domingo, 17 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 30

Ningún ser de la Naturaleza es estático, salvo en apariencia, y el ser humano, como ser vivo, consciente y racional, menos que ninguno. Las acciones humanas, además de las meramente vitales, los reflejos nerviosos y los comportamientos instintivos propios de todo ser vivo y animal, son el resultado de integrar en ellas un proceso de deliberación en el que se crea un modelo imaginario de una situación que se compone de los elementos conocidos comportándose como se cree que se comportan y dando lugar a resultados que se prevén o que se procuran. Estos resultados se valoran según patrones de preferencia y la acción es el resultado de escoger el proceso que se cree que lleva a un fin deseado que es lo que se supone que va a suceder si existe esa supuesta situación y realizamos esos determinados procedimientos. Por lo tanto, cuando estudiamos las acciones humanas debemos comprender qué se pretende en cada caso, qué medios se utilizan, qué resultados son los previstos y cuáles son accidentales.

Y si la evolución de las sociedades humanas es un conjunto de conflictos basados en que cada uno aporta a la sociedad algo como coste para obtener unos resultados mejores que en solitario y en que valora subjetivamente lo que aporta y lo que obtiene y tratando de minimizar el coste y maximizar el resultado, el proceso total vendrá dado por la agregación de procesos individuales y frecuentemente antagónicos, con fines y medios valorados subjetivamente, y por los resultados reales, no necesariamente los previstos, en una situación real y con unos medios reales, no necesariamente los imaginados. La democracia es el sistema social, político y económico que ha alcanzado el éxito en la actualidad ¿Fue, por lo tanto, prevista como fin y los medios se adecuaron a conseguirlo o ha sido un medio para otros fines? ¿Ha sido algo planeado o un resultado accidental al buscar otros fines?

Estas preguntas no sólo conciernen a la explicación de cómo se ha llegado al estado actual sino a saber cómo se puede evolucionar en el futuro, y tienen un interés no sólo teórico sino práctico pues nuestro futuro es lo que nos interesa primordialmente. Podríamos interesarnos por los motivos por los que cayeron las sociedades de la Edad del bronce pero, sin duda, podríamos vivir sin saber nada de aquellos hechos. Sin embargo, lo que va a suceder en torno a nosotros de modo que nos afecte es algo que nos interesa en cualquier caso. Las diferencias están, entonces, en qué fines tenga cada uno, qué alcance dé a su acción y qué profundidad de análisis desee realizar sobre el mundo que le rodea. Así una persona puede desear ordenar su entorno más inmediato y prever a corto plazo lo que va a necesitar o lo puede hacer bien o mal. Otra puede aspirar a planes de más largo alcance por muchos motivos. El resultado de esos deseos de acuerdo con la fuerza relativa de cada agente es lo que va a suceder y será tan previsible o imprevisible como lo que el sistema social tenga de caótico, pero en cada paso podremos estudiar las causas y resultados parciales.

Siempre tenemos la tendencia a simplificar las explicaciones pues eso está en la naturaleza de la explicación: la reducción de lo cambiante a unos patrones constantes, pero lo simple que pueda ser una explicación viene dado por la aproximación de los resultados previstos a los reales. Así, tendemos a creer que hay unas pocas leyes simples que explican por qué la sociedad es como es y ha llegado a ser como es, y el tipo de esas explicaciones es el propio del estado del desarrollo del conocimiento. Pero son las discrepancias con lo observado las que llevan a buscar nuevas explicaciones de por qué los hechos se alejan de lo previsto según la explicación más simple.

Las teorías más sencillas incorporan el modelo de la acción humana: un agente produce como resultado de su conocimiento, de sus preferencias, de su voluntad y de su acción cambios en un mundo desordenado o bien ordenado por otros agentes. Todo el mundo tiene ese modelo en la cabeza en cuanto que es con él como ordena su vida: espera que el pan y el agua estén donde se dejaron anoche, salvo que alguien los haya consumido o cambiado de sitio. Pero, al aplicarlo a otras situaciones por analogía, imagina seres sobrehumanos como agentes supuestos de los cambios que ve en la Naturaleza o aplica los elementos de su modelo social inmediato a una teoría de la sociedad en general, con genealogías y relaciones tempestuosas entre héroes que combaten por sus pasiones cuando vive en sociedades clánicas donde las relaciones sociales son relaciones de parentesco y los conflictos apenas van más allá de diferencias entre individuos con grupos de parientes.

En las sociedades más complejas, la estructura social involucra clasificaciones generales donde el individuo ya no es meramente un pariente o un amigo sino un campesino, un artesano, un comerciante, un guerrero, un administrador o un sabio y, por lo tanto, los modelos teóricos de interpretación de la Naturaleza incorporan ideas y clasificaciones generales. Y el tipo de ideas y relaciones reflejan las existentes en la sociedad pues entran en consonancia con ellas. Así, las ideas son vistas como en un orden jerárquico donde la fuerza de las conclusiones deriva de la fuerza de los axiomas, en consonancia con una sociedad jerarquizada y desigual por esencia. Por el contrario, el rechazo de la jerarquía y la desigualdad se traduce en un modelo teórico en que cada hecho tiene un valor igual y en que cada razonamiento válido tiene la misma fuerza de cualquier otro razonamiento válido. Los modelos de explicación de la sociedad renuncian, por tanto, a creer en una estructura ideal y perfecta, para la que todo cambio es un desorden, y formulan una estructura que es resultado de interacciones entre ideas, preferencias y acciones iguales en valor por principio.

Por lo tanto, la democracia será el resultado de numerosas decisiones individuales en diferentes sentidos, cada una de las cuales tendrá en cuenta los fines propios de cada individuo. No se opta por gobernar y adoptar decisiones generales por mayoría porque se deduzca de algún tipo de axiomas evidentes para cualquiera o porque sea en sí más estético sino porque afecta a los bienes o males que pueden disfrutar o padecer los individuos, pues no hay otros bienes o males sociales que las agregaciones de bienes o males individuales. La defensa de la vida, de la libertad o de la propiedad no afecta a nada ni nadie aparte de los individuos pues son éstos los que viven, son libres y tienen propiedades, de modo que los derechos de los grupos resultan de la agregación de los individuales. Sin embargo los derechos individuales no son independientes de la existencia y organización del colectivo social del que se forma parte pues el colectivo y su organización son los que los hacen posibles.

Y siendo esto así, la defensa del sistema democrático por parte de cada individuo dependerá en general de cómo vea éste que se refleja en sus intereses individuales y no de un ideal abstracto desconectado de éstos, que será el caso de algunos idealistas como mucho. Si atendemos al medio o largo plazo, la libertad y la prosperidad están unidas al sistema democrático, pero si alguien ve que en el corto plazo su libertad o su prosperidad no son las que espera o desea y esos son sus fines es difícil argumentarle que va a salir perjudicado más adelante. Los grupos izquierdistas que siguieron a los líderes bolcheviques quizá creyeron que la dictadura era algo provisional y que no les perjudicaría. Que era mejor que un gobierno dirigido por un socialdemócrata. Que sólo era un arma para salir victoriosos. Pero a muchos de ellos también les esperaban las purgas de Stalin y las torturas de la policía secreta. Los alemanes nacionalistas de derecha también pudieron creer que Hitler era un dique de contención contra el bolchevismo y que era necesario el orden en un momento excepcional. Pero lo pretendidamente excepcional era en realidad la regla de acción de los nazis y, una guerra mundial y varios millones de muertos después, pudieron comprobar que la dictadura nunca es inocua, ni siquiera para los que la apoyan.

Las democracias, por el contrario, se basaron en el consenso social para resistir los ataques primero del nazismo y sus aliados y después los años de la guerra fría consecuencia del expansionismo comunista. Y el modelo social y económico democrático resultó suficientemente satisfactorio para una gran mayoría en sus resultados como para que ese consenso subsistiera y sostuviera una sociedad funcional, fuerte y productiva. Es muy probable que la mayoría de los ciudadanos no analizaran mucho más allá de sus intereses individuales, trabajando en la medida en que eso les producía riqueza al alcance de sus salarios o votando a partidos en la medida en que veían que influían en el gobierno de sus naciones. Quizá unos cuantos menos defendieran unos principios con los que se hallaban vinculados de forma emocional. Pero probablemente pocos, una minoría, fueran racionalmente conscientes de que cualquier opción antidemocrática, aunque a corto plazo o en lo inmediato les pareciera beneficiosa a algunos sectores, era un desastre como sistema y una vía segura a la destrucción a medio y largo plazo. La sostenibilidad de las democracias no estuvo, en mi opinión, basada en que una mayoría creyera que era el sistema adecuado en cualquier caso sino en que esa mayoría lo creyó mientras le fue bien y es un hecho que este bienestar fue duradero y generalizado. Pero ¿lo habría creído igualmente si hubiera sufrido en su libertad o prosperidad?

Quizá esta pregunta sea contradictoria en sí misma pues podemos decir que la Segunda Guerra Mundial supuso un gran sacrificio de vidas y de riqueza pero no debilitó el apoyo de las sociedades democráticas a su sistema, y que un deterioro manifiestamente desigual de la libertad o de la prosperidad que llevase a una mayoría a retirarse del consenso social implicaría que otros antes habían deteriorado ese consenso al sacrificar la libertad o la prosperidad de unos en favor de las de otros. Pero todo esto puede ser más cuestión de percepción que de realidad. Es decir, que el deterioro generalizado de las libertades o del bienestar puede ser visto por algunos como desigual y desequilibrado sin serlo y dar lugar a una ruptura del consenso y cohesión sociales.

