martes, 15 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 24

Se suele decir con humor que los economistas son expertos en pronosticar el pasado. Evidentemente, lo difícil es pronosticar el futuro, y cualquier historiador o escritor de blogs puede pronosticar el pasado y decir que la derrota de los fascismos era previsible o inevitable dado que se declaraban enemigos de la mayor parte del mundo y se enfrentaban a sus ejércitos y sus economías, y a que, por otra parte, la concentración de poder en un jefe absoluto no es capaz de evitar los errores sino que tiende a poner la mayor de sus locuras al margen de la critica.

Sabemos que los fascismos fueron derrotados y sabemos igualmente que la URSS se desplomó, por lo que parece verificada la idea de que todo totalitarismo concentra el poder de tal manera que su rigidez lo hace débil y más si se enfrenta militarmente o en una carrera de gasto militar al resto del mundo que no es totalitario y que sabe adaptarse a los cambios. De hecho la URSS desde su creación siguió un camino de avance en un modelo anticuado de economía basado en las grandes industrias siderúrgicas, lo cual le permitió superar en capacidad militar al ejército nazi y derrotarlo en toda la Europa oriental. Pero la adaptación a una economía moderna que requería descentralización de las decisiones, precios realistas e incentivación de las innovaciones era incompatible con el modelo de economía y política centralizadas. Y más si la centralización se llevaba al límite gobernando Stalin.

No sé si se puede hacer una afirmación semejante de la política económica de los Estados fascistas ya que toda su retórica revolucionaria y anticapitalista no se tradujo en otra planificación central que la orientada a la guerra y la sujeción absoluta a la ideología gobernante, la guerra se inició a los pocos años de llegar Mussolini o Hitler al poder y la duración de todo el fenómeno fue menor de veinte años. Las industrias siguieron dirigidas por sus anteriores propietarios y en este aspecto los fascistas no cometieron el mismo error que al creer en la jefatura absoluta de un Duce o un Führer, especialmente en la dirección de la guerra. Por otra parte, la principal diferencia con una sociedad democrática y una economía de mercado consistía en poner todo al servicio de una idea de la comunidad nacional enfocada a la guerra. Evidentemente el gobierno, las leyes y la justicia pero, con una visión perspicaz del papel de la propaganda sobre la opinión pública, todos los medios de comunicación más los actos de masas.

La idea de las minorías gobernantes de las sociedades estamentales durante los periodos de estabilidad acerca del pueblo es la de un ente semipasivo con el que no es necesario ni útil contar políticamente. Si acaso, en los periodos de crisis se podrá rebelar y habrá que dominarlo por la fuerza. La noción de clase superior por naturaleza implica desvalorizar todo lo que pertenezca a clases supuestamente inferiores, pero ni el más necio de los gobernantes medievales olvidó algo tan importante como el control social a través de la religión. Hoy podemos ver en cada pueblo una iglesia medieval o varias, la mayoría de ellas de maravillosa construcción, sobre todo comparadas con la de las viviendas de la gente común, y algunas prodigios del arte y la técnica de la época. Y podemos imaginar el coste de su construcción para poblaciones reducidas incluso en zonas de agricultura o comercio prósperos. Por lo tanto, de la apariencia monumental y de su coste podemos deducir la importancia real de los templos como demostraciones de poder político, económico e ideológico. En unas épocas en las que la teoría comúnmente aceptada sobre el origen del mundo, del ser humano, de la sociedad, de la enfermedad, de las causas de la guerra y la paz y, en general, de todo, era la que implicaba un Dios, la integración en la sociedad o la contestación se traducía en religiones oficiales o en herejías del descontento.

