domingo, 13 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 22

Resulta más que llamativo que una de las frases más conocidas del fascismo italiano "credere, obbedire, combattere" parezca una directa oposición punto por punto al "libertad, igualdad, fraternidad" de la Revolución Francesa: al contrario de la libertad y la igualdad, creer y obedecer sin crítica y desde la subordinación, y al contrario que la fraternidad, combatir. Mientras que la finalidad de la revolución burguesa había sido hacer ciudadanos libres e iguales que fueran la autoridad suprema para los asuntos públicos derrocando a los reyes, el fascismo rechaza la igualdad y redistribuye a los ciudadanos como meros soldados de la nación, gobernados por dirigentes indiscutibles. No por nada, otra de las frases del fascismo es la de "Il Duce ha sempre ragione".

La sociedad para el fascista se estructura no como una asociación para el bien de los individuos en la que cada uno colabora y razona para conseguir ese bien por el esfuerzo común sino como un ejército en el que se sirve y en el que jamás se discute una orden superior. Y el motivo es que el fascismo ve la vida como una batalla, con exaltación de la fuerza, la violencia, el orgullo de los que se sienten superiores y la obediencia de los que deben seguirles. Y es la fuerza, no la razón, la que determina esa estructura. Quizá esa misma esencia antiintelectual se refleja en que el fascismo apenas tiene teoría ni gruesos libros comparables a los escritos por filósofos liberales o socialistas sino que su modo de actuar -pues sería abusivo llamarlo pensamiento- se expresa en forma de lemas (1). Aparte de esos dos, que reflejan la visión violenta y jerarquizada de la nación, el antiintelectualismo se demuestra con otra conocida "datevi all'ippica" (2), "dedicaos a la hípica", similar en su intención a la de Millán Astray de "muera la inteligencia" (3), o a la de Göring "cuando oigo la palabra "Cultura", quito el seguro de mi Browning" (4). El fascismo es la práctica de un estilo y una estética más que una teoría.

Todo esto no quiere decir que el fascismo no se pueda reducir a una serie de ideas básicas, como las que apuntaba arriba, ni que esas ideas no tengan un origen, un desarrollo y un contexto histórico para su desarrollo, sino a que ese estilo no viene de una reflexión sobre unos problemas que deben poder ser resueltos, al menos de forma teórica, mediante la razón, sino de una especie de concreción de sentimientos e instintos y del uso de la fuerza como método. El marxismo observa que la naturaleza de las relaciones sociales es conflictiva y que la violencia es natural y supuestamente necesaria dentro del proceso de cambio de las relaciones sociales, pero teoriza ampliamente sobre ello y Marx, como ideólogo o científico social, dejó miles de páginas, lo mismo que Engels, Lenin o el mismo Stalin. Por el contrario, Mussolini, un maestro de escuela y periodista, apenas dejó una novela y algunos artículos, y Hitler, un pintor, el conocido libro Mein Kampf.

Todos los idiomas han sido hablados antes de que existiera una gramática que estudiara sus reglas y el pensamiento político es con frecuencia tan sólo la organización científica de ideas y prácticas que ya existían. La violencia y el conflicto forman parte de la naturaleza de las relaciones humanas tanto como el diálogo y la cooperación, y el esfuerzo de los que teorizan a favor de un estado de cosas vigente y en contra de nuevos cambios es demostrar que las cosas son tal como son de un modo natural y que sólo la alteración de ese estado natural conduce a la violencia. Los reinos europeos proceden de las invasiones de guerreros germánicos del Imperio Romano pero la teoría del héroe como ser con el poder por el derecho de su fuerza de las sociedades primitivas va dejando paso a la de un orden divino en el que el rey ya no es el individuo que por su fuerza ha conquistado el poder sino alguien consagrado por Dios como el encargado de defender al pueblo. Esa alusión al orden divino es una forma de remitirse a un absoluto que quede a salvo de los intentos humanos para cambiarlo, del mismo modo que las dinastías reales que surgían de una rebelión o regicidio podían tratar de legitimarse a través de genealogías inventadas, como si todo en el Universo procurase que las cosas llegasen de modo necesario y conveniente al estado presente. La conquista o el regicidio pueden ser formas de apropiarse del poder pero son actos momentáneos destructivos, de derrota de ejércitos o de asesinatos, y no sirven para mantener una estructura en la que son importantes muchas personas. Conquistar el poder sintoniza con un discurso de violencia pero cuando se debe consolidar el poder se debe crear un discurso de estabilidad y por ello las monarquías o, mejor dicho, el conjunto de personas que salen beneficiadas de su existencia, crean el discurso del orden natural. Y si la crítica de la burguesía es a un sistema estamental injusto, una de sus primeras labores debe ser la de criticar y desmontar la idea de orden natural y su legitimación religiosa.