Es obvio, como decía arriba, que cada persona analiza sus acciones para conseguir unos resultados abarcando más o menos datos y profundizando más o menos en el análisis, que unos se limitarán a desear un cambio cuando la situación no les parezca provechosa o que permanecerán inactivos si no les causa un daño insoportable, mientras que otros tratarán de mirar al futuro incluso a pesar de lo agradable o desagradable del presente para procurar que sea mejor o menos malo. El problema es que si una mayoría sólo es sensible a las condiciones presentes, la dirección en que evolucione la sociedad dependerá mucho de lo imprevisible y poco de unos planes bien meditados. Y aquí nos enfrentamos a una cuestión clave: si la planificación rígida es incapaz de superar las adversidades y la falta de planificación de una forma política la hace sensible a esas mismas adversidades ¿cuánta planificación social y política es necesaria sin llegar a ser perjudicial, o es flexible sin llegar a ser rígida? ¿Cuánta cohesión social es necesaria sin que limite la libertad o cuánta libertad sin que limite la cohesión?

Los dos polos entre los que debemos movernos siguen ahí.















sábado, 16 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 29

En los países desarrollados el crecimiento de la economía ha pasado por la mecanización de las actividades como el medio más eficiente y barato de producción y el desarrollo de la tecnología sólo ha sido posible con personas formadas en ciencias y técnicas cada vez más avanzadas y complejas. Y como la producción es mayor y mejor debido a esa unión de ciencia y científicos, de técnica y técnicos, el precio de su trabajo y el valor de su participación en la economía ha crecido. Este precio que ha debido pagar cada empleador a unos trabajadores que le proporcionan más valor ha debido y podido ser más alto y no sólo en términos económicos, como un aumento progresivo de la riqueza pagada como salario, sino también en términos políticos y sociales.

Parece evidente que cada individuo sólo invierte en su propia preparación si la puede rentabilizar, es decir, si puede considerarla como una inversión que le reporte en el futuro una prosperidad que le compense suficientemente por lo que ha dejado de ganar con su trabajo mientras estudiaba. Por lo tanto, lo que cada individuo pueda invertir en su formación dependerá de la estabilidad del sistema en que vive y de la justicia con la que se le retribuya por su participación en la economía y en la organización social. En el artículo 14 de esta serie habíamos visto que el Juego del Ultimatum (1) explica un comportamiento que se sale de lo estrictamente racional de aceptar cualquier trato en el que se gane algo dado que se tiende a rechazar una ganancia si se percibe que la otra parte gana en una proporción mayor que la considerada como justa. Según este experimento, los individuos sistemáticamente sólo aceptan un trato si consideran que es mínimamente justo, y en una sociedad concebida como aportación de una colaboración o papel social a cambio de un mayor bienestar y seguridad, o en un empleo concebido como entrega de un trabajo a cambio de una retribución económica, los individuos que perciban que son tratados injustamente tenderán a rechazar esos tratos con lo que ni el trabajo ni la estabilidad social podrán continuar. Y las dos cosas son necesarias en una sociedad tecnificada por lo que la negociación a cambio de bienestar y derechos políticos será imprescindible para su estabilidad y funcionamiento. Podemos decir, por lo tanto, que el progreso y las mayores ganancias en todos los aspectos sólo han sido posibles por la unión de ciencia y científicos, de técnica y técnicos, y de democracia y ciudadanos libres.

Es un hecho que no se ha tratado de una evolución sin enfrentamientos violentos, sin intentos de revolución y de involución, y que, si incluimos la totalidad de países con desarrollo industrial los casos del golpe de estado bolchevique, la guerra civil y la dictadura soviética o el auge del fascismo y su difusión por la mayoría de los estados de Europa central y del sur dejan, al sistema democrático como la excepción, refugiado en los países del norte o oeste de Europa, los EE UU y Canadá. Pero son esos países, precisamente, donde la industrialización y el libre mercado habían aparecido, habían arraigado antes y habían dado sus mejores frutos económicos y sociales. En todo momento, una mayoría pudo pactar antes que llegar a la destrucción del sistema porque una mayoría lo veía ventajoso y así se extendieron los derechos y el voto hasta la totalidad de la población adulta, y la garantía del Estado a unas condiciones de vida mínimas.

El entusiasmo suficiente para que la población de un país esté dispuesta a participar en su defensa no es, sin embargo, exclusiva de un sistema democrático ya que la religión o el nacionalismo pueden movilizar en una misma dirección los sentimientos de manera tan eficaz o más que el bienestar y la libertad. Podemos ver que en las regiones más atrasadas del planeta las minorías en el poder usan la cohesión religiosa o étnica para conseguir la unidad de masas de gente en el conflicto de cualquier tipo o en la guerra y la resistencia militar de los alemanes bajo una dictadura nazi no se hundió espontáneamente sino bajo una enorme presión. Tampoco hubo conflictos sociales internos en la URSS y que provocaran, aceleraran o actuaran en el mismo sentido que la decadencia del sistema sino que afloraron sólo una vez debilitado éste. Parece como si incluso los individuos más perjudicados por un sistema actuasen antes usándolo contra otros ajenos a él que contra los que mantienen la estructura si su acción a corto plazo les supone una ganancia, salvo quizá hasta donde entra en funcionamiento el mecanismo psicológico del Juego del Ultimatum. Pero lo frecuente son los enfrentamientos violentos interétnicos o intersectarios y no los internos. Sólo cuando la sociedad se estructura de una manera compleja y aparecen formas de encuadramiento y acción, no muy diferentes en la realidad de su esencia y funcionamiento de las etnias y sectas religiosas, los obreros o los comerciantes forman partidos políticos antagónicos capaces de modificar la estructura social. Mi hipótesis, no obstante, es que estos movimientos no integran necesariamente realidades sociales sino opciones en las que participan individuos de todas las clases sociales que piensan, como decía Marx, que "se adhiere(n) a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir". (2)

No se trata, por lo tanto, de nada diferente a como una serie de individuos de una sociedad atrasada se unen al grupo étnico o religioso que creen que les defiende y que puede ayudarles a salir victoriosos en el conflicto. Lo definitivo no es ser obrero o industrial, católico o protestante, hablante de una u otra lengua, sino formar parte, sobre la base de afinidades, de un grupo capaz de proporcionar algo valioso cuando se le ofrece el compromiso personal. En la búsqueda de la supervivencia o aun del éxito, el individuo entrega parte de su vida si con esto cree que va a encontrar una situación mejor que no haciéndolo. La diferencia estriba en que una ideología u otra proporciona un sentido diferente a la agrupación social y a su función, y mientras un grupo sectario lucha porque los del otro asesinaron a su profeta como símbolo que encubre la necesidad de agruparse con unos contra otros en un mundo limitado y lleno de conflictos, los de un partido político lo pueden hacer porque creen -o dicen creer- que luchan por una forma de sociedad justa o porque en realidad tan sólo lo están haciendo como agrupación de unos contra otros por unos recursos limitados.

Las luchas sociales no se producen entre clases definidas sólo por su papel dentro del sistema productivo sino que tales situaciones generan unos intereses similares en un conjunto numeroso de individuos y dan sentido a sus conflictos gracias a veces a ideólogos que no pertenecían de partida a esa clase. En los partidos comunistas se pueden encontrar obreros pues son los perjudicados en un determinado momento del sistema industrial, pero a su cabeza se pueden encontrar un Marx, filósofo y periodista, o un Engels, hijo de un industrial, o toda una variedad de personas de la procedencia más diversa. Por otra parte, se puede encontrar obreros o industriales o militares en los grupos religiosos o ideológicos más variados pues la acción humana está más orientada por sus fines que por su procedencia.

Parece, por tanto, que el sistema democrático de los países desarrollados ha sido visto por muchos como un fin deseable y ha orientado las negociaciones que lo han modificado hasta el estado actual o que pueden seguir modificándolo de aquí en adelante. Pero la razón de su éxito es también que se ha tratado del sistema más eficaz gestionando los recursos y que ha podido sostenerse con más firmeza y desarrollar más fuerza que sus competidores. No fue la fuerza de la razón la que dio la victoria a los aliados sobre los nazis sino la pura razón de la fuerza, pero esa fuerza consistía no sólo en sus industrias sino en una sociedad organizada de modo sólido y eficaz con el consenso de sus ciudadanos y no guiada de modo delirante por un jefe absoluto. Pero ¿será capaz de afrontar el futuro de manera que gestione pacíficamente sus conflictos y que sobreviva a ellos?


Nota 1: Explicación del experimento llamado Juego del Ultimatum  "Ultimatum Game" en Wiki  (Subir)

Nota 2: Ver: Mf. Com. I Burgueses y proletarios (Subir)


lunes, 4 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 28

La democracia no es sólo la mejor o quizá la única forma pacífica de gestionar un estado de conflicto social sino que parece históricamente un resultado de conflictos. Son pocas las épocas y pocos los lugares donde se ha dado la democracia o algo que se pueda considerar parecido, y nuestras sociedades parecen disfrutar de una excepción histórica. La cuestión es si la democracia como sistema de libertades políticas se puede dar en cualquier circunstancia o sólo tras unos conflictos que se han desarrollado históricamente, han crecido y no se han podido solucionar hasta adoptar ese método.

