jueves, 3 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 20

Los revolucionarios, que tienen la violencia como método, parecen creer que es necesaria o inevitable, y es famosa la frase de Karl Marx de que "la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva" (1), aunque él no esté haciendo referencia a la violencia revolucionaria. Por otra parte, los pacifistas creen que la violencia es algo rechazable por principio. Sin embargo es sólo una de las formas de gestionar un conflicto y es peor que otras cuando sus resultados globales son peores. Ante una agresión violenta, en la mayoría de las ocasiones es necesaria una respuesta violenta o imprescindible si algo valioso que está en riesgo no puede salvarse de otra manera. Existe una ética de los principios que valora una acción o situación por su acuerdo con unos principios considerados como axiomáticos mientras que la ética de las consecuencias valora todo, incluso los principios, por la totalidad de sus consecuencias.

Del mismo modo que la información es lo que nos permite decidir con acierto por encima del azar y el valor económico de algo es el valor de lo que nos proporciona por encima de lo que tendríamos sin su presencia o concurso, el valor moral de algo es el valor del conjunto de los bienes o males que tendremos por encima o por debajo de no tenerlo. Tengo información sobre si saldrá cara o cruz al tirar una moneda si acierto el resultado de una futura tirada más de la mitad de las veces; tengo una azada valiosa si con ella cultivo más terreno y obtengo más producción en el mismo tiempo que sin ella; tengo una conducta moralmente valiosa, por lo tanto, si con ella consigo un mayor número de bienes totales, descontando los males, que sin ella (y en esa definición nos debemos hacer cargo por una parte de la evidencia del bien y el mal inmediatos y de la valoración necesariamente subjetiva del bien o del mal). Así que si valoramos nuestra vida o la de algunas personas y están en peligro por algo, la conducta que salve esas vidas será moralmente tan buena como nos parezca valiosa nuestra vida o la de tales personas frente a las consecuencias negativas para otras vidas. Una persona altruista sacrificará su propia vida por la de otros en la medida en que crea que la salvación de esos otros es más deseable que la suya pereciendo los demás. O pensará lo contrario y actuará al contrario si considera que es mejor su salvación y la muerte de los otros.

Pero creo evidente que cooperar en sociedad garantiza mejores resultados que mantenerse en aislamiento y que esos resultados son juzgados como valiosos. Y si juzgamos así, las conductas serán moralmente buenas desde un punto de vista social si mejoran el estado de cohesión y, por lo tanto, las consecuencias que juzgábamos serán socialmente buenas. Al hablar de la valoración moral es necesario incluir el sujeto que juzga pues el bien del que roba es el mal para el que sufre el robo y, contrariamente a la idea atribuida a Sócrates, el malvado no es un ignorante ya que elige su bien a costa del mal ajeno. Por tanto, el juicio sobre lo moralmente bueno desde un punto de vista social tendrá en cuenta el mejor resultado para la sociedad y el juicio desde el punto de vista de una parte de ella, el mejor resultado para esa parte, que no será necesariamente idéntico al bien de la sociedad. Y el bien social tendrá que ver con de qué modo se alcanza la mayor suma de prosperidad y satisfacción personal pues, como he dicho antes, cuando un agente en un intercambio cree que no recibe contraprestación suficiente por su aportación a la sociedad dejará de aportar o lo hará tan poco como pueda, con lo que el total deberá disminuir.

Así, cuando la violencia se dirige contra partes que crean bienestar y prosperidad, esas partes dejarán de crearla, tanto los trabajadores mal pagados dejando de producir, los inversores dejando de invertir o todos vulnerando las leyes que regulan el orden social. Y me parece evidente que la suma del bienestar y la prosperidad de los individuos será menor, pero eso puede no importar a quien valora que las suyas o las del colectivo al que pertenece sean mayores que antes de que tal colectivo ejerza la violencia sobre los demás individuos y colectivos sociales. La idea revolucionaria es que un estado de cosas dado no puede ser transformado a mejor sino que es necesario destruirlo de raíz para crear uno nuevo, y que los individuos y colectivos que sostienen tal estado de cosas no pueden participar en el ordenamiento de los asuntos económicos o políticos. Y si la democracia consiste en gestionar los conflictos de modo que todas las partes involucradas participen con libertad de opinión y de acción, la revolución es esencialmente contraria a la gestión democrática.