La integración en la sociedad era equivalente a la integración en una comunidad religiosa, dirigida desde lo más alto por Dios y, en lo cercano, por sus representantes. Y la enseñanza, los hospitales o los cuidados a los pobres, en lo que no fuera una necesidad familiar, pasaban por las iniciativas de la Iglesia. Así que no podemos creer que la propaganda es un invento de anteayer cuando el control ideológico de la disidencia o la ortodoxia podía significar guerras, como la cruzada contra los albigenses. O bien, al ver que el descontento social se expresaba en forma de variantes religiosas enfrentadas al poder y a su teología, pero reflejando un enfrentamiento básico que no se puede reducir a disquisiciones filosóficas acerca de entidades incomprensibles para casi todos, incluyendo buena parte de los religiosos.

La primera lucha del liberalismo para abrirse paso como alternativa a la sociedad estamental consistió en criticar la ideología que la sustentaba. Si observamos el Tratado Teológico-Político (1) de Spinoza desde su título hasta su contenido consiste en una crítica de la capacidad de los profetas o los reyes para dictar leyes a la sociedad en nombre de la religión. Más adelante, los descontentos con la ideología religiosa y con la ideología monárquica coincidían en las mismas razones pues ya no era una autoridad suprema la que dictaba las leyes o la que representaba la verdad sino la razón individual, esencialmente idéntica en cada persona. Y esa labor de crítica se difundió a través de los libros de los filósofos y de la Enciclopedia y a través de reuniones de descontentos. No se podría entender la Revolución Francesa sin las organizaciones políticas. Esa misma labor se realizó en otros países con diferentes formas y éxito, pero consistió igualmente en desarticular el Antiguo Régimen desde sus mismos cimientos ideológicos.

Los liberales ya en el gobierno no parecieron tan conscientes del papel de la cohesión ideológica social, de la ideología compartida que precede y es requisito necesario para la acción compartida salvo en el aspecto religioso. Así vemos que el anticlericalismo y la Kulturkampf eran sinónimos de liberalismo. Por la otra parte no faltaron textos que criticaban la sociedad liberal (2) y "sin Dios" y elogiaban la monarquía ni papas ni sacerdotes dispuestos a difundir esas ideas. Pero quizá son los socialistas y específicamente los marxistas los que son más conscientes de la importancia de la labor de propaganda por escrito y mediante charlas a los obreros. Debemos insistir en que los seres humanos deciden en función de su comprensión de las cosas y del posible futuro que les espera y que la modificación del futuro pasa necesariamente por un modelo ideal acerca de lo que existe y de cómo debe conservarse o cambiarse. Así que los marxistas tomaron las críticas de los liberales anticlericales y les añadieron su propia crítica hacia el modelo de sociedad y economía liberales anunciando a los obreros su futuro empobrecimiento y la necesidad de la revolución violenta. La respuesta fascista fue replicar esa importancia relativa de la propaganda, la "predicación" de su ideología y la acción violenta como camino de transformación social contra los mediocres gobernantes monárquicos o liberales y contra las revoluciones marxistas. Creo que no podemos entender el fascismo salvo como fenómeno de masas. Es decir, podemos entender que algunas personas elogiaran la violencia y la irracionalidad como aparece ya en el Romanticismo, pero uno por uno y en ausencia de circunstancias de crisis social, no parece posible que un número elevado de ciudadanos siguiera tales actitudes. Y es lo que sucede en general pues sin fenómenos de crisis la gente no busca un rey, ni se rebela contra él mientras la vida es soportable, ni los obreros se lanzan a la revolución mientras prosperan.

En cualquier caso, la comprensión del fenómeno del fascismo es difícil gracias -literalmente- a su pronta derrota y sólo podemos imaginar qué crisis internas habría sufrido, qué capacidad de enfrentamiento habría tenido contra las naciones democráticas o marxistas de haberse estabilizado la guerra o haberla ganado parcialmente, si habría salido victorioso, si se habría derrumbado por sus propios errores o por revoluciones internas o si habría iniciado nuevas guerras. Lo que no podemos olvidar es que se trataba de un sistema totalitario que habría seguido la evolución predecible de otros sistemas totalitarios. No debemos dejarnos engañar por los nombres de las cosas pues si llamamos trigo a la uva y uva al trigo no dejará de cosecharse uno antes del verano y otro después.

