martes, 15 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 24

Se suele decir con humor que los economistas son expertos en pronosticar el pasado. Evidentemente, lo difícil es pronosticar el futuro, y cualquier historiador o escritor de blogs puede pronosticar el pasado y decir que la derrota de los fascismos era previsible o inevitable dado que se declaraban enemigos de la mayor parte del mundo y se enfrentaban a sus ejércitos y sus economías, y a que, por otra parte, la concentración de poder en un jefe absoluto no es capaz de evitar los errores sino que tiende a poner la mayor de sus locuras al margen de la critica.

Sabemos que los fascismos fueron derrotados y sabemos igualmente que la URSS se desplomó, por lo que parece verificada la idea de que todo totalitarismo concentra el poder de tal manera que su rigidez lo hace débil y más si se enfrenta militarmente o en una carrera de gasto militar al resto del mundo que no es totalitario y que sabe adaptarse a los cambios. De hecho la URSS desde su creación siguió un camino de avance en un modelo anticuado de economía basado en las grandes industrias siderúrgicas, lo cual le permitió superar en capacidad militar al ejército nazi y derrotarlo en toda la Europa oriental. Pero la adaptación a una economía moderna que requería descentralización de las decisiones, precios realistas e incentivación de las innovaciones era incompatible con el modelo de economía y política centralizadas. Y más si la centralización se llevaba al límite gobernando Stalin.

No sé si se puede hacer una afirmación semejante de la política económica de los Estados fascistas ya que toda su retórica revolucionaria y anticapitalista no se tradujo en otra planificación central que la orientada a la guerra y la sujeción absoluta a la ideología gobernante, la guerra se inició a los pocos años de llegar Mussolini o Hitler al poder y la duración de todo el fenómeno fue menor de veinte años. Las industrias siguieron dirigidas por sus anteriores propietarios y en este aspecto los fascistas no cometieron el mismo error que al creer en la jefatura absoluta de un Duce o un Führer, especialmente en la dirección de la guerra. Por otra parte, la principal diferencia con una sociedad democrática y una economía de mercado consistía en poner todo al servicio de una idea de la comunidad nacional enfocada a la guerra. Evidentemente el gobierno, las leyes y la justicia pero, con una visión perspicaz del papel de la propaganda sobre la opinión pública, todos los medios de comunicación más los actos de masas.

La idea de las minorías gobernantes de las sociedades estamentales durante los periodos de estabilidad acerca del pueblo es la de un ente semipasivo con el que no es necesario ni útil contar políticamente. Si acaso, en los periodos de crisis se podrá rebelar y habrá que dominarlo por la fuerza. La noción de clase superior por naturaleza implica desvalorizar todo lo que pertenezca a clases supuestamente inferiores, pero ni el más necio de los gobernantes medievales olvidó algo tan importante como el control social a través de la religión. Hoy podemos ver en cada pueblo una iglesia medieval o varias, la mayoría de ellas de maravillosa construcción, sobre todo comparadas con la de las viviendas de la gente común, y algunas prodigios del arte y la técnica de la época. Y podemos imaginar el coste de su construcción para poblaciones reducidas incluso en zonas de agricultura o comercio prósperos. Por lo tanto, de la apariencia monumental y de su coste podemos deducir la importancia real de los templos como demostraciones de poder político, económico e ideológico. En unas épocas en las que la teoría comúnmente aceptada sobre el origen del mundo, del ser humano, de la sociedad, de la enfermedad, de las causas de la guerra y la paz y, en general, de todo, era la que implicaba un Dios, la integración en la sociedad o la contestación se traducía en religiones oficiales o en herejías del descontento.

La integración en la sociedad era equivalente a la integración en una comunidad religiosa, dirigida desde lo más alto por Dios y, en lo cercano, por sus representantes. Y la enseñanza, los hospitales o los cuidados a los pobres, en lo que no fuera una necesidad familiar, pasaban por las iniciativas de la Iglesia. Así que no podemos creer que la propaganda es un invento de anteayer cuando el control ideológico de la disidencia o la ortodoxia podía significar guerras, como la cruzada contra los albigenses. O bien, al ver que el descontento social se expresaba en forma de variantes religiosas enfrentadas al poder y a su teología, pero reflejando un enfrentamiento básico que no se puede reducir a disquisiciones filosóficas acerca de entidades incomprensibles para casi todos, incluyendo buena parte de los religiosos.

La primera lucha del liberalismo para abrirse paso como alternativa a la sociedad estamental consistió en criticar la ideología que la sustentaba. Si observamos el Tratado Teológico-Político (1) de Spinoza desde su título hasta su contenido consiste en una crítica de la capacidad de los profetas o los reyes para dictar leyes a la sociedad en nombre de la religión. Más adelante, los descontentos con la ideología religiosa y con la ideología monárquica coincidían en las mismas razones pues ya no era una autoridad suprema la que dictaba las leyes o la que representaba la verdad sino la razón individual, esencialmente idéntica en cada persona. Y esa labor de crítica se difundió a través de los libros de los filósofos y de la Enciclopedia y a través de reuniones de descontentos. No se podría entender la Revolución Francesa sin las organizaciones políticas. Esa misma labor se realizó en otros países con diferentes formas y éxito, pero consistió igualmente en desarticular el Antiguo Régimen desde sus mismos cimientos ideológicos.

Los liberales ya en el gobierno no parecieron tan conscientes del papel de la cohesión ideológica social, de la ideología compartida que precede y es requisito necesario para la acción compartida salvo en el aspecto religioso. Así vemos que el anticlericalismo y la Kulturkampf eran sinónimos de liberalismo. Por la otra parte no faltaron textos que criticaban la sociedad liberal (2) y "sin Dios" y elogiaban la monarquía ni papas ni sacerdotes dispuestos a difundir esas ideas. Pero quizá son los socialistas y específicamente los marxistas los que son más conscientes de la importancia de la labor de propaganda por escrito y mediante charlas a los obreros. Debemos insistir en que los seres humanos deciden en función de su comprensión de las cosas y del posible futuro que les espera y que la modificación del futuro pasa necesariamente por un modelo ideal acerca de lo que existe y de cómo debe conservarse o cambiarse. Así que los marxistas tomaron las críticas de los liberales anticlericales y les añadieron su propia crítica hacia el modelo de sociedad y economía liberales anunciando a los obreros su futuro empobrecimiento y la necesidad de la revolución violenta. La respuesta fascista fue replicar esa importancia relativa de la propaganda, la "predicación" de su ideología y la acción violenta como camino de transformación social contra los mediocres gobernantes monárquicos o liberales y contra las revoluciones marxistas. Creo que no podemos entender el fascismo salvo como fenómeno de masas. Es decir, podemos entender que algunas personas elogiaran la violencia y la irracionalidad como aparece ya en el Romanticismo, pero uno por uno y en ausencia de circunstancias de crisis social, no parece posible que un número elevado de ciudadanos siguiera tales actitudes. Y es lo que sucede en general pues sin fenómenos de crisis la gente no busca un rey, ni se rebela contra él mientras la vida es soportable, ni los obreros se lanzan a la revolución mientras prosperan.

En cualquier caso, la comprensión del fenómeno del fascismo es difícil gracias -literalmente- a su pronta derrota y sólo podemos imaginar qué crisis internas habría sufrido, qué capacidad de enfrentamiento habría tenido contra las naciones democráticas o marxistas de haberse estabilizado la guerra o haberla ganado parcialmente, si habría salido victorioso, si se habría derrumbado por sus propios errores o por revoluciones internas o si habría iniciado nuevas guerras. Lo que no podemos olvidar es que se trataba de un sistema totalitario que habría seguido la evolución predecible de otros sistemas totalitarios. No debemos dejarnos engañar por los nombres de las cosas pues si llamamos trigo a la uva y uva al trigo no dejará de cosecharse uno antes del verano y otro después.

La URSS tuvo una vida relativamente larga y podemos analizarla. La de los países de Europa oriental es un mero apéndice de la de la URSS y parece que el destino de Varsovia no iba a ser diferente en ningún caso del de Vladivostok. La de la República Popular China es un caso aparte pues nominalmente sigue siendo un país comunista a pesar de que la centralización de las decisiones afecta a lo militar y al control político pero ya no a la economía, curiosamente del mismo modo que en los Estados fascistas. Pero lo que caracteriza a la URSS es la dictadura del Partido Comunista en todos los aspectos de la sociedad. No fue un tipo cualquiera de socialismo ni de marxismo, sino la versión que más acentuaba el aspecto de dictadura del proletariado de la teoría marxista.

Se podría entender que la socialdemocracia ponía las mismas ideas de la Revolución Francesa como objetivo y consideraba que la política debería ir en el sentido de garantizarlas pero extendía la cuestión no sólo a la capacidad para participar en política o a ser ciudadano con igualdad de derechos sino a las relaciones económicas. Es decir, que si el sistema capitalista disminuía la libertad o la igualdad o dejaba abandonados a algunos individuos a su suerte, tal sistema debía ser eliminado o modificado para restituir los derechos a los perjudicados. El comunismo de Lenin, por el contrario, iba en el sentido más tradicional de Marx de aplicar unas teorías supuestamente científicas al margen y por encima de la voluntad y opinión de la sociedad. Al creerse en posesión de una ciencia objetiva, la libertad, la igualdad o la fraternidad quedaban sometidas a las necesidades de implantar el socialismo, y prueba de ello es que Lenin dio un golpe de Estado contra un gobierno presidido por un socialdemócrata, Kerensky.

Y, si la finalidad y el resultado de un golpe de estado no puede ser negociar ni pactar con los que han sido considerados en grado de enemigos que deben ser combatidos, está claro que las divisiones van a ser irreconciliables y que toda identificación de cada persona con la línea del partido comunista en el poder o con sus opositores va ser planteada en esos mismos términos de enemigos y combate. No es de extrañar, por lo tanto, ni que Stalin persiguiese a Trotsky hasta el asesinato ni que las purgas, las cárceles y los campos de concentración sustituyesen al debate político. En eso, no hay ninguna diferencia con las prácticas fascistas y nazis de dominar la sociedad de forma totalitaria ni con la de eliminar cualquier rastro de oposición ni es extraño como posibilidad dentro de las relaciones humanas. No podemos caer aquí en la fe ingenua en que el mundo es un oasis de estabilidad interrumpido de vez en cuando por periodos excepcionales de barbarie ya que los periodos de barbarie sólo manifiestan de forma caótica lo que ya está presente en los periodos de normalidad, y me explicaré en el siguiente capítulo sobre este tema.