Pero la idea de las revoluciones burguesas de acabar con un sistema injusto por medio de la violencia donde es necesaria y de crear un sistema justo basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad es vista por los marxistas como un nuevo intento de teorizar sobre un orden natural estable y no sometido a discusión y de protegerlo de los intentos de cambio. Marx, como el máximo teórico de esta idea, afirma, por el contrario, que la esencia de las sociedades hasta las revoluciones burguesas ha sido la injusticia y la lucha de clases y que una última revolución socialista acabará con las injusticias y con las revoluciones. La violencia, en todos los casos, tiene sólo un papel instrumental para llegar a un estado estable de justicia en el que desaparecen conjuntamente injusticia y violencia y triunfan la razón y la paz. Sin embargo, por el camino habían quedado muchas cosas desestabilizadas por las guerras de las monarquías contra la República francesa, las guerras napoleónicas, las revoluciones y los esfuerzos de las monarquías para recobrar el poder. Todo menos la estabilidad. Y en este contexto surgen o encuentran el medio adecuado para consolidarse las ideas que huyen del modelo de estabilidad, es decir, que huyen del orden natural, de la razón y de la posibilidad de acuerdo. Son ideas acerca de la fuerza, la voluntad y los modelos ajenos a la sociedad estable. Cabe preguntarse si la estética del romanticismo y su exaltación del individualismo y el sentimentalismo no son sino el terreno abonado para las ideas fascistas.

Las ideas de irracionalismo, violencia y nación como entidad natural por encima de los individuos no podían ser las de las minorías conservadoras en el poder pues su papel en la sociedad estamental venía avalado por la estabilidad del orden dado por Dios y garantizado por la religión, pero podían ser las que sonasen bien en los oídos de miembros de sociedades de tipo tradicional que vieran en los cambios revolucionarios una clara amenaza contra su vida o sus intereses y que buscaran una organización social y política donde la revolución no fuera posible, apelando a la relación orgánica entre las partes de la nación y usando la fuerza contra los discrepantes y los vistos como enemigos. Y una situación así pero más amenazante se produce tras la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la revolución comunista en Rusia, con nuevos intentos en otros países. No parece extraño, por lo tanto, que esas mismas clases de personas creyeran que la razón, la democracia y la paz no eran lo que necesitaban o lo que deseaban para oponerse a los cambios revolucionarios y que la violencia y la irracionalidad les parecieran lo adecuado. Para ellos, el orden tradicional de los conservadores es débil, la democracia liberal y su individualismo ha dado lugar a las tensiones revolucionarias y éstas, protagonizadas por los comunistas, pueden acabar con su mundo y la reacción es triple: contra el orden tradicional religioso, la irreligiosidad sustituida por nuevos mitos; contra la democracia liberal individualista, el colectivismo irracional militarizado y violento; contra las revoluciones socialistas igualitarias, la sociedad como un ejército con un jefe al frente.

Sólo en situaciones de fuertes crisis los trabajadores dejaron de ver resultados en las negociaciones y en la transformación del sistema liberal democrático y de mercado hacia un modelo que retribuyera a los obreros mejor tanto en términos de dinero como de derecho a intervenir en el gobierno del Estado. Y en esos casos triunfaron las revoluciones comunistas. O en casos donde el caos y la crisis vinieron provocados por los grupos comunistas dirigidos y financiados desde la URSS. Y sólo en casos de crisis políticas y económicas como las de los años 30 del siglo XX, los partidos fascistas pudieron encontrar suficientes seguidores para alcanzar el poder hasta el punto de que en Europa pocos países conservaron la democracia. No eran ideas sino ira y miedo lo que triunfaba con ellos. No era sino una consecuencia de lo que he dicho anteriormente: se paga libertad para ganar seguridad cuando la vida o el modo de vida está en peligro. Sólo en una crisis el obrero cree que puede obtener mejores resultados perdiendo libertad bajo una dictadura comunista y ganando igualdad. Y sólo en una crisis, cualquier ciudadano que no forme parte de la revolución comunista o que tenga intereses o convicciones incompatibles con el fascismo puede pagar su libertad y su igualdad para conservar algo que cree en peligro.