Quizá hay sólo un debate de terminología en todo ello, pero la vida de las bandas de cazadores recolectores contendría mucho de vida familiar y poco de relaciones políticas. Es decir: las relaciones entre los individuos serían concretas, entre hermanos o primos lejanos, quedando definidas por esos parentescos o por el recuento de favores y ofensas entre unos y otros, pero no tendrían un nivel de complejidad que pudiera reflejarse en algo similar a la ciudadanía moderna. No, obviamente, porque no hubiera ciudades ni estado sino porque no se tendría en cuenta un papel igual de los individuos en un colectivo sino las relaciones concretas entre padres, hijos, hermanos, primos o parientes lejanos. En ese contexto, la relación debería de ser forzosamente desigual y referida a diferencias de edad, sexo, experiencia en la caza o en la fabricación de herramientas y más que un jefe habría un padre o un tío con fuerza y varios parientes y amigos, fuertes también, capaces de ayudarle.

Cuando las sociedades se hacen complejas al disponer de mayores recursos y aumentar su población, como en el caso de las agrícolas o de algunas preagrícolas, las relaciones de clanes revelan que lo que se tiene en cuenta son esas mismas relaciones familiares pero elevadas a un tipo institucionalizado, quizá a través de una historia o de un mito. Y esa organización desigual lleva a concentraciones de riqueza y de poder, con lo cual, el éxito de la riqueza y el poder garantizan que el modelo de desigualdad se extienda por imitación o por conquista. Y es en esos modelos sociales desiguales donde la fuerza cohesiva de las relaciones familiares se va debilitando mientras que la desigualdad y la concentración de poder en pocas manos lleva a que el débil sufra su pertenencia a la sociedad perdiendo libertad y prosperidad.

Pero la concentración de poder lleva a que choquen los intereses de los poderosos y en una ciudad como Atenas los combates entre facciones aristocráticas dan lugar a la toma del poder por los tiranos y en reacción contra éstos es como aparece la democracia. La sociedad de propietarios, comerciantes y artesanos atenienses se había hecho demasiado compleja para que la gobernara un pequeño número de poderosos pues eran muchos los dispuestos a reclamar su parte de poder. Es así como la estructura de grandes familias nobles con sus clientelas deja paso a una asamblea donde el poder puede ser compartido y se puede buscar un apoyo popular. Pero la cuestión es si en una sociedad donde no se diera esa lucha entre poderosos se podría llegar a la democracia pues el hecho es que no se llegó y que los experimentos de las ciudades griegas fueron ahogados por las formas monárquicas. Incluso la república aristocrática romana, que debió negociar con los plebeyos y admitir sus tribunos, acabó convirtiéndose en una dictadura militar con tendencia a un despotismo de tipo oriental, rechazado visceralmente por los romanos antiguos que se habían rebelado contra sus reyes.

Posiblemente las minorías poderosas en el Imperio llegaron a controlar suficiente riqueza mediante su capacidad para utilizar el Estado en su beneficio y fue su cohesión lo que al eliminar los enfrentamientos hizo que se consolidara el sistema imperial, más aún cuando se usó la religión como estructurador de la sociedad marcando un criterio de pertenencia y un orden de subordinación a un poder consagrado por el mismo Dios. Y sólo son las crisis de un Imperio que no puede controlar la llegada de los diversos grupos bárbaros lo que acaba con su estructura, pero para ser reemplazada por jefes militares que hacen retroceder la sociedad hacia formas políticas de grupos de partidarios armados que sostienen a un rey. Estos reyes y sus seguidores se limitaron a apropiarse de las estructuras romanas, desde la política hasta la cultura, pasado por la religión cristiana, y a superponer a esos restos una clase superior guerrera.

Durante el periodo imperial, las clases poderosas o las facciones descontentas del ejército podían controlar el Estado o enfrentarse en batallas entre tropas reducidas, pero no buscaban en la población campesina o urbana unos aliados que permitieran a éstos exigir una parte de poder. Podemos ver sólo esos intentos de buscar el respaldo popular en la adopción por el Estado del cristianismo, que parecía haber conseguido un nutrido apoyo, aunque quizá el apoyo se buscaba y se encontró dentro del ejército. Y las únicas rebeliones constatables desde las de los esclavos de Espartaco son las bagaudae (1) de la época de decadencia e invasiones. Estas bagaudae han sido interpretadas como campesinos descontentos en una época de carestía y falta de control imperial o como grupos de población local buscando consolidar su poder en medio del vacío que deja el Estado, pero en cualquier caso fueron derrotadas y sometidas por las tropas de los señores germánicos.

Podemos preguntarnos cómo durante siglos de Imperio romano no hubo un desarrollo económico y social que diera lugar a que las clases en ascenso se rebelaran contra las clases en el poder. Quizá es el estado de la ciencia y la tecnología lo que limitó la agricultura, la artesanía y el comercio de manera que no hubo clases numerosas que pudieran expresar su descontento durante alguna crisis y aliarse con las clases medias para romper el monopolio del poder imperial. Quizá la forma política alcanzada permitía que las clases de mercaderes y artesanos tuvieran una existencia razonable, unas expectativas de beneficios participando de la estructura del Estado y no buscando su destrucción y unas escasas expectativas de cambiar el sistema por otro. O quizá su número nunca fue grande.

Pero el colapso del Imperio ante las oleadas de grupos invasores compuestos por guerreros o capaces de movilizar grandes contingentes militares contra un Imperio incapaz, a pesar de su población, de movilizar tropas en número suficiente, convierte una sociedad no habituada a movilizarse y dependiente de un ejército profesional o mercenario en presa de quienes tuvieran fuerza para conquistarla. Y es así como los diversos grupos germánicos se apoderan de la parte occidental de Imperio creando sus reinos y convirtiendo la sociedad en un instrumento para el sostenimiento de los guerreros, permanentemente enfrentados unos con otros. En esas circunstancias, las sociedades se derrumban en sus estructuras y quedan reducidas a campos que alimentan a los reyes, sus nobles y sus tropas y a pequeños núcleos urbanos donde se desarrolla la vida cortesana, religiosa, artesana y comercial. Y pequeños contingentes de tropas señoriales podían controlar grandes extensiones pobladas por campesinos desarmados y desorganizados.

El retroceso de las sociedades durante este periodo se manifiesta en todos los órdenes, desde el empobrecimiento de la arquitectura y la desaparición de las obras públicas, salvo algunos palacios y edificios religiosos, hasta la reducción de los ejércitos a grupos de guerreros sin una infraestructura comparable a la de las legiones, y esta situación dura siglos en los que un lento avance va a dar lugar a un desarrollo de la agricultura, la artesanía y el comercio, por una parte, y de las ciencias y la filosofía por otra, de manera acumulativa y cada vez más acelerada. La división en periodos históricos apenas tiene otra utilidad que la de clasificación y los cambios son constantes. Pero el progreso en la agricultura y el crecimiento de la población da lugar a centros urbanos, a progreso en los conocimientos que, a su vez, hacen progresar las técnicas y los puntos de vista ideológicos y los medios para difundirlos. Y es así como unos reinos que apenas eran infraestructuras agrarias y artesanales al servicio de un modelo de orden militar reflejado en el feudalismo van transformándose en sociedades más complejas donde ya no sólo los nobles pueden arrancar parcelas de poder al rey, al modo de la Carta Magna en Inglaterra, sino donde los habitantes de las ciudades, desprovistos hasta el momento de las únicas fuerzas operativas durante la Edad Media: la militar de los nobles y la ideológica de los eclesiásticos, todos ellos sustentados por los campesinos a su servicio, van acumulando la nueva fuerte de poder que es la riqueza basada en la artesanía y el comercio y se encuentran capaces de exigir a los reyes algunas de las libertades que quedaban garantizadas en los fueros.

Durante la Edad Media los reyes o algunos nobles habían fomentado el crecimiento de ciudades garantizando a sus pobladores legislaciones favorables en forma de fueros. Los historiadores podrán decirnos hasta qué punto se mantuvo parte de la estructura social urbana en algunas zonas de lo que fue el Imperio romano o cómo ésta se desarrolló en territorios cada vez más al norte y al este, pero lo interesante es que esta tendencia de progreso va dando lugar a núcleos de población y de riqueza con cuyos habitantes los reyes y nobles necesitan contar de algún modo y cada vez más. Y dado que los diferentes intereses son la oportunidad para cualquier conflicto, no tardan en aparecer los que enfrentan a los reyes o nobles con las ciudades y sus habitantes. Se rompe de este modo la estructura simple de señores de la guerra con un rey en el vértice de la pirámide social y cuyas relaciones se basan en la fuerza militar en disputas sobre el poder y la riqueza de la tierra y aparece otra que, entre los campesinos y los nobles, integra a un número cada vez mayor de ciudadanos prósperos dedicados a la artesanía y el comercio. Es en el aumento de la riqueza de esta clase donde se encuentra la base material para que se den nuevos conflictos contra los distintos señores y para nuevas alianzas de los nobles y los burqueses contra el rey, o del rey y los burqueses contra los nobles. Y estos conflictos son cada vez más frecuentes e intensos dado que el número y la fuerza de los miembros de la burguesía aumenta sin cesar.