Pero, una vez definido un límite absoluto entre amigos fieles y discrepantes enemigos, resulta imposible permanecer en un estado intermedio de crítica y es necesario aparentar la unanimidad de un ejército combatiente y asentir a las órdenes sin dudar de ellas, con lo que el que percibe algún error o necesidad de reforma se librará de manifestarlo para no aparecer como traidor, y cualquier línea de gobierno se volverá rígida e insensible a la información sobre la realidad y los posibles fracasos. Nada diferente a como los planes de Hitler de atacar a la URSS (3) sin prever material para el invierno no pudieron ser corregidos por ningún general alemán amante de su propia cabeza. La centralización despótica de las decisiones puede parecer un logro para quienes estén convencidos de que van a tener éxito, y es razonable que acaben purgando sus propios pecados con su ruina, pero es objetivamente un suicidio en fases desde que renuncia a conocer la realidad de los efectos de las decisiones adoptadas. Y los comunistas de la URSS adoptaron muchas de este tipo desde la organización absurda de la economía hasta la guerra permanente contra los países no comunistas en todas las formas y momentos sin ver, o sin querer o poder rectificar una linea de gasto desmesurado sobre una economía ineficiente y en decadencia. Fueron subvenciones a todos los partidos y grupos capaces de entorpecer o debilitar a los países capitalistas, dinero y material para guerras y guerrillas a lo largo de todo el mundo y de toda la llamada Guerra fría. Hasta que el sistema amenazó ruina y en una serie de intentos de reformas apresuradas se acumularon los errores en forma de gobiernos de Andropov, Chernenko y Gorbachov y la URSS se desintegró.


Nota 1:
Tratado Teológico-Político de Spinoza.

A Theologico-Political Treatise en Google Books

A Theologico-Political Treatise (Subir)

Nota 2:
Pío IX. Encíclica Quanta cura y Syllabus. 8 diciembre 1864

"Por lo cual, los mismos Predecesores Nuestros se han opuesto constantemente con apostólica firmeza a las nefandas maquinaciones de los hombres inicuos, que arrojando la espuma de sus confusiones, semejantes a las olas del mar tempestuoso, y prometiendo libertad, siendo ellos, como son, esclavos de la corrupción, han intentado con sus opiniones falaces y perniciosísimos escritos transformar los fundamentos de la Religión católica y de la sociedad civil, acabar con toda virtud y justicia, depravar los corazones y los entendimientos, apartar de la recta disciplina moral a las personas incautas, y muy especialmente a la inexperta juventud, y corromperla miserablemente, y hacer porque caiga en los lazos del error, y arrancarla por último del gremio de la Iglesia católica."

"Pues sabéis muy bien, Venerables Hermanos, se hallan no pocos que aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio que llaman del naturalismo, se atreven a enseñar «que el mejor orden de la sociedad pública, y el progreso civil exigen absolutamente, que la sociedad humana se constituya y gobierne sin relación alguna a la Religión, como si ella no existiesen o al menos sin hacer alguna diferencia entre la Religión verdadera y las falsas.» Y contra la doctrina de las sagradas letras, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan afirmar: «que es la mejor la condición de aquella sociedad en que no se le reconoce al Imperante o Soberano derecho ni obligación de reprimir con penas a los infractores de la Religión católica, sino en cuanto lo pida la paz pública.» Con cuya idea totalmente falsa del gobierno social, no temen fomentar aquella errónea opinión sumamente funesta a la Iglesia católica y a la salud de las almas llamada delirio por Nuestro Predecesor Gregorio XVI de gloriosa memoria (en la misma Encíclica Mirari), a saber: «que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil.» Pero cuando esto afirman temerariamente, no piensan ni consideran que predican la libertad de la perdición (San Agustín, Epístola 105 al. 166), y que «si se deja a la humana persuasión entera libertad de disputar, nunca faltará quien se oponga a la verdad, y ponga su confianza en la locuacidad de la humana sabiduría, debiendo por el contrario conocer por la misma doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, cuan obligada está a evitar esta dañosísima vanidad la fe y la sabiduría cristiana» (San León, Epístola 164 al. 133, parte 2, edición Vall)."


Encíclica Quanta cura y Syllabus

Pío IX, Papa en Gran enciclopedia Rialp (Subir)

Nota 3:
La Operación Barbarroja (en alemán: Unternehmen Barbarossa) fue el nombre en clave dado por Adolfo Hitler para el plan de invasión de la Unión Soviética por las Fuerzas del Eje durante la Segunda Guerra Mundial.

La operación abrió el Frente Oriental, que se convirtió en el teatro de operaciones más grande de la guerra, escenario de algunas de las batallas más grandes y brutales del conflicto en Europa.

La Operación Barbarroja significó un duro golpe para las desprevenidas fuerzas soviéticas, que sufrieron fuertes bajas y perdieron grandes extensiones de territorio en poco tiempo. No obstante, la llegada del invierno ruso acabó con los planes alemanes de terminar la invasión en 1941. Durante el invierno, el Ejército Rojo contraatacó y anuló las esperanzas de Hitler de ganar la batalla de Moscú.


Operación Barbarroja en Wiki (Subir)


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lunes, 14 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 23

Conocer la estructura de la sociedad y sus cambios históricos es una información que reduce nuestra incertidumbre tanto si tratamos de comprender la naturaleza de los hechos como si tratamos de conseguir determinados fines prácticos. Y, al menos en cuanto que los cambios sociales nos afectan directamente, parece conveniente y necesario conocer la naturaleza de esa estructura y esos cambios. Pero conocer algo sobre un conjunto es conocer los elementos que lo forman, su naturaleza y cómo interaccionan, es decir, en el caso de la sociedad, conocer la naturaleza social de los seres humanos.

Creo que hay poco de excepcional en todas las épocas, salvo los avances científicos y tecnológicos, y que lo que varía en la estructura social general lo hace en función de la cantidad de recursos disponibles. Pero el curso concreto de los acontecimientos y su resultado en cualquier momento no podría conocerse de forma determinista pues el resultado social del conjunto de ideas y acciones humanas no puede reducirse a una mera suma de ideas y acciones individuales aisladas sino al resultado de que cada individuo interaccione con los de su alrededor. Como decía en el artículo anterior, algunos fenómenos sociales son consecuencia de que cada persona varía sus ideas, preferencias y decisiones en función de lo que los demás manifiestan sobre lo que piensan, prefieren y deciden acerca del mismo tema. Por lo tanto, es necesario conocer no sólo los elementos constantes de la naturaleza humana sino los hechos puramente históricos acerca de lo que se pensó en cada momento, cómo se difundió y en qué circunstancias.

La ideologías totalitarias del siglo XIX y XX de que tratamos ahora deben ser explicadas de esa manera, como el resultado de unas ideas en unas determinadas circunstancias y de la manera en que las ideas cambian las circunstancias y éstas modifican la ideas. El menosprecio de la razón, de la paz y del modelo de sociedad vigente en unas circunstancias inestables de finales del siglo XVIII y del XIX parece explicar tanto la estética del Romanticismo como el ambiente ideológico que permitió germinar, crecer y fructificar a los totalitarismos, cosa que quizá en otro ambiente no habría sido posible. Pero eso es una muestra de lo que decía antes ya que son hechos y crisis concretos y no leyes deterministas los que tienen como resultado la Revolución Francesa y las guerras por toda Europa que le sucedieron. Y los cambios que todo esto produce junto con el desarrollo económico los que dan lugar a nuevas crisis, nuevas revoluciones y la desconfianza en la estabilidad o el progreso para empezar a preferir la violencia.

Los conflictos en Europa dieron lugar en algunas personas a una añoranza de un tiempo pasado en el que supuestamente no había revoluciones ni diferencias abismales entre ricos y pobres. Se idealiza la Edad Media de una forma tan falseadora como que en el Renacimiento se la calificara de bárbara, y surgen la ficción histórica con santos, caballeros y damas virtuosos frente a un presente supuestamente de decadencia moral. Pero eso tiene tan poco de reflejo de la realidad pasada como los mitos del buen salvaje o las alabanzas de los imperios chino o turco tan de moda en el periodo anterior. Cuando los ilustrados nos hablan del buen salvaje no nos hablan de ese hecho, que apenas conocen y que sobreestiman, sino de su rechazo de la civilización en la que viven, y cuando los románticos nos hablan de la religión y la caballería nos están hablando realmente de su desprecio por la sociedad irreligiosa e industrial.

De todos modos, tampoco sería posible hablar de una ideología coherente ni de excesivas coincidencias pues así como un Carlyle añora la espiritualidad y los tiempos caballerescos para rechazar el presente y valorar el papel de los héroes, Nietzsche exalta al superhombre, desprecia al presente, pero carga las culpas de la mediocridad en la religión. Creo que lo importante no está en la coincidencia en lo que afirman sino en la coincidencia en lo que rechazan. Y es en ese desprecio de la economía industrial y de la sociedad y sus crisis en donde puede crecer la idea de que por encima de la razón están el sentimiento o la voluntad, que por encima del diálogo está la estética de la fuerza y el combate, que por encima de la gente común están los seres humanos superiores en conocimiento, virtud o fuerza.

Sería absurdo negar que la ciencia ha contado con genios que han destacado sobre la media y que los grandes descubrimientos e inventos son fruto de algunos privilegiados que se adelantaron en mucho a sus contemporáneos partiendo de un mismo acervo cultural común. Y sería absurdo negar que ha habido creadores geniales en todos los campos e individuos capaces de dirigir la sociedad con una capacidad extraordinaria. Pero lo que les hizo extraordinarios a todos ellos no es una cualidad o conjunto de cualidades exclusivas de los genios sino la inteligencia, el razonamiento, la fuerza de voluntad y la constancia que en otros están menos desarrolladas o mezcladas con intereses tan mundanos como buscar el alimento diario. La virtud del genio científico no está en razonar como otros no lo hacen sino en poder hacerlo cuando los demás se distraen o se rinden ante el fracaso. La virtud del héroe no está en no temer el peligro sino en poner por encima de su temor la necesidad de cumplir un fin. La prudencia del buen político no está en alejarse de los sentimientos humanos comunes sino en aplicar plenamente esos sentimientos de amor por sus conciudadanos. Y el peligro de los héroes y sus seguidores cercanos está en que son individuos, meramente otros individuos cuyos intereses pueden ser diferentes o contrapuestos a los del pueblo que cree que va a ser salvado por ellos.

La valoración de los héroes y en general de las personas excepcionales es tanto mayor cuando mayor sea el peligro o la incertidumbre. Es la gente pobre la que más confía en la suerte y la ignorante la que más confía en los milagros. Y es la gente que se siente débil la que más cree en los héroes como si la apuesta viniese garantizada por alguna señal presente en ellos y que sea prueba definitiva de éxito. O quizá es debido a que en la situación en que se encuentra sólo puede hacer una apuesta personal pequeña y esperar que el resultado sea grande aunque parezca improbable. Sería psicológicamente comparable a que un pobre apueste el poco dinero que tiene en un juego donde cree ingenuamente que puede ganar el mayor premio ya que no puede iniciar ningún negocio ni sobrevivir con esa cantidad. Creo que los mismos mecanismos psicológicos que puedan explicar el comportamiento de un jugador arriesgado y sus apuestas absurdas pueden explicar la confianza de algunas personas en los héroes.

Pero, al menos, el héroe modelo de los periodos medievales estaba moderado por la espiritualidad y el refinamiento. Es obvio que en alguna época brutal la guerra estuvo tan presente que los jefes bárbaros brindaban en copas hechas de cráneos de enemigos para demostrar su capacidad en la batalla, pero el caballero medieval es un cristiano devoto y un amante cortés. Posee la fuerza pero la usa con medida. Y el Romanticismo comienza valorando esto pero acaba glorificando la fuerza bruta sin límites, aparentemente propios éstos de seres mediocres. Porque si se comienza valorando al ser excepcional que salva al pueblo incluso de sí mismo, se acaba concentrando toda la virtud, la fuerza y la prudencia en el héroe y toda la culpa, la cobardía y el error en el pueblo. Algunos románticos parecen haber creído tanto en el monarca virtuoso que crean de él una imagen que concentra todo el bien mientras el mal se encuentra repartido por la sociedad. Algo similar a como dirían los teólogos medievales que Dios es el Bien mientras que el ser humano se hunde por su tendencia al pecado. Y ya no es el héroe el que se sujeta al bien o la justicia sino que lo que el héroe hace es el bien y la justicia.

Posiblemente la combinación desafortunada de exaltación del héroe como salvación de la nación con la falta de reglas de una irreligiosidad creciente hace que mucha gente comience a creer en una forma de gobierno en la que el caos no es posible sólo si unos héroes defienden al mundo. Y cuando las revoluciones del siglo XX extienden la violencia y el desconcierto el papel de héroe es ofrecido instintivamente por cada vez más personas a algún individuo capaz de representarlo. Quizá el mecanismo es el mismo en todos los casos y sólo varía en los detalles: los conservadores confían en un rey cristiano, virtuoso y justo como los comunistas confían en la vanguardia consciente de la clase obrera, pero los que creen que la nación es un todo para el que la lucha de clases de los marxistas es un grave daño y confían de forma ciega en la fuerza del héroe se manifiestan como fascistas. Sólo la creencia de que nadie es superior a nadie propia de gente moderadamente satisfecha de sí misma, de sus logros y de su capacidad para gobernar los asuntos públicos siguió siendo la base de la democracia y el liberalismo contra los totalitarismos. Pero los fascistas no creen en sí mismos como individuos y no creen en los que son como ellos. No creen obviamente en los que ven como sus enemigos y han dejado de creer en unos reyes virtuosos y justos por débiles, de modo que depositan toda su confianza en unos nuevos jefes fuertes que hagan lo que nadie salvo ellos puede hacer. En cierto modo es el mismo fenómeno de la élite intermedia que se cree expropiada injustamente de su poder para gobernar y que desea eliminar a los gobernantes presentes para hacerlo ella. Los marxistas, intelectuales que jamás fueron obreros, serían otra élite con conciencia de ser capaces de crear y dirigir un nuevo orden social con sus lazos con los obreros industriales que creerían ciegamente en ellos.

Podíamos decir en descargo de quienes apoyaron al fascismo o al nazismo en sus principios que, una vez que los jefes indiscutibles consiguieron el poder absoluto de unas gentes atemorizadas o deseosas de una victoria a cualquier precio sobre la amenaza revolucionaria, tales jefes hicieron uso absoluto de ese poder y ya nada se sometió a elecciones ni referendos públicos sino que la maquinaria totalitaria del Estado fascista acabó con toda posibilidad de réplica. El antisemitismo de los nazis y su violencia ilimitada ya estaba en su teoría y en su práctica desde los inicios, pero es muy dudoso que nadie pudiera imaginar que votar a Hitler en unas elecciones fuera equivalente a crear los campos de exterminio. Al fin y al cabo, los socialdemócratas y comunistas no desaparecieron de Alemania ni fueron presumiblemente convertidos en nazis convencidos pero, una vez Hitler en el poder, su relevancia y con más motivo la de cualquier otro alemán en el curso de la historia fue casi nula con excepción de algún espía o algún militar descontento. (1)

Pero esa dinámica de concentración del poder y la capacidad de decisión en un jefe indiscutible fue la raíz de la derrota del fascismo. Hitler y los nazis infravaloraron la capacidad del ejército y de las industrias de la URSS para resistir su ataque y la fuerza conjunta de los EE UU junto a los ingleses por la otra parte. No es posible, tampoco en este tema, juzgar como inevitable la derrota de los fascismos pues algún suceso excepcional como un desarrollo temprano de bombas atómicas y misiles por parte de la industria alemana podría haber cambiado algo la historia. Pero aún con eso sería dudoso ya que unas pocas bombas sobre ciudades no podrían haber contrapesado la superioridad del Ejército Rojo en tanques, aviones o artillería y el poder militar y económico de los EE UU. Tengamos en cuenta que los gases venenosos ya eran conocidos y habían sido usados en la Primera Guerra Mundial y no se usaron como arma masiva en Europa. Probablemente los ejércitos de los EE UU o de Inglaterra cometieron errores, pero la capacidad de crítica de sus sociedades estaba en activo y era capaz de corregirlos, y en cualquier caso un Roosevelt o un Churchill no llevaron su liderazgo a tal punto -ni podían hacerlo- que sus militares sólo pudieran seguir sus ocurrencias. En cambio, las órdenes del Führer eran indiscutibles y las derrotas se traducían en cambio de generales pero no de ocurrencias de Hitler.

Una parte de las sociedades europeas creyó que su vida, su libertad o su posición estaban en peligro por las revoluciones comunistas y optó por la irracionalidad y la violencia. Ante la posibilidad de perder su modo de existencia renunció a la libertad y rompió el pacto de cohesión social que hacía a todos ciudadanos, o lo consideró roto por esas revoluciones. No luchó a favor de la racionalidad ni en contra del totalitarismo y la violencia sino que construyó otro totalitarismo violento, enemigo de quien no fuese un partidario fiel, y se lanzó a combatir a todo lo que no fuese su misma imagen. La derrota era de esperar.

Y si la derrota de los fascistas fue esperable al tomar como enemigo y tratar de combatir al resto del mundo, la situación tras la guerra también lo fue. Podemos recordar que los comunistas gobernaron Rusia tras una guerra civil en la que varias potencias europeas enviaron tropas en ayuda de los llamados blancos antibolcheviques. Y podríamos tener en cuenta también que Stalin había pactado con la Alemania nazi para quedar con las manos libres en su país, y que agredió a Polonia, a Finlandia y a los países bálticos. Y una vez sus ejércitos controlaron media Europa y con los comunistas chinos victoriosos en su propia guerra civil no era de esperar sino que, en una especie de parodia de Clausewitz, la política fuera la continuación de la guerra por otros medios.


Nota 1:
Was the Social Democracy the only party that collapsed without offering any resistance at the decisive moment in the early months of 1933? Did not the Communists, the pristine-pure revolutionists, free of any vestige of “reformism,” present the same picture? And what about the Centrists at the other extreme? For years they had fought against Bismarck, the Iron Chancellor, until they had forced him to capitulate. Today they bow before Hitler without the slightest sign of active opposition. Nor should we forget the German Nationalists, so militant and warlike, who controlled the army and the powerful Stalhelm, the war veterans’ organization. They too permitted themselves to be hurled into oblivion without any attempt of serious resistance.

When seen from this broad, objective angle, the problem of the German Social Democracy becomes the problem of the German people. All its component classes and elements have for the moment lost the capacity for resistance against its oppressors. As regards the Hitlerites themselves, on the other hand, we can say what Tacitus said of the aristocrats of the Roman Empire: ruere in servitium. They rushed gladly into slavery. They demanded to become slaves of the “Leader.”

Are we to conclude, therefore, that all elements of the German people have lost the capacity to assert their right to freedom? Are all Germans so cowardly, so unwilling to make sacrifices for a common cause? And yet, it was the same German people who in the war had asserted themselves with immense heroism against overwhelming odds! Whence, then, the seeming fear and cowardice of all classes and parties in Germany?

Such a general development cannot be attributed to the false tactics of any single party or to the mistakes of individual leaders. On the contrary, the conduct of individual leaders is determined largely by the sentiments of the people as a whole. It would be erroneous, however, to regard the sentiments of the moment as reflecting the natural make-up and character of the people. They are merely the consequence of the special circumstances which have brought about this profound degradation of the entire nation.