Las opiniones de los diversos agentes no son lo decisivo pues las consecuencias de sus actos no son las de sus opiniones sino las del estado de cosas que realmente consigan. Por lo tanto debemos considerar las opiniones como uno de los factores que lleva a que se den tales o cuales estados de cosas pero no el criterio para valorar esos estados. La democracia y sus resultados se valoran no porque unos opinen que es beneficiosa o porque otros opinen que la violencia es el procedimiento necesario sino por lo que realmente suceda con democracia frente a lo que ocurre sin ella. Es evidente que los revolucionarios podrán opinar, argumentar y dar sentido a sus acciones partiendo de la base de que la violencia es necesaria mientras que los que se opongan a la revolución harán a ésta la causa de los males; los primeros dirán que los defensores del estado de cosas vigente se oponen a la voluntad del pueblo mientras los segundos dirán que la revolución es una imposición que sólo puede triunfar por su fuerza y no por sus razones. El hecho decisivo es que un enfrentamiento violento ocurre porque las opiniones y la capacidad de acción de una parte van a ser suprimidos por otra y esta pérdida de libertad será vista como un perjuicio por los perdedores y un motivo para no colaborar en el estado de cosas resultante.

Pero la violencia, además, tiene por naturaleza una tendencia a persistir y a acentuarse, y en eso se hace evidente la diferencia entre la agresión y la respuesta violenta a esa agresión. El que agrede divide la sociedad en dos partes sobre la base de un comportamiento agresivo y considera enemigos a los adversarios, a los que son partidarios del diálogo democrático con los adversarios y a los que no ven como enemigos a los partidarios del diálogo democrático. Así, el partidario de la violencia necesita mayores grados de violencia para mantener su acción. Lenin, por ejemplo, no dio su golpe de estado contra un Zar autocrático sino contra un Gobierno Provisional en que había socialdemócratas. Y si se inicia una estrategia que niega las opciones diferentes a la propia, la consecuencia inevitable es una concentración cada vez mayor de poder y una relación de desconfianza y represión con quienes no sean los partidarios más fanáticos. Stalin no parece un accidente en la revolución marxista sino su consecuencia esperable una vez que se ha optado por una línea de pensamiento y de acción intransigente que rechaza toda crítica como concesión al enemigo.

En esas condiciones de concentración de poder no sólo se cuenta únicamente con una ideología y unas decisiones que no es posible criticar sino que los que discrepen se negarán a colaborar en la sociedad más allá de lo estrictamente obligatorio. Así, mientras en un Estado de derecho todo lo que no está estrictamente prohibido por las leyes está permitido, bajo un gobierno totalitario, todo lo que no está estrictamente prohibido es obligatorio. El fenómeno de degeneración de un gobierno totalitario viene, por lo tanto, de esa concentración absoluta de poder, de un hecho, no de una opinión o de una ideología. Esas concentraciones de poder incontestable se dan igualmente en las empresas privadas o son posibles en cualquier colectivo humano de manera que la opción de quienes gobiernan se hace rígida y vulnerable ante las situaciones cambiantes y los datos que el que gobierna no conozca o no sepa gestionar. Muchas empresas fracasan comercialmente cuando no se adaptan a los cambios porque sus dirigentes se aferran a una sola línea que es la suya y anulan a los críticos. Quizá no haya más razones para que fracase un gobierno comunista que una empresa familiar mal gestionada por un dueño despótico, pero la diferencia es que en una sociedad liberal o en una economía de mercado fracasan partidos o empresas particulares mientras que en un sistema marxista fracasa la nación entera.