Los reyes, por ejemplo, buscan en algunos casos el poder absoluto contra los nobles y lo consiguen con alianzas con los núcleos urbanos, acabando con el sistema feudal. Pero en otros, son los nobles junto a los ciudadanos más ricos los que buscarán el modo de limitar el poder del rey. Lo importante, en cualquier caso, es que el desarrollo político y social que da lugar al mundo moderno es el fruto de luchas de poder en las que poco a poco la fuerza económica gana peso contra la mera fuerza militar y la organización militarizada de las sociedades va siendo sustituida por una organización civil. La diferencia en la evolución de las sociedades es si estos conflictos se gestionan de manera constructiva, tratando de minimizar los daños, o si el choque es violento y abierto. Y tenemos casos de todo tipo, desde las revoluciones inglesas que van limitando el poder del rey hasta la Revolución Francesa, que lo elimina tras el éxito de los jacobinos.

Pero las complejidades sociales que producía el desarrollo de los países europeos se tradujeron primeramente en una actitud de tolerancia, capaz de dar cabida en un Estado a pensamientos diferentes e incluso rivales. Podemos ver la tolerancia no sólo como un logro del pensamiento y una virtud individual sino como una necesidad social pues los grupos de diferentes religiones habían crecido en Europa de modo que ninguna guerra había conseguido que unos eliminaran a otros del continente, si bien algunas confesiones alcanzaron el monopolio del poder dentro de un Estado o una región. El estudio de las relaciones entre opiniones teológicas y posición social es muy fructífero pues lo que aparentemente son enfrentamientos entre grupos religiosos son, en el fondo, enfrentamientos por la posición social. Y es, por lo tanto, el reconocimiento de que la violencia no puede acabar con la pluralidad, sea cual sea su tipo, o que el coste social es inasumible en todos los sentidos, lo que da lugar a políticas de tolerancia, diálogo y negociación. Nada mejor para ello que reconocer la igualdad de partida entre toda opinión y razón para alcanzar la verdad y la necesidad del razonamiento y el diálogo como vías para la paz constructiva.

Tenemos así que en Inglaterra se desarrolló el parlamentarismo y un régimen económico y político que creaba un lugar para los burgueses en ascenso sin grandes violencias, por debajo de la nobleza y el rey, pero sin un límite infranqueable a efectos prácticos para las ambiciones de los burgueses y sin un cambio sentido como amenaza peligrosa por nobles y rey. Sin embargo, en los países en los que el cambio no fue gestionado de forma pacífica, estalló violentamente. Una vez que los reyes habían perdido la capacidad de controlar la sociedad y que los burgueses lograban más riquezas y se convertían en la fuente de ingresos para el Estado, no resultaba posible una vuelta atrás y el conjunto de conflictos, inevitables ya, sólo podían ser gestionados mejor o peor, pero no suprimidos.

Lo mismo sucedió tras el éxito del parlamentarismo o la república como accesos de la burguesía al poder político pero con respecto a las clases obreras y campesinas. El crecimiento de las industrias y la acumulación de población alrededor de los centros industriales daba lugar, por un lado, a la acumulación de conflictos por las condiciones de trabajo y de vida, y por la medida en que industriales y trabajadores veían recompensadas sus funciones; pero, por otro, a la acumulación de una clase de obreros de cuyo trabajo dependía la industria pero con un salario que contrastaba fuertemente con los beneficios de los industriales. Todo eso fue evidente a partir de Marx, al menos para quienes no lo veían evidente ya. Pero, si bien podemos decir que la explicación marxista de que los conflictos se resuelven a favor de los que tienen los recursos, sus predicciones concretas fallaron porque no tuvo en cuenta algunas cosas dichas por él mismo. Si leemos el Manifiesto Comunista (2) encontramos esto:

Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? [117] Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios. (3)


El diagnóstico de Marx es que el sistema capitalista crea las crisis y aumenta el número de perjudicados por ellas de manera que sólo sale de cada una poniendo las condiciones para más crisis y más graves. Se trata de una explicación absolutamente determinista y lineal de la historia, con un solo resultado esperable a partir de cada situación conocida sin que sea posible para los capitalistas prever o evitar el resultado que prevé Marx. Pero los industriales, los comerciantes o los obreros, a pesar de ser categorías homogéneas vistas sólo desde su posición en el sistema productivo, no lo son ni en su actuación ni en el resto de relaciones entre sus miembros o con respecto a otros individuos de la misma sociedad o de otras. No se puede creer que la mera posesión de una industria o la condición de obrero en ella haga que todas las personas actúen igual y sin relación con otras actitudes personales o de grupo. La industrialización de la economía y el sistema de libre mercado dan lugar a intereses definidos y contrapuestos a otros pero no difuminan los que han agrupado a los seres humanos desde milenios antes pues es natural la tendencia a buscar grupos solidarios en los que integrarse e ideologías que den sentido a la acción y sirvan de identificador. Las religiones, las nacionalidades y las diversas facciones que aparecen en esos grupos han demostrado a lo largo de la historia una dinámica permanente de búsqueda de cohesión y de fragmentación de los grupos a la que la condición de propietario o de obrero sólo aporta unos intereses más y unas señas de identidad más.

Sin embargo, la importancia de la economía en la organización social y el número creciente de personas involucradas en la industria y el comercio, y posteriormente en los servicios, hacen que los conflictos que procedan de este contexto o influyan sobre él puedan ser decisivas en algún momento. Lo interesante es que Marx vio algunas de las características del desarrollo de la economía industrial pero dio importancia sólo a un supuesto empobrecimiento progresivo de los obreros que afectaría después a todas las capas de la sociedad de abajo arriba. Por lo tanto, su predicción no pudo sino fallar. Veamos algunos párrafos más:

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensable para vivir y perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo [20], como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.


Pero el desarrollo económico no ha ido en ese sentido sino en el opuesto: el uso de máquinas cada vez más complejas y especializadas implica que los trabajadores que las usan deben tener conocimientos y habilidades especializados, e implica igualmente que su diseño, fabricación y mantenimiento involucren a trabajadores cada vez más especializados con mayores conocimientos y con un mayor coste para su preparación. La mayoría de los trabajadores dejan así de ser "un simple apéndice de la máquina," al que "sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje" para ser unos agentes especializados y capaces de exigir un mayor precio por su trabajo.

Un poco más adelante, el análisis se demuestra erróneo también:

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.


Muy al contrario, nuevas actividades surgen alrededor de la industria y el gran comercio y su especialización e importancia hace que su valor suba. Cada vez son más las personas que hacen un trabajo valioso y menos los "apéndices de las máquinas", que hacen mucha parte de su trabajo de forma automática.

Incluso limitándose a consideraciones sobre los obreros industriales, Marx concluye que:

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.


Es un hecho que la fuerza del número y de la organización de los trabajadores -y más en un contexto en que son más especializados, se dedican a actividades más variadas y acumulan en su conocimiento y habilidad, o incluso en su capacidad como empresarios de pequeñas industrias, un valor enorme- permite "reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera" y que ello abre un cauce para la gestión democrática y pacífica de los conflictos. Sin embargo Marx sigue viendo como inevitable la lucha violenta a la que el capitalismo y sus crisis están abocados:

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de existencia. [120] También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el progreso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.


Si, como en el caso de Marx o Engels, los ideólogos y organizadores pueden acercarse al proletariado procedentes de "capas... de la clase dominante" bien "para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios" o porque "una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir" la dinámica de los conflictos va a ser forzosamente diferente de una lucha violenta, instintiva e irremediable e integrará, como virtud o como vicio, la capacidad de negociación y de pacto de intereses.

Tenemos, por lo tanto, no una masa de obreros "simples apéndices de las máquinas" opuesta a una clase de burgueses cada vez más ricos y más enfrentados desde su minoría a una mayoría social cada vez más amplia, sino a conjuntos de trabajadores de tipos muy diferentes, algunos con sus propias empresas, que producen riqueza y que pueden perjudicar a quienes dependen de ellos y salir perjudicados, simultáneamente, en una crisis económica y social; y tenemos también a personas procedentes de profesiones liberales o de las administraciones y que pueden organizar intelectualmente partidos o sindicatos que, como decía Marx en una de las citas anteriores, hagan al Estado o a los poderosos "reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera". Y esto es lo que ha sucedido en los países desarrollados en vez de las revoluciones violentas pronosticadas.


Nota 1:
El término bagauda, (bagaudae en latín; en bretón bagad. En galo significaba «tropa»), se utiliza para designar a los integrantes de numerosas bandas que participaron en una larga serie de rebeliones, conocidas como las revueltas bagaudas, que se dieron en Galia e Hispania durante el Bajo Imperio, y que continuaron desarrollándose hasta el siglo V. Sus integrantes eran principalmente campesinos o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos o indigentes. El vocablo puede tener un doble origen, bien una raíz latina que significa «ladrón», bien una de origen céltico que significa «guerrero».