The prelude to this degradation was the war and the particular part played therein by the German people. The exhaustion into which the German people fell as a result of the war and post-war developments supplied the soil for counter-revolution.


Karl Kautsky. Hitlerism and Social Democracy. I. The Collapse of the German Labor Movement (Subir)



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domingo, 13 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 22

Resulta más que llamativo que una de las frases más conocidas del fascismo italiano "credere, obbedire, combattere" parezca una directa oposición punto por punto al "libertad, igualdad, fraternidad" de la Revolución Francesa: al contrario de la libertad y la igualdad, creer y obedecer sin crítica y desde la subordinación, y al contrario que la fraternidad, combatir. Mientras que la finalidad de la revolución burguesa había sido hacer ciudadanos libres e iguales que fueran la autoridad suprema para los asuntos públicos derrocando a los reyes, el fascismo rechaza la igualdad y redistribuye a los ciudadanos como meros soldados de la nación, gobernados por dirigentes indiscutibles. No por nada, otra de las frases del fascismo es la de "Il Duce ha sempre ragione".

La sociedad para el fascista se estructura no como una asociación para el bien de los individuos en la que cada uno colabora y razona para conseguir ese bien por el esfuerzo común sino como un ejército en el que se sirve y en el que jamás se discute una orden superior. Y el motivo es que el fascismo ve la vida como una batalla, con exaltación de la fuerza, la violencia, el orgullo de los que se sienten superiores y la obediencia de los que deben seguirles. Y es la fuerza, no la razón, la que determina esa estructura. Quizá esa misma esencia antiintelectual se refleja en que el fascismo apenas tiene teoría ni gruesos libros comparables a los escritos por filósofos liberales o socialistas sino que su modo de actuar -pues sería abusivo llamarlo pensamiento- se expresa en forma de lemas (1). Aparte de esos dos, que reflejan la visión violenta y jerarquizada de la nación, el antiintelectualismo se demuestra con otra conocida "datevi all'ippica" (2), "dedicaos a la hípica", similar en su intención a la de Millán Astray de "muera la inteligencia" (3), o a la de Göring "cuando oigo la palabra "Cultura", quito el seguro de mi Browning" (4). El fascismo es la práctica de un estilo y una estética más que una teoría.

Todo esto no quiere decir que el fascismo no se pueda reducir a una serie de ideas básicas, como las que apuntaba arriba, ni que esas ideas no tengan un origen, un desarrollo y un contexto histórico para su desarrollo, sino a que ese estilo no viene de una reflexión sobre unos problemas que deben poder ser resueltos, al menos de forma teórica, mediante la razón, sino de una especie de concreción de sentimientos e instintos y del uso de la fuerza como método. El marxismo observa que la naturaleza de las relaciones sociales es conflictiva y que la violencia es natural y supuestamente necesaria dentro del proceso de cambio de las relaciones sociales, pero teoriza ampliamente sobre ello y Marx, como ideólogo o científico social, dejó miles de páginas, lo mismo que Engels, Lenin o el mismo Stalin. Por el contrario, Mussolini, un maestro de escuela y periodista, apenas dejó una novela y algunos artículos, y Hitler, un pintor, el conocido libro Mein Kampf.

Todos los idiomas han sido hablados antes de que existiera una gramática que estudiara sus reglas y el pensamiento político es con frecuencia tan sólo la organización científica de ideas y prácticas que ya existían. La violencia y el conflicto forman parte de la naturaleza de las relaciones humanas tanto como el diálogo y la cooperación, y el esfuerzo de los que teorizan a favor de un estado de cosas vigente y en contra de nuevos cambios es demostrar que las cosas son tal como son de un modo natural y que sólo la alteración de ese estado natural conduce a la violencia. Los reinos europeos proceden de las invasiones de guerreros germánicos del Imperio Romano pero la teoría del héroe como ser con el poder por el derecho de su fuerza de las sociedades primitivas va dejando paso a la de un orden divino en el que el rey ya no es el individuo que por su fuerza ha conquistado el poder sino alguien consagrado por Dios como el encargado de defender al pueblo. Esa alusión al orden divino es una forma de remitirse a un absoluto que quede a salvo de los intentos humanos para cambiarlo, del mismo modo que las dinastías reales que surgían de una rebelión o regicidio podían tratar de legitimarse a través de genealogías inventadas, como si todo en el Universo procurase que las cosas llegasen de modo necesario y conveniente al estado presente. La conquista o el regicidio pueden ser formas de apropiarse del poder pero son actos momentáneos destructivos, de derrota de ejércitos o de asesinatos, y no sirven para mantener una estructura en la que son importantes muchas personas. Conquistar el poder sintoniza con un discurso de violencia pero cuando se debe consolidar el poder se debe crear un discurso de estabilidad y por ello las monarquías o, mejor dicho, el conjunto de personas que salen beneficiadas de su existencia, crean el discurso del orden natural. Y si la crítica de la burguesía es a un sistema estamental injusto, una de sus primeras labores debe ser la de criticar y desmontar la idea de orden natural y su legitimación religiosa.

Pero la idea de las revoluciones burguesas de acabar con un sistema injusto por medio de la violencia donde es necesaria y de crear un sistema justo basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad es vista por los marxistas como un nuevo intento de teorizar sobre un orden natural estable y no sometido a discusión y de protegerlo de los intentos de cambio. Marx, como el máximo teórico de esta idea, afirma, por el contrario, que la esencia de las sociedades hasta las revoluciones burguesas ha sido la injusticia y la lucha de clases y que una última revolución socialista acabará con las injusticias y con las revoluciones. La violencia, en todos los casos, tiene sólo un papel instrumental para llegar a un estado estable de justicia en el que desaparecen conjuntamente injusticia y violencia y triunfan la razón y la paz. Sin embargo, por el camino habían quedado muchas cosas desestabilizadas por las guerras de las monarquías contra la República francesa, las guerras napoleónicas, las revoluciones y los esfuerzos de las monarquías para recobrar el poder. Todo menos la estabilidad. Y en este contexto surgen o encuentran el medio adecuado para consolidarse las ideas que huyen del modelo de estabilidad, es decir, que huyen del orden natural, de la razón y de la posibilidad de acuerdo. Son ideas acerca de la fuerza, la voluntad y los modelos ajenos a la sociedad estable. Cabe preguntarse si la estética del romanticismo y su exaltación del individualismo y el sentimentalismo no son sino el terreno abonado para las ideas fascistas.

Las ideas de irracionalismo, violencia y nación como entidad natural por encima de los individuos no podían ser las de las minorías conservadoras en el poder pues su papel en la sociedad estamental venía avalado por la estabilidad del orden dado por Dios y garantizado por la religión, pero podían ser las que sonasen bien en los oídos de miembros de sociedades de tipo tradicional que vieran en los cambios revolucionarios una clara amenaza contra su vida o sus intereses y que buscaran una organización social y política donde la revolución no fuera posible, apelando a la relación orgánica entre las partes de la nación y usando la fuerza contra los discrepantes y los vistos como enemigos. Y una situación así pero más amenazante se produce tras la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la revolución comunista en Rusia, con nuevos intentos en otros países. No parece extraño, por lo tanto, que esas mismas clases de personas creyeran que la razón, la democracia y la paz no eran lo que necesitaban o lo que deseaban para oponerse a los cambios revolucionarios y que la violencia y la irracionalidad les parecieran lo adecuado. Para ellos, el orden tradicional de los conservadores es débil, la democracia liberal y su individualismo ha dado lugar a las tensiones revolucionarias y éstas, protagonizadas por los comunistas, pueden acabar con su mundo y la reacción es triple: contra el orden tradicional religioso, la irreligiosidad sustituida por nuevos mitos; contra la democracia liberal individualista, el colectivismo irracional militarizado y violento; contra las revoluciones socialistas igualitarias, la sociedad como un ejército con un jefe al frente.

Sólo en situaciones de fuertes crisis los trabajadores dejaron de ver resultados en las negociaciones y en la transformación del sistema liberal democrático y de mercado hacia un modelo que retribuyera a los obreros mejor tanto en términos de dinero como de derecho a intervenir en el gobierno del Estado. Y en esos casos triunfaron las revoluciones comunistas. O en casos donde el caos y la crisis vinieron provocados por los grupos comunistas dirigidos y financiados desde la URSS. Y sólo en casos de crisis políticas y económicas como las de los años 30 del siglo XX, los partidos fascistas pudieron encontrar suficientes seguidores para alcanzar el poder hasta el punto de que en Europa pocos países conservaron la democracia. No eran ideas sino ira y miedo lo que triunfaba con ellos. No era sino una consecuencia de lo que he dicho anteriormente: se paga libertad para ganar seguridad cuando la vida o el modo de vida está en peligro. Sólo en una crisis el obrero cree que puede obtener mejores resultados perdiendo libertad bajo una dictadura comunista y ganando igualdad. Y sólo en una crisis, cualquier ciudadano que no forme parte de la revolución comunista o que tenga intereses o convicciones incompatibles con el fascismo puede pagar su libertad y su igualdad para conservar algo que cree en peligro.

