerra lo que sólo es un ataque a traición, pero a condición de que con ello no se olvide que no se trata de ataques individuales sino organizados y dotados de un sentido estratégico bien definido.

Lo segundo, la forma de respuesta de los Estados y sociedades que sufren el ataque terrorista, sería una mera cuestión práctica, es decir, de adecuación de estrategias y medios a la destrucción física o funcional de las organizaciones terroristas, si no fuera por un doble problema: lo primero, todo lo que afecta a las garantías y salvaguardias que deben controlar la acción de un Estado para que no pueda derivar en arbitrariedad o tiranía; lo segundo, todo lo que contribuye a la imagen pública del Estado y de las organizaciones terroristas. El Estado podría enviar a un comando que volara la casa donde se reunen los miembros de ETA pero se enfrentaría a ese doble problema: el de si ha sido proporcionado o necesario actuar así y no proceder a una simple detención como si se tratase de contrabandistas de tabaco y el de si tal cosa convierte la imagen del Estado en odiosa para algunos o muchos mientras favorece la causa del terrorista. De hecho, el comienzo de este blog se debe a una conversación acerca de las declaraciones de un ministro alemán sobre la posibilidad o conveniencia de que, si Bin Laden estuviera localizado en alguna cueva lejana, se enviase a un comando que lo matase o un misil que acabase con seguridad con él.

Creo que esto debe ser enfocado con sentido de la proporcionalidad y de la política de información. Si el comando de ETA está localizado y es posible detenerlo ¿por qué no hacerlo así? Pero imaginemos que el dirigente de Al-Qaida está localizado pero es imposible detenerlo ¿Por qué, entonces, no destruirlo? Eso es simple proporcionalidad. Sin embargo, tal cosa que puede parecerme evidente a mí o a muchos, puede no parecérselo a otros, incluso más numerosos. Y es ahí, precisamente, donde se revela necesaria una campaña activa y razonada sobre el peligro grave que supone una organización terrorista capaz de actos como el ataque con aviones a las torres gemelas de Nueva Yorko a los trenes de Madrid.

Digo que es necesaria porque una de las armas con las que cuenta con seguridad toda banda terrorista es la división y enfrentamientos sociales. Ése será el tema de la próxima entrada de este blog.

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