En algunos análisis de la situación de la URSS se incide en que la centralización y la sospecha generalizada contra los discrepantes hizo que la política y la economía fueran gestionadas por relativamente pocas personas y que se rechazasen innovaciones como las telecomunicaciones y la informática que resultaban difíciles de controlar. El gobierno nunca pareció interesado en extender las líneas telefónicas ni, mucho menos, la descentralización de las decisiones, ni permitió que se pusieran las bases tecnológicas que han dado lugar a internet. Y la falta de crítica hizo invulnerables a los errores y llevó al Estado a un desastre que quizá muchos preveían pero que nadie se podría atrever a denunciar. Podríamos ver una analogía en el disparatado plan nazi para invadir la URSS que ningún general alemán en su sano juicio habría aceptado en su concepto o en su conducción, pero que nadie se atrevió a criticar llevando la contraria al führer.

Podríamos decir, por lo tanto, que la concentración de poder y el rechazo a la crítica constituyen una apuesta de todo o nada a una sola opción, y puede resultar exitosa durante un tiempo pero está destinada al fracaso a medio y largo plazo en primer lugar por motivos estadísticos pero, en segundo lugar, porque genera la oposición y el desapego de todos lo que no la comparten, que son forzosamente cada vez más entre quienes podrían corregir los errores o enfocarlos de otra manera que la oficial. Y a medida que se manifiestan los problemas y las dificultades, los que disienten de la linea oficial van acentuando sus críticas y su resentimiento por no ser capaces de poder manifestarlas ni de ponerlas en práctica. En una situación estacionaria parece que todo va bien, pero es durante las crisis cuando más necesaria es la crítica y la adaptación a los cambios y cuando más oposiciones se generan dentro de un colectivo, que necesariamente se debilita. Vemos, por ejemplo, que la situación económica y social en la URSS llegó a un punto de crisis por una política exterior de enfrentamiento con los EE UU y de gasto masivo en armamento y en apoyo a todo grupo que pudiera ser usado como aliado en la guerra fría mientras una economía atrasada era incapaz de proporcionar recursos suficientes. Y en el momento en que se abre la puerta a la crítica con las llamadas perestroika (reestructuración) y glasnost (apertura o transparencia) todo estalla.



Nota 1:
Los diversos factores de la acumulación originaria se distribuyen ahora, en una secuencia más o menos [940] cronológica, principalmente entre España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En Inglaterra, a fines del siglo XVII, se combinan sistemáticamente en el sistema colonial, en el de la deuda pública, en el moderno sistema impositivo y el sistema proteccionista. Estos métodos, como por ejemplo el sistema colonial, se fundan en parte sobre la violencia más brutal. Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de producción capitalista y para abreviar las transiciones. La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica.

1. El Capital. Libro I. Cap XXIV. La llamada acumulación originaria. 6. Génesis del capitalista industrial.

2. El Capital. Libro I. Cap XXIV. La llamada acumulación originaria. 6. Génesis del capitalista industrial.

The different momenta of primitive accumulation distribute themselves now, more or less in chronological order, particularly over Spain, Portugal, Holland, France, and England. In England at the end of the 17th century, they arrive at a systematical combination, embracing the colonies, the national debt, the modern mode of taxation, and the protectionist system. These methods depend in part on brute force, e.g., the colonial system. But they all employ the power of the State, the concentrated and organised force of society, to hasten, hothouse fashion, the process of transformation of the feudal mode of production into the capitalist mode, and to shorten the transition. Force is the midwife of every old society pregnant with a new one. It is itself an economic power.

Capital, Vol. I. The Process of Capitalist Production. PART VIII. The so-called primitive accumulation. Part VIII, Chapter XXXI. Genesis of the industrial capitalist. VIII.XXXI.5

(Subir)



« anterior

siguiente »

No hay comentarios: