jueves, 3 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 19

En el Antiguo Régimen, los nobles y el rey usaban la fuerza y una ideología legitimadora sostenida y difundida por intelectuales a su servicio para acaparar el poder y la riqueza, pero, en las circunstancias de desarrollo de la ciencia y la sociedad que dieron lugar a las revoluciones burguesas en Europa, muchos comerciantes y artesanos podían acumular riqueza y convertirse en unos agentes sociales imprescindibles. No era ya la posesión de la tierra lo que proporcionaba grandes beneficios sino la actividad artesana e industrial y el comercio, y esa riqueza era la que sustentaba la sociedad y el Estado que, sin embargo, era administrado exclusivamente por el rey y la nobleza. Por lo tanto, los comerciantes y artesanos podían comprender, siquiera confusamente, que ellos eran la base social y económica del progreso pero que no tenían capacidad de decisión sobre los fines y la organización del Estado, y en su imaginación, y claramente en la de los intelectuales que veían tal estado de cosas, apareció esa doble evidencia y el perjuicio que les suponía la sociedad estamental, y aspiraron a cambiarla.

La exigencia del que se siente perjudicado es pedir un precio mayor por lo que aporta y los artesanos y comerciantes pidieron en muchos momentos y lugares el acceso al poder político y a la gestión de sus intereses, en manos de los nobles. Tenemos la Revolución Francesa, sobre todo, y la de los Estados Unidos por su independencia, como las primeras revoluciones liberales, y es cierto si caemos en la tentación de ver la Historia como un drama con unos pocos protagonistas y actos definidos más que como un continuo de acciones y transformaciones en las que participan numerosas personas de manera independiente y con papeles de mínima importancia en casi todos los casos. Pero tenemos el progresivo desarrollo de la economía industrial y comercial en Inglaterra, donde no hay ninguna revolución violenta. Bien porque la nobleza se interesó en las inversiones en la industria y el comercio, bien porque no cerró el camino de ascenso de la burguesía hacia la administración del Estado, bien porque la Monarquía ya tenía un cierto aspecto constitucional lejos del absolutismo, no hay un dique que trate de contener los cambios y que sea superado por ellos sino una transformación creciente de la sociedad de nobles poseedores de la tierra y las armas como riqueza y fuentes de poder en otra donde los artesanos industriales y comerciantes iban ascendiendo en su poder económico y político junto con una nobleza que también se enriquecía.

Es una mala caricatura exponer cualquier periodo histórico como un enfrentamiento entre malvados que se oponen tozudamente al progreso y la justicia para mantener sus privilegios contra virtuosos partidarios y defensores de los avances de todo tipo. Siempre hubo personas más egoístas y otras más preocupadas por el bien social, o más inclinadas a ver las ventajas de las realizaciones prácticas que a mantener cerrilmente su postura. Siempre hubo burgueses que, tras abominar de la monarquía, colaboraron con los reyes, nobles capaces de asumir el cambio a una mayor igualdad por sus ventajas o por sus principios, reyes dispuestos a transigir y, del mismo modo, hubo quienes defendieron posturas irreductibles y abocadas al enfrentamiento. Pero la tesis debe ser que nunca el enfrentamiento es inevitable y que muchas personas pueden ver la conveniencia de encauzar las transformaciones para un mayor provecho general del que, no cabe duda, ellos tratarán de obtener la mayor cuota posible.

La Revolución Francesa debe su curso violento a la victoria de los jacobinos sobre los girondinos y a la dirección de los jacobinos por un Robespierre extremista apoyado por grupos organizados. No hay ninguna ley histórica que haga pasar necesariamente la evolución de las formas sociales, políticas y económicas a través de revoluciones violentas más que a través de cambios progresivos y el hecho es que las etapas revolucionarias se vieron sucedidas por otras de signos muy diferentes, desde Napoleón a la monarquía constitucional. Y la evolución pacífica de Inglaterra, Holanda, Dinamarca y los países escandinavos, países entre los más desarrollados, debería demostrar que el desarrollo no depende de las revoluciones sino que éstas son la peor de las gestiones de los conflictos que constantemente se dan en toda sociedad si tenemos en cuenta no sólo el resultado concreto que se ha dado en la historia sino la suma de resultados en progreso y en tragedias humanas.