Bagaudas en Wiki   (Subir)

Nota 2:
Tenemos el Manifiesto Comunista en internet en dos ediciones:

Manifiesto Comunista con división en capítulos.
Manifiesto Comunista en una sola página.   (Subir)

Nota 3:
Ver: Mf. Com. I Burgueses y proletarios (Subir)


sábado, 2 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 27

La democracia y las libertades son un resultado de la evolución social de la humanidad como el sistema de gestión pacífica de los conflictos que aparecen entre diferentes personas o grupos tanto más cuanto más se diferencien por su posición relativa dentro de una sociedad compleja y segmentada o por la ideología con la que se representan y explican esa posición. En las etapas más primitivas de la humanidad, los grupos familiares de cazadores recolectores (1) no podían estar formados por muchas personas pues la cantidad de alimentos disponible limitaba la densidad de población y su dispersión. Y en esas circunstancias las diferencias individuales sólo se podían basar en los diferentes papeles por la edad y el sexo.

La evolución de las sociedades fue posible donde la densidad de recursos y su disponibilidad regular hizo posible el aumento de población y su concentración en algunos puntos. A partir de ese momento un individuo podía especializarse en determinada función y la eficacia de su trabajo aumentaba sus resultados, pero la consecuencia fue la formación de grupos diferenciados y que podrían verse a sí mismos como diferentes de otros y con diferentes intereses. Por otra parte, no sólo la producción de bienes o servicios económicos se especializaba sino las funciones sociales. Es evidente que en los grupos familiares algunos adultos están especializados en la crianza o en la defensa y que la experiencia de algunos los hace servir de guías y de depositarios de la experiencia acumulada. Pero estas mismas funciones adquieren otro papel en un grupo numeroso, pues la defensa o la experiencia será mejor administrada por los más fuertes, hábiles o valientes, mientras que la experiencia cultural lo será por los más sabios y prudentes y es así como aparecen los administradores, los guerreros o los sabios. Y en cuanto que la diversificación y la especialización hace aparecer una escala de capacidad y habilidad la sociedad se segmenta por sus funciones.

Por otra parte, las relaciones familiares instintivas son reconocidas de modo inmediato y los hijos buscan protección en sus padres o parientes adultos o en los afines a éstos. El contacto frecuente establece un hábito de buscar y dar protección y de crear alianzas entre iguales o entre desiguales a través de la consideración de unos como familiares o amigos de otros y de la elaboración de un registro individual y social de cooperaciones o enemistades. Hoy se ve claro que los comportamientos humanos están orientados a la cooperación e incluso las rivalidades y enemistades tienen lugar en un sistema de alianzas en que el individuo involucra en el ataque o la defensa a los que considera como de su cercanía. Sin embargo al ir creciendo el número de personas de una sociedad la relación inmediata como familiar o como dador o acreedor de favores y cuidados se desdibuja salvo donde se estructura en forma de ideología. Es imaginable que la idea de parentesco lejano y de antecesores comunes evolucionó de una visión concreta a una abstracta y se pasó de ideas de hermanos o primos lejanos a una idea de miembro de un clan, sin necesidad de recordar una linea de parentesco determinada. Y del mismo modo, la idea de antepasado común pudo ser reelaborada en forma de recuerdo de los antepasados, de mito o de culto donde se imaginó una presencia de los muertos en una forma o mundo paralelos a los de los vivos.

Las ideologías más básicas debieron contemplar dos aspectos: la pertenencia de un individuo a un grupo y su posición dentro de éste. La ascendencia, los aspectos culturales, desde el idioma y el vestido hasta las costumbres y cultos, y en general, todo lo que podía crear una idea de pertenencia, diferenciación y especialización son el material de esas ideologías mientras que su función es la estructuración de colectivos cohesionados capaces de ser eficaces frente al ambiente, a otros individuos o a otro colectivos. La idea de clan podía incluir las de relaciones familiares y antepasados puramente legendarios y, fueran conscientes o no de ello, los individuos que argumentaban conforme a esa ideología le daban un papel práctico y concreto. Es decir, la ayuda requerida o debida a miembros del clan en función de una ascendencia común es el objeto real buscado mientras que la idea de un antecesor común puede creerse y valorarse en función de los beneficios de esa ayuda. Obviamente, una persona busca la ayuda en otro debido no a que ambos tengan de hecho un antecesor común sino a que ambos creen tenerlo y pueden argumentar que lo tienen o no, convencidos de lo importante de ese hecho. No son conscientes de que su ideología tiene una función práctica, pero eso es lo que buscan, pues si argumentaran sólo sobre lo práctico parecería probable que un individuo diera o negara la ayuda según su capricho mientras que, al referir la obligación a una realidad no puesta en discusión por una sociedad o grupo, la garantía de que un miembro del grupo cumplirá su obligación es mayor y cuenta con la sanción moral del colectivo.

Cuando las sociedades se hacen más complejas y aparecen ciudades en un entorno agrícola y ganadero aparece también la posibilidad de reconocerse como miembros de colectivos por la función social según las que van surgiendo, pero no se puede olvidar que hasta la época industrial, la proporción de agricultores y ganaderos fue muy alta, quizá del 80% por lo menos, y que su dispersión por el territorio no daba lugar a las concentraciones urbanas donde unos se pueden reconocer como trabajadores industriales, comerciantes o cualquier otra clase social. La posibilidad de que un individuo buscase un grupo en el que considerase miembro y sujeto de deberes y derechos -que es la función del grupo para el individuo- pasaba por reconocerse miembro de un clan, una raza, una religión, tal como sucede hoy en las sociedades más atrasadas. Tenemos siempre unos hechos reales: la pertenencia a un colectivo familiar, religioso o racial y las relaciones sociales que existen entre sus miembros como sociedad de cooperación, y un uso práctico de esos hechos buscando para la cooperación las relaciones de pertenencia mutua a un colectivo. Se supone que es un hecho natural la relación de deberes y derechos mutuos entre los miembros de un colectivo social y se busca argumentar la existencia de ese colectivo o la pertenencia a él como base para esos derechos y deberes. Lo cual significa que si se busca la cooperación se crea un colectivo, incluso inventándolo o fingiendo su existencia ya que lo importante no son unos hechos remotos sino sus consecuencias prácticas en el momento deseado.

También es obvio que si se concibe que las relaciones sociales se basan en la pertenencia a colectivos naturales como los de ascendencia común, cultura o religión comunes, los conflictos se expresen como antagonismos entre esos colectivos naturales y los grupos enfrentados se definan y se imaginen como clanes distintos con relaciones familiares problemáticas, culturas diferenciadas o religiones opuestas, por mucho que la mayoría de los individuos no elaboren de forma completa una teoría de esas oposiciones como historias o teologías diferentes sino que se adhieran a ellas cuando alguien las elabore partiendo de su pertenencia a los colectivos enfrentados y no por su verdad. La ideología suele surgir arbitrariamente y sin una relación necesaria con la realidad, pero son las consecuencias las que seleccionan qué ideologías funcionan como ventajas para los que las adoptan como identificación y mecanismo de cooperación y cohesión de grupo y por lo tanto qué ideologías están presentes dado que los grupos que las siguen han tenido un éxito que los ha hecho extenderse o, al menos, perdurar.

Tenemos, por lo tanto, que el desarrollo de la industria y el comercio creó funciones específicas y un conjunto de personas con esas funciones y con circunstancias e intereses paralelos, tal como los cambios históricos anteriores habían creado la agricultura y a los agricultores como clase social, es decir, como conjunto de individuos con circunstancias e intereses similares o paralelos. Y la artesanía y el comercio, la administración o la guerra, crearon otras clases. Pero de un modo transversal, en forma de otros ejes de un espacio social, la pertenencia a colectivos étnicos o religiosos reflejaba los diferentes intentos del ser humano de formar parte de colectivos sociales que le aporten ayuda y protección y que le sitúen en un entorno donde la vida y el futuro resultan seguros o, al menos, predecibles.

Todos esos colectivos y sus posibles subdivisiones entran en conflicto unos contra otros por el mismo hecho de definirse e imaginarse como diferentes y opuestos, con obligaciones de ayudar a los que pertenezcan al mismo grupo y contra los intereses de los demás grupos, vistos o creídos como opuestos e incluso incompatibles. Los intereses y relaciones diferentes o coincidentes o los proyectos diferentes o coincidentes establecen zonas de ruptura y de colisión que ponen a todos los miembros de un grupo a un lado frente a los de otro y activan la cooperación interna contra un enemigo externo, creando así una mayor ruptura y realimentando cualquier tipo de conflicto por mínimo que fuera en su inicio. La dinámica de esos conflictos socializados suele ser tan sencilla como preocupante pues el conflicto crece en la medida en que un colectivo crea que le beneficia o que le va a beneficiar en un futuro cercano, con una tolerancia a que los hechos se desvíen de lo previsto tan grande como lo sea el fanatismo que anima al grupo.

Sin embargo, la naturaleza compleja y segmentada de las sociedades desarrolladas mantiene la estructura en grupos diferenciados y hace imposible que unos eliminen a otros ya que se pueden eliminar personas pero no las funciones sociales y económicas diferenciadas, salvo que la sociedad se desmorone y se retroceda a un nivel de agricultura primitiva o más abajo. Por lo tanto, las sociedades se ven inmersas en conflictos abiertos o latentes que se intensifican en las crisis, y quedan obligadas a alguna de las consecuencias posibles: la gestión pacífica en la forma de democracia, la dictadura de unos grupos sobre el resto por el engaño o la violencia o la perpetuación violenta de los conflictos y sin victoria definitiva de ningún grupo. Lo que podemos afirmar es que cualquiera de esas situaciones es posible, incluso el retroceso en el desarrollo económico y social si la destrucción alcanza un grado suficiente y que la probabilidad de evolucionar de una a otra está en función, como dije antes, de los recursos disponibles, el conocimiento y las ideologías y de la interacción de miles de personas, pero que ninguna es un estado definitivo e inmutable dado que en cualquiera de ellas persiste algún tipo de conflicto.