No es que los comunistas teorizaran en cada una de sus llamadas a los trabajadores a la revolución sino que la práctica revolucionaria tenía mucho de manipulación y de guerra de ideas donde la razón y la verdad tenían poco que hacer, pero las actitudes del fascismo no tenían teorización de ningún tipo y se limitaban a una llamada similar a un "tenemos la fuerza, únete a nosotros". En esos casos, los libros y las discusiones no servían y eran reemplazados por actos de masas, estética militar o paramilitar y uso de la violencia. Nada de esto tiene un sentido determinista como si cada cosa sucedida fuese la consecuencia inevitable de unas causas dadas o lo esperable en un periodo histórico determinado. Son demasiadas las cosas que no se conocen en cada momento para poder prever con exactitud las consecuencias de alguna de las que conocemos. Sólo podemos aislar algunos factores y que los historiadores valoren su fuerza relativa como los efectos económicos y sociales de la crisis sobre la parte de la clase media y los obreros alemanes que sintonizaban con ideas nacionalistas y si fueron comparables o mayores que en otros países, la fuerza de las instituciones políticas y culturales en defensa de la democracia como el New deal frente a la salida fascista, o el mero papel del azar en los comportamientos de masas. En una sociedad donde se difunde la información se producen fenómenos de especulación, conocidos desde la manía de los tulipanes en Holanda en el siglo XVII (5). Las cosas dejan de apreciarse por algo intrínseco y se les da el valor que otros les atribuyen y esto es común al comportamiento humano desde las burbujas especulativas a la difusión de las supersticiones. Del mismo modo, en una sociedad en crisis como la alemana, la presencia de un grupo que alardeaba de fuerza y de organización y que había aumentado en militantes y simpatizantes podría haber sido suficiente para que su número aumentara aún más hasta estar en condiciones de acaparar el poder. Y esto nos debería hacer reflexionar sobre la capacidad de los seres humanos para buscar seguridad al precio de su libertad, como comento a lo largo de estos artículos.

Lo decisivo de los procesos de especulación es que, en cualquiera de sus fases, los que participan en ellos están convencidos de que actúan correctamente y de que el sentido del movimiento va a continuar. Nadie compraba bulbos de tulipán en Holanda creyendo que su precio era exagerado y terminaría por desplomarse, salvo quizá algunos escépticos, y es presumible que ninguno de los que apoyaba al nazismo -como por otra parte ocurriría con los comunistas en la URSS- creyera que se encontraba apoyando una ideología autodestructiva. Porque lo paradójico en los movimientos totalitarios no es que sus partidarios no se den cuenta de que perjudican a los que llaman sus enemigos. Se dan cuenta y esto forma parte de las miserias humanas. Lo que es más paradójico es que no se den cuenta de que van a ser destruidos por su propia iniciativa y actuación. La mejor prueba de que el proceso de ascenso de precios de los bulbos de tulipán era un disparate especulativo es que acabó con muchos especuladores arruinados, seguramente muchos más que los beneficiados, y una crisis financiera general. Y la mejor prueba de que el nazismo era una catástrofe en varias fases fue que acabó con Alemania y toda Europa arrasadas por la guerra, la muerte de millones de personas, muchas de ellas asesinadas en campos de exterminio, y plantando las semillas de las guerras que siguieron. Pero en pleno ascenso del nazismo las ideas de irracionalismo, violencia y organización social militar parecerían idóneas a muchos de sus partidarios y las advertencias acerca del futuro tendrían el destino de las de Casandra. Nadie -o pocos- se acuerda de los que pierden ni se apiada de ellos mientras cree que va ganando y ni siquiera piensa si él mismo va a perder en un futuro mientras tiene las ganancias en las manos. Así que es difícil argumentar contra una política totalitaria mientras parece que proporciona éxitos o seguridad y hay que esperar a que los consejos sean perfectamente inútiles tras el desastre para que los alegres especuladores se transformen en apenados confesores de errores pasados.

La actitud irracional, intransigente y violenta de los nazis no podía sino traer lo que trajo, a pesar de que los que no deseaban otra guerra como la Primera Guerra Mundial creyeran que su violencia era un medio limitado para unos fines limitados y no un fanático medio ilimitado para fines ilimitados de dominio universal. Y su irracionalidad y violencia fue causa de la guerra tanto como de su derrota al sobrevalorar sus capacidades contra enemigos mucho más numerosos y mejor dotados de recursos. Mientras los nazis mantuvieron una política de engaños inteligentes pudieron conseguir sus fines logrando la inacción de los franceses e ingleses durante su anexión de Austria o de los Sudetes checos, o firmando un pacto de no agresión con la URSS tras el que ambos invadieron Polonia y se la repartieron (6). Pero la guerra contra todos en varios frentes era algo que sólo el fanatismo y la irracionalidad puede explicar. Al fin y al cabo, el fin de cada sistema social, político o económico tiene mucho que ver con sus propios errores.


Nota 1:
La mayoría de los lemas fascistas hablan de violencia y de batallas.

Slogans fascistas en Wikipedia. (Subir)

Nota 2:
Fate ginnastica e non medicina. Abbandonate i libri e datevi all'ippica.

Darsi all'ippica en Wikipedia. (Subir)

Nota 3:
Lo que sucedió, según cuenta en su magna obra La guerra civil española el hispanista inglés Hugh Thomas, es lo siguiente: el profesor Francisco Maldonado, tras las formalidades iniciales y un apasionado discurso de José María Pemán, pronuncia un discurso en que ataca violentamente a Cataluña y al País Vasco, calificando a estas regiones como "cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos.

" Alguien grita entonces, desde algún lugar del paraninfo, el famoso lema "¡Viva la muerte!". Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: "¡España!"; "¡Una!", responden los asistentes; "¡España!", vuelve a exclamar Millán-Astray; "¡Grande!", replica el auditorio; "¡España!", finaliza el general; "¡Libre!", concluyen los congregados. Después un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.

Miguel de Unamuno, que presidía la mesa, se levanta lentamente y dice: "Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo , dice Unamuno señalando al arzobispo de Salamanca-, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!" y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor."

En ese momento Millán-Astray exclama irritado "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", aclamado por los falangistas. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos, aclara: "¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!".

Miguel de Unamuno, sin amedrentarse, continúa: "Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho."

Millán-Astray, controlándose, grita: "¡Coja el brazo de la señora!" y Unamuno, haciéndole caso, se coge del brazo de Carmen Polo de Franco y abandona el recinto.


José Millán Astray en Wikipedia. (Subir)

Nota 4:
The famous quotation, "When I hear the word culture, I reach for my Browning" is frequently attributed to Göring during the inter-war period. Whether or not he actually used this phrase, it did not originate with him. The line comes from Nazi playwright Hanns Johst's play Schlageter, "Wenn ich Kultur höre ... entsichere ich meinen Browning," "Whenever I hear of culture... I release the safety-catch of my Browning!" (Act 1, Scene 1). Nor was Göring the only Nazi official to use this phrase: Rudolf Hess used it as well, and it was a popular cliché in Germany, often in the form: "Wenn ich "Kultur" höre, nehme ich meine Pistole".

Hermann Göring en Wikipedia. (Subir)

Nota 5:
La tulipomanía fue un periodo de euforia especulativa que se produjo en los Países bajos en el siglo XVII. El objeto de especulación fueron los bulbos de tulipán, cuyo precio alcanzó niveles desorbitados, dando lugar a una gran burbuja económica y una crisis financiera. Constituye uno de los primeros fenómenos especulativos de masas de los que se tiene noticia.

Tulipomanía en Wikipedia. (Subir)

Nota 6:
El pacto de no agresión o también conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov fue firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Molotov respectivamente. El pacto se firmó el 23 de agosto de 1939, poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

El tratado secreto definía la repartición de la Europa del este y central bajo la influencia alemana y soviética, también se comprometían a consultarse sobre asuntos de interés común y abstenerse de unirse a cualquier alianza.

La firma de este pacto causó gran conmoción en el resto de Europa, ni siquiera se disminuyó por el hecho de que Stalin hubiera estado intentando negociar una alianza con Gran Bretaña y Francia durante varios meses. Para muchas personas resultaba incomprensible que dos potencias tan enfrentadas pudieran ponerse de acuerdo en un pacto de no agresión amistoso en tan poco tiempo.

La consecuencia directa fue la invasión conjunta de Polonia por Alemania y la URSS en setiembre de 1939 y el ataque a Finlandia por parte de la URSS poco después. Bajo este pacto en 1940 la URSS además se anexionó Estonia, Lituania y Letonia, y territorios de Rumania.


Pacto Ribbentrop-Molotov en Wikipedia. (Subir)

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viernes, 11 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 21

Quizá en cualquier momento se pudo prever que un experimento totalitario estaba necesariamente abocado al fracaso, y la toma del poder por los comunistas de Lenin no podía presagiar otra cosa que dictadura, exterminio de los críticos y disidentes e incapacidad para reaccionar a los errores. No podemos decir que muchos intelectuales vieran esto con claridad, a pesar de que un filósofo de simpatías laboristas como Bertrand Russell (1) advirtiera en 1920 de las posibles consecuencias. Pero parece que hubo que esperar a que Karl Popper escribiera contra el totalitarismo en sus dos obras sociológicas La miseria del Historicismo y La sociedad abierta y sus enemigos para que se viera claro que no es posible controlar totalmente una sociedad y que de ello no resulte un desastre.

Sin embargo, los primeros intentos de la revolución comunista en Rusia parecían a sus contemporáneos como destinados a un éxito inevitable, como teme Russell en el segundo párrafo que cito, y muchos socialistas de la Europa occidental contribuían a dar una imagen favorable (2) de ella. Tras medio siglo de revueltas poco duraderas, era la primera ocasión en la que un grupo marxista conseguía el poder en un Estado y lo hacía en un escenario caótico común a los países derrotados de una u otra manera tras la Primera Guerra Mundial, como el Levantamiento espartaquista en Berlín, la República soviética de Baviera o la República soviética de Hungría, los tres ejemplos en 1919.

Pero desde la Revolución Francesa y como consecuencia suya había surgido una doble reacción sobre ideas ya antiguas en ese momento y contra las iniciativas más extremistas de los movimientos jacobinos. Las ideas de un orden estamental natural, consagrado por Dios, y de nación como comunidad natural por nacimiento habían estructurado las sociedades durante milenios y eran defendidas por los principales beneficiarios del orden estamental o por quienes temían en esos momentos las consecuencias de las revoluciones liberales en sus versiones más radicales.