No es que los comunistas teorizaran en cada una de sus llamadas a los trabajadores a la revolución sino que la práctica revolucionaria tenía mucho de manipulación y de guerra de ideas donde la razón y la verdad tenían poco que hacer, pero las actitudes del fascismo no tenían teorización de ningún tipo y se limitaban a una llamada similar a un "tenemos la fuerza, únete a nosotros". En esos casos, los libros y las discusiones no servían y eran reemplazados por actos de masas, estética militar o paramilitar y uso de la violencia. Nada de esto tiene un sentido determinista como si cada cosa sucedida fuese la consecuencia inevitable de unas causas dadas o lo esperable en un periodo histórico determinado. Son demasiadas las cosas que no se conocen en cada momento para poder prever con exactitud las consecuencias de alguna de las que conocemos. Sólo podemos aislar algunos factores y que los historiadores valoren su fuerza relativa como los efectos económicos y sociales de la crisis sobre la parte de la clase media y los obreros alemanes que sintonizaban con ideas nacionalistas y si fueron comparables o mayores que en otros países, la fuerza de las instituciones políticas y culturales en defensa de la democracia como el New deal frente a la salida fascista, o el mero papel del azar en los comportamientos de masas. En una sociedad donde se difunde la información se producen fenómenos de especulación, conocidos desde la manía de los tulipanes en Holanda en el siglo XVII (5). Las cosas dejan de apreciarse por algo intrínseco y se les da el valor que otros les atribuyen y esto es común al comportamiento humano desde las burbujas especulativas a la difusión de las supersticiones. Del mismo modo, en una sociedad en crisis como la alemana, la presencia de un grupo que alardeaba de fuerza y de organización y que había aumentado en militantes y simpatizantes podría haber sido suficiente para que su número aumentara aún más hasta estar en condiciones de acaparar el poder. Y esto nos debería hacer reflexionar sobre la capacidad de los seres humanos para buscar seguridad al precio de su libertad, como comento a lo largo de estos artículos.

Lo decisivo de los procesos de especulación es que, en cualquiera de sus fases, los que participan en ellos están convencidos de que actúan correctamente y de que el sentido del movimiento va a continuar. Nadie compraba bulbos de tulipán en Holanda creyendo que su precio era exagerado y terminaría por desplomarse, salvo quizá algunos escépticos, y es presumible que ninguno de los que apoyaba al nazismo -como por otra parte ocurriría con los comunistas en la URSS- creyera que se encontraba apoyando una ideología autodestructiva. Porque lo paradójico en los movimientos totalitarios no es que sus partidarios no se den cuenta de que perjudican a los que llaman sus enemigos. Se dan cuenta y esto forma parte de las miserias humanas. Lo que es más paradójico es que no se den cuenta de que van a ser destruidos por su propia iniciativa y actuación. La mejor prueba de que el proceso de ascenso de precios de los bulbos de tulipán era un disparate especulativo es que acabó con muchos especuladores arruinados, seguramente muchos más que los beneficiados, y una crisis financiera general. Y la mejor prueba de que el nazismo era una catástrofe en varias fases fue que acabó con Alemania y toda Europa arrasadas por la guerra, la muerte de millones de personas, muchas de ellas asesinadas en campos de exterminio, y plantando las semillas de las guerras que siguieron. Pero en pleno ascenso del nazismo las ideas de irracionalismo, violencia y organización social militar parecerían idóneas a muchos de sus partidarios y las advertencias acerca del futuro tendrían el destino de las de Casandra. Nadie -o pocos- se acuerda de los que pierden ni se apiada de ellos mientras cree que va ganando y ni siquiera piensa si él mismo va a perder en un futuro mientras tiene las ganancias en las manos. Así que es difícil argumentar contra una política totalitaria mientras parece que proporciona éxitos o seguridad y hay que esperar a que los consejos sean perfectamente inútiles tras el desastre para que los alegres especuladores se transformen en apenados confesores de errores pasados.