Podíamos preguntarnos si la democracia, al permitir la gestión pacífica de los conflictos dentro de una sociedad compleja y realizar las mayores potencialidades de las sociedades humanas será el estado más estable y, por lo tanto, el más duradero una vez alcanzado. Parece claro que las sociedades basadas en la desigualdad generan más conflictos pues los perjudicados son muchos mientras que una basada en la igualdad y en el diálogo como vía para resolver los conflictos tiene, como mínimo, la ventaja de evitar la violencia y sus resultados destructivos. Y, si las ocasiones para los conflictos son menos frecuentes y las crisis no desembocan en daños que se convertirían en motivos para nuevos conflictos, la estabilidad no sólo será mayor sino que será valorada por los individuos como un bien que defender.


Nota 1:
Caza-recolección en Wiki (Subir)


viernes, 1 de febrero de 2008

La sociedad bipolar. 26

El ser humano necesita esquemas con los que comprender el mundo bajo la forma de reglas, y la analogía antropomorfizante es la más fácil por ser el modelo más cercano a la intuición y la que presumiblemente ha sido la primera en la historia y la que ha dado lugar a las religiones e inicio al movimiento filosófico hacia el conocimiento positivo. Por ello no es extraño que la tendencia a entender los resultados históricos en términos de finalidad, de propósito, de teleología, sea tan frecuente y parezca tan poco problemática. Y uno de los casos con respecto al conocimiento de las sociedades es suponer que el estado social actual es una especie de finalidad hacia la que se han dirigido los hechos anteriores, incluso cuando ya no se cree en un supremo hacedor y legislador.

Lo difícil de explicar esto evitando la ambigüedad y las discusiones sin fin está en que lo actual es necesariamente el resultado de las situaciones anteriores y no de otra cosa, incluso aunque se introdujeran los actos de un sumo hacedor, y que a dos situaciones idénticas les sucederán consecuencias idénticas conforme a regularidades. En esto consiste el determinismo. Sin ello no podríamos decir que nada se debe a nada anterior pues cualquier sucesión sería posible. Pero el estudio de la historia, como el de cualquier fenómeno complejo se enfrenta a dos problemas: el primero es conocer si dos situaciones son idénticas y el segundo consiste en que las leyes históricas parecen ser las de un caos determinista. (1)

Dos situaciones nunca serán idénticas si tenemos en cuenta todos sus detalles, pero se puede establecer qué hechos son irrelevantes para algún fenómeno porque su influencia sobre el resultado es nula o inapreciable. Así que la cuestión queda limitada a los hechos que experimentalmente sean relevantes. Pero esto no es posible hacerlo con exactitud en la Historia ya que no podemos poner y quitar factores a voluntad sino que debemos limitarnos a observar hechos dados y tratar de comprenderlos como resultados de una causalidad multifactorial. E incluso eso es complicado pues sólo tenemos datos del pasado que pueden no ser lo suficientemente exactos para que las conclusiones sean definitivas y siempre quedará espacio a la interpretación. Si tratamos, por ejemplo, de la evolución de las sociedades y de por qué las revoluciones liberales aparecieron en Europa y no en otros países, sólo podemos observar qué factores se dieron y cuáles pudieron ser diferentes y causa de cada resultado, pero esta cuestión está aún abierta y la importancia de cada factor sigue en discusión pues el comercio, la artesanía y las ciudades se dan en el desarrollo de todas las sociedades pero sólo en las de tradición europea se produjeron las revoluciones que han dado lugar al mundo moderno.

El segundo problema afecta a sistemas complejos en los que sus elementos interaccionan constantemente con otros y una pequeña diferencia inicial no produce diferencias proporcionales en los resultados sino que puede significar resultados imprevisibles. Se suele poner de ejemplo una bola que cae por un plano inclinado lleno de obstáculos pues resulta imposible predecir la posición en que acabará partiendo de la inicial pues un error menor que el que podemos diferenciar en la posición de salida con respecto a una primera ocasión implica que no chocará con un primer obstáculo en el mismo punto y que eso la llevará a chocar con otro punto en segundo lugar alejándose cada vez más de lo observado en la primera ocasión. La idea del determinismo suele ser que conocidas las condiciones iniciales de un sistema se puede predecir sus evoluciones sucesivas pues asume que esas condiciones iniciales son conocidas con detalle o que las interacciones sucesivas alterarán poco o en cantidades previsibles el resultado final, como la resistencia del aire la trayectoria de una bala. Pero, si la bala debiera atravesar una nube de obstáculos en posiciones conocidas con precisión insuficiente, su posición final no sería previsible. Una sociedad es también un conjunto de elementos que interaccionan y la idea determinista de que o bien su trayectoria histórica depende de pocos elementos o de unos cuantos relevantes, siendo los demás irrelevantes a efectos prácticos, o bien todos, en cualquier caso, son suficientemente conocidos para poder prever el resultado final es poco verosímil y choca con la realidad de la Historia tal como la conocemos por experiencia.

Sin embargo un sistema caótico puede no evolucionar fuera de unos límites. Imaginemos la previsión meteorológica a mucho tiempo, que es un caso típico de caos determinista. Es evidente que no se puede calcular la temperatura o las precipitaciones en un lugar dentro de, digamos, seis meses, pero sí una serie de medias y probabilidades tales que en verano será mucho más probable calor que una helada. Pues bien, del mismo modo que el ángulo con el que inciden los rayos de sol o la duración del día o la posición geográfica de un punto concreto hacen posible prever calor en verano y no heladas, determinadas variables sociales pueden hacernos prever situaciones con probabilidades razonables y siempre que se asuma que es mucho lo que no se conoce ni se puede conocer en cada momento. Nadie podría haber previsto hace años, por ejemplo, el papel de internet en la acción y propaganda de los grupos terroristas pues sólo en la imaginación de unos pocos cabría una red de información de ese tipo o la capacidad de los ordenadores actuales. Pero si en el clima se trata de aire a unas determinadas temperaturas y presiones y el comportamiento del vapor de agua y de la superficie del mar y la tierra, los conocimientos teóricos del comportamiento de esos elementos son suficientes para que se pueda crear un modelo que contrastar con los datos reales y que anticipe algunas regularidades, como la circulación de los vientos y los patrones de precipitaciones debido a celdas de convección. En la sociedad, del mismo modo, se puede anticipar modelos teóricos basados en regularidades del comportamiento humano individual y social. Las regularidades y el caos determinista ponen los límites de las explicaciones sociales tanto de lo que no pueden prever como de lo que no deja de ser regular y previsible a pesar de lo variable. Si leemos a Tucídides o a Polibio, dos autores especialmente atentos a las causas reales de los fenómenos y no a los pretextos, podemos ver que nos encontramos ante hechos similares a cualquier conflicto entre Estados modernos, con la diferencia de que los trirremes han sido sustituidos por cruceros acorazados. Y es que la naturaleza humana individual y social no ha cambiado aparentemente en dos mil años.

Creo que un modelo realista de la sociedad humana debe tener en cuenta en primer lugar la naturaleza social del individuo humano, como he dicho tantas veces en los artículos anteriores, y su cálculo de costes y beneficios para escoger entre las opciones de pertenecer a un grupo o quedar fuera que tiene o imagina tener. En segundo lugar, el aporte de energía y de recursos que da el ambiente a la sociedad y las capacidades de ésta para usarlos. En tercer lugar, la segmentación a que da lugar una sociedad compleja y la especialización de los individuos, tanto mayor cuanto mayor sea el desarrollo científico y social que permita la explotación de los recursos. En cuarto lugar, el papel cohesivo y de organización del grupo de diversas ideologías como representaciones y explicaciones de la sociedad y sus estructuras. Y, en cuarto lugar, los conflictos a que da lugar la segmentación y especialización social y el papel práctico y simbólico de las ideologías en esos conflictos. Si integramos esto en un modelo de caos determinista podemos tener una visión adecuada de cómo han evolucionado las sociedades humanas y cómo es previsible que evolucionen en respuesta a diferentes situaciones que, obviamente, no conocemos ni podemos prever precisamente en sus puntos más críticos, que son los inesperados y fuera de las regularidades conocidas.