La idea de orden natural cumple una función doble: por un lado se relaciona con el orden realmente existente como una teoría con la tecnología que deriva de ella; por otra, orienta la práctica social en el sentido de la conservación de ese orden y contra los intentos de cambiarlo. Los seres humanos poseemos la capacidad de representarnos realidades posibles e imaginar las consecuencias de cada posibilidad. De ese modo, el uso de la inteligencia permite introducir en la acción humana los datos de las experiencias pasadas, las reglas que aparentemente ordenan los sucesos y anticiparse a lo que va a suceder modificando la realidad o nuestra acción frente a ella. Pero eso tiene el requisito de imaginar la realidad ordenada por reglas. Sería inútil imaginar si uno debe atravesar un torrente o no o tender un tronco como puente si no asume como una regla que un ser humano caído a un agua turbulenta va a ahogarse con elevada probabilidad. Por ese motivo el ser humano tiene la necesidad de imaginar los sucesos como reglas, y el comportamiento humano y la comprensión del mundo que integra tienen sentido si y sólo si la realidad sigue, de alguna manera, procesos regulares.

Por muchos motivos podríamos argumentar que las explicaciones más simples de la realidad deben integrar las ideas de acción y de intención humanas ya que esa es la apariencia más inmediata de todas las acciones regulares. Y, quizá por eso, la forma más primitiva de explicación de la naturaleza y la sociedad tiene aspecto de mito sobre seres sobrenaturales o de religión como conjunto de ideas y procedimientos acerca de esos seres y su relación con los humanos.

El concepto de nación como comunidad natural puede extenderse hacia siglos remotos si no se confunde con la idea de que la nación es el sujeto de soberanía, propia de la época de la Revolución Francesa o de que constituye un ente al que los individuos están subordinados. Los griegos en la Guerras Médicas apelaban, por ejemplo, a otros griegos como miembros de una comunidad natural contra los persas, aunque no debe suponerse que en eso estuvieran ausentes otros intereses. La nación es una de las formas de identificarse un colectivo social, del mismo modo que lo puede ser la religión o la pertenencia a una organización política. Pero la esencia de cualquiera de esas ideas es que entre los miembros del colectivo, esté como esté definido, hay un conjunto de obligaciones recíprocas de cada uno en favor de los demás.

Pues bien, tras las guerras que sucedieron a la Revolución Francesa se daban varias situaciones: la necesidad de los reyes y la nobleza de asegurarse la fidelidad de sus súbditos en virtud de un pacto en el que, por derecho divino, las funciones quedaban repartidas de modo desigual, pero quedando el rey y la nobleza obligados a proteger a sus súbditos y éstos a aportar los recursos para sostener el Estado; la necesidad de los campesinos o de los comerciantes de mantener un orden estable en el que no quedar sin recursos y sin ayuda; y, por último, la visión de las guerras que protagonizaban los franceses republicanos o napoleónicos, como una agresión de una nación contra otra nación y no como la pretendida extensión del modelo político revolucionario.

Las ideas que podían estabilizar la situación de cada individuo o clase de individuos serían muy probablemente acogidas como garantías de que esa estabilidad se iba a mantener y debía contar con el apoyo de todos los individuos involucrados en el orden natural o en la comunidad nacional. Y así, por oposición a la revolución protagonizada por colectivos republicanos, se consolidan dos tipos de colectivos que tratan de sobrevivir: los conservadores del orden desigual tradicional o los que apelan a la asistencia mutua entre individuos de una misma nación, sea cual sea el papel social de cada individuo. Y en esas circunstancias aparecerán los defensores de la desigualdad natural y los ideólogos de la nación y de la raza.

Podemos imaginar que esas ideas habían evolucionado durante los años que preceden a la Revolución soviética en Rusia y que alcanzan un momento en el que pueden resultar funcionales para los colectivos que las asumen. Decir funcionales no tiene ninguna relación con decir verdaderas sino con que pueden ser usadas para estructurar un colectivo de manera que tenga una cohesión y una fuerza resultante considerable y dotada de un sentido. En la Europa contemporánea de la Revolución soviética y sus imitaciones fracasadas en Alemania o Hungría, aparecen tres opciones de resistencia a esta amenaza: la profundización y consolidación de un orden democrático más o menos igualitario, las reacciones conservadoras ideológicamente cercanas al modelo de orden natural desigual legitimado por la religión y las que convierten la pertenencia a la nación natural en un nuevo orden totalitario que gobierna la vida del individuo y la de la sociedad y las subordina a un fin caracterizado como el bien de la nación.

En sí, cada una de esas opciones se opone a las demás pues la democracia se enfrenta al orden estamental, y su laicismo choca frecuentemente con la religión que se propone como regla de la conducta individual y social, se enfrenta al igualitarismo antidemocrático de los comunistas y al orden totalitario de los nacionalismos y éstos se oponen unos a otros por igualitarios, por internacionalistas, por ateos, por religiosos y, en conjunto, a la democracia liberal por débil, por individualista o por irreligiosa. Sin embargo, la sucesión de hechos históricos tiene que ver con el papel que cada opción da a la violencia.

La Historia de las ideas políticas debe investigar cómo determinadas personas asociaron los nuevos descubrimientos de las ciencias a sus preferencias, sus intenciones o sus temores porque no creo que la conexión de unas ideas con otras pueda disociarse de azares históricos incluso relativos al carácter o la historia personal de los individuos involucrados. Por ejemplo, el papel de darwinismo como sostén de la visión científica de la vida se opone en la opinión de otros al igualitarismo. Cada idea no es (creo que podría decirlo en general de todas) una mera fantasía o algo disociado de la realidad más cercana sino la base de un patrón de conducta y, por lo tanto, cada idea interfiere con otras en función de una resonancia o disonancia cognitiva, reforzándose o debilitándose unas a otras de manera que el comportamiento que refuerza a otro y es reforzado por él es más estable y preferido que el que nos condena a una contradicción irresoluble. La idea de igualdad irá contra los intereses de alguien que obtiene sus beneficios de la desigualdad y, por lo tanto, las mezclas al azar de ideas variadas persisten o se destruyen por su coherencia o falta de coherencia y el noble mantendrá con mayor convicción la idea de un orden desigual natural divino o biológico que la de la igualdad natural de los seres humanos. Pero, por lo demás, podríamos considerar que las ideas se barajan en las mentes de los individuos y salen unidas en diversas combinaciones al azar antes de ser así seleccionadas.

Ahora bien, la circunstancia definida por las revoluciones soviéticas constituye un factor de selección de unas ideologías marcadas por la violencia y por la exigencia de un orden radicalmente distinto del liberal o del conservador como el único capaz de resistirlas. Si los intelectuales comprometidos con la democracia creían probable o inevitable el triunfo de las revoluciones soviéticas no es extraño que algunos grupos opuestos a tales revoluciones y que no encontraban en la democracia y el liberalismo una fuerza suficiente que oponer al comunismo creyeran que sólo la violencia y un orden social cerrado podía dar esa fuerza de un modo eficaz. La democracia liberal creía que un orden social abierto y racional era la única manera de oponerse al totalitarismo. Los conservadores podían creer que la solución venía de un orden tradicional en el que la religión moderaba los conflictos humanos y su superioridad natural personal era la garantía de una dirección sabia y capaz de los asuntos sociales por encima del caos al que creían condenado al simple pueblo. Pero los grupos que desconfiaban del individualismo y cuya fe en la nación venía acompañada de una irreligiosidad de fondo encontraron en la idea de la nación formada militarmente bajo un liderazgo de hierro la manera de sobrevivir a un periodo que veían como una decadencia inevitable bajo la democracia individualista, la inoperancia conservadora y el caos soviético. Y las ideas están extendidas por la población no porque sean verdaderas sino porque mucha gente cree que lo son o se comporta como si lo creyera.


Nota 1:
To understand Bolshevism it is not sufficient to know facts; it is necessary also to enter with sympathy or imagination into a new spirit. The chief thing that the Bolsheviks have done is to create a hope, or at any rate to make strong and widespread a hope which was formerly confined to a few. This aspect of the movement is as easy to grasp at a distance as it is in Russia—perhaps even easier, because in Russia present circumstances tend to obscure the view of the distant future. But the actual situation in Russia can only be understood superficially if we forget the hope which is the motive power of the whole. One might as well describe the Thebaid without mentioning that the hermits expected eternal bliss as the reward of their sacrifices here on earth.

I cannot share the hopes of the Bolsheviks any more than those of the Egyptian anchorites; I regard both as tragic delusions, destined to bring [16]upon the world centuries of darkness and futile violence. The principles of the Sermon on the Mount are admirable, but their effect upon average human nature was very different from what was intended. Those who followed Christ did not learn to love their enemies or to turn the other cheek. They learned instead to use the Inquisition and the stake, to subject the human intellect to the yoke of an ignorant and intolerant priesthood, to degrade art and extinguish science for a thousand years. These were the inevitable results, not of the teaching, but of fanatical belief in the teaching. The hopes which inspire Communism are, in the main, as admirable as those instilled by the Sermon on the Mount, but they are held as fanatically, and are likely to do as much harm. Cruelty lurks in our instincts, and fanaticism is a camouflage for cruelty. Fanatics are seldom genuinely humane, and those who sincerely dread cruelty will be slow to adopt a fanatical creed. I do not know whether Bolshevism can be prevented from acquiring universal power. But even if it cannot, I am persuaded that those who stand out against it, not from love of ancient injustice, but in the name of the free spirit of Man, will be the bearers of the seeds of progress, from which, when the world's gestation is accomplished, new life will be born.


The Practice and Theory of Bolshevism. Part I. The present condition of Russia. I. What is hoped from bolshevism. (Subir)

Nota 2:
Even those Socialists who are not Bolsheviks for their own country have mostly done very little to help men in appraising the merits or demerits of Bolshevik methods. By this lack of courage they have exposed Western Socialism to the danger of becoming Bolshevik through ignorance of the price that has to be paid and of the uncertainty as to whether the desired goal will be reached in the end.

Obra citada. (Subir)





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jueves, 3 de enero de 2008

La sociedad bipolar. 20

Los revolucionarios, que tienen la violencia como método, parecen creer que es necesaria o inevitable, y es famosa la frase de Karl Marx de que "la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva" (1), aunque él no esté haciendo referencia a la violencia revolucionaria. Por otra parte, los pacifistas creen que la violencia es algo rechazable por principio. Sin embargo es sólo una de las formas de gestionar un conflicto y es peor que otras cuando sus resultados globales son peores. Ante una agresión violenta, en la mayoría de las ocasiones es necesaria una respuesta violenta o imprescindible si algo valioso que está en riesgo no puede salvarse de otra manera. Existe una ética de los principios que valora una acción o situación por su acuerdo con unos principios considerados como axiomáticos mientras que la ética de las consecuencias valora todo, incluso los principios, por la totalidad de sus consecuencias.