El desarrollo de la industrialización y el comercio no generan, en sí mismos, un proceso violento o revolucionario sino que crean nuevas situaciones en las que se producen, por su propia naturaleza, conflictos entre individuos y entre grupos. La existencia de una colectividad lleva aparejada una cierta división de funciones o, simplemente, una diversidad de colectivos con intereses diversos por el mero hecho de ser distintos, como un ser humano lo es de otro y tiene, por tanto, intereses no necesariamente coincidentes. Se dan conflictos entre individuos por el mero hecho de que los recursos son limitados o porque uno puede creer que es más rentable aprovecharse del esfuerzo de otro que esforzarse él mismo. Lo mismo sucede cuando existen colectivos agrupados y cohesionados por algún tipo de seña de identidad, sea la ascendencia real o imaginaria, la religión, la cultura o cualesquiera otras. Y, evidentemente, en sociedades clánicas se producen conflictos entre clanes; en las de cohesión religiosa, los conflictos adquieren tintes ideológicos, sean éstos causa o mero pretexto para conflictos de naturaleza más básica. Y en sociedades diversificadas por las funciones de la economía industrial y del comercio, aparecen conflictos en los que se manifiestan todo tipo de tensiones, desde las de grupos de ascendencia común, ideología común, ideología común, hasta las que implican los papeles como productores, propietarios, comerciantes, rentistas o funcionarios. La clave del conflicto no es necesariamente el que existan productores y comerciantes, o propietarios y obreros, sino el hecho mismo de que se formen colectivos de intereses contrapuestos.

La individualidad y los intereses puramente biológicos y culturales del individuo hacen inevitable la existencia de conflictos. La cuestión, a partir de este hecho es doble: en qué relaciones aparece el conflicto y de qué podo se gestiona. Como he dicho antes, el conflicto puede aparecer en cualquier tipo de relaciones ya que todas ellas pueden ser asimétricas. En una familia se dan conflictos entre los padres, entre éstos y los hijos, entre los hermanos y, en general, entre cualesquiera individuos o grupos, ya que uno puede dar más y recibir menos, o creer que es así. En la sociedad industrial y de libre mercado se darán conflictos entre todos los agentes por el mero hecho de ser personas diferentes o grupos de personas con intereses similares contrapuestos a otros, o por el hecho de que cada uno va a valorar subjetivamente lo que recibe a cambio de lo que aporta.

Antes decía que el progreso por la especialización y la diversificación produce obviamente mejores resultados, pero que estos resultados se distribuyen conforme a la fuerza relativa de cada individuo o colectivo para conseguir más por lo que aporta. El inversor, el organizador de las industrias y comercios o el inventor van a exigir tanto como puedan, casi siempre creyendo que todo lo que el modelo que se desarrolla bajo su iniciativa produce de más sobre el antiguo se debe exclusivamente a esa iniciativa. Los trabajadores por un salario tratarán de exigir el máximo casi siempre creyendo, por su parte, que sin ese trabajo nada se produciría y que sin su sometimiento a la organización y a las leyes que protegen el sistema social y económico nada sería posible.

Tenemos así el conflicto y se abre la posibilidad de un curso violento de los acontecimientos que lleve a una victoria de una parte sobre otra, a una violencia estabilizada o la posibilidad de una gestión democrática. La democracia es la gestión de esos conflictos una vez asumido que no se puede eliminar al diferente sino que es necesario como parte de un grupo funcional. Así las revoluciones marxistas no aparecen porque sean una consecuencia inevitable de un proceso histórico sino porque es una de las opciones posibles, hay quien la encuentra rentable y puede actuar con fuerza suficiente durante el tiempo suficiente.

Si la Revolución Francesa fue violenta por la victoria de los más extremistas entre los jacobinos y la de éstos sobre los girondinos y los monárquicos tradicionalistas, la revolución rusa fue violenta debido a la victoria de los bolcheviques de Lenin sobre todos los demás y no por necesidades de la Historia. En una situación similar pero ligeramente desequilibrada a favor del Gobierno Provisional que había sustituido al Zar Nicolás, la evolución de Rusia habría podido ser pacífica y democrática. Pero no lo fue. Y ese hecho, no una ley histórica, da lugar a múltiples consecuencias.

Los grupos socialistas pudieron ver como ejemplo la victoria comunista en Rusia y apostar por revoluciones similares en sus propios países. Y tras el fin de la Primera Guerra Mundial podríamos tomar como ejemplos los intentos revolucionarios en Alemania o la República soviética de Hungría. La URSS no sólo actuaba como modelo teórico sino como organizador y financiador de todos los movimientos comunistas mundiales, que es poco más que decir los europeos en esos momentos, y como realización en la práctica de todas las amenazas contra los no comunistas, desde los defensores de la sociedad más tradicional anclada en la monarquía y la religión, pasando por los liberales, los socialdemócratas hasta todos los disidentes del modelo leninista, primero, y stalinista, después.



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