Lo que podemos excluir es un modelo ingenuo de progreso ilimitado, perfeccionamiento constante y felicidad creciente o final, tanto como uno de decadencia irremediable y descenso a los abismos. Los modelos de sociedad en cada momento dependerán de la interacción entre los factores que he mencionado: la disponibilidad de recursos y la capacidad científica y técnica para gestionarlos, la complejidad de la sociedad y los conflictos a que dé lugar junto con las ideologías que gestionen estos conflictos en función de las opciones de libertad individual y cohesión social, los dos polos inevitables. Pero estas interacciones no se producen entre unas pocas variables: recursos, conocimientos, segmentación social e ideologías sino entre millones de personas con desigual acceso a los recursos, desiguales conocimientos, desiguales posiciones sociales y desiguales opiniones, y que modifican su situación con respecto a estas variables debido a estas interacciones. La ideología o las opiniones de una persona acerca de su entorno físico y social no son algo estático sino que vienen dados por su conocimiento y opiniones acerca del mundo y acerca de lo que otras personas conocen u opinan. Este factor es el que convierte los cambios sociales en algo caótico y no es diferente al proceso de especulación en los mercados pues el valor que una persona atribuye a una mercancía depende en mucho de lo que otras personas le atribuyen y las alzas de precios se pueden convertir en procesos retroalimentados que terminan por sobrepasar todos los límites razonables y derrumbándose. De la misma manera, lo que una persona puede opinar acerca de lo que existe o de lo que es preferible depende no sólo de sus opiniones como individuo aislado sino también de su tendencia a creer lo que otros piensan o a adaptarse a lo que otros afirman. De esa forma aparecen creencias aceptadas socialmente, ideologías, filosofías o especulaciones en los mercados que pueden ir más allá de lo que cualquier persona individualmente podría haber creído.

En artículos anteriores he dicho que los momentos de crisis económicas o sociales son los que hacen que más gente busque soluciones que rompan con las situaciones que a su juicio han causado o permitido la llegada de las crisis. Es muy fácil creer que una situación actual es permanente como creemos que lo que tenemos en la actualidad es, en su forma, definitivo. Podemos creer que los ordenadores del futuro serán más potentes y rápidos pero no podemos saber qué novedades reales se encontrarán nuestros descendientes, del mismo modo que a finales del siglo XIX podían imaginar mejores telégrafos, pero no internet. En la Edad Media la mayoría de la gente podría imaginar señores feudales más justos o fueros más ventajosos pero no un sistema de igualdad y libertades democráticas y sólo en épocas de carestía los hasta entonces tranquilos vasallos se sublevaban contra sus señores. Y sólo, además, cuando se creaba de algún modo una ideología capaz de organizar la suma de descontentos individuales en forma de movimiento social con una dirección, fase en la que interviene qué es lo que cada uno piensa en función de lo que piensan los demás. Así los movimientos de descontento popular o burgués asumían ideologías religiosas al ser éstas las propias del momento y las capaces de dar sentido a las experiencias cotidianas.

Conviene analizar en esos términos fenómenos sectarios tales como los paulicianos y los bogomilos, las guerras campesinas en la Alemania del siglo XVI o el puritarismo burgués de Cromwell. Como afirmarían los marxistas, hay una base económica o social en todos esos casos y que se viste de ideología, y no debemos creer que fuera por mera apariencia conveniente sino porque, en primer lugar, las ideas aceptadas en tales momentos consistían en un ordenamiento divino de la sociedad y la moralidad y, en segundo lugar, porque las personas formadas y capaces de dar un sentido unitario al descontento general habían sido educadas en una ideología y filosofía religiosas, y era el molde mental en el que volcaban todas sus experiencias.

La combinación de iglesias cristianas institucionalizadas y de un monopolio ideológico de la religión incapaz de asumir los cambios que traía un constante aumento en los conocimientos hizo que no sólo la autoridad filosófica de la religión tuviera que ser desafiada por los nuevos filósofos y científicos sino que donde la religión se apoyó en el poder, o el poder en la religión, las clases burguesas en ascenso chocaron con el poder nobiliario y con su ideología legitimadora religiosa. La misma religión, al menos en sus formas externas, llevó a los anabaptistas a una actitud revolucionaria, por lo que debemos decir que no es el conjunto de ideas básicas religiosas las que chocaban con los campesinos o los burgueses sino la forma específica que tenían en contraposición a éstos en sus movimientos revolucionarios. Pero la ideología de cambio era más coherente como revisión total de las bases del pensamiento, de la ciencia y de la sociedad y no como reacomodación de viejas creencias en un nuevo contexto, por lo que quienes comenzaron poniendo en duda la autoridad filosófica o teológica para dar preeminencia a la razón acabarían por poner en duda el orden desigual y la autoridad de los reyes.

Pero las ideas no mueven el mundo sin la fuerza de los recursos materiales más que lo que podría moverlo un cerebro sin manos fuertes, y sólo cuando los burgueses o los nobles dedicados a sus negocios pudieron movilizar recursos contra el sistema estamental que los paralizaba las revoluciones fueron posibles, tanto los cambios forzados de una monarquía absolutista a una de tipo constitucional en Inglaterra como la Revolución francesa que estalló al chocar grupos más extremistas tanto entre los burgueses revolucionarios como en los partidarios del Antiguo Régimen. Pero esos recursos no consistían solamente en riquezas sino en una nueva ideología capaz de movilizar y cohesionar a otras capas sociales, desde nobles de creencias democráticas hasta campesinos y obreros que veían en los cambios la vía a su propio progreso.

Sin embargo podría haberse dado una situación contraria al cambio y una alianza de los nobles y los campesinos bajo la ideología religiosa podría haber frustrado las revoluciones burguesas. En algunos casos así sucedió mientras que en otros fue la idea de una unión nacional puesta en peligro por la extensión de la revolución por los soldados franceses o por naturales de los países invadidos y que eran vistos como agentes de intereses franceses más que revolucionarios. Es posible que el cambio encabezado por los burgueses revolucionarios tuviera en esos momentos la clave del éxito ya que acumulaba no sólo el descontento contra la nobleza sino los recursos de industriales y comerciantes y, en general, de los habitantes de las ciudades, más prósperos que los campesinos que podían responder a las llamadas en nombre de la religión o de la nación. Pero el propio éxito de las revoluciones burguesas llevaba a que una nueva clase y unos nuevos países entraran en conflicto con las sociedades existentes. Era Francia o eran los propietarios de las tierras enajenadas a la Iglesia los que ahora chocaban con los tradicionalistas de España y el éxito del carlismo para conseguir apoyos en las tres guerras civiles que inició, debe llamarnos la atención.

Quizá la clave del éxito de los intentos antirrevolucionarios, tanto temporalmente en países de Europa como parece que de un modo más sistemático en Asia hasta la influencia europea, consistió en una doble vía: por una parte en un freno al progreso material y, por tanto, a los recursos materiales de los que podía disponer la clase capaz de crearlos y apropiárselos; por otra, a una ideología que no dejaba opción al cambio sino a la integración en el sistema o a la exclusión o la muerte. La fuerza del progreso podía ir en la dirección de las revoluciones y éstas en la dirección del progreso económico y social, pero si los poderosos eran capaces de apropiarse de los recursos de los artesanos y comerciantes y de enfrentar a cada persona con un sistema ideológico fuerte y resistente a las ideas de cambio, ni había progreso ni cambio ni posibilidad de revoluciones. Una persona no suele pensar a tan largo plazo que arriesgue su presente y su futuro inmediato por un lejano futuro improbable. y menos cuando no hay a su alrededor un numero de personas suficiente para procurar ese futuro improbable, por bueno que parezca. En general buscará la opción que al menos a corto plazo dé los mejores resultados del mismo modo que será difícil que arriesgue en un negocio posiblemente lucrativo pero muy arriesgado frente a un negocio menos lucrativo pero más seguro. No creo, por lo tanto, que la vía a las revoluciones y al progreso social y político haya estado siempre marcada sino que ha dependido de azares históricos. Por otra parte, el papel de la ciencia en Europa es inseparable de la maquinización de la industria y del comercio, de la creación de grandes industrias y del transporte por ferrocarriles o barcos y, consecuentemente, de la aparición de hombres de grandes fortunas deseosos de llegar al poder por sus riquezas desafiando a los nobles poderosos por sus tierras, por sus glorias militares o las de sus antepasados. En el resto del mundo o no se dio un progreso tan acelerado de las ciencias o lo que se avanzó no repercutió sobre la tecnología capaz de desarrollar la máquina de vapor y otras aplicadas a la industria, al transporte, a la vida social como la imprenta para libros y diarios o a la guerra.

Es decir, resulta dudoso que, sin el desarrollo económico basado en el desarrollo científico y técnico y sin el conflicto paralelo que las nuevas ciencias libraban con la filosofía tradicional y el orden consagrado por ella, los comerciantes y artesanos hubieran podido exigir una parte del poder o su totalidad a los reyes y la nobleza y con recursos suficientes para hacer efectivas esas exigencias. Con frecuencia chocaron comerciantes y burócratas con los militares por el mando en los Estados y la situación osciló alrededor de esas clases como minoría de poder, pero sin que hubiese un cambio direccional definido. Podríamos argumentar que el cambio científico traería el técnico, éste el económico y éste, a su vez, sería la base para el cambio ideológico y el político. Pero esa hipótesis de una dirección irreversible, e infrecuente en la Historia, ignoraría los procesos caóticos y la posibilidad de que la conciencia del peligro del cambio político para las clases en el poder llevara a que hicieran difícil o imposible el cambio ideológico, el científico y el técnico, con lo que el cambio económico se ralentizaría o se detendría, paralizando todo el proceso durante tiempo indefinido.

En mi opinión, la democracia de la que disfrutamos no es un fin que ningún Ser Supremo ni Naturaleza, vista como algo con una teleología inmanente, ha previsto, y menos poniendo los medios para que se logre, ni ningún resultado inevitable de unas condiciones iniciales con tal de que pase el tiempo suficiente.