Del mismo modo que la información es lo que nos permite decidir con acierto por encima del azar y el valor económico de algo es el valor de lo que nos proporciona por encima de lo que tendríamos sin su presencia o concurso, el valor moral de algo es el valor del conjunto de los bienes o males que tendremos por encima o por debajo de no tenerlo. Tengo información sobre si saldrá cara o cruz al tirar una moneda si acierto el resultado de una futura tirada más de la mitad de las veces; tengo una azada valiosa si con ella cultivo más terreno y obtengo más producción en el mismo tiempo que sin ella; tengo una conducta moralmente valiosa, por lo tanto, si con ella consigo un mayor número de bienes totales, descontando los males, que sin ella (y en esa definición nos debemos hacer cargo por una parte de la evidencia del bien y el mal inmediatos y de la valoración necesariamente subjetiva del bien o del mal). Así que si valoramos nuestra vida o la de algunas personas y están en peligro por algo, la conducta que salve esas vidas será moralmente tan buena como nos parezca valiosa nuestra vida o la de tales personas frente a las consecuencias negativas para otras vidas. Una persona altruista sacrificará su propia vida por la de otros en la medida en que crea que la salvación de esos otros es más deseable que la suya pereciendo los demás. O pensará lo contrario y actuará al contrario si considera que es mejor su salvación y la muerte de los otros.

Pero creo evidente que cooperar en sociedad garantiza mejores resultados que mantenerse en aislamiento y que esos resultados son juzgados como valiosos. Y si juzgamos así, las conductas serán moralmente buenas desde un punto de vista social si mejoran el estado de cohesión y, por lo tanto, las consecuencias que juzgábamos serán socialmente buenas. Al hablar de la valoración moral es necesario incluir el sujeto que juzga pues el bien del que roba es el mal para el que sufre el robo y, contrariamente a la idea atribuida a Sócrates, el malvado no es un ignorante ya que elige su bien a costa del mal ajeno. Por tanto, el juicio sobre lo moralmente bueno desde un punto de vista social tendrá en cuenta el mejor resultado para la sociedad y el juicio desde el punto de vista de una parte de ella, el mejor resultado para esa parte, que no será necesariamente idéntico al bien de la sociedad. Y el bien social tendrá que ver con de qué modo se alcanza la mayor suma de prosperidad y satisfacción personal pues, como he dicho antes, cuando un agente en un intercambio cree que no recibe contraprestación suficiente por su aportación a la sociedad dejará de aportar o lo hará tan poco como pueda, con lo que el total deberá disminuir.

Así, cuando la violencia se dirige contra partes que crean bienestar y prosperidad, esas partes dejarán de crearla, tanto los trabajadores mal pagados dejando de producir, los inversores dejando de invertir o todos vulnerando las leyes que regulan el orden social. Y me parece evidente que la suma del bienestar y la prosperidad de los individuos será menor, pero eso puede no importar a quien valora que las suyas o las del colectivo al que pertenece sean mayores que antes de que tal colectivo ejerza la violencia sobre los demás individuos y colectivos sociales. La idea revolucionaria es que un estado de cosas dado no puede ser transformado a mejor sino que es necesario destruirlo de raíz para crear uno nuevo, y que los individuos y colectivos que sostienen tal estado de cosas no pueden participar en el ordenamiento de los asuntos económicos o políticos. Y si la democracia consiste en gestionar los conflictos de modo que todas las partes involucradas participen con libertad de opinión y de acción, la revolución es esencialmente contraria a la gestión democrática.

Las opiniones de los diversos agentes no son lo decisivo pues las consecuencias de sus actos no son las de sus opiniones sino las del estado de cosas que realmente consigan. Por lo tanto debemos considerar las opiniones como uno de los factores que lleva a que se den tales o cuales estados de cosas pero no el criterio para valorar esos estados. La democracia y sus resultados se valoran no porque unos opinen que es beneficiosa o porque otros opinen que la violencia es el procedimiento necesario sino por lo que realmente suceda con democracia frente a lo que ocurre sin ella. Es evidente que los revolucionarios podrán opinar, argumentar y dar sentido a sus acciones partiendo de la base de que la violencia es necesaria mientras que los que se opongan a la revolución harán a ésta la causa de los males; los primeros dirán que los defensores del estado de cosas vigente se oponen a la voluntad del pueblo mientras los segundos dirán que la revolución es una imposición que sólo puede triunfar por su fuerza y no por sus razones. El hecho decisivo es que un enfrentamiento violento ocurre porque las opiniones y la capacidad de acción de una parte van a ser suprimidos por otra y esta pérdida de libertad será vista como un perjuicio por los perdedores y un motivo para no colaborar en el estado de cosas resultante.

Pero la violencia, además, tiene por naturaleza una tendencia a persistir y a acentuarse, y en eso se hace evidente la diferencia entre la agresión y la respuesta violenta a esa agresión. El que agrede divide la sociedad en dos partes sobre la base de un comportamiento agresivo y considera enemigos a los adversarios, a los que son partidarios del diálogo democrático con los adversarios y a los que no ven como enemigos a los partidarios del diálogo democrático. Así, el partidario de la violencia necesita mayores grados de violencia para mantener su acción. Lenin, por ejemplo, no dio su golpe de estado contra un Zar autocrático sino contra un Gobierno Provisional en que había socialdemócratas. Y si se inicia una estrategia que niega las opciones diferentes a la propia, la consecuencia inevitable es una concentración cada vez mayor de poder y una relación de desconfianza y represión con quienes no sean los partidarios más fanáticos. Stalin no parece un accidente en la revolución marxista sino su consecuencia esperable una vez que se ha optado por una línea de pensamiento y de acción intransigente que rechaza toda crítica como concesión al enemigo.

En esas condiciones de concentración de poder no sólo se cuenta únicamente con una ideología y unas decisiones que no es posible criticar sino que los que discrepen se negarán a colaborar en la sociedad más allá de lo estrictamente obligatorio. Así, mientras en un Estado de derecho todo lo que no está estrictamente prohibido por las leyes está permitido, bajo un gobierno totalitario, todo lo que no está estrictamente prohibido es obligatorio. El fenómeno de degeneración de un gobierno totalitario viene, por lo tanto, de esa concentración absoluta de poder, de un hecho, no de una opinión o de una ideología. Esas concentraciones de poder incontestable se dan igualmente en las empresas privadas o son posibles en cualquier colectivo humano de manera que la opción de quienes gobiernan se hace rígida y vulnerable ante las situaciones cambiantes y los datos que el que gobierna no conozca o no sepa gestionar. Muchas empresas fracasan comercialmente cuando no se adaptan a los cambios porque sus dirigentes se aferran a una sola línea que es la suya y anulan a los críticos. Quizá no haya más razones para que fracase un gobierno comunista que una empresa familiar mal gestionada por un dueño despótico, pero la diferencia es que en una sociedad liberal o en una economía de mercado fracasan partidos o empresas particulares mientras que en un sistema marxista fracasa la nación entera.

En algunos análisis de la situación de la URSS se incide en que la centralización y la sospecha generalizada contra los discrepantes hizo que la política y la economía fueran gestionadas por relativamente pocas personas y que se rechazasen innovaciones como las telecomunicaciones y la informática que resultaban difíciles de controlar. El gobierno nunca pareció interesado en extender las líneas telefónicas ni, mucho menos, la descentralización de las decisiones, ni permitió que se pusieran las bases tecnológicas que han dado lugar a internet. Y la falta de crítica hizo invulnerables a los errores y llevó al Estado a un desastre que quizá muchos preveían pero que nadie se podría atrever a denunciar. Podríamos ver una analogía en el disparatado plan nazi para invadir la URSS que ningún general alemán en su sano juicio habría aceptado en su concepto o en su conducción, pero que nadie se atrevió a criticar llevando la contraria al führer.

Podríamos decir, por lo tanto, que la concentración de poder y el rechazo a la crítica constituyen una apuesta de todo o nada a una sola opción, y puede resultar exitosa durante un tiempo pero está destinada al fracaso a medio y largo plazo en primer lugar por motivos estadísticos pero, en segundo lugar, porque genera la oposición y el desapego de todos lo que no la comparten, que son forzosamente cada vez más entre quienes podrían corregir los errores o enfocarlos de otra manera que la oficial. Y a medida que se manifiestan los problemas y las dificultades, los que disienten de la linea oficial van acentuando sus críticas y su resentimiento por no ser capaces de poder manifestarlas ni de ponerlas en práctica. En una situación estacionaria parece que todo va bien, pero es durante las crisis cuando más necesaria es la crítica y la adaptación a los cambios y cuando más oposiciones se generan dentro de un colectivo, que necesariamente se debilita. Vemos, por ejemplo, que la situación económica y social en la URSS llegó a un punto de crisis por una política exterior de enfrentamiento con los EE UU y de gasto masivo en armamento y en apoyo a todo grupo que pudiera ser usado como aliado en la guerra fría mientras una economía atrasada era incapaz de proporcionar recursos suficientes. Y en el momento en que se abre la puerta a la crítica con las llamadas perestroika (reestructuración) y glasnost (apertura o transparencia) todo estalla.



Nota 1:
Los diversos factores de la acumulación originaria se distribuyen ahora, en una secuencia más o menos [940] cronológica, principalmente entre España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En Inglaterra, a fines del siglo XVII, se combinan sistemáticamente en el sistema colonial, en el de la deuda pública, en el moderno sistema impositivo y el sistema proteccionista. Estos métodos, como por ejemplo el sistema colonial, se fundan en parte sobre la violencia más brutal. Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de producción capitalista y para abreviar las transiciones. La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica.