La actitud irracional, intransigente y violenta de los nazis no podía sino traer lo que trajo, a pesar de que los que no deseaban otra guerra como la Primera Guerra Mundial creyeran que su violencia era un medio limitado para unos fines limitados y no un fanático medio ilimitado para fines ilimitados de dominio universal. Y su irracionalidad y violencia fue causa de la guerra tanto como de su derrota al sobrevalorar sus capacidades contra enemigos mucho más numerosos y mejor dotados de recursos. Mientras los nazis mantuvieron una política de engaños inteligentes pudieron conseguir sus fines logrando la inacción de los franceses e ingleses durante su anexión de Austria o de los Sudetes checos, o firmando un pacto de no agresión con la URSS tras el que ambos invadieron Polonia y se la repartieron (6). Pero la guerra contra todos en varios frentes era algo que sólo el fanatismo y la irracionalidad puede explicar. Al fin y al cabo, el fin de cada sistema social, político o económico tiene mucho que ver con sus propios errores.


Nota 1:
La mayoría de los lemas fascistas hablan de violencia y de batallas.

Slogans fascistas en Wikipedia. (Subir)

Nota 2:
Fate ginnastica e non medicina. Abbandonate i libri e datevi all'ippica.

Darsi all'ippica en Wikipedia. (Subir)

Nota 3:
Lo que sucedió, según cuenta en su magna obra La guerra civil española el hispanista inglés Hugh Thomas, es lo siguiente: el profesor Francisco Maldonado, tras las formalidades iniciales y un apasionado discurso de José María Pemán, pronuncia un discurso en que ataca violentamente a Cataluña y al País Vasco, calificando a estas regiones como "cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos.

" Alguien grita entonces, desde algún lugar del paraninfo, el famoso lema "¡Viva la muerte!". Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: "¡España!"; "¡Una!", responden los asistentes; "¡España!", vuelve a exclamar Millán-Astray; "¡Grande!", replica el auditorio; "¡España!", finaliza el general; "¡Libre!", concluyen los congregados. Después un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.

Miguel de Unamuno, que presidía la mesa, se levanta lentamente y dice: "Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo , dice Unamuno señalando al arzobispo de Salamanca-, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!" y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor."

En ese momento Millán-Astray exclama irritado "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", aclamado por los falangistas. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos, aclara: "¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!".

Miguel de Unamuno, sin amedrentarse, continúa: "Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho."

Millán-Astray, controlándose, grita: "¡Coja el brazo de la señora!" y Unamuno, haciéndole caso, se coge del brazo de Carmen Polo de Franco y abandona el recinto.


José Millán Astray en Wikipedia. (Subir)

Nota 4:
The famous quotation, "When I hear the word culture, I reach for my Browning" is frequently attributed to Göring during the inter-war period. Whether or not he actually used this phrase, it did not originate with him. The line comes from Nazi playwright Hanns Johst's play Schlageter, "Wenn ich Kultur höre ... entsichere ich meinen Browning," "Whenever I hear of culture... I release the safety-catch of my Browning!" (Act 1, Scene 1). Nor was Göring the only Nazi official to use this phrase: Rudolf Hess used it as well, and it was a popular cliché in Germany, often in the form: "Wenn ich "Kultur" höre, nehme ich meine Pistole".

Hermann Göring en Wikipedia. (Subir)

Nota 5:
La tulipomanía fue un periodo de euforia especulativa que se produjo en los Países bajos en el siglo XVII. El objeto de especulación fueron los bulbos de tulipán, cuyo precio alcanzó niveles desorbitados, dando lugar a una gran burbuja económica y una crisis financiera. Constituye uno de los primeros fenómenos especulativos de masas de los que se tiene noticia.

Tulipomanía en Wikipedia. (Subir)

Nota 6:
El pacto de no agresión o también conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov fue firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Molotov respectivamente. El pacto se firmó el 23 de agosto de 1939, poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

El tratado secreto definía la repartición de la Europa del este y central bajo la influencia alemana y soviética, también se comprometían a consultarse sobre asuntos de interés común y abstenerse de unirse a cualquier alianza.

La firma de este pacto causó gran conmoción en el resto de Europa, ni siquiera se disminuyó por el hecho de que Stalin hubiera estado intentando negociar una alianza con Gran Bretaña y Francia durante varios meses. Para muchas personas resultaba incomprensible que dos potencias tan enfrentadas pudieran ponerse de acuerdo en un pacto de no agresión amistoso en tan poco tiempo.

La consecuencia directa fue la invasión conjunta de Polonia por Alemania y la URSS en setiembre de 1939 y el ataque a Finlandia por parte de la URSS poco después. Bajo este pacto en 1940 la URSS además se anexionó Estonia, Lituania y Letonia, y territorios de Rumania.


Pacto Ribbentrop-Molotov en Wikipedia. (Subir)

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