Nota 1:
Caos determinista en Wiki (Subir)


« anterior

siguiente »

La sociedad bipolar. 25

El interés de quien desea un cambio es demostrar que el cambio es necesario o inevitable y en cualquier caso beneficioso y, del mismo modo, el interés de quien defiende la estabilidad es demostrar que ni hay necesidad de cambio ni éste va a llevar a otra cosa que a un desastre. Y como el ser humano es esencialmente racional nadie se limita a enunciarlo sino que trata de elaborar alguna teoría que sirva de explicación y justificación de lo que se desea. En la práctica lo peor de esa actitud no es que sea falsa sino que puede cegar al que la mantiene convenciéndole de que sus intereses son, además, verdaderos. En algunos casos puede que se elabore una teoría sólo para engañar a los demás y disimular las verdaderas intenciones, pero creo que muchos reyes no sólo afirmaban tener derecho divino a ser soberanos sino que creían en ello firmemente. Es posible que estar convencido de lo contrario de lo que se afirma produzca un miedo a que la verdad se haga realidad y que la tensión sea tan incómoda que favorezca creer que lo que uno afirma es verdad y que los más fanáticos sean los más convencidos de lo que sostienen.

Por otra parte, sostener con convicción que el cambio o la estabilidad son necesarios, inevitables o positivos contribuye a ganar partidarios pues lo que se afirma se afirma como verdad y los convencidos de la misma idea se sienten sólidamente unidos por una causa objetiva y esto los convierte en más eficaces. Y es obvio que en las etapas de estabilidad las teorías de la estabilidad ganan partidarios porque parecen verdaderas, del mismo modo que en las de inestabilidad triunfan las de cambio. Simplemente sintonizan con lo que se observa y con la necesidades y capacidades de los que las protagonizan. Por ejemplo, en un periodo de estabilidad se hacen gastos en bienes duraderos que pueden ser arruinados por uno de inestabilidad, cosa que hace que el que se edifica una casa no quiera ni imaginar en sus pesadillas. Por el contrario, en uno de inestabilidad triunfan los dispuestos a arriesgarse por un resultado potencialmente muy grande. Y esas tendencias están siempre en la naturaleza humana, más en unos o en otros, pero no son novedades que aparezcan de modo absoluto sino que parecen más o menos válidas y se extienden a más o menos personas de acuerdo con las circunstancias.

El caos es un estado en el que ningún resultado es previsible y en el que pequeñas diferencias en las condiciones iniciales no llevan a pequeñas diferencias en las consecuencias sino a enormes diferencias. Imaginemos que conducimos nuestro vehículo a una velocidad moderada que nos permite corregir la trayectoria a tiempo e imaginemos que vamos acelerando hasta que llega un momento en que no tenemos tiempo de corregir las desviaciones o esquivar los obstáculos. Llegados a esa situación, prácticamente cualquier cosa que hagamos dará un resultado imprevisible pero ciertamente nada quedará como estaba. En un periodo histórico estable los cambios son previsibles y cuando la fuerza social de un individuo o colectivo es suficiente puede modificar los sucesos dentro de un marco de posibilidades conocidas. Sin embargo, si se produce una situación en la que los resultados de los cambios no responden a lo previsto casi cualquier cosa que se haga llevará a una situación inesperada, pero radicalmente diferente de la inicial. Y lo curioso es que parece existir una tendencia a ir forzando cada vez más los sistemas y la capacidad de respuesta a los obstáculos. Por ejemplo, tras una época de estabilidad, la tendencia es a creer que va a continuar la estabilidad y a crear una teoría que explique y justifique la estabilidad como si esta fuera a ser eterna de ahí en adelante. El resultado es la incapacidad para prever y afrontar los cambios. En una de inestabilidad se favorece la organización dispersa y la adaptación al momento inmediato, cosas que llegada la estabilidad le convierten a uno en un ser diminuto incapaz de acciones concertadas.

Pues bien, cuando se analizan los periodos de revoluciones comunistas o fascistas, o cualquier otra, podemos ver que algo ha desequilibrado el sistema social: una guerra, una carestía, un enfrentamiento civil y en esos momentos el futuro se vuelve aún más imprevisible y las decisiones, sean las que sean, difícilmente llevan al punto que uno esperaba al tomarlas. No es extraño que, al igual que conduciendo un vehículo se toman decisiones precipitadas como frenar de golpe o girar la dirección en un sentido equivocado, se tomen decisiones políticas que convierten la situación en más caótica. Y cuanto más caótica es la situación menos probable es poder tomar una decisión correcta ni tener tiempo para ello. Bajo la situación de tensión, cada vez más personas van creyendo que las decisiones habituales hasta ese momento no son adecuadas y opta por tomar decisiones excepcionales y eso raramente disminuye el caos sino que en general lo aumenta. Sólo en algunas ocasiones se mantienen los nervios y se sabe qué hacer y se sobrevive, pero los periodos de profunda crisis económica en países arruinados por la guerra en Europa que estamos revisando no fueron propicios para las decisiones reflexivas y templadas sino que los que tomaron la iniciativa y consiguieron seguidores fueron los que proponían medidas excepcionales para tiempos excepcionales. En Alemania y el Rusia había partidos democráticos pero resultaron sin iniciativa suficiente, o sin fortuna en tiempos de azar, y triunfaron los partidos extremistas. Y una vez perdido el sentido de la racionalidad y glorificada la verdad absoluta del partido o del jefe nos encontramos, como hemos visto antes, en una situación en la que los errores no se transmiten al que toma las decisiones porque se aísla de ellos y la catástrofe llega tarde o temprano.

La ideología de las monarquías que defendía su existencia como orden natural de las cosas debía rechazar que la sociedad fuese el resultado de conflictos y de colaboración y entre los conservadores se podrán encontrar abundantes condenas del concepto de lucha de clases o de revolución en cuanto que la inestabilidad era o una rebelión contra el único orden o la demostración de que tal orden era injusto. Por eso, la puerta que abre el liberalismo al considerar la sociedad como resultado de distintos intereses abre la posibilidad de considerar la forma en que se produce el encuentro de los diferentes intereses y al marxismo a hacer la crítica de las estructuras sociales. Y esto, la dinámica social, puede ser uno de los grandes avances que Marx y su época impulsan. Ya no se podrá creer en un orden natural estable sino en el resultado de múltiples conflictos en medio de unas circunstancias determinadas. En este aspecto, la huella de Marx en la sociología es definitiva y queda a salvo de su error al prever la forma en que realmente va a transformarse una sociedad industrial. Podemos leer en el Manifiesto comunista (1) una predicción totalmente opuesta a lo que ha tenido lugar, ya que las industrias no han creado una mayoría de puestos de trabajo que no requieran habilidad sino todo lo contrario. La industria ha requerido cada vez más trabajadores especializados, técnicos e ingenieros expertos en el diseño, la construcción, el uso y el mantenimiento de máquinas complejas. Imaginemos la fuerza que puede tener en sus reivindicaciones un trabajador del que depende el funcionamiento de las redes de internet. Y los conflictos no han ido creando una oposición violenta entre una minoría explotadora y una mayoría cada vez más explotada y pobre, sino que la fuerza relativa de los trabajadores especializados ha creado la democracia al darles el arma de su saber y experiencia.

Sin embargo, es cuando las crisis alteran el orden en el que las cosas son previsibles, aunque no tengan nada de naturales ni de inevitables, cuando el papel relativo de cada individuo en la sociedad se vuelve también imprevisible y cuando éste reevalúa constantemente si su participación en el orden presente le reporta beneficios o perjuicios. Los profetas del caos sólo pueden encontrar partidarios para aplicar sus recetas cuando el caos es visible. Lo normal será que el agorero sea visto como un ser extraño del que compadecerse, en el mejor de los casos. Pero cuando el caos que predice se presenta empieza a ser visto como alguien capaz de dar certidumbre en medio del caos y es entonces cuando mucha gente cree en las ideas más extravagantes, ridículas e incluso criminales. Y es entonces cuando las tendencias a la cooperación o a salvarse a uno mismo o al colectivo de aliados afloran en todo su dramatismo.

Podemos tender a considerar y a querer demostrar, como un rey en su trono, que el mundo y la sociedad estable que conocemos son los únicos posibles o aquellos a los que la Naturaleza tiende de forma espontánea, olvidando que la naturaleza de la sociedad es el conflicto. O creer que las valoraciones que hacemos en tiempo de prosperidad y paz son las misma que todo el mundo haría en tiempos de carestías y guerra. Y eso, además de que podamos engañarnos a nosotros mismos en una tarde de debate amistoso, nos incapacita para prever los cambios y para orientarlos en el sentido que deseemos. ¿Acaso el instinto criminal de los SS nazis apareció de la nada en la culta sociedad alemana de entreguerras? ¿Acaso la opción del golpe de estado era incompatible con la naturaleza de los rusos de 1917? Todo eso está presente siempre y se activa y se refuerza en medio del caos hasta parecer natural al número suficiente de personas para que se lleve a la práctica.


Nota 1:
La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y es despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la [118] clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.


El manifiesto comunista. Capítulo I. Burgueses y proletarios. (Subir)


« anterior

siguiente »