1. El Capital. Libro I. Cap XXIV. La llamada acumulación originaria. 6. Génesis del capitalista industrial.

2. El Capital. Libro I. Cap XXIV. La llamada acumulación originaria. 6. Génesis del capitalista industrial.

The different momenta of primitive accumulation distribute themselves now, more or less in chronological order, particularly over Spain, Portugal, Holland, France, and England. In England at the end of the 17th century, they arrive at a systematical combination, embracing the colonies, the national debt, the modern mode of taxation, and the protectionist system. These methods depend in part on brute force, e.g., the colonial system. But they all employ the power of the State, the concentrated and organised force of society, to hasten, hothouse fashion, the process of transformation of the feudal mode of production into the capitalist mode, and to shorten the transition. Force is the midwife of every old society pregnant with a new one. It is itself an economic power.

Capital, Vol. I. The Process of Capitalist Production. PART VIII. The so-called primitive accumulation. Part VIII, Chapter XXXI. Genesis of the industrial capitalist. VIII.XXXI.5

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La sociedad bipolar. 19

En el Antiguo Régimen, los nobles y el rey usaban la fuerza y una ideología legitimadora sostenida y difundida por intelectuales a su servicio para acaparar el poder y la riqueza, pero, en las circunstancias de desarrollo de la ciencia y la sociedad que dieron lugar a las revoluciones burguesas en Europa, muchos comerciantes y artesanos podían acumular riqueza y convertirse en unos agentes sociales imprescindibles. No era ya la posesión de la tierra lo que proporcionaba grandes beneficios sino la actividad artesana e industrial y el comercio, y esa riqueza era la que sustentaba la sociedad y el Estado que, sin embargo, era administrado exclusivamente por el rey y la nobleza. Por lo tanto, los comerciantes y artesanos podían comprender, siquiera confusamente, que ellos eran la base social y económica del progreso pero que no tenían capacidad de decisión sobre los fines y la organización del Estado, y en su imaginación, y claramente en la de los intelectuales que veían tal estado de cosas, apareció esa doble evidencia y el perjuicio que les suponía la sociedad estamental, y aspiraron a cambiarla.

La exigencia del que se siente perjudicado es pedir un precio mayor por lo que aporta y los artesanos y comerciantes pidieron en muchos momentos y lugares el acceso al poder político y a la gestión de sus intereses, en manos de los nobles. Tenemos la Revolución Francesa, sobre todo, y la de los Estados Unidos por su independencia, como las primeras revoluciones liberales, y es cierto si caemos en la tentación de ver la Historia como un drama con unos pocos protagonistas y actos definidos más que como un continuo de acciones y transformaciones en las que participan numerosas personas de manera independiente y con papeles de mínima importancia en casi todos los casos. Pero tenemos el progresivo desarrollo de la economía industrial y comercial en Inglaterra, donde no hay ninguna revolución violenta. Bien porque la nobleza se interesó en las inversiones en la industria y el comercio, bien porque no cerró el camino de ascenso de la burguesía hacia la administración del Estado, bien porque la Monarquía ya tenía un cierto aspecto constitucional lejos del absolutismo, no hay un dique que trate de contener los cambios y que sea superado por ellos sino una transformación creciente de la sociedad de nobles poseedores de la tierra y las armas como riqueza y fuentes de poder en otra donde los artesanos industriales y comerciantes iban ascendiendo en su poder económico y político junto con una nobleza que también se enriquecía.

Es una mala caricatura exponer cualquier periodo histórico como un enfrentamiento entre malvados que se oponen tozudamente al progreso y la justicia para mantener sus privilegios contra virtuosos partidarios y defensores de los avances de todo tipo. Siempre hubo personas más egoístas y otras más preocupadas por el bien social, o más inclinadas a ver las ventajas de las realizaciones prácticas que a mantener cerrilmente su postura. Siempre hubo burgueses que, tras abominar de la monarquía, colaboraron con los reyes, nobles capaces de asumir el cambio a una mayor igualdad por sus ventajas o por sus principios, reyes dispuestos a transigir y, del mismo modo, hubo quienes defendieron posturas irreductibles y abocadas al enfrentamiento. Pero la tesis debe ser que nunca el enfrentamiento es inevitable y que muchas personas pueden ver la conveniencia de encauzar las transformaciones para un mayor provecho general del que, no cabe duda, ellos tratarán de obtener la mayor cuota posible.

La Revolución Francesa debe su curso violento a la victoria de los jacobinos sobre los girondinos y a la dirección de los jacobinos por un Robespierre extremista apoyado por grupos organizados. No hay ninguna ley histórica que haga pasar necesariamente la evolución de las formas sociales, políticas y económicas a través de revoluciones violentas más que a través de cambios progresivos y el hecho es que las etapas revolucionarias se vieron sucedidas por otras de signos muy diferentes, desde Napoleón a la monarquía constitucional. Y la evolución pacífica de Inglaterra, Holanda, Dinamarca y los países escandinavos, países entre los más desarrollados, debería demostrar que el desarrollo no depende de las revoluciones sino que éstas son la peor de las gestiones de los conflictos que constantemente se dan en toda sociedad si tenemos en cuenta no sólo el resultado concreto que se ha dado en la historia sino la suma de resultados en progreso y en tragedias humanas.

El desarrollo de la industrialización y el comercio no generan, en sí mismos, un proceso violento o revolucionario sino que crean nuevas situaciones en las que se producen, por su propia naturaleza, conflictos entre individuos y entre grupos. La existencia de una colectividad lleva aparejada una cierta división de funciones o, simplemente, una diversidad de colectivos con intereses diversos por el mero hecho de ser distintos, como un ser humano lo es de otro y tiene, por tanto, intereses no necesariamente coincidentes. Se dan conflictos entre individuos por el mero hecho de que los recursos son limitados o porque uno puede creer que es más rentable aprovecharse del esfuerzo de otro que esforzarse él mismo. Lo mismo sucede cuando existen colectivos agrupados y cohesionados por algún tipo de seña de identidad, sea la ascendencia real o imaginaria, la religión, la cultura o cualesquiera otras. Y, evidentemente, en sociedades clánicas se producen conflictos entre clanes; en las de cohesión religiosa, los conflictos adquieren tintes ideológicos, sean éstos causa o mero pretexto para conflictos de naturaleza más básica. Y en sociedades diversificadas por las funciones de la economía industrial y del comercio, aparecen conflictos en los que se manifiestan todo tipo de tensiones, desde las de grupos de ascendencia común, ideología común, ideología común, hasta las que implican los papeles como productores, propietarios, comerciantes, rentistas o funcionarios. La clave del conflicto no es necesariamente el que existan productores y comerciantes, o propietarios y obreros, sino el hecho mismo de que se formen colectivos de intereses contrapuestos.

La individualidad y los intereses puramente biológicos y culturales del individuo hacen inevitable la existencia de conflictos. La cuestión, a partir de este hecho es doble: en qué relaciones aparece el conflicto y de qué podo se gestiona. Como he dicho antes, el conflicto puede aparecer en cualquier tipo de relaciones ya que todas ellas pueden ser asimétricas. En una familia se dan conflictos entre los padres, entre éstos y los hijos, entre los hermanos y, en general, entre cualesquiera individuos o grupos, ya que uno puede dar más y recibir menos, o creer que es así. En la sociedad industrial y de libre mercado se darán conflictos entre todos los agentes por el mero hecho de ser personas diferentes o grupos de personas con intereses similares contrapuestos a otros, o por el hecho de que cada uno va a valorar subjetivamente lo que recibe a cambio de lo que aporta.

Antes decía que el progreso por la especialización y la diversificación produce obviamente mejores resultados, pero que estos resultados se distribuyen conforme a la fuerza relativa de cada individuo o colectivo para conseguir más por lo que aporta. El inversor, el organizador de las industrias y comercios o el inventor van a exigir tanto como puedan, casi siempre creyendo que todo lo que el modelo que se desarrolla bajo su iniciativa produce de más sobre el antiguo se debe exclusivamente a esa iniciativa. Los trabajadores por un salario tratarán de exigir el máximo casi siempre creyendo, por su parte, que sin ese trabajo nada se produciría y que sin su sometimiento a la organización y a las leyes que protegen el sistema social y económico nada sería posible.

Tenemos así el conflicto y se abre la posibilidad de un curso violento de los acontecimientos que lleve a una victoria de una parte sobre otra, a una violencia estabilizada o la posibilidad de una gestión democrática. La democracia es la gestión de esos conflictos una vez asumido que no se puede eliminar al diferente sino que es necesario como parte de un grupo funcional. Así las revoluciones marxistas no aparecen porque sean una consecuencia inevitable de un proceso histórico sino porque es una de las opciones posibles, hay quien la encuentra rentable y puede actuar con fuerza suficiente durante el tiempo suficiente.

Si la Revolución Francesa fue violenta por la victoria de los más extremistas entre los jacobinos y la de éstos sobre los girondinos y los monárquicos tradicionalistas, la revolución rusa fue violenta debido a la victoria de los bolcheviques de Lenin sobre todos los demás y no por necesidades de la Historia. En una situación similar pero ligeramente desequilibrada a favor del Gobierno Provisional que había sustituido al Zar Nicolás, la evolución de Rusia habría podido ser pacífica y democrática. Pero no lo fue. Y ese hecho, no una ley histórica, da lugar a múltiples consecuencias.

Los grupos socialistas pudieron ver como ejemplo la victoria comunista en Rusia y apostar por revoluciones similares en sus propios países. Y tras el fin de la Primera Guerra Mundial podríamos tomar como ejemplos los intentos revolucionarios en Alemania o la República soviética de Hungría. La URSS no sólo actuaba como modelo teórico sino como organizador y financiador de todos los movimientos comunistas mundiales, que es poco más que decir los europeos en esos momentos, y como realización en la práctica de todas las amenazas contra los no comunistas, desde los defensores de la sociedad más tradicional anclada en la monarquía y la religión, pasando por los liberales, los socialdemócratas hasta todos los disidentes del modelo leninista, primero, y stalinista, después.



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