La URSS tuvo una vida relativamente larga y podemos analizarla. La de los países de Europa oriental es un mero apéndice de la de la URSS y parece que el destino de Varsovia no iba a ser diferente en ningún caso del de Vladivostok. La de la República Popular China es un caso aparte pues nominalmente sigue siendo un país comunista a pesar de que la centralización de las decisiones afecta a lo militar y al control político pero ya no a la economía, curiosamente del mismo modo que en los Estados fascistas. Pero lo que caracteriza a la URSS es la dictadura del Partido Comunista en todos los aspectos de la sociedad. No fue un tipo cualquiera de socialismo ni de marxismo, sino la versión que más acentuaba el aspecto de dictadura del proletariado de la teoría marxista.

Se podría entender que la socialdemocracia ponía las mismas ideas de la Revolución Francesa como objetivo y consideraba que la política debería ir en el sentido de garantizarlas pero extendía la cuestión no sólo a la capacidad para participar en política o a ser ciudadano con igualdad de derechos sino a las relaciones económicas. Es decir, que si el sistema capitalista disminuía la libertad o la igualdad o dejaba abandonados a algunos individuos a su suerte, tal sistema debía ser eliminado o modificado para restituir los derechos a los perjudicados. El comunismo de Lenin, por el contrario, iba en el sentido más tradicional de Marx de aplicar unas teorías supuestamente científicas al margen y por encima de la voluntad y opinión de la sociedad. Al creerse en posesión de una ciencia objetiva, la libertad, la igualdad o la fraternidad quedaban sometidas a las necesidades de implantar el socialismo, y prueba de ello es que Lenin dio un golpe de Estado contra un gobierno presidido por un socialdemócrata, Kerensky.

Y, si la finalidad y el resultado de un golpe de estado no puede ser negociar ni pactar con los que han sido considerados en grado de enemigos que deben ser combatidos, está claro que las divisiones van a ser irreconciliables y que toda identificación de cada persona con la línea del partido comunista en el poder o con sus opositores va ser planteada en esos mismos términos de enemigos y combate. No es de extrañar, por lo tanto, ni que Stalin persiguiese a Trotsky hasta el asesinato ni que las purgas, las cárceles y los campos de concentración sustituyesen al debate político. En eso, no hay ninguna diferencia con las prácticas fascistas y nazis de dominar la sociedad de forma totalitaria ni con la de eliminar cualquier rastro de oposición ni es extraño como posibilidad dentro de las relaciones humanas. No podemos caer aquí en la fe ingenua en que el mundo es un oasis de estabilidad interrumpido de vez en cuando por periodos excepcionales de barbarie ya que los periodos de barbarie sólo manifiestan de forma caótica lo que ya está presente en los periodos de normalidad, y me explicaré en el siguiente capítulo sobre este tema.

Pero, una vez definido un límite absoluto entre amigos fieles y discrepantes enemigos, resulta imposible permanecer en un estado intermedio de crítica y es necesario aparentar la unanimidad de un ejército combatiente y asentir a las órdenes sin dudar de ellas, con lo que el que percibe algún error o necesidad de reforma se librará de manifestarlo para no aparecer como traidor, y cualquier línea de gobierno se volverá rígida e insensible a la información sobre la realidad y los posibles fracasos. Nada diferente a como los planes de Hitler de atacar a la URSS (3) sin prever material para el invierno no pudieron ser corregidos por ningún general alemán amante de su propia cabeza. La centralización despótica de las decisiones puede parecer un logro para quienes estén convencidos de que van a tener éxito, y es razonable que acaben purgando sus propios pecados con su ruina, pero es objetivamente un suicidio en fases desde que renuncia a conocer la realidad de los efectos de las decisiones adoptadas. Y los comunistas de la URSS adoptaron muchas de este tipo desde la organización absurda de la economía hasta la guerra permanente contra los países no comunistas en todas las formas y momentos sin ver, o sin querer o poder rectificar una linea de gasto desmesurado sobre una economía ineficiente y en decadencia. Fueron subvenciones a todos los partidos y grupos capaces de entorpecer o debilitar a los países capitalistas, dinero y material para guerras y guerrillas a lo largo de todo el mundo y de toda la llamada Guerra fría. Hasta que el sistema amenazó ruina y en una serie de intentos de reformas apresuradas se acumularon los errores en forma de gobiernos de Andropov, Chernenko y Gorbachov y la URSS se desintegró.


Nota 1:
Tratado Teológico-Político de Spinoza.

A Theologico-Political Treatise en Google Books

A Theologico-Political Treatise (Subir)

Nota 2:
Pío IX. Encíclica Quanta cura y Syllabus. 8 diciembre 1864

"Por lo cual, los mismos Predecesores Nuestros se han opuesto constantemente con apostólica firmeza a las nefandas maquinaciones de los hombres inicuos, que arrojando la espuma de sus confusiones, semejantes a las olas del mar tempestuoso, y prometiendo libertad, siendo ellos, como son, esclavos de la corrupción, han intentado con sus opiniones falaces y perniciosísimos escritos transformar los fundamentos de la Religión católica y de la sociedad civil, acabar con toda virtud y justicia, depravar los corazones y los entendimientos, apartar de la recta disciplina moral a las personas incautas, y muy especialmente a la inexperta juventud, y corromperla miserablemente, y hacer porque caiga en los lazos del error, y arrancarla por último del gremio de la Iglesia católica."

"Pues sabéis muy bien, Venerables Hermanos, se hallan no pocos que aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio que llaman del naturalismo, se atreven a enseñar «que el mejor orden de la sociedad pública, y el progreso civil exigen absolutamente, que la sociedad humana se constituya y gobierne sin relación alguna a la Religión, como si ella no existiesen o al menos sin hacer alguna diferencia entre la Religión verdadera y las falsas.» Y contra la doctrina de las sagradas letras, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan afirmar: «que es la mejor la condición de aquella sociedad en que no se le reconoce al Imperante o Soberano derecho ni obligación de reprimir con penas a los infractores de la Religión católica, sino en cuanto lo pida la paz pública.» Con cuya idea totalmente falsa del gobierno social, no temen fomentar aquella errónea opinión sumamente funesta a la Iglesia católica y a la salud de las almas llamada delirio por Nuestro Predecesor Gregorio XVI de gloriosa memoria (en la misma Encíclica Mirari), a saber: «que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil.» Pero cuando esto afirman temerariamente, no piensan ni consideran que predican la libertad de la perdición (San Agustín, Epístola 105 al. 166), y que «si se deja a la humana persuasión entera libertad de disputar, nunca faltará quien se oponga a la verdad, y ponga su confianza en la locuacidad de la humana sabiduría, debiendo por el contrario conocer por la misma doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, cuan obligada está a evitar esta dañosísima vanidad la fe y la sabiduría cristiana» (San León, Epístola 164 al. 133, parte 2, edición Vall)."


Encíclica Quanta cura y Syllabus

Pío IX, Papa en Gran enciclopedia Rialp (Subir)

Nota 3:
La Operación Barbarroja (en alemán: Unternehmen Barbarossa) fue el nombre en clave dado por Adolfo Hitler para el plan de invasión de la Unión Soviética por las Fuerzas del Eje durante la Segunda Guerra Mundial.

La operación abrió el Frente Oriental, que se convirtió en el teatro de operaciones más grande de la guerra, escenario de algunas de las batallas más grandes y brutales del conflicto en Europa.

La Operación Barbarroja significó un duro golpe para las desprevenidas fuerzas soviéticas, que sufrieron fuertes bajas y perdieron grandes extensiones de territorio en poco tiempo. No obstante, la llegada del invierno ruso acabó con los planes alemanes de terminar la invasión en 1941. Durante el invierno, el Ejército Rojo contraatacó y anuló las esperanzas de Hitler de ganar la batalla de Moscú.


Operación Barbarroja en Wiki (Subir)


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